PARAÍSOS Y PAISAJES EN LA COLECCIÓN CARMEN THYSSEN

Lourdes Moreno. Con información de Rocío Cortés Ramírez


 

 
 

Jan Brueghel el Viejo

El Jardín del Edén
Hacia 1610-1612

 
 

La idea de un lugar paradisíaco no es exclusiva de una civilización, cultura o religión. Está presente en Egipto, Grecia, Roma y en la tradición bíblica. La realización más cercana del hombre para llevar a cabo esta idea fue el jardín, un paraíso creado a su medida; pero el verdadero paraíso, según el Génesis, era un espacio de belleza singular, creado por Dios, donde existía una frondosa vegetación y el agua en forma de río lo regaba abundantemente. Allí vivieron el primer hombre y la primera mujer, hasta que fueron expulsados del mismo después de contradecir las normas establecidas.

Tomando como punto de partida obras donde existe una idealización de la naturaleza, hemos compuesto esta historia transversal en la que hay un sentido de paisaje idílico, seductor, apacible, de especial belleza. El paraíso individual reflejado por cada pintor es el hilo conductor de la exposición Paraísos y Paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a Gauguin, a través del cual puede observarse la creciente independencia que fue ganando el género del paisaje a lo largo de la historia del arte.

El paisaje aparece como medio de expresión puro, como un lugar poético, unas veces desde una óptica recreada e idealizada y otras desde un matiz sutilmente más realista, pero siempre dentro de una expresión reconocible de admiración y sensibilidad por el entorno natural. El protagonista es el espacio vegetal, bien sea dominado, domesticado o selvático, en el que se mueve el ser humano. La naturaleza, en un principio, aparecía en las obras como motivo escenográfico de la tradición, de la mitología y de la historia, posteriormente fue el lugar para ambientar momentos de labor o de ocio, en ocasiones algunos de estos paisajes fueron auspiciados por los avances científicos, pero siempre fueron plasmados en el lienzo como un espacio para el asombro y, sobre todo, para el deleite. Armonía es una palabra que puede definir el sentido de las obras de esta exposición, armonía del hombre con su entorno natural, al tiempo que también es un exponente del gusto de la baronesa Thyssen por un tipo de paisaje sereno y por la naturaleza en su más amplia expresión.

 
 
 
 

Durante la rueda de prensa de ayer, en la que la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre Prados, presentaron en rueda de prensa a los medios de comunicación la nueva exposición temporal del Museo Carmen Thyssen Málaga, Lourdes Moreno (directora artística del museo y comisaria de la exposición) hizo referencia a la idea de "paraíso", de tradición judeo-cristiana y grecorromana, remarcando los aspectos que comparten ambas tradiciones sobre el paraíso: un lugar ideal de paz, belleza y relación armónica del hombre con la naturaleza. Así mismo, resumió los estilos pictóricos que abarca la muestra, dando prioridad al paisaje que inicia la exposición (Brueghel) y a los artistas del impresionismo, por la importancia de la naturaleza en el este período artístico.

Y es que la exposición Paraísos y Paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a Gauguin comienza cronológicamente en el siglo XVII, con obras de artistas tan reconocidos como Tobias Verhaecht, quien nos muestra un paisaje en relación con la mitología; el mencionado Jan Brueghel el Viejo, representante de la tradición religiosa, o el holandés Jan Josephsz van Goyen. Al segundo de ellos le debemos una parte del título de la exposición, puesto que la obra presente en ella es su visión del Edén. La escena muestra el paraíso en todo su esplendor, con animales exóticos y una naturaleza exuberante. Van Goyen, con una visión serena, pero muy distinta, representa la nacionalidad que marca el camino en el que el paisaje comienza a independizarse del tema y deja de estar subordinado a otros asuntos, hecho que ocurrirá en el entorno de los Países Bajos.

Ya en el siglo XVIII, y siguiendo una estética delicada que lo entronca con el rococó, el francés François Boucher nos muestra una imagen de paisaje tomado de la realidad, pero con una mayor gracia y ligereza, que se proyecta también en el color, y en el que la arquitectura y las ruinas marcan un sentimiento de evocación y nostalgia. Es el reinado de lo pintoresco.

 
 
 
 

Paul Gauguin

Un Huerto bajo la Iglesia de Bihorel
1884

 
 

Las naturalezas en las que el individuo observa su entorno físico con asombro y admiración serán el hilo conductor del capítulo que acogerá las obras de pintores del siglo XIX, vinculadas con el romanticismo. Lo sublime no fue el único tipo de pintura que proyectó el movimiento romántico. En este apartado tienen una especial presencia los autores norteamericanos, quienes buscaron la identidad nacional a través de los territorios vírgenes que se estaban conquistando. La Colección Carmen Thyssen presenta un nutrido grupo de artistas pertenecientes a este ámbito, como Albert Bierstadt, Martin Johnson Heade o Frederic Edwin Church. Muchos de ellos destacarán la grandiosidad del territorio norteamericano con visiones sublimes, casi panteístas, otros, espoleados por la curiosidad, visitarán tierras salvajes, como América del Sur y representarán un paisaje exótico. En estos años la ciencia, con disciplinas como la botánica o la geología, solicitan la colaboración de pintores para hacer llegar los nuevos conocimientos. La pintura se unirá a los exploradores, de esta forma la sensibilidad se acerca a la ciencia.

Además, también estará representada la visión de los paisajistas románticos españoles, muchos de ellos influidos por los viajeros europeos que habían conocido nuestro país. Algunas de estas obras muestran la grandeza del escenario natural y las amplias perspectivas en las que el individuo es un actor insignificante, tal es el caso de Genaro Pérez Villaamil o del alemán Fritz Bamberger. El realismo despojó de toda carga romántica al paisaje pintoresco, y Carlos de Haes fue en España uno de los responsables de este cambio. Después, ahondando en la premisa del realismo, continuaron pintores pertenecientes a la Escuela de Barbizon, otros que vieron un valor simbólico en el paisaje o la pintura al aire libre, preocupada por captar la fugacidad de la luz sobre las cosas y los objetos. De esta forma, los pintores sacaron los cuadros del estudio y llevaron el caballete a la calle, para así estar aún más atentos a los cambios de las horas. El hombre y la pintura se integran en la naturaleza. Es, quizá, unos de los momentos de mayor esplendor del paisaje, puesto que el pintor no sólo trabaja con los recuerdos, ahora puede plasmar directamente las sensaciones de la atmósfera en el paisaje. En la exposición, este momento crucial está representado por grandes maestros de la modernidad, algunos de ellos son los pintores más representativos de esa época, como Camille Pissarro, Auguste Renoir o Paul Gauguin.

Desde el barroco hasta el impresionismo y el siglo XX, esta exposición ofrece un recorrido por una pintura que ofrece visiones diferentes de la Arcadia, del Edén, del paraíso perdido, o imágenes serenas en las que el hombre rinde homenaje al entorno que lo rodea, al espacio que lo cobija, siempre desde una poética especial y desde la sensibilidad marcada por las premisas y los gustos de su tiempo.

 
 
 
 

Como hemos apuntado, la exposición Paraísos y Paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a Gauguin presenta un interesante recorrido por la pintura de paisaje, desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX a través de importantes piezas de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. La muestra pretende analizar la representación de la naturaleza como lugar idílico a través de una cuidada selección de obras de artistas que han jugado un papel fundamental en la configuración de la historia del arte. Entre todos ellos, cabe destacar la presencia de los paisajistas norteamericanos del siglo XX y de los grandes maestros del impresionismo.

Ya sabemos que la idea de paraíso tiene un origen común en diversos pueblos de la Antigüedad y aparece tanto en la tradición semita como en la grecolatina. En el Génesis se describe como un lugar de belleza especial donde el hombre vivía en perfecta armonía con la naturaleza hasta su caída y posterior expulsión del mismo. De este modo se incorporó a la cultura occidental una idea de nostalgia y un deseo por recuperar ese paraje idílico perdido. Es a través de la pintura de paisaje donde los artistas podrán reflejar ese mito, esa realidad idealizada o ese ambiente bucólico y sereno desaparecido. Esta primera idea, tal y como aparece descrita en la Biblia, fue reflejada por Jan Brueghel el Viejo en El jardín del Edén, donde el hombre convive en plena armonía con todos los seres de la creación.

La concepción de la pintura de paisaje como idealización del natural tuvo un acercamiento más realista durante el siglo XVII en Holanda, aunque continuarán tratándose de escenas recreadas ya que tendrían que pasar dos siglos más hasta que se desarrollara la pintura al aire libre. Artistas como el mencionado Jan Josephsz van Goyen comenzarán a otorgar importancia al hecho de plasmar las sensaciones producidas en el artista a raíz de la contemplación de la naturaleza rural, considerada reflejo de la realidad más humilde, en composiciones serenas. En Francia e Italia ocurrirá lo contrario: el paisaje se situó dentro de la tradición clásica relacionada con la Arcadia que implicaba la representación simbólica y poética del natural en busca de un equilibrio entre lo moral y lo sensible. Andrea Locatelli, fiel continuador de Nicolas Poussin y Claudio de Lorena, conseguirá aunar la racionalidad y perfección del primero con la melancolía y delicadeza del último para ofrecer obras de gran sutileza y elegancia. Este modelo de paisaje llegaría hasta el siglo XIX español, coincidiendo con el triunfo del romanticismo, y será el sevillano Andrés Cortés y Aguilar uno de los pintores más representativos de este estilo.

 
 
 
 

Auguste Renoir

Campo de Trigo
1879

 
 

Durante el siglo XVIII la poética de lo pintoresco tuvo gran repercusión en el paisajismo, y la naturaleza se convertiría en el marco a través el cual los artistas reflejaban su concepción ideal del mundo. La escena pictórica queda enmarcada en elaboradas escenografías rodeadas de componentes fantásticos, vegetación exuberante y elementos arquitectónicos de tradición clásica, principalmente ruinas. Este mundo de ensueño lo encontramos principalmente en las obras de François Boucher, cuya finalidad era ofrecer al espectador una experiencia sensorial alejada de la realidad.

El siglo XIX está ampliamente representado en la exposición por los paisajistas norteamericanos que, bajo las premisas del romanticismo, relacionaron la idea de la llegada al paraíso con el encuentro con la tierra prometida, impregnados en todo momento de un sentimiento espiritual provocado por el contacto con la naturaleza virgen y grandiosa. Entre los artistas presentes, encontramos a Frederic Edwin Church y Albert Bierstadt, caracterizados por su particular visión idealizada centrada en la exaltación sensorial, así como por el interés hacía la sensualidad y exotismo de los paisajes tropicales de América del Sur. No podemos olvidar a Martin Johnson Heade, quien, sin dejar de lado los planteamientos románticos, se decantó por la representación de un paisaje más sereno y esencial donde concedía una importancia fundamental a la luz.

Partícipes de la visión romántica de la naturaleza, destaca la actividad de los pintores españoles que desarrollaron un paisaje en el que la grandeza del escenario natural se aleja del dramatismo. Tal es el caso de Genaro Pérez Villaamil, en cuyas obras podemos apreciar una naturaleza sutil y delicada, casi fantasiosa, con espectaculares efectos lumínicos. Esta preocupación por representar una atmósfera determinada y por plasmar los cambios de luz, aunque de manera efectista, serviría de nexo de unión con el paisaje realista, que abandonó paulatinamente la carga subjetiva para apostar por una interpretación sincera y tomada "del natural". La evolución del género del paisaje estuvo protagonizada en España por la figura de Carlos de Haes quien, a mediados del siglo XIX, reivindicó un interés especial por la observación de la naturaleza, unido a la defensa de un perfecto dominio de la técnica. Entre los pintores naturalistas españoles se encuentra la figura de Emilio Sánchez-Perrier, en cuyos paisajes comprobamos cómo deja de lado cualquier intención decorativa o artificiosa para centrarse en el estudio y representación del natural de una manera fiel y directa.

 
 
 
 

Dentro del amplio grupo de artistas que encontraron en el paisaje un paraíso rural, fueron los pertenecientes a la Escuela de Barbizon los que mejor representaron la perfecta unión entre el hombre y la naturaleza. A partir de la década de 1830, Barbizon se convirtió en el sitio predilecto para los pintores que huían de París impulsados por la necesidad de establecer una relación sincera y armónica con la naturaleza. Así, en busca de la creación de un lugar evocador de serenidad y pureza, revolucionaron el género del paisaje al salir, por primera vez en la historia, a pintar en plein air y preocuparse por captar los fenómenos atmosféricos. Esta audacia anunció la gran transformación que estaba a punto de sufrir el arte de la mano de los impresionistas, quienes, partiendo de la experiencia de Barbizon, revolucionarían el concepto de la representación plástica.

De este modo, a finales del siglo XIX la pintura de paisaje se convirtió en protagonista imprescindible para el desarrollo del arte moderno cuando, como hemos visto, un siglo antes se consideraba un género menor. De todos los artistas que protagonizaron el movimiento impresionista, la exposición reúne obras de algunos de los más representativos, como Camille Pissarro o Pierre-Auguste Renoir, que abandonarán su interés inicial por representar la majestuosidad de la naturaleza para plasmar los instantes más sencillos de la vida en el campo. Su interés principal residía en transmitir la emoción de un momento placentero a través del color así como del uso de una técnica de carácter más espontáneo y gestático. Vinculado en un principio al impresionismo gracias a su relación con Pissarro, otro de los grandes genios de la modernidad que están presentes en la muestra es Paul Gauguin. Este artista francés planteó una pintura de paisaje protagonizada por su propio paraíso personal: un mundo exótico y de pureza espiritual, alejado de la sociedad occidental, que le permitía establecer una relación de total armonía con la naturaleza.

La revolución impresionista marcaría un camino de no retorno para la historia de la pintura de paisaje no solo en Francia, donde surgirá el movimiento neoimpresionista gracias a la investigación en torno al color, como podemos apreciar en las obras de Henri-Edmond Cross, sino en el ámbito internacional. No podemos olvidar que, en el entorno norteamericano, existió un desarrollo paralelo propio del impresionismo de la mano de artistas como Childe Hassam, Edward Henry Potthast o John Singer Sargent. En España, fue Darío de Regoyos -miembro fundador, en Bruselas, del grupo Les XX y muy vinculado a la vanguardia internacional- el responsable de introducir estas novedades plásticas. En el resto de Europa muchos artistas continuaron sintiendo especial predilección por los lugares románticos, tal es el caso de Wilhelm Trübner, o incluso por representar una realidad cargada de simbolismo, como Edvard Munch, pero en todos los casos el acercamiento a la naturaleza será mucho más directo y libre para crear composiciones que serán reflejo de sus propios sentimientos a la vez que se convertirán en vehículo de innovación moderna.

 
 
 
 

Albert Bierstadt

Las Cataratas de San Antonio
Hacia 1880-1887

 
 

Gracias al conjunto de obras presente en Paraísos y Paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a Gauguin, que abarca un recorrido cronológico desde el barroco hasta el siglo XX pasando por el romanticismo, el naturalismo y el impresionismo, tenemos la oportunidad de contemplar un camino inédito por la pintura de paisaje, una vereda a través de espacios y lugares idílicos, serenos o armoniosos, que son imágenes de una naturaleza considerada, en muchos momentos, como el paraíso perdido.

El alcalde Francisco de la Torre Prados insistió en la importancia del Museo Carmen Thyssen para Málaga, dada su potente oferta cultural, y habló de "Málaga, Ciudad del Paraíso", la famosa frase de Vicente Aleixandre, muy apropiadamente, teniendo en cuenta la temática de la exposición.

Muy acertada estuvo también la baronesa al decir que le gustaría traer cuadros más importantes en préstamo procedentes de otros museos; pero que en estos tiempos de crisis, la solución a exposiciones temporales como la presente pasa por ser selecciones de su colección particular con el fin de minimizar los costes. Además, la propia Carmen Thyssen-Bornemisza ha colaborado en el montaje de la exposición.

 

Fotografías de la exposición de Rocío Cortés Ramírez

 

Del 31 de marzo al 7 de octubre de 2012 en el Museo Carmen Thyssen de Málaga (Plaza Carmen Thyssen,
Calle Compañía, nº 10) Horario: martes a domingo, de 10:00 a 20:00 horas; los lunes, cerrado (excepto festivos)

 

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