Jesús Abades y Sergio Cabaco
Entrevista realizada el 30 de Diciembre de 2007 para el nº 4 de la revista malagueña Cáliz de Paz. En ella, Antonio León Ferrero, hijo del escultor Antonio León Ortega, albacea de la obra de su padre y presidente de la fundación que lleva el nombre del famoso artista onubense, nos cuenta, con gran rigor y sinceridad, anécdotas y testimonios reveladores sobre la obra de un creador que fue calificado por la crítica como único e irrepetible.
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¿Cuándo se creó la fundación en memoria de Antonio León Ortega, tu padre, y qué objetivos persigue?
Fue creada hace tres años y soy yo quien está al frente de ella con la ayuda de mis hijos, aunque para los asuntos trascendentes siempre consulto con mis hermanas. Aún no está constituida oficialmente porque sigo con el dilema de hacerla pública o privada. Una fundación privada tiene como gran ventaja la independencia, pero también como gran inconveniente la falta de medios; a pesar de ello, tengo mis temores con una fundación de carácter público, ya que quiero mantener la obra de mi padre al margen de la política. No me gustaría que sucediera una politización de la figura del autor como ha ocurrido en otras fundaciones, caso de la de Juan Ramón Jiménez. Actualmente, tengo varios proyectos de envergadura, de cuyo cumplimiento va a depender el camino a tomar.
Abordemos la trayectoria de Antonio León Ortega. Para comenzar, háblanos de sus inicios en Ayamonte.
Mi padre comienza a trabajar como pastor en su localidad natal y un buen día, estando solo en el campo con su rebaño, coge una navaja y comienza a tallar un corcho. Corría el año 1924 y él, por entonces, pensó que había descubierto la escultura. Las primeras figuras que talló, un pequeño grupo de animales y pastores, son expuestas en el escaparate de un local ayamontino, y es entonces cuando Alberto Pérez de Tejada escribe cartas a Mariano Benlliure y a los hermanos Solesio, que vivían en Madrid, para conseguir que estudiara en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cosa que finalmente se consigue gracias a una beca.
¿Cuáles fueron los maestros que formaron su aprendizaje en Madrid?
Mi padre estuvo en Madrid desde octubre del año 1927 hasta agosto de 1934, fecha en la que vuelve a su Ayamonte natal. Antes de entrar en la Real Academia de San Fernando, estuvo un año preparándose en la Escuela de Artes y Oficios del Casón del Buen Retiro, dirigida en aquel entonces por el escultor José Capuz, quien también fue profesor suyo en San Fernando. Al mismo tiempo, estudiaba a los clásicos de la pintura en el Museo del Prado y tomaba apuntes de sus obras. En San Fernando, cursó dos especialidades a la vez: modelado y profesorado de dibujo, y tuvo como maestros, además de Capuz, a otros artistas del calibre de Manuel Benedito o Mariano Benlliure, que como ya he dicho intercedió por él para llevar a cabo sus estudios en Madrid. El oficio de la imaginería lo aprendió en el taller madrileño de Juan Adsuara, donde estuvo dos años. Incluso llegó a trabajar como peón de albañil para afrontar sus gastos ya que, finalmente, acabó perdiendo su beca.
¿Qué hace tu padre cuando regresa a Ayamonte?
Intenta hacer un taller comunitario con los artistas José Vázquez Sánchez, Rafael Aguilera y Antonio Gómez Feu, pero fracasan por falta de encargos. De todas formas, su aspiración no era quedarse en Huelva, ni siquiera en Madrid, sino marcharse a París para ejercer su oficio, algo que no acaba consiguiendo por la muerte de su primera mujer y la irrupción de la Guerra Civil en 1936, año en que es detenido tres veces por sus mítines anarquistas, y las tres condenado a muerte, llegando a escribir un testamento en la última de ellas. Logró salvarse por la intercesión de varios miembros de la iglesia y, para redimir la pena, estuvo trabajando junto con Aguilera en la restauración de la Iglesia de la Merced de Ayamonte, dañada durante la guerra. Tras ello, marcha a Huelva, donde es contratado en el taller que los pintores Pedro Gómez y Joaquín Gómez del Castillo tenían en la calle San Cristóbal.
Existen muchas lagunas documentales sobre la labor de Antonio León Ortega junto al artista Joaquín Gómez del Castillo, ¿en qué consistió exactamente?
Gómez del Castillo había realizado un boceto a dibujo de un Sagrado Corazón de Jesús. Mi padre llevó a la madera ese boceto bajo las directrices de su autor, quien también lo policromó y estofó. Ello dio lugar al famoso Sagrado Corazón de Jesús de la Parroquia Mayor de San Pedro, su primera obra para la capital onubense. Era el año 1939. Posteriormente, vinieron más encargos de gran popularidad bajo las mismas circunstancias: la Virgen de la Esperanza, el San Juan Evangelista de su cofradía, la Virgen de la Consolación, la antigua Virgen de la Victoria, etcétera. En todos ellos, León Ortega tallaba la imagen, previo dibujo o no de Gómez del Castillo, el cual le daba las indicaciones en el modelado y policromaba la pieza. La última obra que hicieron juntos fue el Cristo de la Cofradía de la Buena Muerte, un Crucificado que acordaron firmar juntos, pero que finalmente sólo llevó la firma de Gómez del Castillo, hecho que provocó que mi padre se marchara del taller y labrara en una casa particular el Crucificado de la Vera Cruz para Ayamonte, muy parecido al anterior. Al poco tiempo, muere Gómez del Castillo y mi padre vuelve al taller de la calle San Cristóbal, donde sólo había quedado Pedro Gómez.
¿Puede hablarse entonces de Gómez del Castillo como un verdadero maestro para tu padre?
En lo que se refiere a policromía y estofado en oro, sí. Lo cierto es que el sevillano fue un notable pintor y policromador de imágenes. Por lo demás, no, ya que mi padre no tuvo enseñanza escultórica alguna en Huelva pues llegó de Madrid completamente formado.
Al analizar las creaciones de tu padre, muchos suelen quedarse únicamente en las influencias andaluzas y castellanas, pero no en las levantinas, que sin embargo son claramente visibles en muchas de sus obras.
Los tres maestros de mi padre (Capuz, Benlliure y Adsuara) eran valencianos, por lo que no hay más remedio que hablar de influencias levantinas. De todos modos, el siempre intentó hacer una imaginería propia, alejada de todo influjo. Una imaginería andaluza pero diferente a lo habitual, concebida con un gran sentido escultórico que se alejó de la corriente popular de su época, ya que León Ortega fue ante todo escultor, lo que no significa que su estilo sea castellano, como erróneamente se ha dicho. Ello no quiere decir que no estudiara a los autores de la escuela castellana y se declarara gran admirador de Gregorio Fernández, pero no podemos hablar de un seguimiento. A él, por ejemplo, no le gustaban las imágenes de vestir, y por eso las hacía de talla completa aunque posteriormente fuesen revestidas con telas.
También ejerció labores de restauración, ¿cuáles consideran que fueron las más importantes?
Hay dos restauraciones claves. Está la del Cristo Yacente de la Iglesia de San Francisco de Ayamonte, una obra relacionada con los Ocampo que fue destrozada en la Guerra Civil y de la que sólo se salvaron la cabeza y los pies, realizando mi padre de nueva factura todo el resto. Algo similar ocurrió con el Yacente de la Cofradía del Santo Entierro de Huelva, siendo incluso en este caso su labor más intensa ya que de la talla primitiva sólo se conservó la mascarilla, y no la cabeza entera como erróneamente se afirma.
Siguiendo con el tema de las restauraciones, siempre te has mostrado muy crítico con varias de las que se han efectuado a obras de tu padre, ¿cuáles son las que piensas que nunca deberían haberse hecho?
La peor de todas fue sin duda la del Cristo de la cofradía onubense del Cautivo, no sólo por la remodelación, sino también porque fue hecha por una persona a la que mi padre dio trabajo en varias ocasiones como tallista de pasos y retablos, al igual que estaba Aurelio Barrera en su taller. También fue lamentable la última restauración de la Virgen de los Ángeles de la Cofradía de la Borriquita de Huelva, una Virgen que era una de las más bellas y singulares de la imaginería española, así como la intervención sobre la Virgen de la Soledad del Santo Entierro (Huelva), retallada por Álvarez Duarte en 1970, en vida de mi padre. El historiador Antonio de la Banda dijo en una ocasión que la imaginería de León Ortega era propia y diferenciadora, única en España, y es por ello que en ocasiones ha sido alterada para asimilarla a los modelos sevillanos más populares, sin darnos cuenta que es un error intentar copiar lo ajeno porque siempre será una mala copia.
¿Debió tu padre someterse muchas veces a las exigencias de la clientela?
Al principio, seguía las indicaciones al pie de la letra, pero finalmente se llevaba al personal a su terreno y el resultado final acababa siendo muy personal y diferente al diseño inicial que le exigían. Siempre tuvo una gran capacidad de convicción.
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¿Era perfeccionista en su trabajo?
Muy perfeccionista, en especial con las hechuras de Cristo Crucificado, con las que nunca quedaba del todo satisfecho. Tanto le gustaban, que hizo por un precio bastante inferior a su valor el Cristo que presidía la Iglesia de la Concepción de Huelva y que ahora está en la Ermita de la Soledad. Es un Crucificado distinto a los suyos, en el que se aprecian intencionadamente las marcas de las gubias, un Cristo que labró expresamente para Huelva con todo su cariño y que le hizo llorar varias veces debido a la dureza de la madera de ciprés con la que fue gubiado.
¿De qué obras se sentía más orgulloso?
Por encima de todas, del grupo del Descendimiento onubense. También tenía predilección por el ayamontino Nazareno de Pasión, el Cristo de la Sangre de Huelva, y el Cristo de las Aguas, de la Cofradía de la Lanzada de Ayamonte. Como curiosidad, os puedo decir que nunca estaba solamente con una obra, sino con tres o cuatro a la vez; además, trabajaba en una durante un tiempo y la dejaba descansar para avanzar con otra, y así sucesivamente.
¿Empleaba modelos del natural?
Sí, muchas veces. Mi hermana Angustias le posó en varios proyectos, caso de la Magdalena del Descendimiento de Huelva. También le sirvió de modelo en numerosas tallas de Cristo un primo de su primera mujer. No olvidéis que, en la Academia de San Fernando, fue premio extraordinario de anatomía y modelado.
Antonio León Ortega realizó numerosos encargos para otras Comunidades Autónomas y para el extranjero, más incluso de lo que se cree.
Trabajó mucho para Extremadura, en especial para Jerez de los Caballeros (Badajoz), realizando numerosas obras con destino a las cofradías de Semana Santa. Incluso para la torre de una de sus iglesias, llevó a cabo un colosal Sagrado Corazón de Jesús en piedra, de más de tres metros de alto, que resultó destruido por un rayo. También tiene bastante obra en Salamanca, mucha de ella realizada por mediación de los Solesio, y si hablamos de piezas privadas, las tiene repartidas por todo el mundo, especialmente en Latinoamérica al serle encargadas por miembros del Patronato del Descubrimiento. Gran parte de ellas son inéditas.
Háblanos ahora de sus discípulos y de la labor que ejercían junto a tu padre en su obrador.
El principal de todos fue Enrique Pérez Saavedra, un escultor grande y sensible que entró en el taller siendo sólo un chaval. Enrique colaboraba en el estucado, cosa que yo también hice algunas veces, y Lobato y Luis Barrios hacían tareas de dorado y estofado. Hay que tener en cuenta que mi padre fue muy suyo a la hora de realizar sus obras. Él mismo escogía la madera, la llevaba al taller de carpintería para que se la rebajaran y cepillaran, y él mismo también ensamblaba y desbastaba los embones. Por otro lado, siempre tuvo alumnos de bellas artes en su taller.
Una de las cosas que más nos impresiona de la biografía de Antonio León Ortega es el hecho de haber sido enterrado con el hábito franciscano.
Siempre se sintió muy cercano a San Francisco de Asís. Era un asceta en su forma de vivir, amaba la vida, tenía una gran inquietud social y le gustaban mucho los animales. Nunca le interesó el dinero y fue un hombre de placeres sencillos. Sus grandes pasiones fueron el arte y la familia. Era un tipo muy especial, profundamente religioso y, desde luego, de espíritu muy franciscano.
A su muerte, ¿quedaron encargos por concluir y/o proyectos sin realizar?
Su última obra fue el busto de Yvonne Cazenave, del cual sólo estaba hecho el boceto en barro pero no el vaciado en escayola, algo que se hizo luego. Respecto a los proyectos, había uno muy interesante que comprendía unas figuras de atlantes para el edificio de la Diputación de Huelva, algo que, debido a su fallecimiento, no pudo hacerse.
En cualquier caso, fue un artista sumamente prolífico.
Sí, realizó unas 400 obras. De ellas, la mitad están en Huelva, donde también tenemos gran parte de sus mejores trabajos. Unas 80 tallas son Cristos Crucificados, de los cuales 50, aproximadamente, están en la capital onubense.
¿Tuvo tu padre el reconocimiento en vida deseado?
Un sector en Huelva lo admiró, y otro no lo entendió y sigue sin entenderlo, aunque quiero dejar claro ante todo que el libro de los gustos se quedó en blanco y es perfectamente respetable que sus obras puedan gustar más o menos. Entre muchos de quienes no lo entienden se encuentran gentes que creen que la imaginería empieza y acaba en Sevilla, y pese a que la capital hispalense es uno de los principales focos imagineros del mundo, la realidad es que fuera de ella hay mucho más. Lo que León Ortega hizo fue otra cosa y hay quien todavía no comprende que un Cristo más depurado de líneas puede ser tan o más hermoso que otro de formas más complicadas. Si él, además, hubiese querido copiar al pie de la letra los cánones sevillanos, le hubieran llovido los encargos, pero quiso ser fiel a su estilo porque siempre estuvo sobrado de facultades. Entre otros detalles, jamás sacó de puntos una obra, siempre talló directamente la madera. En general, hizo una imaginería decididamente moderna, algo que puede observarse en obras como el Ángel de la cofradía onubense de la Oración en el Huerto.
¿Y estás contento con el homenaje póstumo que ha recibido en Ayamonte?
Muy contento y muy agradecido con el Alcalde y el Presidente de la Agrupación de Cofradías, que han hecho una brillante labor entre exposiciones, conferencias, el reconocimiento de hijo predilecto de la ciudad y la inauguración de un monumento a su obra realizado por el escultor Alberto Germán Franco Romero. Según me han dicho, todo ello es solamente un primer paso, ya que aún quedan muchos proyectos por hacer. También hay un proyecto de la Fundación El Monte que contempla una exposición sobre el taller de la calle San Cristóbal, punto de encuentro de numerosos artistas.
Para terminar, Antonio, nos gustaría mucho que definieras a León Ortega no como artista, sino como persona.
Mi padre fue un hombre sabio en el sentido más puro de la palabra, ya que su anhelo fue siempre su obra y lo cumplió. Por lo demás, era afable con todo el mundo, sólo tuvo amigos y era un ser humano extremadamente tolerante que dio sus hijos una educación libérrima, aunque siempre con el máximo respeto para todo el mundo. Su vida tuvo muchos paralelismos con la de Miguel Hernández, un pastor que llegó a ser artista, aunque lamentablemente la fortuna nunca acompañó al poeta y tuvo una muerte muy temprana. Antonio León Ortega era un hombre que hablaba muy poco y siempre irradiaba paz y felicidad.
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Web de la Fundación en este | ![]() |
www.lahornacina.com