JOAQUÍN SOROLLA (1863-1923)

25/05/2009


 

 

Joaquín Sorolla (1863-1923) es la primera gran exposición antológica que el Museo Nacional del Prado de Madrid dedica a este gran maestro del siglo XIX y la más importante celebrada tanto dentro como fuera de España, donde no ha habido ninguna de estas características e importancia, aunque sí otra gran muestra monográfica de carácter antológico que se celebró en 1963 en las salas del Casón del Buen Retiro, organizada por el Ministerio de Educación y Ciencia.

La exposición muestra por primera vez más de 100 pinturas de Sorolla, el pintor español de mayor proyección internacional de su tiempo y una de las figuras capitales de la historia del arte española, en un ambicioso recorrido sobre lo mejor de su producción que incluye los catorce paneles de la Visión de España pintados para la Hispanic Society of America traídos a España en 2007 por Bancaja, entidad patrocinadora de la muestra.

Además de la colaboración de numerosas colecciones privadas e instituciones de todo el mundo, especial agradecimiento merece la contribución del Museo Sorolla (Madrid) que aporta a la exposición un conjunto de catorce obras entre las que se incluyen varias de las más destacadas obras maestras del artista.

 

 

El recorrido de la exposición, fundamentalmente cronológico, se estructura en varios ámbitos que ponen de relieve la importancia que adquirieron las distintas temáticas en cada período de la carrera del artista. Por ejemplo, en un espacio se reunen los cuadros de pintura social que le dieron su primera fama en las últimas décadas del siglo XIX. A continuación, un amplio conjunto de retratos y un desnudo ponen de manifiesto la profunda influencia de Diego de Velázquez en sus composiciones durante los primeros años del siglo XX.

En otro ámbito se exhiben sus mejores escenas de playa, pintadas entre 1908 y 1909. Debido a su particular significación y gran formato, los catorce paneles de las Visiones de España, pintados para la Hispanic Society of America, ocupan una sala completa de las cuatro en las que se presenta la exposición. Este espectacular conjunto constituye el más fastuoso proyecto decorativo de la fecundísima carrera de Joaquín Sorolla, además del verdadero epílogo y síntesis de toda su producción. La muestra concluye con la pintura de paisaje.

Tras sus primeros años de estudios en la Academia de San Carlos, Sorolla marchó a Italia como pensionado de la Diputación de Valencia. Durante sus años en Italia, entre Roma y la pequeña ciudad de Asís, Sorolla perfeccionó su formación académica. Los estudios de desnudo, así como el conocimiento de los maestros antiguos y modernos que le ofrecía el arte italiano fueron eterminantes en su proceso de maduración. Pero la pensión, además, le supuso acercarse a la otra gran capital artística del momento, París. En esa ciudad adquirió el conocimiento del realismo académico que le conduciría a implicarse en la pintura de argumento social.

A su regreso a España se instaló en Madrid, donde concurrió con éxito a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Allí presentaría sus pinturas más reivindicativas en este nuevo género, en pinturas cargadas de sobrecogedora emoción. ¡Aún Dicen que el Pescado es Caro! sintetiza sus esfuerzos más ambiciosos en estos momentos por equilibrar los argumentos de dramatismo contenido con una factura exigente y veraz, atenta a la iluminación, que se perfila ya como su principal preocupación. Estos éxitos públicos determinaron también su primera producción para el oleccionismo privado en lienzos en los que Sorolla refleja una imagen de la vida popular amable y cercana, asomando en ellos paulatinamente sus audaces conquistas plásticas.

 

 

La Vuelta de la Pesca fue el primer gran éxito internacional de Sorolla. Presentado al Salón de París de 1895, supuso la verdadera irrupción del artista en el panorama europeo y ese éxito signifi có además su auténtica consolidación profesional en España. Pero también el paso de Sorolla por la capital francesa entonces condicionó su producción en obras como Después del baño, con las que se acercaría al gusto académico predominante en el mercado parisino. Cosiendo la Vela confirmó el éxito anterior. La captación pictórica de los efectos de la luz del sol que caracterizan estas dos grandes obras comenzó a centrar el interés del artista, y a convertirse en la verdadera divisa de su arte.

Esa búsqueda de la expresión de luz del sol, empleando como mejor recurso las velas de los barcos de pesca alcanza hasta Comiendo en la Barca, cuadro en que éstas sirven además para delimitar el espacio en el que se desarrolla la acción. Por estos mismos años, al calor de su incipiente carrera internacional, la clientela particular que demandaba obras de Sorolla se incrementó sustancialmente. El artista se dedicó así a las escenas de costumbres y, al tiempo, comenzó su trayectoria como retratista.

¡Triste herencia! supuso su consagración definitiva en París y significó su absoluta consolidación en el mercado internacional. La gran repercusión de esta obra, con la que obtuvo el Grand Prix de la Exposición Universal de 1900, le convirtió en el pintor español de mayor éxito de su tiempo. Todo ello confirmaba la validez de las proposiciones artísticas planteadas en este cuadro, un arte sincero con la naturaleza que exploraba -ya sin reservas- la orilla del mar como escenario predilecto de sus pinturas.

Así, a partir de este momento es perceptible un cambio en la factura de su obra. Obras como Remendando las Redes permiten constatar como sus pinceladas se vuelven ahora más abiertas y enérgicas, en busca de una mayor veracidad del efecto de luz. La Preparación de la Pasa constata ese avance plástico hacia una modernidad mucho más atrevida, en la que las preocupaciones sociales de los argumentos quedan ya supeditadas a la pura expresión de una imagen y su encuadre.

Madre representa la irrupción de una iconografía marcadamente intimista, ligada a los aspectos más privados de la vida de Joaquín Sorolla, que comienzan a convertirse en imágenes habituales dentro de su obra y a las que, después de su triunfo, se aferraría el artista hasta el final de su carrera.

 

 

Como para tantos otros artistas de su tiempo, el conocimiento del Museo del Prado fue crucial en el arraigo de Sorolla a la gran tradición de la pintura española. Así, la influencia de Velázquez en su obra, claramente reconocida por la crítica desde sus primeras participaciones en los certamenes públicos españoles, se tornó mucho más evidente después de su triunfo internacional de 1900. Tras su éxito en París, Sorolla adoptó los modelos velazqueños como propios, jugando con las referencias a algunos de sus cuadros más famosos y empleando los recursos del pintor sevillano de forma muy directa.

El provocador Desnudo de mujer -en el que Sorolla festejaba en secreta intimidad la carnalidad del cuerpo de su esposa-, evoca la Venus del Espejo, mientras que para los retratos familiares colectivos se inspiró directamente en Las Meninas. Pero las citas a obras de Velázquez no siempre son tan inmediatas. El resultado de interiorizar los modelos retratísticos del sevillano se traduce en los retratos realizados a los Beruete, que emanan una presencia vital de una inmediatez palpitante, mientras que en el de El Fotógrafo Christian Franzen juega -como Velázquez- con el espacio real del espectador y la reacción del retratado en el espacio fingido del lienzo.

Sol de la Tarde fue el punto culminante de la madurez del arte de Sorolla. Todo su interés por captar los efectos de la luz natural, ambientado aquí en el atardecer en la playa de Valencia, mientras los pescadores recogen su barca, tal y como lo había adelantado ya en La Vuelta de la Pesca, adquiere en este cuadro su máximo desarrollo artístico. La absoluta libertad pictórica con que se enfrenta a esta obra, la rotunda monumentalidad de las fi guras que la componen y la imponente presencia de la vela, así como el enérgico frenesí con que refleja el movimiento del mar son los alicientes figurativos de los que extrae las máximas posibilidades plásticas.

Expuesto en distintas ciudades de los Estados Unidos, fue adquirido para The Hispanic Society of America de Nueva York en 1909, regresando ahora a España por vez primera desde entonces. Desde que Sorolla descubrió la geografía de Jávea, intensa y abrupta, y el azul intenso de sus aguas transparentes, encontró en ella el escenario perfecto para desarrollar algunas de las escenas que le permiten afrontar composiciones mucho más atrevidas que las pintadas hasta entonces, imprimiendo ya en ellas su sello único que las hace ya inconfundibles.

 

 

Tras su arrollador éxito internacional, Sorolla disfrutó de una completa libertad creativa que se refleja en todos los aspectos de su obra. En el arte del retrato desarrolló unos prototipos absolutamente originales, empleando como modelos principales a los miembros más cercanos de su familia.

Aunque en retratos tan singulares como Clotilde de Negro, Joaquín Sorolla muestre la elegante figura de su esposa en el interior de un salón de su casa, en la mayoría de sus mejores retratos empleó un fondo de paisaje en el que las figuras se integran con absoluta naturalidad. Ninguno de estos retratos como el de María Vestida de Valenciana permiten a Sorolla desarrollar una impresión sensual de la propia imagen, en la que el artista recrea la jugosidad lumínica del traje de la joven, con destellos de luz y los atrevidos y cambiantes colores. Al mismo tiempo, Verano le permitió plasmar una de las escenas de baño en la playa más contundentes de ese momento de su producción. En este lienzo se funden la evocación estética de la estatuaria clásica con la voluntad de captar un instante del movimiento de las figuras a la orilla del mar.

En torno a 1909, en verano, en la playa de la Malvarrosa, Sorolla se sentía un hombre plenamente feliz. Sus éxitos en Europa habían tenido una fecunda continuidad en Estados Unidos, y el reconocimiento de la crítica sólo era superado por el éxito en el mercado, que demandaba continuamente obras del pintor.En ese tiempo de plenitud y seguridad, Sorolla realizó una serie de pinturas ambientadas todas ellas al borde del mar, que forman un elenco en el que se encuentran las pinturas más emblemáticas del artista. Son imágenes pletóricas, extraordinariamente luminosas, en las que el clasicismo mediterráneo que planea sobre toda su obra alcanza su expresión más exuberante, reforzada además con los marcos de inspiración arquitectónica griega que Sorolla colocó a muchas de estas obras.

En efecto, una armonía casi musical, como de una calmada procesión clásica, anima Paseo a la Orilla del Mar, obra que sustancia toda la fama del artista y en la que el tratamiento matérico cobra un gran protagonismo. Escenas como El Baño del Caballo o Chicos en la Playa se convirtieron no sólo en evocaciones del pasado grecolatino del mar Mediterráneo, sino que pasaron a ser además verdaderos iconos de la obra de Sorolla y expresión de una interpretación gozosa de la realidad, contrapuesta al pesimismo de la generación del 98.

 

 

La obra madura de Sorolla culminó sus afanes de libertad creadora, desentendida de cualquier límite expresivo. Sin dejar de ser fiel a la definición realista de su arte, desplegó entonces sus obras más atrevidas, en las que la ejecución material se antepone a cualquier otro aspecto. La Siesta es el ejemplo más marcado de ese afán de independencia plástica. A esa misma experiencia estética tan audaz pertenece el Retrato de Louis Comfort Tiffany, en el que jugó con el tratamiento del paisaje del fondo para identificar la personalidad del retratado. Pero en los últimos años de su vida, abandonó esa vía experimental y, hacia 1915, regresó a su propio orden artístico. En la campaña de ese verano su arte adquiere un tono monumental y rotundo que se intuye en las Barcas Varadas en la Playa, cuyas velas -de una tersura pétrea- hondean hasta salirse de la perspectiva del propio lienzo. La culminación de su arte se halla en la presencia sensual y pagana de La Bata Rosa, en la que el escultural físico de la figura femenina queda rotundamente humanizado por el tratamiento de la luz con un realismo plenamente moderno.

The Hispanic Society of America fue fundada en 1904 por el magnate americano Archer M. Huntington, que la concibió como un lugar para el estudio y la conservación de la cultura hispánica en Nueva York. Su fundador dejó en ella su vasta y rica colección de obras arte y de piezas históricas, fundamentalmente procedentes de España. A partir de 1909, Sorolla y Huntington establecieron una fecunda relación que ayudó mucho a la promoción del pintor en Estados Unidos y el coleccionista compró también algunas de las mejores obras de su producción. En 1910 planearon la decoración que Sorolla habría de llevar a cabo en la sala de la Biblioteca del nuevo edifi cio de la Sociedad levantado en 1908, y que sería el epicentro de la actividad de la institución. Aunque Huntington pensaba que esa sala debía estar adornada con los episodios más importantes de la Historia de España y Portugal, Sorolla convenció a su mecenas para realizar un monumental friso con paisajes de España, que incluyera a los tipos característicos de cada región.

El artista dedicó a ese trabajo sus esfuerzos casi ininterrumpidamente desde 1911 hasta 1919, dejando en estas monumentales pinturas una visión del país acorde con la de Huntington y otros hispanistas anglosajones que, frente al proceso de industrialización que había dado comienzo ya en España, mantenían una visión neorromántica, atenta a sus aspectos más intemporales y a la pervivencia de las costumbres del pasado. Huntington quedó muy satisfecho con la decoración, y en 1918, cuando vio la serie de paneles casi completa, afirmó que "Sorolla ha llevado su teoría de la pintura hasta el límite y sólo por eso perdurará".

 

 

A pesar de los planes iniciales de Sorolla, que determinaban la representación ordenada de todas las regiones ibéricas en los muros de la Biblioteca de la Hispanic Society, los argumentos y sus campañas de trabajo por las distintas provincias fueron surgiendo paulatinamente de los intereses del pintor.

Primero, entre 1912 y 1913 realizó el gran panel Castilla. La Fiesta del Pan, que por su monumentalidad y sus pretensiones fue el que más tiempo le ocupó de todo el conjunto. Entre marzo y abril de 1914 emprendió el primero sobre Sevilla, dedicado a la Semana Santa: Los Nazarenos. En el verano de 1914 pintó los paneles que representan Aragón. La Jota, Navarra. El Concejo del Roncal y Guipúzcoa. Los Bolos. Ese mismo otoño realizó otro panel en Andalucía, El encierro, con el que terminó ese año de trabajo. Comenzó el año de 1915 afrontando de nuevo dos paneles con asuntos andaluces, El Baile y Los Toreros, hasta abril. Ese mismo verano pintó Galicia. La Romería y en septiembre Cataluña. El Pescado. Entre enero y marzo de 1916 realizó el correspondiente a Valencia. Las Grupas, y descansó durante casi un año, hasta que en octubre del año siguiente abordó el dedicado a Extremadura. El Mercado. En noviembre de 1918 volvió a Valencia y realizó el panel de Elche. El Palmeral. Terminado éste, en el mes de enero siguiente Sorolla volvió a Andalucía para realizar el último lienzo de todo el conjunto, Ayamonte. La Pesca del Atún, que concluyó en junio de 1919. La enfermedad que había asomado mientras terminaba los últimos paneles y que en 1920 le provocó una apoplejía, no le permitió ocuparse de la colocación de las obras en la sala para la que habían sido pintadas. En 1922 los paneles viajaron a Nueva York, pero hasta 1926 no se instalarían definitivamente.

Como sucedió con la pintura de retratos, Sorolla desarrolló una labor tan destacada como paisajista que sólo por ella hubiera merecido una consideración principal en el panorama de su tiempo. Influido por la personalidad de su amigo Aureliano de Beruete, el maestro más notable del género en España, Sorolla se mostró siempre interesado por la captación naturalista de los efectos atmosféricos y por reflejar la geografía de forma fiel a la realidad. Sus obras de paisaje se convierten en ocasiones en la demostración más inmediata de la libertad con que concebía su pintura. Atento a las vistas de playas, prados, montañas y ciudades, Sorolla dejó tras de sí, sobre todo a partir de 1901, además, paisajes que son fruto de la contemplación de detalles singulares, de una modernidad atrevida, a través de encuadres insólitos y una técnica directa y fresca.

Los esfuerzos por pintar sus lienzos en la Naturaleza, que exigían gran vigor físico, fueron reduciéndose a medida que Joaquín Sorolla fue envejeciendo y la enfermedad se apoderó de él. Así, al final de su producción se recluyó en el jardín de su casa de Madrid, el actual Museo Sorolla. Entre los muros de estos jardines pintó sus últimas obras, siendo el escenario que vería caer de las manos del artista los pinceles para siempre.

 

 

Del 26 de mayo al 6 de septiembre de 2009 en el Museo del Prado. Salas: Edificio Jerónimos A, B, C y D.

 

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