CARAVAGGIO Y LOS PINTORES DEL NORTE. DIEZ OBRAS MAESTRAS

Con información de Gert Jan van der Sman (14/06/2016)


 

El primer testimonio coherente sobre la vida de Michelangelo Merisi da Caravaggio apareció en los Países Bajos septentrionales, a más de 1.500 kilómetros de distancia de Roma. En 1603, el pintor y escritor Karel van Mander (1548-1606) estaba dando los últimos toques a su Schilder-Boeck, una extensa obra sobre la historia, la práctica y la teoría del arte pictórico. La parte principal de este libro, que se publicó en 1604 en lengua holandesa, estaba integrada por las vidas de antiguos pintores italianos y holandeses, pero Van Mander incluyó deliberadamente a maestros italianos contemporáneos suyos. Van Mander mantenía que Caravaggio no desaprovechaba ninguna ocasión para hacer carrera. Además, no rehuía la controversia y defendía sin temor sus convicciones. La esencia de la visión de Merisi acerca de la pintura tenía que ver con la imitación de la naturaleza.

 

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San Juan Bautista en el desierto (Caravaggio)


Posiblemente la mejor pintura del maestro de cuantas se conservan en Estados Unidos y una de las grandes joyas del museo que lo custodia, el Nelson-Atkins de Kansas City. Fue encargada en 1602 por Ottavio Costa. Una copia temprana se halla en un oratorio de la localidad italiana de Conscente, para cuyo altar mayor seguramente fue pintada.

 
 
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Los músicos (Caravaggio)


El cardenal Francesco Maria del Monte, su primer benefactor, ofrece alojamiento a Caravaggio en el Palazzo Madama de Roma, donde pinta Los músicos (1595-1596) y Santa Catalina de Alejandría, en las que se puede apreciar la rápida evolución de su técnica, desde la paleta brillante y colorida del primero al marcado claroscuro del segundo.

 
 
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Santa Catalina de Alejandría (Caravaggio)


La modelo ha sido identificada con Fillide Melandroni, una célebre cortesana de la época. Vestida ricamente como corresponde a una princesa y arrodillada sobre un cojín, mira al espectador. Santa Catalina aparece con todos los atributos que aluden a su martirio: la rueda con los cuchillos, la espada con la que fue decapitada y la palma.

 
 
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El sacrificio de Isaac (Caravaggio)


Según Andrew Graham-Dixon en su interesante ensayo Caravaggio: una vida sagrada y profana, el maestro pretendía poner de relieve la idea del sacrificio representando a la oveja con cuernos, pero el sacrificio que tenía en mente no era el de Isaac sino el del propio Cristo, algo que da entender sutilmente en las hojas de parra que simbolizan la Eucaristía.

 
 
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David con la cabeza de Goliat (Caravaggio)


La capacidad de Caravaggio para dejar de lado las convenciones y abordar temas tradicionales con una sorprendente originalidad queda patente en David con la cabeza de Goliat (hacia 1598-1599). Desde el momento en que otras dos obras, los lienzos de la Capillla Contarelli, se muestran al público -durante el Jubileo del año 1600-, Caravaggio se convierte en el pintor más solicitado de la Ciudad Eterna y se suceden los encargos tanto públicos como privados para clientes como Maffeo Barberini, futuro Papa Urbano VIII, o el banquero Ottavio Costa.

 
 
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El martirio de santa Úrsula (Caravaggio)


La muestra se cierra con El martirio de santa Úrsula (1610), en el que Caravaggio se autorretrata sujetando una lanza en el momento en el que el rey de los hunos hiere con su flecha a la Santa. Pintado pocas semanas antes de su muerte, constituye un punto culminante de la última parte del recorrido de la exposición.

 
 
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Joven cantante (Dirck Van Baburen)


La sana rivalidad que surgió entre Gerard van Honthorst, Dirck van Baburen y Hendrick ter Brugghen les lleva a emularse o a intentar superarse en cuadros como Pífano o Flautista (ambos de 1621), que Ter Brugghen pinta como respuesta a las figuras de músicos de medio cuerpo del no suficientemente valorado Baburen, como este Joven cantante (1622).

 
 
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San Francisco en meditación (Caravaggio)


Obra de ascética morbosidad, compuesta con un fuerte sentido dramático, en la que el santo aparece arrodillado, absorto en la contemplación del sencillo crucifijo de madera que utiliza en la oración. Su hábito desgarrado y remendado es símbolo de su piedad y su desprecio por las cosas mundanas.

 
 
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El entierro de Cristo (Dirck Van Baburen)


Una de las obras más admiradas del periodo romano del pintor holandés Dirck Van Baburen es El entierro de Cristo (1617). Es posible que este artista estableciera contacto con su benefactor a través del pintor valenciano José de Ribera quien, al igual que él, había llegado a Roma pasando por Parma.

 
 
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La Magdalena en éxtasis (Louis Finson)


La escuela pictórica desarrollada en Aix-en-Provence retiene al flamenco Louis Finson a su regreso a Italia, donde recibió la influencia de Caravaggio. Al artista le llovieron los encargos para los templos de la localidad: Resurrección de Lázaro, Incredulidad de Santo Tomás o esta espléndida Magdalena en éxtasis que puede verse en la muestra.

 

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