Texto de José Roda Peña

 

Deseo que mis primeras líneas sean para felicitar, muy efusivamente, a Sergio Cabaco y Jesús Abades, responsables del diseño y contenidos de esta página web La Hornacina, que durante los últimos años se ha granjeado un merecido prestigio entre los historiadores del arte -amén de otros colectivos profesionales relacionados con el mundo artístico y de un amplio público interesado por estos temas-, y en particular por quienes, desde el ámbito universitario, nos dedicamos a la investigación de la Escultura, que diríamos constituye el "plato fuerte" de este portal de Internet.

De inmediato, debo también manifestar mi gratitud a tales amigos por haberme confiado la responsabilidad de emitir un juicio crítico sobre la amplia selección de 60 obras que concurren al VII Premio La Hornacina -cuyo objetivo, como lo indica su propia normativa, se dirige "a contribuir a la divulgación de la escultura sacra y al reconocimiento popular de los creadores que la hacen posible"-, escogiendo de entre todas las presentadas durante el pasado año 2012 aquella que, bajo mi subjetivo discernimiento, despunte de manera sobresaliente por su calidad plástica e interés iconográfico.

 

 

 

Ardua y comprometida tarea, porque son varias las que han despertado mi atención por su incuestionable cualificación técnica y formal, pero como se impone el compromiso de elegir tan solo una de ellas, me decanto por el Calvario tallado en madera policromada por el sevillano Darío Fernández, con destino al Oratorio filipense de Londres. Tuve, además, la oportunidad de contemplarlo directamente en el Apeadero del Ayuntamiento de Sevilla, durante los días en que permaneció expuesto antes de su traslado a la capital londinense, quedando impactado por su delicada belleza y potencia expresiva.

Supone una atinada reinterpretación en clave neobarroca de este antiguo tema de la Déesis bizantina, tantas veces cultivado por los pintores y escultores occidentales. Creo, en verdad, que su factura es impecable, y en las tres efigies de talla completa que lo componen: Crucificado, Dolorosa y San Juan Evangelista, su autor ha sabido aunar la profunda espiritualidad, la intensidad emotiva, el aura clásica y el ponderado naturalismo que resultan característicos en su producción.

Ciertamente, se trata de un conjunto escultórico de primerísimo nivel, propio de un artista de excelente preparación intelectual y probada solvencia en el conocimiento de su oficio, habiendo entrado de lleno en la madurez que se reserva a los maestros escultores de más altos vuelos, en cuyo quehacer se refleja la mejor tradición de la gran imaginería española.

 

 

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