COSTUS. EL VALLE DE LOS CAÍDOS (1980-1987)

23/06/2013


 

 
 
Capilla del Altísimo: Resurrección

 

Enrique Naya, nacido en Cádiz el 12 de septiembre de 1953, y Juan Carrero, nacido en Palma de Mallorca el 4 de mayo de 1955, pero gaditano de adopción, se conocen a comienzos del curso 1974-1975 en la Escuela de Artes y Oficios de Cádiz. A partir de ese primer encuentro, se convirtieron en pareja sentimental y artística que, en el año 1981, asumiría el nombre de Costus en un homenaje al gremio de las costureras con el que se sentían identificados, y que tanto Juan como Enrique tenían una asombrosa capacidad de trabajo y vivían pegados a sus lienzos, como las costureras pegadas a su máquina de coser.

Cómo equipo, Los Costus se convirtieron en icono de la Movida madrileña, movimiento contracultural que vino a mover los cimientos de Madrid, una ciudad que aún mostraba el letargo en que la había sumergido la larga dictadura franquista. Su casa de la madrileña Calle de la Palma, la llamada Casa Costus, se convirtió en el epicentro del movimiento: de Pablo Pérez-Mínguez a Pedro Almodóvar (fue en Casa Costus donde se rodó Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón (1980), primera película de Pedro Almodóvar en la que recreó el ambiente que se vivía en la casa de Los Costus), de Tino Casal a Fabio McNamara, de Alaska a Carlos Berlanga y tantos otros; todos ellos tenían la casa de Los Costus como su refugio. No es exagerado entonces decir que en Casa Costus se creó el germen de lo que lo que más tarde se daría a conocer como La Movida.

Paradójicamente, esta asociación con La Movida, entendida como fenómeno "de moda", actuó como freno al reconocimiento de la obra de Costus y del lugar que merecía dentro de la pintura española, algo que el tiempo comienza a corregir y, al día de hoy, Costus y su obra trascienden La Movida como dos artistas a los que, dentro y fuera de nuestras fronteras, se les reconoce su importancia dentro de la vanguardia artística española.

La ascendente estela de los Costus se ve truncada por la muerte prematura de estos jovencísimos artistas: Enrique Naya fallece en Badalona el 4 de mayo de 1989, por causas derivadas del SIDA, y un mes más tarde, Juan Carrero, sumido en una profunda depresión por la muerte de su compañero, decide seguirle, suicidándose en Sitges, en la madrugada del 3 al 4 de junio de 1989. No obstante su temprana desaparición, dejaron el legado de una amplia obra que ha ganado en reconocimiento con los años. Sin duda, no parece exagerado decir que a 26 años de su desaparición física los Costus, están hoy más vivos que nunca.

 

 
 
Patria

 

En la serie El Valle de los Caídos, Juan pintó los fondos mientras que Enrique hizo las figuras. Se plantearon el trabajo como un homenaje a Madrid y Castilla, sin intención política ninguna. Su planteamiento fue pasar las esculturas de El Valle de los Caídos a pinturas, eligiendo como modelos para las diversas Vírgenes, Virtudes, Evangelistas, etcétera, a sus amigos, que de paso quedaron inmortalizados en estos bellísimos cuadros.

Las obras son de tamaño considerable y algunas de ellas tienen sus fondos pintados con acrílicos fluorescentes, con lo que se logra un efecto espectacular al someter a los cuadros a luz negra. 18 piezas de las 25 que componen esta colección -las otras siete se encuentran en colecciones particulares- han sido adquiridas por el Ayuntamiento gaditano, y ahora, siete años después de su adquisición y cinco de la firma del contrato, forman parte de la exposición permanente del Espacio de Creación Contemporánea de Cádiz (ECCO).

La colección El Valle de los Caídos (1980-1987) surge tras la llegada de Costus a la capital de España. Dos años después, ambos artistas comienzan a idear este proyecto que nace de su necesidad de agradecer a la ciudad de Madrid la oportunidad de apertura e integración social que la misma les ofrece. Así deciden elegir un monumento emblemático con la suficiente riqueza artística e iconográfica que aglutinara y representara, de algún modo, el espíritu transgresor y aperturista del que se sienten rodeados.

Esta serie supone la transformación de una iconografía escultórica para adaptarla conceptual y estéticamente al contexto socio-cultural que se estaba viviendo por aquel entonces en Madrid, lo cual les llevó más de siete años de trabajo. El afán de ambos artistas no va más allá de lo meramente plástico, rompiendo el tabú de la dictadura franquista y convirtiendo, de paso, un elemento que ha sido paradigma del franquismo en una serie de pinturas que se adentran en la modernidad y los aires de cambio que se respiran en la capital.

 

 
 
San Gabriel

 

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