PAZ BARBERO

Jesús Abades (05/10/2017)


 

"La formación de un restaurador se manifiesta en no dejarse llevar por el capricho de un cliente"

 

 

¿Cuándo surge la dinastía de los Barbero?

El taller de los Barbero surge en 1920 con mi abuelo Benito Barbero Medina, el mayor de siete hermanos. Eran hijos de Encarnación Medina Vaca y Francisco Barbero Guillén, que era escribano. Benito se forma como escultor desde niño con el maestro Román, más tarde entra en el taller de Peregrín en el Albaicín, después se va con Navas Parejo, y cuando regresa del servicio militar entra a trabajar con el maestro Espinosa en Granada. Mi bisabuela, apoyando a su hijo en el oficio, cogió una baldosa de piedra de Sierra Elvira del pavimento de la catedral de Granada para que Benito moliera en ella los pigmentos. Esa piedra la conservo yo ahora en mi estudio. Cuando mi abuelo Benito consigue formar taller, disciplina a cada uno de sus hermanos en un oficio: la escultura, el cuero, etcétera, aunque principalmente el taller se dedicó a la talla de imágenes, retablos y pasos procesionales. Un tiempo después, Benito se sacó la plaza de maestro policromador en la Escuela de Artes y Oficios de Granada, llevando a cabo a partir de entonces unas técnicas polícromas que yo he heredado y están muy cerca de las del siglo XVIII. Benito tuvo dos hijos que también se formaron en la imaginería, mi padre José Barbero Gor y su hermano Antonio. Sin embargo, cuando yo tenía tres años, mi padre sacó plaza en el Instituto Central de Restauración en Madrid. Ten en cuenta que la profesión de restaurador en España es relativamente reciente, surgió cuando las autoridades del patrimonio español consideraron necesaria su creación, y mi padre pertenece a la primera generación de restauradores del país, que contó en un principio con la ayuda de restauradores italianos y asesores belgas enviados por la UNESCO, todos ya con larga experiencia en el campo de la conservación y restauración del patrimonio artístico. Todo ello hizo que esa cantera de restauradores, con formación de escultor como era el caso de mi padre, sea quizás la más completa que haya existido en España. Más o menos este es el origen del Instituto, que se preocupa más tarde de crear una escuela que forme directamente a los nuevos restauradores, en la cual precisamente me formé yo.

¿Siguió tu padre dedicándose a la escultura?

Siguió haciendo esculturas pero ya se centró más en la restauración para el patrimonio artístico de España. Tengo que decir que mi padre también conocía muy bien la piedra porque se sacó otra plaza, la de profesor de talla en piedra en Moratalaz (Madrid). Luego con las incompatibilidades entre las dos plazas tuvo que elegir y se quedó con la plaza de restaurador en el Instituto.

Y tú te formas como restauradora gracias a la pionera labor docente de tu padre y su promoción.

Sí, en la escuela que he comentado antes, que procede del Instituto. Por aquel entonces solo se podían hacer dos especialidades en restauración, la de pintura de caballete y la de arqueología, y yo escogí la segunda. La empecé en el Museo de América, primera sede de la escuela y la acabé en la madrileña calle de la Bola, que es donde actualmente está. Éramos doce personas con todas las asignaturas enfocadas en la restauración, un excelente profesorado y piezas auténticas y originales con las que formarnos para restaurar. De hecho, trabajábamos para entidades como el Museo Arqueológico Nacional, el Museo de Ibiza, el de Albacete, etcétera. Yo recuerdo que lo primero que restauré fue un hueso de mamut y ánforas funerarias íberas con restos humanos y ajuar. Una de las muchas ventajas que tenía la especialidad de la restauración de arqueología era el conocimiento que te daba en materiales como el marfil, el hueso, los metales como la plata y el bronce, la cerámica, el vidrio, el cristal, etcétera. Todo ese conocimiento lo he aplicado yo luego a mi trayectoria profesional aunque no haya sido tan arqueológica, pues me he dedicado más al arte sacro, en especial a la restauración de imaginería.

Es curioso que siendo el fundador de la dinastía, Benito Barbero sea el más desconocido de todos sus miembros. No se le conoce a estas alturas una trayectoria artística documentada, lo que también me ha llevado a pensar varias veces si fue más un fundador que un creador.

No, no. Fue un creador, pero es cierto lo que dices. Yo tengo pensado hacer un estudio sobre mi familia hace mucho, lo que pasa es que no encuentro el tiempo. Te cuento una anécdota: hace dos años llegó a mi estudio para su restauración la Virgen de los Dolores, una imagen que es patrona del pueblo granadino de La Herradura, cerca de Almuñécar. Resulta que esa obra es de Navas Parejo, también como te he dicho maestro de mi abuelo. La actividad profesional de Benito se centró mucho en la zona de Priego de Córdoba, Córdoba, Málaga y toda la parte de Almuñécar. Y es que los Barbero escultores no procedemos de Granada capital, sino precisamente de La Herradura, localidad donde Benito nació.

Tampoco tu padre es una figura conocida, de hecho es quizás el más desconocido de la familia en comparación con su talento. ¿Crees que eso ha podido ser por moverse en círculos más académicos que, por ejemplo, su hermano Antonio, mucho más conocido al trabajar más a pie de calle, a pie de hermandades?

Sí. Aunque los dos hermanos se querían muchísimo, yo siempre he defendido el talento de mi padre frente a mi tío. Antonio era profesor de dibujo anatómico en la Escuela de Bellas Artes de Granada y escultor en su taller. Al tener mi padre contacto directo a través de sus restauraciones con los grandes maestros de los siglos XVI, XVII y XVIII, refuerza y afina el aprendizaje que recibió de su padre, empleando las técnicas polícromas de las esculturas que él restaura. La diferencia básica entre los dos hermanos es que uno se enriquece profesionalmente siendo restaurador y el otro se queda siempre como escultor.

Y ahora con el reciente fallecimiento de tu padre, que lamentablemente ha pasado tan desapercibido para todos, entre los que nos incluimos, ¿no duele más que una personalidad tan importante como José Barbero Gor no solo no esté reconocida, sino que se vea hasta usurpada?

Sabes que antes de fallecer mi padre, tú y yo estuvimos hablando para hacerle esa entrevista que, finalmente, no se pudo llevar a cabo. De hecho, yo la empecé con él, y tengo algunas anotaciones, desde escritos sobre la procedencia de obras, hasta anécdotas muy divertidas en el taller familiar. Date cuenta que mi padre y mi tío, que se llevaban muy poco tiempo entre ellos, empezaron a trabajar sobre los 12-15 años en el último taller de mi abuelo en Granada, en la calle San José Baja, donde está la casa actual de mis padres y donde yo también estuve aprendiendo de niña, y allí les pasó de todo. Una de esas anécdotas es que, como mi abuelo Benito no les pagaba, ambos se fueron mosqueados a Sevilla, al taller de mi tío abuelo Rafael Barbero Medina, al que Benito formó en la escultura. Rafael, que era muy reconocido en Sevilla, los quería muchísimo a los dos, y con él mi padre y mi tío estuvieron trabajando y viviendo hasta que se independizaron.

 

 
     
     
Benito Barbero en su estudio
 
José y Antonio Barbero de niños

 

¿Qué restauraciones destacarías de entre las que realizó tu padre?

La Virgen del Entierro de Juan de Juni que está en el Museo Nacional de Escultura, el entierro de Jacobo Florentino del Museo de Bellas artes de Granada, el Cristo de Pablo de Rojas para el Cabildo de Granada... ahora no puedo enumerarte todas, imagínate toda una vida restaurando obras de primerísima fila.

Al hablar del Instituto te refieres al ICROA de los años 80 (Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte), que luego pasó a ser el ICRBC (Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales) y ahora es el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE).

Sí, pero te hablo de antes. Yo nací en 1967 y a los tres años me fui con mis padres a Madrid. Por tanto, desde los años 70 estuvo mi padre en el primitivo ICROA restaurando infinidad de piezas e incluso realizando montajes expositivos como el de las Edades del Hombre.

¿Y qué obras destacarías de tu padre como escultor?

Unas tallas de San Juan y Santa Teresa de Ávila que tiene en Madrid. También un Cristo Resucitado de esa misma zona. Mi padre tenía mucha clientela, tanto en escultura como en restauración. Tenía clientes hasta en Suiza. Tanto es así que por las mañanas estaba en el Instituto y por las tardes en su estudio particular donde continuaba trabajando para sus clientes. Por eso yo siempre he vivido en talleres.

Según me contaste hace tiempo, tu padre hizo tres copias de la Dama de Baza. Por tanto, no solo se dedicó a la rama sacra tanto en escultura como en restauración.

La Dama original está en el Arqueológico Nacional. Una copia está en el Aeropuerto de Granada, otra en el Museo de Baza, y la tercera la tuvo la mujer de Franco y no sabemos dónde está. Aparte de estas copias, hizo la Mariblanca situada en la Puerta del Sol, la Virgen de Covadonga, o Tanit, la diosa ibérica de Ibiza.

Has mencionado antes a Rafael Barbero Medina, probablemente junto con Antonio Barbero Gor el más conocido de toda la saga. ¿Cómo ves una figura artística tan interesante como la de tu tío abuelo?

Pues mira, me hizo mucha ilusión al llegar a Jerez de la Frontera, ciudad en la que llevo ya algunos años después de tanto tiempo de vivir en Granada, Madrid y Barcelona, que la gente, por el apellido, me preguntara aquí por Rafael. Lo conocí cuando yo tenía 15 años, y lo conocí poco, pero mi padre siempre hablaba con muchísimo cariño de él y lo consideraba muy buen escultor. Como sabes, Rafael se marchó a Sevilla, pero no te puedo decir si lo hizo también tras enfadarse con muy abuelo Benito, que era igual de sensible que de particular, o bien por la demanda que había por aquel entonces de imágenes en Sevilla tras la guerra civil. Te puedo hablar, por cierto, de otro artista en mi familia, un primo hermano de mi padre al que conocí cuando estuve viviendo en Barcelona, que era como Rafael muy bueno en la talla de las miniaturas y las filigranas en marfil. Yo a este lo conocí estando él de restaurador en la catedral de Barcelona.

¿En qué se reflejaba artísticamente esa sensibilidad de tu abuelo?

Mi abuelo Benito era buenísimo y exquisito en las policromías. Y también en la escultura pequeña porque era muy detallista. De hecho, mi abuelo ayudó a mi tío Antonio en la copia del Cristo del Silencio de Granada, cuyo original como sabes es de José de Mora. Es Benito Barbero quien saca de puntos al crucificado. Cuando nosotros nos fuimos a Madrid es Antonio quien se queda con el taller de mi abuelo, incluyendo la ingente cantidad de moldes y bocetos que allí se hacinaban en estanterías. Lo más triste es que cuando mi tío se jubila y cierra el taller, decide vender algunas cosas y tirar la mayoría a un contenedor. Nosotros conservamos muy poco, lo más importante la carpeta de bocetos de Benito que mi padre consiguió rescatar de ese contenedor.

Siempre he pensado que tu familia fue un revulsivo dentro del entorno granadino, muy condicionado por el estilo de los maestros barrocos, sobre todo del taller de los Mora. Todos los Barbero decidieron evolucionar un paso más allá y ofrecer un tipo distinto de escultura, apartándose, al menos en una parte, de lo acostumbrado. Eso no es que tampoco esté reconocido, sino que es la primera vez, creo, que se comenta.

Estoy totalmente de acuerdo. Ellos, como te dije, mamaron y vivieron de todas esas grandes esculturas que tuvieron en sus manos, muy diferentes entre sí, e incorporaron toda esa variedad de técnicas a su estilo, sobre todo mi padre. Hace unos meses una hermandad de Jaén me pidió un certificado de autenticidad respecto de cuatro pequeños evangelistas labrados por mi tío abuelo Rafael que salieron a subasta. Por supuesto los certifiqué porque son los que se hacían en el taller de mi abuelo. De hecho, yo en mi casa tengo cuatro apóstoles tallados por mi padre que están en la misma línea escultórica. Son figuras muy personales las de todos ellos, a la vez que muy andaluzas. También se ha dado el caso de aparecer en la revista "Antiquaria" unas esculturas de los primeros años de mi padre y mi tío, pero confundidas con unas tallas sevillanas del siglo XVII o XVIII que incluso habían llegado a la sala Christie's de Londres para ser subastadas.

¿Crees que Granada debería volcarse con los Barbero en una publicación y una exposición sobre su obra?

Por supuesto. De hecho, mi marido, que es catedrático de Bellas artes y pintor y ha sido objeto reciente de una tesis, se sorprende de que nadie le haya hecho una tesis a mi familia. Aquí mismo, en la cartuja de Jerez, ahora que estoy recordando, las figuras del apostolado del coro son de mi abuelo Benito, y dos tablas del camarín fueron restauradas por mi padre. A mí personalmente me gustaría hacer un homenaje y sacar toda la documentación que tengo, sobre todo de mi abuelo y de mi padre, del que tengo carpetas de todos sus trabajos, porque mi padre, a diferencia de su hermano, lo guardaba todo. Al respecto, otra anécdota que tengo muy curiosa es sobre el escultor Domingo Sánchez Mesa, cuyo nombre no se podía mencionar a los Barbero, sobre todo a mi abuelo, que llegó a borrarlo de una foto del taller con sus discípulos, porque aunque en principio eran amigos y Sánchez Mesa se formó a su lado, Benito acabó descubriendo que le espiaba y le pisaba todos sus proyectos sistemáticamente.

 

 
     
     
Restauración de la Dolorosa de Salzillo
 
Limpieza del San Juan de Salzillo

 

¿Qué tipo de restauración practicaba tu padre?

Muy purista. Hacía lo mínimo y siempre dentro de estrictos criterios de conservación y restauración. Por ejemplo, nunca reintegraba si no entraba dentro de dichos criterios.

Hablemos ahora de tus restauraciones. Entre ellas están las que realizaste a todas las obras de imaginería del Museo Salzillo de Murcia, consideradas por muchos expertos las mejores del mundo.

Salzillo es el último escultor del XVIII, el último escultor del barroco. Yo lo comparo con Velázquez. Su policromía y su talla eran exquisitas. Toda la imaginería española que trata sobre la Oración en el Huerto o la Última Cena se basa en sus esculturas. Yo llego a Salzillo con motivo de la Expo 92, cuando me encargan para los tesoros del pabellón de España la restauración del San Juan, que hago en Madrid en los talleres del Instituto. En ese momento estaba restaurando los frescos de Vázquez Díaz en el monasterio de la Rábida. Como la restauración del santo gustó mucho, acabé restaurando para la hermandad del Nazareno de Murcia toda la Pasión de Salzillo, incluyendo los tronos, que eran de plata corlada algunos de ellos. Reforcé todas las estructuras de las figuras y sus sujeciones. Conté con la ayuda de un carpintero que reeduqué a mis criterios para que nunca invadiera la labor restauradora, como en otros trabajos, siguiendo así también las enseñanzas de mi padre. Recuerdo que empecé restaurando el grupo de la Oración en el Huerto de los Olivos, sobre todo la fuerte infección por la carcoma que tenían las alas del ángel debido al olivo que siempre le dejaban al lado. Dichas alas no eran de cedro, como el resto, sino de pino. A partir de aquí, me independizo profesionalmente de las empresas con las que había trabajado, emprendiendo un gran proyecto de varios años.

Como profunda conocedora entonces de la obra de Salzillo te habrás encontrado con multitud de muestras de genialidad en sus esculturas.

Siento la restauración como una pasión y un privilegio. Cuando coges una pieza, ya sea de Salzillo o de otro maestro, establezco una conexión en la que siempre digo que solo el artista y yo hemos estado tan cerca de la pieza. A mí eso me emociona y hasta me transporta. Pensar que Salzillo, en este caso, es quien ha estado únicamente respirando la pieza como la estoy yo respirando ahora, crea como un vínculo muy especial con el autor. Con Salzillo me quedo con haberle quitado un poco el bulo de que no era tan escultor como parecía, que hay mucho paño encolado en sus piezas, lo cual es falso porque todo es madera, lo que pasa es que tiene una talla tan fina y delicada que parece lienzo más que madera. Sus policromías eran exquisitas, con técnicas y transparencias en algunas muy novedosas, caso del grafito bruñido del soldado con el yelmo metalizado del Beso de Judas, que solo conseguí fijar y consolidar gracias a la gran enciclopedia que era mi padre, una vez se hicieron los correspondientes análisis estratigráficos en El Prado y en la Universidad Alfonso X. De Salzillo también destacaría el abundante uso de las corlas, las magníficas policromías anacaradas al pulimento, y los detalles del peleteado que se va difuminando en los ángeles o en la Dolorosa.

¿Son los restauradores una garantía para acreditar una paternidad artística?

Es un complemento científico muy importante que puede ayudar a certificar la investigación del historiador. Cuando veo a historiadores que solo hacen comparativas de esculturas para acreditar una autoría, basándose únicamente en un parecido, creo que deberían consultar más a los restauradores, que estamos tan cerca siempre de las obras. A través del análisis de las técnicas se pueden realizar también estudios comparativos muy certeros. Yo reconozco perfectamente, por ejemplo, detalles magníficos de Salzillo, como la forma del lóbulo de los ojos o el planito tan característico, muy parecido al tuyo, que siempre dejaba en la nariz de sus figuras masculinas. Por cierto, respecto a Salzillo también recuerdo con mucho cariño su paso de la Flagelación, tanto por conocer a mi marido cuando lo estaba restaurando, como porque me habían dicho que era el peor de todos y nada más lejos. Salzillo lo hizo con 72 años, un anciano para su época. Su restauración fue tan maravillosa que me emociono al recordarla, ya que es un Cristo de los Azotes tan dulce, como modelado en barro al estilo de los apasionantes grupos de La Roldana. Más que tallado estaba modelado, era como mantequilla para Salzillo ya la escultura. Con una soltura y una dulzura impresionantes.

Hablando de barros, después de la Pasión de Salzillo te encargan la restauración de su Belén.

Sí, y viajé a Nápoles para empaparme de las técnicas que Salzillo usaba por herencia de su padre Nicolás, que era italiano y también se dedicaba a la escultura, ya que no es lo mismo la policromía aplicada en una terracota o en una piedra, que son policromías directas sin base de preparación, que la aplicada por ejemplo en la madera. Y por eso mismo, al estar hechas las primeras directamente sobre el soporte hay que tener mucho cuidado al restaurarlas porque son mucho más frágiles.

 

 
     
     
Apóstoles de José Barbero en "Antiquaria"
 
Retablo del Sagrario de Jerez

 

También restauraste una obra de Jacobo Florentino, otro artista italiano muy importante en España.

No es lo mismo en la talla un estuco que va recibir un dorado, o un brocado aplicado, un estofado, una corla, una encarnadura al pulimento o mate, un oro bruñido o mate, un cincelado... Todo ello son técnicas que yo he visto hacer en el taller de mi familia y luego yo he restaurado. El brocado aplicado es muy complicado, ya que tienes el estuco pero luego tienes una base de cera donde imitar los espesos tejidos de la época como esos terciopelos tan maravillosos que luego se trasladan a la policromía. Y eso precisamente lo tuve que restaurar en la obra que comentas de Florentino para Jaén, el altorrelieve del Calvario de la iglesia de la Magdalena, que además lo tuve que trasladar porque sufrió reubicaciones y la de entonces argumenté, gracias a una fotografía existente en el Archivo Mas de Barcelona, que no era la suya. Ese relieve lo desmontan cuando lo exponen en Sevilla con motivo de la Exposición del año 1929, y cuando vuelve a Jaén pierde todo el relieve de fondo adamascado del Calvario que tenía, por lo que decidimos mantener el fondo neutro del muro de la iglesia y subirlo a su altura original ya que estaba apoyado en el suelo.

¿Existen varios tipos de restauradores?

Los restauradores se diferencian más por la formación recibida y por su especialidad, que por los lugares de trabajo. Si un restaurador tiene el respaldo técnico de un centro oficial, tiene más posibilidad de investigar, pero a mí me atrae más el reto que supone cada restauración que empiezo en campañas. También me hago servir de los medios técnicos y científicos cuando lo requiere mi intervención. En su día tuve la oportunidad de trabajar en instituciones oficiales, como la Universidad de Bellas Artes de Granada, el Patronato de la Alhambra, o el ICROA, pero era muy joven, y me sedujo más la formación tan variada que me ofrecía la empresa privada, que en esa época tenía muchísima demanda.

¿Cuál fue la primera restauración que hiciste para Jerez de la Frontera?

La del Cristo de la Salud que está en la iglesia de San Miguel. Eso fue hace 22 años, me pidieron un proyecto y ahí está intacto el resultado. Se sacó el paño de pureza con las grecas doradas y la policromía original de José de Arce, con el magnífico anacarado y la valiente transparencia en blanco de plomo que tiene. Ello siempre con la pátina que yo dejo porque mis restauraciones se basan en el criterio del paso de tiempo, algo que siempre hay que dejar ver. Cuando las hermandades encargan una restauración se tienen que fijar no solo en los proyectos o en los presupuestos, sino en la mano del restaurador y los trabajos que ha realizado antes. Todos sabemos la teoría y hacer unos proyectos y unas valoraciones magníficas, pero luego la mano del restaurador es tan personal como la de un pintor, escritor o escultor. Aunque haya criterios basados en el respeto, la conservación y el uso de técnicas y materiales reversibles y similares al original, todo el mundo se olvida de la limpieza, que es una última fase fundamental porque es la única no reversible en una restauración. Previamente está la consolidación de la estructura interna, que eso nunca se ve, sino que se conoce después en las fotografías y documentación que el restaurador presenta. Pero lo que el restaurador va a eliminar y retirar con una limpieza nunca se podrá reponer. Se podrá cambiar un consolidante, una reintegración cromática, un dedo repuesto en resina, unas estructuras metálicas interiores de las que yo no soy nada partidaria, etcétera, pero una limpieza, una retirada de un repinte, suciedad o repolicromía en una escultura ya no tiene marcha atrás, eso ya no vuelve.

Por lo que has dicho antes, supongo que estarás totalmente en contra de la gran mayoría de las restauraciones que se hacen actualmente.

Lo que estoy es impresionada de que se hagan en el tiempo que estamos. Son propias de los tiempos anteriores a la generación de mi padre, cuando escultores y pintores restauraban porque no existían los criterios, las técnicas y los materiales con los que ahora contamos. Antes podemos entender que repolicromaran, barrieran o raspasen una escultura. Pero que hoy en día se siga haciendo eso... Yo me llevo las manos a la cabeza y además me duele, porque me apasiona la escultura y la restauración. Es mi vida desde hace ya muchos años. No quiero decir que se haga todo mal, hay restauraciones que son muy buenas, pero algunas son muy malas y conllevan un gran desconocimiento. Ello se demuestra, por ejemplo, en el deseo de algunos de que la obra acabe como salió del taller de su autor, algo que además es imposible porque los escultores no las sacaban como nuevas, sino envejecidas gracias a las pátinas que utilizaban. El restaurador, con una escultura que llega a sus manos, tiene la obligación de no interrumpir el paso del tiempo, la historia material que el tiempo deja en la escultura. Goya decía que el tiempo también pinta. Un craquelado o una fisura, por ejemplo, son como las arrugas en una persona. La gente que se estira para borrar esas arrugas se transforma, ya no son lo que eran, y eso es lo que sucede también con las esculturas. Mi padre decía que el restaurador tiene la propiedad de hacer que la historia de una obra siguiera adelante o se interrumpiera.

Dicen que eso es producto de la ignorancia.

Más que ignorancia es la falta de información y la despreocupación. Los responsables de unas esculturas, que les han llegado bien por hermandades bien por cualquier otro legado, deben ser muy responsables con ellas y tienen la obligación de protegerlas. La devoción hacia una imagen no es para nada incompatible con sentirla como una obra de arte, algo que jamás debe olvidarse.

 

 
     
     
Retablo del Calvario de Jacobo Florentino. Estado inicial y final

 

¿Hay obras que se han echado a perder en los últimos tiempos por una mala restauración?

Totalmente. Son obras que son irrecuperables y que además han perdido esa historia material. Tengo la suerte de tener conocimiento, por venir de un taller de escultores de varias generaciones, de las diversas técnicas escultóricas y polícromas. Esto me ha sido de gran ayuda para aplicar determinados tratamientos de restauración y por ello me resulta más fácil reconocer, por ejemplo, cuándo un escultor pone unas sombras intencionadas en una obra y no confundirlas con suciedad. Hay restauradores con especialidades que se alejan de las técnicas escultóricas porque las desconocen y las han llevado como suciedad para finalmente eliminarlas de la escultura. También están los abusos con las limpiezas químicas. Con ese tipo de limpiezas hay que tener mucho cuidado en una restauración porque son muy difíciles de controlar, ya que suelen reblandecer, fundir y llevarse más de la cuenta. Es cierto que facilitan pero también que barren y luego hay que reponer lo perdido.

¿No crees que aparte de esa desinformación o despreocupación de la que hablas también puede influir el capricho o el criterio estético desacertado que tenga el propietario de la obra?

Claro. Esto que preguntas me encanta porque por mis manos han pasado infinidad de esculturas. Solo de Salzillo he restaurado 42 esculturas procesionales y 450 figuras del Belén, además de maestros como Mena, Alonso Cano, Montañés, José de Arce, Risueño, Jacobo Florentino, Fernando Ortiz... todo de primera fila, obras que están en la historia del arte. En alguna ocasión me han venido diciendo que si les podía cambiar tal o cual escultura porque no les gusta su mirada o su gesto. Me he negado en rotundo, jamás he hecho una transformación. Por otro lado, la educación y formación de un restaurador se manifiesta en no dejarse llevar por el capricho de un cliente ya que, por encima de todo, está la escultura y el respeto a su creador. Lo peor es cuando te vienen con una obra como la Virgen de la Arrixaca de Murcia, que llegué a presupuestar pero al final restauró otra persona. La hermandad acabó tan descontenta con esa restauración que incluso me dijeron que ya no se casaba nadie más delante de la Virgen y que si, por favor, yo podía volver a restaurarla. Yo me negué porque, en casos como esos, ya no se puede hacer nada pues el restaurador había barrido con todo.

Aparte de las de Salzillo, ¿qué esculturas de entre las muchas que has restaurado te han impresionado más?

Los Ecce Homo de los hermanos García, como el de la Cartuja de Granada o el de la iglesia de los santos Justo y Pastor. Esas terracotas policromadas tan grandes me impresionaron mucho porque consiguieron unas policromías magníficas directas en el soporte, sin preparación como hablábamos antes del Belén de Salzillo. Tenían repolicromías encima e incluso purpurinas metidas en el oro fino por el sacristán de turno, que fueron eliminadas y de alguna manera habían protegido lo que estaba debajo.

Me alegra que menciones el Cristo de los García en la Cartuja porque creo que, tanto esa obra como la Virgen del Rosario de Mora que está a su lado en el patio, no se ubican en los mejores lugares para su conservación. Esto pasa con demasiadas obras que, como bien dices, forman parte ya de la historia del arte.

Hace tiempo que no las veo, la Virgen estará peor al resentirse mucho más la madera de los movimientos y las condiciones medioambientales que la terracota. Granada además tienes contrastes muy bruscos de humedad y temperatura, se pasa literalmente del calor al hielo. A lo que dices súmale que, cuando yo restauré el Ecce Homo, me lo encontré destrozado porque la gente le tiraba monedas para pedirle deseos. También me atrae mucho la restauración de los retablos, como el de la Iglesia de San Francisco del Puerto de Santa María y el del Sagrario de San Miguel de Jerez.

Hablábamos antes de la copia del Cristo del Silencio de Granada. ¿No crees que en casos como el de la Cartuja la copia sería una buena solución, o en todo otro lugar para preservarla mejor?

Sí, mi padre y el Instituto defendían restaurar el original y hacer luego, en algunos casos, una buena copia del mismo. Eso sí, una copia bien hecha del original. Es cierto que las esculturas procesionales están hechas para salir a la calle, pero hay algunas del siglo XVI o XVII que están sufriendo demasiado y la gente debería tomar conciencia, al menos de cara a la procesión.

Una de las restauraciones más importantes que realizaste fue la del Hospital de Mujeres en Cádiz.

Por supuesto no la hago yo sola, cuando son cosas grandes siempre cuento con un equipo. Eso sí, es muy importante que parezca que lo haya hecho una sola persona, por lo que siempre les digo que hasta el bisturí lo tienen que coger igual. Lo que decíamos antes de las restauraciones como algo muy personal. Todo el mundo debe trabajar de la misma forma en estos casos y luego hacer una cadena. En el caso de un retablo, por ejemplo, antes de limpiar los cúmulos de polvo hay que palparlos con guantes, hacer como una criba porque te puedes encontrar fragmentos, pequeñas piezas sueltas, documentos, etcétera, y luego ya quitas el polvo con suavidad. Luego van los que consolidan, los que fijan, los que estructuran, luego viene el ebanista o carpintero al que le tienes que preparar sus tareas para que haga los refuerzos más grandes, luego está el historiador que va haciendo su trabajo... Lo que te digo, un trabajo en cadena en el que cada labor es igual de importante, ya que por ejemplo, el que no limpia bien el polvo impide que el que venga detrás consolide bien el oro y la policromía. Del Hospital de Mujeres recuerdo especialmente el Nacimiento que las monjas sacaban al patio por Navidad. Y claro, le llovía, a veces durante varios días según el tiempo, luego las monjas lo limpiaban, lo volvían a sacar, y así hasta que un día dejaron de hacerlo, pero claro las policromías estaban muy afectadas, machacadísimas, por toda la abrasión que había sufrido. Muchas veces las patologías de una obra al restaurarla no se deben solamente al paso del tiempo o al envejecimiento natural de los materiales, como una corla que al cristalizarse con los años abra un embón, sino a la acción provocada por el desconocimiento del hombre ante las técnicas y los materiales de una escultura. Un oro, por ejemplo, no se puede mojar o pasarle un paño húmedo.

 

 
 
Restauración del retablo mayor de los Jesuitas de El Puerto

 

Hace poco diste una conferencia acerca de la restauración que realizaste a la Virgen del Mayor Dolor de Jerez. Seguramente eso puede ser un medio para sacar del desconocimiento a la gente y por tanto sería necesario celebrar más conferencias y sacar más publicaciones para que todos estuviesen más informados.

Es algo que yo ofrezco a las hermandades y aprovecho aquí para difundirlo. Considero que es una labor del restaurador dar unas pautas para una buena conservación de las obras, y decir a las hermandades las cosas que no deben hacer para dañarlas. Los restauradores debemos ser vistos como los médicos del arte. Si una obra procesiona y le cae un chaparrón o tiene una rotura por un golpe o movimiento brusco, por ejemplo, la actuación del restaurador debe ser como unos primeros auxilios, sobre todo para no agravar la alteración. La gente, sobre todo los responsables de las obras de arte, tiene que conocer cómo está hecho su patrimonio, cómo debe ser restaurado siempre por manos expertas, y lo que tiene que hacer o no tiene que hacer para conservarlo bien. Pero claro, todo eso hay que explicarlo antes.

¿Cuántos años llevas en la restauración?

Llevo ya treinta años restaurando. Me avalan no solo mis trabajos como restauradora, sino las restauraciones que hizo mi padre. Nunca nadie me ha venido quejándose de una restauración que yo haya hecho. Ofrezco totales garantías en mi trabajo. Una vez me vinieron con unas pompas en un cuadro que restauré y forré hace unos años, y al final resultó que el cuadro se había mojado y le habían pasado un secador sin hacerlo correctamente. Eso evidentemente es otra historia, como he dicho antes fue una actuación posterior, improvisada e inexperta, que agravó la patología ocasionada.

Según tu marido, existe el crítico literario y el crítico de arte, pero no el crítico de restauración, y por tanto las malas restauraciones no salen a la luz.

Pues como él dice eso se solucionaría organizando certámenes o cursos especializados en técnicas de construcción, técnicas de policromado, criterios de conservación, etcétera, dirigidos no solo a los hermanos mayores sino a los hermanos de todas las cofradías. Unos cursos gratuitos o unas jornadas cortas, algo sencillo pero bien organizado para que el público pueda diferenciar con criterio cuando hay una buena o mala restauración y de esta manera ayudar entre todos que el legado artístico no se pierda.

Actualmente estás restaurando un crucificado para la iglesia jerezana de Santo Domingo.

Es una restauración patrocinada por Fundación para el Desarrollo y la Cooperación Internacional a través del Palacio Domecq, cuyos bienes muebles de su palacio, que está justo al lado del templo dominico, he estado restaurando durante tres años hasta hace muy poco. Al ser una familia muy sensibilizada con el patrimonio, el arte y la conservación, y al estar muy vinculada con Santo Domingo, hemos emprendido la restauración de este Cristo de la Salud, que es magnífico, tiene varias intervenciones y le estamos retirando la última policromía, muy oscura y acartonada, para sacar la subyacente. Cuando hicimos esta entrevista y gracias a vosotros que me facilitásteis el contacto con la persona más experta en este tipo de escultura de pasta de maíz. Pablo Amador Marrero, restaurador, historiador, investigador y con el doctorado hecho sobre estos Cristos, ha sido figura clave para conocer la técnica de construcción y orientarme en determinadas fases del proceso de restauración. Es una obra que vino de América, el investigador la sitúa en la meseta de México, perteneciente al taller de los Cortés y la fecha en 1570. La técnica, que para mí era un misterio, me ayudó a entenderla por su larga experiencia en estos Cristos como restaurador y como historiador. Le hemos hecho estudios radiológicos, con luz ultravioleta, videoendoscopia, pruebas estratigráficas que se están analizando en la Universidad de México. Esta restauración, actualmente finalizada, se presentará con una conferencia y un acto solemne en los Claustros de Santo Domingo y en la propia Iglesia el día 19 de octubre a las 20:30 en Jerez de la Frontera.

¿Hay posibilidad de restaurar otros bienes del templo jerezano como su espléndido retablo mayor?

Hay un proyecto para restaurar ese gran retablo barroco, lo que nos faltan por ahora son patrocinadores y lógicamente el Palacio Domecq no puede afrontarlo todo. Ahí estamos, haciendo una llamada. De momento hemos empezado con el Cristo, ojalá pueda venir luego la restauración de todo lo demás.

 

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica a través del icono superior. Todas las instantáneas muestran procesos de intervención de obras de escultura y pintura que han sido mostradas anteriormente al público en conferencias y ponencias celebradas por la restauradora.

 

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