LA EVOLUCIÓN DE LA ESCULTURA DE CRISTO
CRUCIFICADO EN ESPAÑA. ROMÁNICO

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

La Hornacina abre con este estudio una serie de especiales donde analizaremos brevemente la evolución de la escultura de Cristo Crucificado en nuestro país.

Aunque la primera representación escultórica de Jesús en la Cruz data de un sarcófago romano de la segunda mitad del siglo IV, actualmente en el Museo Laterano de Roma, y pese al esplendor conocido por el tema durante el periodo bizantino, hemos preferido tomar como punto de partida el siglo XI, tanto por encuadrarse la iconografía dentro del primer gran estilo artístico europeo, como por producirse en dicha centuria los primeros simulacros españoles en bulto redondo. 

 

 

En España podemos establecer una cronología del arte románico entre los siglos XI y XIII. Fue un periodo artístico que tuvo como escenario casi todo el territorio de Europa, aunque su extensión no afectó a todos los países por igual ya que, por ejemplo, Francia vio nacer el arte gótico en el siglo XII.

La escultura románica, al igual que la pintura y la arquitectura, se caracterizó por las líneas severas, geométricas y arcaizantes, lejos de cualquier intención de reproducir fielmente la realidad. Fue mayormente una escultura de tipo ornamental, destinada a los relieves de frisos, capiteles, pórticos y arcadas, y a la que podríamos definir como una fusión entre la estatuaria romana, las formas nórdicas y los iconos orientales de Bizancio que penetraron a través de la Europa del Este. Asimismo, podemos hablar de una escultura eminentemente teocéntrica, concebida con una función didáctica para los fieles dado el gran analfabetismo que padecía la sociedad de la época.

Entre los temas religiosos, cobraron un especial desarrollo las cruces de orfebrería, las Theotokos o Vírgenes a modo de divino altar de Jesús Niño, al cual portaban entre sus brazos, y los Crucificados. En nuestro país, las primeras representaciones en bulto redondo de Cristo en la Cruz son el llamado Crucifijo de Don Fernando y Doña Sancha que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, cedido a San Isidoro de León en el año 1063, y el Cristo de Carrizo, hoy en día en el Museo de León. Ambas piezas, de tamaño académico, labradas en marfil y procedentes de un mismo taller de eboraria situado en León, presentan una fuerte influencia bizantina, acusada frontalidad, composición simétrica y rasgos deformados con el fin de acentuar la expresividad resaltando ciertas zonas del cuerpo, caso de la cabeza y los ojos.

 

 

Por lo general, el Crucificado se representa vivo, de forma antinatural y con tendencia a la abstracción. Las composiciones, realizadas en su mayoría en madera policromada al temple, son ordenadas, con la figura de Jesús mirando fijamente al espectador y sin mostrar señales de sufrimiento, subrayando el triunfo de la Resurrección de Cristo sobre la muerte por la Crucifixión.

Los rostros de las figuras son serenos; los cuerpos, de esquemático estudio anatómico, descansan, más que penden, en maderos de sección plana y cepillada, decorados en numerosas ocasiones; los artistas románicos suelen prescindir de torsión alguna en los miembros; los pies del Varón, asidos al madero cada uno de ellos por un clavo, se apoyan frecuentemente en un suppedaneum o pedestal fijado a la cruz para sostenerlos, y sus brazos aparecen fijados horizontalmente al travesaño.

 

 

En Cataluña y en la antigua zona histórica del Rosellón o Cataluña del Norte, situada en el sureste de Francia e integrada en lo que actualmente es el Departamento de los Pirineos Orientales, tuvo una amplia difusión el tema de las Majestades, que vienen a ser representaciones de Cristo Crucificado de raigambre bizantina; cubiertas con una túnica talar llamada pallia o manicata, bajo cuyos afilados pliegues desaparece cualquier atisbo de anatomía, y provistas de los rasgos morfológicos anteriormente descritos.

Gran interés tiene la Majestad Batlló, conservada en el Museu Nacional d'Art de Catalunya, tanto por su cuidado modelado como por su exquisita policromía, muy bien conservada. Paralelas a ella son la Majestad Beget y la Majestad de La Pobla de Lillet, cuyas severas vestiduras, sujetas a la cintura por un cíngulo de gran caída vertical, nos remiten a la Majestad de Lluçà, aunque en este caso la cabeza de Jesús aparece ligeramente inclinada hacia la derecha. Muy meritorias son también la Majestad de Bellpuig y la Majestad de Caldes de Montbui, cuya cabeza aparece tocada con corona real para resaltar aún más, si cabe, la Majestad del Redentor en el simulacro.

En todo caso, tal y como sucede con las representaciones del Crucificado semidesnudo, caso del Cristo de Salardú, hablamos de iconos impávidos y distantes, cuyos cabellos y barbas, partidos al centro, están tallados a base de mechones trenzados que recuerdan la estatuaria del periodo mesopotámico. Asimismo, muestran una concepción parca en volúmenes, apenas con perspectiva ni profundidad en el modelado.

 

 

También en Cataluña fue donde alcanzaron una mayor difusión las iconografías románicas del Descendimiento de la Cruz y del Cristo Yacente, de gran calidad aunque bastante menores en número respecto al tema del Crucificado. Presentan los mismos caracteres mayestáticos que ofrecen las efigies de Jesús en el madero, sirviendo al igual que ellas, en no pocos casos, de imágenes-relicarios.

De entre todas las representaciones del Descendimiento, posee especial valía el grupo escultórico del Descendimiento de Sant Joan de les Abadesses, labrado en 1251 y conservado en la iglesia abacial de Ripollès (Girona) que le da su nombre. El conjunto, de clara concepción monumental y elegancia de formas, se halla formado por las tallas de Jesús Descendido por los Santos Varones, la Virgen y San Juan flanqueando la cruz -recordando al leonés Calvario de Corullón- y Dimas y Gestas en las esquinas, ambos también asidos al madero.

 

 

Pese a establecerse el siglo XIII como punto de partida para el avance hacia el naturalismo gótico, lo cierto es que, a partir de la segunda mitad del XII, se observan modelos menos estáticos que los anteriores. Aunque el semblante no gana demasiado en expresividad y cercanía con el fiel, son cada vez más frecuentes las representaciones de Cristo muerto con las piernas ladeadas hacia la derecha y la cabeza más reclinada hacia delante. En la etapa de transición hacia el humanismo propio de la escultura gótica, incluso lo vemos agonizante, con la cabeza muy inclinada hacia el lado derecho y un sólo clavo perforando ambos pies, caso del Cristo de Sant Climent.

Ejemplos de dicha evolución los encontramos también con el románico Crucificado de la Catedral de Orense, cuyo rostro pierde paz y deja intuir cierta expresión doliente, y el Cristo del Museo de los Claustros (The Cloisters) de Nueva York, procedente de Palencia y tocado con corona mural para realzar su condición soberana. Se trata de uno de los varios Crucificados de origen español que actualmente se guardan en el recinto medieval estadounidense, dependiente del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Conserva intacta buena parte de su policromía.

 

FUENTES: OLAGUER-FELIU Y ALONSO, Fernando De. El Arte Románico Español, Bilbao, 2003; MAESTRE GODES, Jesús y Joan Albert ADELL i GISBERT. Viaje por el Románico Catalán, Barcelona, 1999; ANGULO IÑÍGUEZ, Diego. Historia del Arte, Vol. I, Madrid, 1973.

 

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