EL MUNDO FEMENINO NOVOHISPANO EN EL SIGLO XVII

01/12/2018


 

 

La sugerente mirada contrapuesta de dos mujeres, que comparten espacio en un mismo retrato, ha dado lugar a La hija del virrey. El mundo femenino novohispano en el siglo XVII, exposición temporal del Museo de América en torno al origen de un lienzo (imagen superior), los personajes que aparecen en él y sobre todo al mundo femenino que los rodea. A una dama ricamente vestida, le acompaña una mujer indígena de pequeña estatura y con el rostro totalmente tatuado. La interesante pintura se recogió, durante el proceso de desamortización (1835), en el Convento de Nuestra Señora de la Salutación en Madrid (vulgo Constantinopla), junto a otras obras de la misma propietaria. Se trata de doña María Luisa de Toledo y Carreto, que ingresó allí, al final de sus días, como monja de velo negro y coro. Ella fue la hija única del marqués de Mancera, Antonio Sebastián de Toledo, virrey en la Nueva España entre 1664 y 1673. En los inventarios de bienes se puede reconocer el apego por la tierra novohispana, los sabores y su arte. En La hija del virrey. El mundo femenino novohispano en el siglo XVII se ha procurado recrear el fabuloso ajuar que adquirieron ella y su madre en México.

Por tanto, el relato de La hija del virrey. El mundo femenino novohispano en el siglo XVII se articula en torno a los dos mundos que se sobreponen o contraponen en la América virreinal, el hispano y el indígena, con una perspectiva, además, femenina. La detallada descripción de los objetos de los inventarios de esta dama, permite no solo hacernos una idea de la composición de su rico ajuar y la procedencia asiática o americana de buena parte del mismo, sino también del modo de vida, las inquietudes y obsesiones de la familia, para acercar la comprensión de un mundo barroco, lejano en el tiempo y más próximo de lo que imaginamos.

Por ejemplo, trasladarse entre las dos cortes, Madrid y México, podía prolongarse durante varios meses, en unas condiciones extenuantes, incluso para los virreyes, que realizaban el viaje acompañados de decenas de criados, bultos, equipajes y petacas de todo tipo. La llegada a México suponía el inicio de una nueva etapa en la corte, como representantes del monarca español, en la que el lujo, la ostentación, la demostración del poder, el protocolo y las relaciones sociales se convertían en aspectos esenciales para su funcionamiento. Los objetos asiáticos, que llegaban a través del Galeón de Manila, eran parte fundamental de esta parafernalia. Otros objetos fueron reinterpretados en el territorio de la Nueva España, dando lugar a nuevas formas y decoraciones que evidencian los mestizajes. Muebles de taracea de Villa Alta, costureros de carey, bateas lacadas de Peribán, cerámicas o barros de Guadalajara de Indias, platería... eran nuevos símbolos de estatus para las nuevas élites.

El agua tiene una presencia fundamental en el entorno urbano. No solo había fuentes públicas en las ciudades, sino que se recreaban fuentes con cerámica de Guadalajara de Indias, como centros de mesa, o se componían jarras con tapaderas y soportes que, por el tipo de barro, eran usados asimismo para ambientar, o dar aroma y sabor al agua que contuvieran. Por otro lado, durante el Barroco se desarrolla una obsesión por los sentidos, especialmente los olores: algalia, ámbar gris, copal... que implican el uso de pomas, quemadores, incensarios y perfumadores. Pero también por un universo mágico y mitológico en el que se utilizan copas de cuerno de rinoceronte, caracolas de nácar, piedras bezoares, pezuñas de la gran bestia, higas...

El oratorio de la familia de doña María Luisa estaba presidido por una Inmaculada de Francisco Herrera el Mozo (imgen inferior) que, al igual que su retrato, llevó consigo cuando se retiró al convento. Además, la dama dejó un oratorio portátil, donde suponemos se colgaba un enconchado de la Virgen de Guadalupe. Son espacios para la devoción privada, en este caso, con objetos que pertenecieron a la propia dama.

 

 

El universo indígena, paralelo y equidistante del anterior, se descubre en La hija del virrey. El mundo femenino novohispano en el siglo XVII a través del personaje de la mujer de pequeña estatura, cuya procedencia, como pone de manifiesto el tipo de tatuajes, se ubicaba en algún rincón del área chichimeca. En la América prehispánica eran frecuentes las representaciones de personas diferentes, con un significado religioso.

El ajuar indígena era escaso y sencillo, en comparación con el de la dama hispana. Sin embargo, refleja el aprovechamiento del entorno y una multifuncionalidad práctica, al tiempo que muestra una carga simbólica y de género esencial. El arco es el elemento masculino que permite exponer la relación con los presidios de frontera, las fórmulas para la esclavitud indígena, y la lucha contra los soldados de cuera o de presidio.

La hija del virrey. El mundo femenino novohispano en el siglo XVII también invita a reflexionar sobre la intención de la imagen a través de la representación, en la época, de los "indios bárbaros", mecos o chichimecos en los cuadros de castas. Los estereotipos en torno al indígena americano permiten ubicarles en un espacio imaginado: la desnudez simboliza la barbarie, las armas evidencian su naturaleza violenta, el cabello largo muestra la ausencia de cultura o civilización y las plumas los posicionan en un mundo exótico y primitivo.

El recorrido de esta muestra termina donde dio comienzo, frente al lienzo de la mujer chichimeca con la dama española, en una lectura contrapuesta a la primera, tratando de entender la presencia de esta mujer en la corte mexicana y el significado final del sorprendente retrato.

 

 
 

Indio chichimeca

Manuel Arellano
1711
Óleo sobre lienzo
105 x 80 cm
Museo de América

 

Hasta el 3 de marzo de 2019 en el Museo de América (Avenida Reyes Católicos 6, Madrid, junto al Faro de Moncloa). Horarios: martes, miércoles y sábado, de 09:30 a 15:00 horas; jueves, de 09:30 a 19:00 horas; domingos y días festivos, de 10:00 a 15:00 horas; lunes, cerrado.

 

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