RICARDO RICO

Jesús Abades (07/04/2016)


 

"Para la sociedad actual el arte es algo absolutamente prescindible"

 

 

¿Despertó pronto tu vocación artística?

Soy de la opinión de que uno nace con este don de la escultura. Don o habilidad innata, como quieras llamarlo. Lo que para mí siempre fue un juego: modelar, tallar con navaja, tallar con cuchilla las escayolas en clase para hacer belenes... Un día descubrí que era un oficio al que podía dedicarme. Fue concretamente en Italia, en un viaje al que fui con mis padres, tenía 17 años de edad y visitando la academia donde está el David de Miguel Ángel dije "ostras, esto es lo que yo quiero hacer". El David actuó como catalizador sobre lo que me divertía y salía de manera innata, convirtiéndolo en un aprendizaje nada más volver a España.

¿Y cómo se desarrolló ese aprendizaje?

En Valencia uno podía acceder a la escuela de artes y oficios sin necesidad de COU, y eso a mí me vino genial para matricularme porque yo era muy mal estudiante. Pero, sin ánimo de criticarla, esa escuela me supo a poco, no satisfacía la obsesión que yo tenía de ser escultor desde mi encuentro con el David. Eran los años 1982-1983 y en Valencia los grandes talleres de imaginería, renacidos en la posguerra, ya habían desaparecido por el fallecimiento o la jubilación de los artistas. Conseguí ponerme en contacto con dos imagineros, uno era ya muy mayor y por eso me rechazó, Rafael Grafía Jornet; el otro, cuyo nombre no revelaré, no era tan mayor pero sí muy malo, y ahora me alegro de que también me rechazara porque yo era como una semilla, un chaval que no sabía absolutamente nada y hubiera adquirido una mala formación con defectos imposibles de erradicar. Al final conseguí entrar en el taller de Pepe López Valbuena, un escultor de la academia valenciana de San Carlos que ya no ejercía como tal y que me permitió dibujar y modelar a su lado mientras por la mañana iba a las clases. Mi maestro en la imaginería fue Antonio Sanjuán Villalba, que ya tenía 87 años de edad y, en el taller de carpintería de su yerno ya que el suyo lo cerró diez años atrás, me descubrió cómo hacer una imagen religiosa, algo que yo, hasta ese momento, desconocía por completo: cómo hacer la talla directa sobre un armazón, ya que aquí en Valencia no se saca de puntos, como sacar una mascarilla... Fue una consolidación extraordinaria de toda la teoría aprendida, llevada a la práctica. Después conocí a Manuel Silvestre de Edeta, un escultor especializado en el mármol que no estaba condicionado por la imaginería. Desde los 81 a los 104 años de edad, cuando falleció, estuve a su lado, en un taller contiguo al suyo. Colaboramos juntos en muchas obras.

Conseguiste tener entonces una formación especializada en el campo de la imaginería.

Sí, pero nunca he querido ser imaginero ni me he considerado como tal. Yo en realidad me dedico a la escultura religiosa porque me permite pagar la hipoteca, pero pienso que a estas alturas la imaginería española, desde todos mis respetos, coarta demasiado al artista, oprime su creatividad y no le deja hacer obras nuevas. Es tan rica la tradición que nos han legado los imagineros clásicos, que los actuales lo tienen muy difícil para desarrollar su talento. Es cierto que hay nuevos valores que están intentando desembarazarse de lo impuesto por unos maestros como Montañés o Fernández que nos condicionan mucho, sobre todo a quienes hacen los encargos. Pero ese es el problema, tanto nos han condicionado que los imagineros se tienen que plegar a las exigencias de los clientes y eso siempre hace que el arte se empobrezca.

¿Y cuáles crees que son los imagineros que han marcado un punto de inflexión?

Destacaría a González Moreno, mucho más escultor que imaginero, que sentó unas bases para diferenciarse de la imaginería tradicional a la que estamos acostumbrados. También Hernández Navarro ha sido capaz de quitarse encima el yugo de vivir en Murcia y no seguir la senda de Salzillo. Posiblemente Ruiz Montes, ganador de vuestro último premio, sea de entre los jóvenes el que más promete. Pero hoy día se está tendiendo hacia un realismo, casi un hiperrealismo, del que tampoco soy muy partidario, creo que le quita unción a la obra religiosa y limita la interpretación de lo que el escultor debe hacer de lo que tiene enfrente. Se corre el riesgo de ser unos hábiles intérpretes de la partitura que tenemos delante; pero nos dedicamos solo a la interpretación y no a la creación y esto siempre es lo más importante, la idea debe estar por encima del resultado final. Los genios son los que irrumpen aportando algo nuevo y tan bueno que merezca figurar en la historia del arte.

 

 
     
     
San Juan Bautista
 
Virgen del Rosario

 

¿Por qué tipo de escultura tienes entonces preferencia?

Si no me dedicara a la escultura sacra me dedicaría a la figurativa. El cuerpo humano, el lenguaje figurativo, es lo que más me interesa en este mundo. A raíz de ello, intento convencer a mis clientes de que lo que aporto no es mejor ni peor, sino un poquito diferente a lo que están acostumbrados a ver. Y dentro de la figuración lo que más me interesa es el realismo de finales del siglo XIX o principios del XX.

Por lo tanto, maestros como Rodin, Llimona, Querol o Clará estarán entre tus referentes.

Claro que sí, aunque los ojos se me abren en los cementerios de Milán y Génova con su escultura decimonónica. No romanticista, demasiado barroca y excesiva en detalles, sino realista. Hay grandísimos desconocidos, cientos de Benlliures y de Querols como Giovanni Isola que trabajaron en Italia y son hasta casi anónimos en su país. El arte figurativo del XIX es el gran olvidado del arte. Los ismos posteriores, por su rupturismo, pasaron a los anales de la historia, y la figuración se olvida pese a correr paralela a ellos.

Uno de los rasgos que te caracterizan es la ausencia casi total de la policromía en tus esculturas.

Totalmente. Siempre he pensado que una mujer hermosa no es necesario que se maquille para seguir siéndolo. Podrá, como mucho, enfatizar ciertos aspectos de su físico, pero insisto, no es necesario. Sabemos que la escultura griega se pintaba y que ha llegado a nosotros, por el paso del tiempo y de la historia, sin policromar, pero es tal la belleza con la que ha llegado, tan hermoso el material, que a nadie se le ocurriría policromarlo. La madera es lo mismo, es tan hermosa, un regalo de Dios, se ha matado un árbol, una belleza que Dios ha creado, para satisfacer nuestro ego, quién soy yo entonces para policromarlo, me parece un insulto a la vida de ese árbol ocultar su belleza. Para policromarlo puedo hacerlo con resina u otro tipo de material menos noble de base. En el barroco se policromaba perfectamente, en Andalucía siguen habiendo policromadores extraordinarios, pero en Valencia ya no se policroma, han desaparecido. Cuando en el barroco se policroma se quiere, por un lado, impactar y en cierta medida, asustar al espectador de la época, como cuando veía la sangre de un cristo destrozado; y, por otro lado, amabilizar la sequedad de la escultura sin color, ya que reconozco que podía quedar un poco seca ante los ojos de quienes tenían una visión plana, pero hoy día no es necesario buscar ese realismo. En el 95-98% de mis obras no he policromado, la madera se merece que la honremos dejándola a la vista, el barroco ya está superado. La escultura es volumen, no es color, se debe captar más con las manos que con la vista, no es como un cuadro, se debe tocar, se debe disfrutar con las manos siempre, lo que pasa que las convenciones absurdas de los museos y exposiciones lo prohíben. Es la manera de aprender la escultura.

Resulta muy curiosa la diversificación de texturas que se produce en muchas de tus obras labradas en madera, caso del San Juan Bautista (2003) para la localidad valenciana de Palmera.

Hay dos realidades en ese caso concreto: la madera usada es pino de Suecia y unas tablas tienen más carga resinosa que otras, de ahí que haya unas más oscuras y otras más claras; por otro lado, la segunda realidad es la vida autónoma que adquiere la pieza, llega un momento en que la escultura llega a una personalidad tan suya y contundente que cobra vida propia y el escultor no puede hacer nada por ella. Es como un padre ante un hijo mayor de edad. Una vez que colocas la escultura en su destino, es la materia, el entorno, la luz, la pasión del público los que obran sobre ellas y son todos personajes ajenos a mí.

 

 
 
Cristo Yacente en la Crucifixión

 

¿Te has planteado alguna vez organizar una exposición monográfica sobre tu obra?

Esto es Valencia, aquí lo único que le preocupa al personal son las Fallas. Te cuento una anécdota: yo tengo muchas veces la puerta abierta de mi taller, sobre todo en verano, y en una ocasión un señor valenciano se quedó en la puerta mirando hasta que finalmente entró para preguntarme que para qué falla era el ninot que estaba haciendo. Fíjate el pensamiento que identificó mi San Pedro para Mallorca con un muñeco de falla. Por eso, plantearme una exposición de imaginería en Valencia desde luego que no. De Orihuela para abajo pues sí que lo haría, ya que en esa zona se vive la Semana Santa y la imaginería de otra manera.

Es curioso, muchos expertos dicen que de las fallas han salido muy buenos imagineros.

Quiero dejar claro que el arte fallero es extraordinario. Ya quisiera yo, en el caso de que me gustara hacer monumentos tan creativos de aquella manera, tener una formación tan sólida como los que hacen fallas. No digo yo que algunos artistas falleros puedan hacer otro tipo de escultura, pero en la mayoría de los casos no los saques de ahí, porque la falla condiciona mucho y cuesta reconducir ese trabajo a algo más formal. Insisto, no digo que no se pueda, pero es complicado. La falla es una caricatura de la escultura, digna y loable pero no deja de ser una caricatura, y a mí personalmente me gusta trabajar en algo más serio.

Pese a tu abrumador curriculum, tu trayectoria sigue pasando bastante desapercibida, sobre todo fuera de la Comunidad Valenciana. No eres lo que se llama un artista mediático.

Soy escultor de nacimiento y lo único que he pensado siempre es en trabajar y en hacer escultura, no he deseado otra cosa. Siempre he querido aprender mucho, si no me he prodigado más es porque nunca me he querido plegar al gusto del cliente, eso me ha cerrado muchas puertas. No me considero un buen artista pero sí un buen profesional de mi oficio, la escultura, por eso me han buscado para resolver problemas como la reproducción, a base de fotografías antiguas, de una de las portadas de la Colegiata de Gandía, perdida en la Guerra Civil, un trabajo que está muy bien hecho y que fue encargado en principio a otro escultor, que finalmente no gustó. Yo he trabajado continuamente pero en una zona relativamente limitada, porque en la distancia corta vendo mi obra muy bien. Es muy difícil vender, por ejemplo, un San Francisco de Paula como el que os presenté a una sociedad que está acostumbrada al derroche barroco, pero tengo facilidad para convencer de otras ideas al personal aunque sea a costa del abaratamiento. Me he negado al exceso barroco, a las policromías, siempre he dicho que no porque no soy un instrumento del cliente. A mí nadie me tiene que decir cómo resolver mi trabajo, igual que al médico ningún paciente le dice cómo debe curar, ni al mecánico cómo resolver las reparaciones o realizar el mantenimiento de los coches. No soy por ello un estúpido engreído, nada más lejos; yo escucho, convenzo y planteo, traduzco en volumen el anhelo de los clientes, un anhelo abstracto que yo me encargo de materializar y que, a veces, entra en conflicto con el cliente.

¿De qué obras te sientes más orgulloso?

Yo creo que mis triunfos personales están en obras como la Magdalena que procesiona en Gandía, una de mis mejores obras conceptuales, de las más conseguidas y con diferencia. Es una obra que pretende decirnos muchas cosas sin necesidad de irnos a gestos demasiado barrocos. Está al pie de la cruz mirando al frente, consciente de que la muerte del que ha estado enamorada no ha sido en vano, sin saber muy bien todavía las consecuencias que tendrá. Es una escultura muy vertical, concebida como una prolongación de la cruz, a la que abraza mientras con la mano izquierda recoge el sudario en el que ha estado envuelto su amado. Es una simbiosis del amor divino y del amor profano, con el mensaje de que hay que amar siempre. Ella misma ama a Cristo como dios y a Jesús como hombre. Yo creo que si la escultura y el arte en general no tienen un mensaje no sirven para nada. Otra obra es el Cristo Crucificado de Manises, formalmente muy hermoso y conceptualmente muy logrado. Es un cristo que no cuelga de la cruz, sino que se eleva de la misma y casi vuela ya al cielo. No es solo un cuerpo ni una cara bonita; en este caso, es también un mensaje de resurrección.

 

 
     
     
Dolorosa
 
San Francisco de Borja

 

¿Cómo ves la postura de la sociedad actual ante el arte? ¿Crees que los profundos cambios políticos que han tenido lugar recientemente en la Comunidad Valenciana mejorarán la situación?

A la sociedad no le interesa el arte en absoluto, ni lo más mínimo. El arte hoy día es totalmente prescindible. No es algo que se fomente en absoluto ni se enseñe como se enseñan otras disciplinas. Las asignaturas de dibujo, por ejemplo, ya eran patéticas cuando yo iba al colegio, no te digo ya en el colegio de mis hijos. Nadie nos dijo nunca cómo debemos contemplar un Velázquez, ni escuchar una pieza de Mozart para que ambas cosas nos pongan la piel de gallina. Cuando, tras pasar por arte y oficios, entré en la facultad de bellas artes, en el primer curso el profesor de pintura nos preguntó cuántos de nosotros habíamos estado en el Museo de Bellas Artes de Valencia, y de los treinta que éramos, solo uno levantó la mano y ese era yo. No pretendo echarme flores, pero lo que no se puede permitir ni concebir es que alguien haga primero de bellas artes y no haya ido, por lo menos, al museo de su ciudad a rezar ante los maestros. Eso fue hace veinte años, no te cuento ahora con los niños incapaces de abrir un libro para buscar una imagen; se van directamente a la tablet. Y les pasa a todos. Yo tengo en casa una biblioteca bastante aceptable y mis dos hijos ni la consultan. Si antes era complicado amar el arte, ahora que estamos acostumbrados a verlo desde la pantalla de un ordenador podemos decir que esto se ha muerto, pero vamos totalmente. Salvo que tengan un orientador, padre, madre o lo que sea, al 99,9% les interesa más tener el último Smartphone de 600 euros que visitar el Museo del Prado.

¿Cómo llevas vivir a caballo entre Gandía y Valencia?

Vivir, vivo en Gandía, pero el taller lo tengo en Valencia porque nunca he querido que nada me distraiga de mi trabajo. Está en un sitio bastante céntrico, cerca de las torres de Quart. Me gusta la ciudad, me siento muy a gusto allí. Si vengo a Gandía es por mi familia; si no, no me movería de Valencia. Lo más próximo a mi sensibilidad está en la capital. Casi todos los días voy y regreso en tren. No todos, porque no siempre puedo acabar a las seis para estar en mi casa a la hora de cenar. La verdad es que donde mejor estoy es en mi taller, no tengo además nada mejor que hacer que trabajar en mi taller. Mi mujer, que es comprensiva, lo acepta.

Intuyo que tienes una relación complicada con las nuevas tecnologías de la comunicación.

En mi taller tengo internet y de vez en cuando echo un vistazo para saber lo que se está haciendo. Necesitamos plataformas como La Hornacina para conocer el arte y saber lo que se realiza. Yo pienso que es mi obra la que me vende, no yo, y plataformas de difusión como la vuestra son fundamentales. El postureo no me va. Las nuevas tecnologías de la información me pillan un pelín mayor, no porque sea mayor ya que tengo 50 años, pero si me pillan con 30 hubiera sido más permeable a ellas. Ahora la verdad es que me da cierta pereza. Hacer una página web en condiciones es muy caro y mi economía actualmente es muy precaria, con una hipoteca que me tiene literalmente empalado, cualquier gasto más allá de ella me resulta prácticamente imposible.

Para terminar, Ricardo, agradecerte tu tiempo y tu experiencia. ¿Hay algún proyecto que tengas entre manos del que nos puedas hacer un adelanto?

Lo que hay en vista que se pueda decir es nada. Así de claro. No tengo ningún proyecto a la vista. Hace cuatro o cinco meses redacté un presupuesto, que finalmente no se va a hacer, de una imagen policromada de vestir. Es lo que te comentaba antes, caprichos de mediocres que no saben muy bien lo que quieren; por lo tanto, ya no es un proyecto. No puedo hacerlo ni de cara a mi economía, ya que como sabes no hago todo lo que me piden. Ha habido otro proyecto muy ambicioso que se ha paralizado debido a su elevado coste. Sí te puedo contar que acabo de terminar un ángel para el Nazareno de Elche (Alicante) del que pronto os daré más información.

 

 

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