EL CANTO DEL CISNE

13/02/2015


 

 

Introducción

A lo largo del siglo XIX, el Salón de París exponía de manera preferente las pinturas académicas, realizadas según los grandes géneros de la pintura tradicional: la historia, la mitología, la religión o el retrato. Todos ellos respondían a la norma del buen gusto artístico, dictado por la Academia de Bellas Artes de París -institución inspirada en las Academias italianas-, que sentaba sus bases en el estudio del desnudo, la corrección estilística, el dominio del dibujo sobre el color y el equilibro de las composiciones.

Los artistas académicos han sido vistos tradicionalmente como contrapeso del arte realista e impresionista, aquel que acabaría desembocando directamente en las vanguardias del siglo XX. Hoy podemos decir sin embargo, que pintores como Gérôme, Cabanel o Bouguereau trataron de modernizar la tradición académica desde dentro, haciendo evolucionar el género, y dando nuevas respuestas a la sociedad burguesa entonces en irrefrenable progresión, dentro de un mundo, también, en continua transformación y cambio.

Propuestas expositivas como El Canto del Cisne. Pinturas Académicas del Salón de París. Colecciones Musée D'Orsay resultan una novedad en el panorama internacional; la muestra presenta por vez primera una selección de las grandes obras de los pintores académicos en los salones parisinos del siglo XIX, poniendo de manifiesto que este tipo de pintura, espléndida y refinada, heredera de la tradición, representa una de las páginas más brillantes de la historia del arte como última heredera de la tradición de la gran pintura.

Las obras más importantes de la tradición académica en París fueron adquiridas por el Estado, pasando a las colecciones públicas francesas y, desde su creación en 1986, a los fondos del Musée d'Orsay, lo que casi obliga a la realización de esta exposición con sus fondos. Este museo parisino ha prestado generosamente y de manera excepcional más de 80 obras de los principales artistas académicos que expusieron en el Salón, como Ingres, Gérôme, Cabanel, Bouguereau, Laurens, Henner, Meissonier o Baudry, pero también otros pintores que, si bien no se suelen clasificar como académicos, se integraron dentro del sistema expositivo del Salón y partieron de la tradición para explorar nuevos horizontes, como Alma-Tadema, Moreau, Puvis de Chavannes o Courbet. 

El recorrido por la exposición, que podrá verse desde el 14 de febrero al 3 de mayo de 2015 en la Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, nº 3. Horarios: lunes, de 14:00 a 20:00 horas; martes a sábado, de 10:00 a 20:00 horas; domingos y días festivos, de 11:00 a 19:00 horas) ofrece una ordenación por géneros, similar a las consideraciones del propio Salón de París, lo que pone de relieve su ambivalencia: su capacidad de dialogar con la tradición y dar, a la vez, expresión artística a los cambios y tendencias de su tiempo.

 

 

La antigüedad viva

Herederos de David y de Ingres, los artistas adscritos al Salón de París fijaron su mirada en el pasado como objeto de representación, añadiendo nuevos elementos que la modernidad les iba proporcionando. Así, el ideal clásico sobrevivió en el imaginario artístico, pero carente de su contenido revolucionario y moral, pues los artistas encontraron en él un lugar desde el que proyectar preocupaciones de su vida cotidiana.

La exaltación de la libertad en una obra como El Manantial de Ingres (imagen de cabecera) evoluciona hacia escenas cotidianas de la Antigüedad, como La Pelea de Gallos (imagen superior). Gérôme muestra cómo los contenidos políticos o culturales desaparecen de la representación del pasado y, con ellos, uno de los principios fundamentales de la pintura de historia tal y como la habían entendido los pintores neoclásicos.

 

 

¿Un desnudo ideal?

A mediados del siglo XIX el desnudo seguía siendo considerado el ideal de belleza. Además de proclamar el ideal estético, el cuerpo es utilizado para narrar historias. El cuerpo voluptuoso y carnal de El Manantial de Courbet, heredero de los de Rubens, se enfrenta a la superficie aporcelanada de los cuerpos de Cabanel en obras tan emblemáticas como el Nacimiento de Venus (imagen superior).

En ambos, el cuerpo es el pretexto; su ambigüedad se hace evidente a través de la provocación que sugieren, suscitando críticas entre los más conservadores así como un enorme éxito comercial.

 

 

Pasión por la historia, historia de las pasiones

La pintura de historia era considerada el gran género. Abarcaba tanto historias sacras como mitológicas y profanas, caso de los Romanos de la Decadencia de Thomas Couture (imagen superior), donde, casi como si de un manifiesto de este tipo de pintura se tratara, se dan cita casi todos los aspectos del imaginario.

La pintura de historia ofrecía una vía de escape a los repertorios auspiciados por la Academia, pues permitía representar escenas de carácter heroico o moralizante, pero también aquellas que destacaban aspectos cotidianos de Roma, de las leyendas medievales o del pasado más reciente de la propia Francia.

 

 

El indiscreto encanto de la burguesía

El retrato adquirió gran popularidad en el París de mediados del siglo XIX, siendo practicado por todos los artistas académicos, a pesar de que la crítica lo considerara comercial y burgués.

Durante el II Imperio la nobleza promovió retratos fastuosos que reavivaron el recuerdo de los "de aparato" propios del Antiguo Régimen. Tras la Comuna de París, el gusto burgués aportó mayor sobriedad a los retratos, entre los que encontramos a importantes figuras de la cultura francesa, como Proust (imagen superior, pintado por Jacques-Émile Blanche) o Victor Hugo, y en los que la psicología del personaje es fundamental.

 

 

Reinventando la pintura religiosa

La necesidad de generar un nuevo imaginario social promovió el acercamiento a la pintura de carácter espiritual y religioso. Los artistas se vieron obligados a reinventar el lenguaje sacro, un lenguaje que para muchos parecía haber quedado vacío de significado.

La pintura académica dirigió su mirada hacia escenas del Antiguo Testamento, en las que el dolor y el drama se muestran atemperados por el refinamiento bizantino que muestra, por ejemplo, la Virgen de la Consolación de Bouguereau (imagen superior), o el manierismo de la Santa Cecilia de Gautier. La renovación más espectacular viene de los modelos inspirados por la pintura barroca española, desarrollados por Bonnat y Henner.

 

 

Orientalismos: del harén al desierto

Herederos del romanticismo que sacudió el Salón durante la primera mitad del siglo, los artistas de la siguiente generación hicieron una reinterpretación del orientalismo. Desde la perspectiva de la Academia, ofrecieron una vía de escape a los visitantes del Salón, que cayeron rendidos ante los encantos que el imaginario del harén les ofrecía. La Odalisca Tumbada de Benjamin-Constant (imagen superior) se ofrece al espectador con la misma provocación que la Venus de Cabanel, pero su exotismo la hace aún más irresistible.

Durante el último tercio de siglo, una serie de pintores prefirieron buscar inspiración más allá de los estereotipos occidentales, y viajaron por España, África y Oriente Medio, ofreciendo una dimensión etnográfica visible en obras como El Sáhara, de Guillaumet, o Los Peregrinos yendo a La Meca de Belly. La imagen de Oriente perdurará en nuestro imaginario durante todo el siglo XX haciéndonos soñar con lugares lejanos y exóticos, atmósferas y colores apacibles en algunos casos, y contrastes sorprendentes en otros.

 

 

Paisajes soñados

El XIX es el siglo por excelencia del paisaje, sobre todo en el arte francés. Después de haber sido considerado durante mucho tiempo soporte para otro tipo de temas, es ahora cuando adquiere relevancia y autonomía. El viaje a Italia, habitual en gran parte de los artistas, fomenta el gusto por este tipo de pintura que parte de la tradición establecida por Nicolás Poussin en el siglo XVII.

El género adquirirá cada vez mayor libertad, sobre todo de la mano de Camille Corot, que basará sus escenas en recuerdos y sentimientos nostálgicos más que en reglas aprendidas en la Academia. Siguiendo su estela, encontraremos esas mismas evocaciones románticas en la Diana Cazadora de Böcklin o en el simbolismo de Alphonse Osbert en sus Cantos de la Noche (imagen superior).

 

 

El mito: la eternidad de lo humano en cuestión

Las escenas de carácter mitológico sirvieron a los artistas para plantear las eternas cuestiones sobre el origen y el destino del hombre, más allá de las apariencias pasajeras que el mito adopta a lo largo de la Historia. Así, por un lado, buscaron mitos que sus predecesores ignoraban, más sombríos y violentos, de herencia miguelangelesca y barroca como el Perseo de Joseph Blanc, pero también mitos paganos como Dante y Virgilio, magistralmente inmortalizados por William Bouguereau (imagen superior).

Por otro, privilegiaron el misterio inquietante y simbólico del mito, creando escenas más íntimas como vemos en el Jasón de Gustave Moreau. En ambos casos, la pintura mitológica se hará eco de la angustia de un siglo XIX que se acaba, encontrando una excusa para poder representar la violencia, la melancolía y el desasosiego.

 

 

La transfiguración de la lección académica

Con la llegada de la fotografía y del cinematógrafo, el intento de los artistas de fin de siglo por crear una pintura que fuera capaz de transmitir ideas y sueños, una pintura verosímil, dejó de tener sentido. Hacia 1914 la pintura de historia, el género por excelencia defendido por la Academia, cayó en desuso, pero no dejó de existir.

Esta exposición pone de manifiesto como los propios artistas retaron las convenciones y el laborioso trabajo de ilusionismo impuesto por la tradición, tal y como muestran las obras de Puvis de Chavannes, Maurice Denis (su obra La Dama en el Jardín Cerrado en la imagen superior) o Alphonse Osbert. Estos artistas expusieron de forma paralela en los Salones oficiales e independientes, formando una verdadera vanguardia alternativa al postimpresionismo, sin perder su condición de herederos de la gran tradición.

 

 

Hacia una nueva mirada

Con Las Bañistas de Renoir (imagen superior) y Las Oréades de Bouguereau (imagen inferior) como colofón, la exposición reflexiona sobre la historiografía del arte del XIX. Este discurso destacaba la trayectoria de los artistas que conducían directamente a la vanguardia, dejando en el "olvido" a aquellos que no formaban parte de esta narración convencional; pero, sin éstos últimos, no podría entenderse buena parte del arte del XX.

Las dos obras mencionadas, pese a su evidente distancia, pueden enseñarnos a mirar la historia del arte desde un ángulo y una perspectiva diferente. Ambas obras comparten el gusto por el desnudo al aire libre, que encuentra en la tradición de los maestros Tiziano y Rubens un lugar común. De una generación a otra, de una mirada a otra, la historia del arte siempre está por reescribir.

 

 

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