NUEVA OBRA DE ARTURO SERRA

José Francisco López (22/05/2012)


 

 

El trono realizado por Francisco Requena en el año 1890 para la imagen de la Virgen de la Soledad, de la cofradía cartagenera de los Marrajos, es uno de los más claros referentes del denominado trono de estilo cartagenero, de clásico perfil piramidal y peana desarrollada en dos alturas, flanqueada por ocho grupos de luminarias en candelabro -denominadas "cartelas" de luz- que le proporcionan al trono su característica luminosidad y sirven de soporte a un elaborado exorno floral.

En los dos últimos años se ha acometido una reforma que perseguía recuperar el aire original del trono decimonónico de Requena, adaptado a los nuevos requerimientos de tamaño de las procesiones actuales, de manera que se realzase también la visión de la imagen de la Virgen. Se planteó la eliminación del cajón de base que fue añadido al trono cuando se recuperó su salida a hombros de portapasos, fundiendo ahora los anteriores dos primeros escalones del trono en un solo cuerpo de perfil cóncavo–convexo que venía a desarrollar el lenguaje ornamental del templete y peana originales.

Tanto la talla en madera del nuevo cuerpo base, como la realización de los seis relieves que ha incorporado han sido obra del escultor murciano Arturo Serra. Los trabajos de fundición han sido realizados en los talleres Alfa Arte, en Éibar (Guipúzcoa).

La realización del nuevo cuerpo base de madera tallada y dorada ofrecía la posibilidad de enriquecimiento iconográfico, de tal manera que se potenciara el mensaje transmitido por la imagen de la Virgen de la Soledad. A tal efecto se concibió la realización de seis relieves en bronce plateado que, en unión con la propia efigie de la Soledad, conformara el ciclo completo de los siete dolores de la Virgen. De este modo, el trono trasciende su mera función de portar a la imagen para convertirse en auténtico altar monumental ambulante de glorificación y reflexión sobre lo que la tradición llamó la Corona Dolorosa. Así planteado, puede llegar a considerarse el cortejo procesional de la Soledad como un continuo rezo rítmico de la Corona Dolorosa de la Virgen, cuya imagen, obra de José Capuz (1943), preside el conjunto, ensalzada en su trono monumentalmente fundado sobre los episodios de la compasión redentora de María.

Los seis relieves originales, realizados por el escultor Arturo Serra, quedan enmarcados por tallas doradas que se desarrollan en un plano oblicuo y curvilíneo en el primer nivel de talla del trono procesional, dando lugar a dos formas cóncavas centrales y cuatro convexas en los extremos de los costados.

Se trata de relieves pictóricos; esto es, que pretenden, como la pintura, sugerir las tres dimensiones mediante sólo dos, añadiendo en este caso el recurso de una tercera dimensión de escaso desarrollo que sirve para reforzar la idea de proximidad respecto al fondo de la escena; representado con un relieve apenas sugerido. Podemos hablar por tanto de unos medio-bajorrelieves, llegando al tipo que los italianos del Renacimiento denominaban schiacciato en los fondos de cada escena, mientras que el primer plano nos ofrece volúmenes más destacados.

Formalmente, responden al lenguaje clásico de la escultura figurativa, presentando unas composiciones de marcada axialidad en aquellas escenas más pobladas de personajes. En este sentido se puede destacar el recurso utilizado para transmitir, también con la composición, la idea de desolación, en unas escenas que, progresivamente, se van despoblando de personajes hasta presentarnos a la Virgen sola con su Hijo en el regazo, en un recurso que culminaría con la propia imagen de la Soledad, representada por la escultura de Capuz. Frente a esa desolación, mostrada con un sentido muy contemporáneo de la composición, los dolores correspondientes a la infancia de Jesús nos muestran escenas orladas con angelotes y querubines.

Hablamos de composiciones equilibradas pero no por ello exentas de movimiento, sugerido por las líneas diagonales que trazan los volúmenes de los personajes o los encuadres espaciales en los que se inscriben. El movimiento de las escenas se presta perfectamente a su exposición en el trono procesional, un altar en movimiento. Este movimiento se ve reforzado por diversos alardes compositivos que nos muestran la calidad técnica de su autor, al recurrir a encuadres en contrapicado sobre superficies alabeadas o acusados escorzos que inciden en la transmisión de la sensación de profundidad pictórica en tres dimensiones.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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