RETABLOS DE GUIPÚZCOA

Jorge Barbó para Diario Vasco


 

Son los Calatrava, Gehry, Pelli o Foster del arte sacro. Como las estrellas de la arquitectura contemporánea, maestros como Juan de Ancheta, Luis Salvador Carmona o Gregorio Fernández buscaban la belleza por encima de todo. Sólo su anonimato y su gusto por lo fastuoso, en contraste con la búsqueda obsesiva de lo sencillo y lo funcional, les diferencia de los hijos de la Bauhaus. Como los puentes, museos o edificios emblemáticos actuales, para aquellos artistas los retablos eran su encargo más codiciado. "Se puede pensar que son sólo esculturas, pero en realidad son edificios con sus diferentes elementos arquitectónicos", ilustra Pedro Luis Echeverría Goñi.

 

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Retablo de la Asunción (Segura)


La gubia de Luis Salvador Carmona era una de las más solicitadas en la España del Barroco. El escultor vallisoletano dejó su impronta en las mejores obras de la Península y una gran huella en Euskadi. Y en la Parroquia de Nuestra Señora de La Asunción de Segura echó el resto. Si uno se sienta en uno de los bancos del templo acabará teniendo la sensación de estar asistiendo a una gran función en el Palais Garnier de París.

Al altar mayor de Segura sólo le falta un gran telón de terciopelo rojo para convertirse en un gran escenario. En él, todo está calculado para otorgar a la estructura de un aire de teatralidad: la Virgen de la Asunción flotando sobre una esponjosa nube de bronce, con querubines revoloteando a su alrededor, unas enormes columnas que parecen sostener un cielo dorado hasta el infinito... Pura magia.

¿Le parece exagerado? Intente ponerse en la piel del aldeano del siglo XVIII que clavaba por primera vez sus rodillas para rezar a la virgen. La sensación que pudo experimentar es muy similar a la que usted experimentó al ver en tres dimensiones a los bichos azules de Avatar. No es algo tan distinto. Al fin y al cabo, hablamos de una superproducción de la época. La joya de la corona de Segura costó más de 200.000 reales de vellón, entre la fina escultura de Luis Salvador Carmona y la costosísima policromía de la obra. Y sin necesidad de gafas.

 
 
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Retablo de San Vicente (Donostia)


Que no le engañe el aspecto tosco y dejado de la fachada de la iglesia de San Vicente, la más antigua de todas las que se levantan orgullosas sobre la Bella Easo. Su interior es todo delicadeza.

Como las esculturas que jalonan su colosal retablo renacentista. Desde cierta distancia, recuerda un gran escaparate, donde una colección de santos, vestidos impolutos con sus mejores galas, tiran de pose heroica, como queriendo competir entre ellos para atrapar la atención del fiel. No sea morboso y aparte la vista del tipo medio desnudo ensartado de flechas.

Baje la mirada. San Vicente Mártir, el que está peinado como un niño bien del barrio de Salamanca, es en realidad todo un héroe. No se deje engañar por su apariencia: el chaval era un maño recio. El de Zaragoza fue torturado de una forma brutal: crucificado en aspa, le rompieron los huesos, le desollaron y le colocaron en una parrilla con ascuas.

Dicen que el escultor de la imagen, el genial Ambrosio de Bengoetxea era sordomudo -"el sordo de Astiazu", le llamaban- pero conseguía hacer que sus esculturas hablaran. Mejor no pensar en qué diría el pobre Vicentico.

 
 
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Retablo de San Pedro (Zumaia)


Jugaba cerca de casa y quiso quedar bien. El retablo mayor de la parroquia de San Pedro en Zumaia es el único que se conserva en su totalidad de todos los que creó el azpeitiarra Juan de Anchieta.

No es el único valor de la obra. De roble y nogal, la estructura alberga en armonía las expresivas esculturas -fíjese en el rostro de San Pedro, el barbudo que lleva una especie de cubo en la cabeza-, con hermosos relieves en los que se representan escenas evangélicas como la Última Cena con todo detalle.

Ya se sabe que los genios no trabajan gratis. En este caso, Anchieta se embolsó 1.254 ducados de los 1.658 que costó la arquitectura y escultura de la obra por tres años de minucioso trabajo. Para reunir tal cantidad fue necesario que concejo, los clérigos y los mayordomos relacionados con la parroquia se rascaran el bolsillo.

 
 
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Retablo de Santa Marina (Bergara)


El impresionante retablo rococó de Santa Marina de Oxirondo nos ayuda a hacernos una idea de qué hay debajo de capas y capas de fulgurante pan de oro. Como el de Santa María en Portugalete, la fuerte inversión necesaria para hacer realidad esta joya sacra hizo que no se pudiera llegar a dorar, quedando la madera desnuda.

El oscuro tono del roble de las impresionantes columnas y el castaño y nogal del resto de la obra hace que cobren más presencia las esculturas, que salieron del taller madrileño del célebre Luis Salvador Carmona. De hecho, desde allí salieron en carros hasta la localidad guipuzcoana.

A estas alturas ya habrá reparado en que todos los retablos están rematados por el Cristo clavado en la cruz o ya resucitado. Puede parecerle una perogrullada, por aquello de que es el hijo de Dios, el Mesías, el Salvador, el protagonista de la película, vamos. Pero la explicación tiene un aire algo más erudito. No olvide que los retablos son enormes libros que cuentan una historia de redención tallada con gubia y cubierta de pan de oro.

 

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