DE LA ESCULTURA RELIGIOSA

Aida Al Hawari para Granada Hoy (15/07/2007)


 

Maestro silencioso, como todos los grandes maestros, Antonio Campillo crea sus esculturas con sus manos y con su mente. Permite la función de relación cuando pone en contacto los matices, los puntos de vista, las texturas y las formas, constituyendo los argumentos sobre los que se articula el lenguaje de la escultura.

Ahora, la Curia Metropolitana de Granada abre sus puertas a la obra religiosa de Campillo, veterano artista de 82 años, que reúne en la exposición De la Escultura Religiosa un total de 27 piezas de madera y bronce que datan de los años cincuenta, sesenta y setenta. Durante este tiempo el autor desarrolla toda su su capacidad escultórica, cuyo fin y objetivo pasa por el deseo de que los visitantes que se adentren en ella puedan, con su imaginación y sentimientos, completar la transmisión de emociones que se perciben en sus obras.

Gran parte del trabajo que se muestra en esta exposición, que permanecerá abierta hasta el 15 de octubre, es el resumen de una vida dedicada a la escultura. Entre las obras expuestas se demuestra el valor especial que Campillo siente por la representación de María y el Niño.

En sus modelos, el escultor crea y se recrea, conjuga lo artesanal y lo creativo, encuentra la búsqueda de la raíz de la raíz que permite el reconocimiento de lo propio, mostrando siempre la luz, el movimiento y la simplificación de su lenguaje a través de sus esculturas, ya sea en bronce, en barro o madera.

El escultor, que nació hace 82 años en Era Alta (Murcia), ha pasado toda su vida entre Italia, Madrid, Cordoba, Sevilla y, en los últimos años, en Ceutí, una pequeña ciudad murciana donde se encuentra el Museo Antonio Campillo, que alberga la colección más extensa del autor.

El poeta José Hierro escribió: "Campillo tiene ante sí un amplio camino, porque busca su verdad con honestidad, sin desplantes de genio". Así es como Campillo convierte la materia inerte en personajes reales, sensitivos, vivos, que omiten el espacio entre el observador y la obra, porque sencillamente, dicho espacio no existe, es diálogo.

 

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