ARTE EN LA PROCESIÓN ANTOLÓGICA POR EL AÑO DE LA FE
EN HELLÍN. MISTERIOS DE LA PASCUA DE CRISTO (II)

Antonio Cabezuelo y Antonio J. Jiménez Díaz


 

 

El acto principal del 23 de noviembre, la Procesión Antológica de la Fe, se presenta como una excelente ocasión para ver en la calle buena parte de la imaginería de la Semana Santa de Hellín, declarada de Interés Turístico Internacional: obras de afamados escultores como Mariano Benlliure, Luis Álvarez Duarte, Fernando Aguado, Antonio Espadas, José Fernández-Andes, Federico Coullaut Valera, o el artista local José Zamorano.

 

 

CRISTO DE LA CAÍDA

Esta imagen representa a Jesús apoyado en el suelo, con la mirada fija en el espectador y la cruz a su espalda. La piedad popular, como ocurriese con otras escenas de la Pasión de Cristo, también se ha hecho patente en esta imagen de Jesús Caído, representando al Nazareno abatido, con las manos sobre el suelo, víctima del peso de la cruz y del cansancio camino hacia el Calvario.

Se trata de una imagen realizada en el año 1990 por José Zamorano Martínez en madera policromada, de bulto redondo, con corona de espinas superpuesta, único elemento postizo de la misma.

La cabeza se encuentra girada hacia la derecha, destacando del rostro unos profundos ojos verdes, propios en las imágenes de este escultor local. El ondulado cabello oscuro que deja ver una de las orejas -atravesada por un largo mechón- y la bífida barba son muestras del estilo más personal del artista, al recordar las semejanzas que guarda con la inmensa mayoría de sus simulacros cristíferos, así como la portentosa musculatura que contrasta con la dulzura del semblante. La túnica de la imagen, con un escueto diseño lineal, se ciñe a la cintura mediante un sencillo cíngulo, dejando al descubierto el hombro derecho. La poco elaborada policromía es otra nota habitual en la imaginería procesional de Zamorano.

Dicha talla cobra ciertamente sentido cuando se encuentra acompañado por la imagen de Nuestra Señora del Perdón, conformando el misterio del Encuentro de Jesús con María en la Calle de la Amargura.

 

 

SANTÍSIMO CRISTO DE LA CLEMENCIA

Esta portentosa imagen de Cristo es una obra de madurez del escultor sevillano Luis Álvarez Duarte. Realizado en el año 2010, mediante la técnica de talla directa en madera de cedro policromada al óleo, la efigie cuenta con 130 cm de altura. Se presenta a Jesús orante, arrodillado en el Monte Calvario, en los momentos previos a su crucifixión, con las manos en actitud de súplica.

El Varón se muestra en actitud de avance, con la pierna derecha adelantada, dejando caer su peso sobre esta. El consagrado imaginero hispalense evita caer en lo cruento o excesivamente teatral en la concepción anatómica del Señor, así como en el tratamiento de las numerosas llagas, especialmente estudiadas las originadas por el látigo en la espalda. El escueto paño de pureza, compuesto por dos telas, deja entrever la desnudez de Jesús.

El rostro evidencia el padecimiento de Cristo durante su pasión, y sin caer en lo excéntrico o vulgar, Álvarez Duarte no escatima en la proliferación de la sangre en la magnífica testa. Los ojos, de cascarilla de cristal policromada a mano, alzan la vista al cielo, mientras que en la boca entreabierta se pueden ver los dientes y lengua perfectamente tallados. De los oídos mana sangre, signo de que hasta los tímpanos se han reventado, así como del fracturado pómulo izquierdo. Numerosas gotas de sangre surcan la frente del Señor, como consecuencia de las heridas originadas por la corona de espinas. El cabello se muestra alborotado y lacio.

Las carnaciones, en tonos trigueños, culminan una obra en la que, si bien el punto de partida es el vallisoletano Cristo del Perdón de Bernardo del Rincón, Álvarez Duarte imprime todo su sello y explora una nueva iconografía que no había trabajado antes en su dilatada trayectoria.

Enlace relacionado: www.lahornacina.com/noticiasduarte6I.htm

 

 

CRISTO CRUCIFICADO

El Crucificado de Hellín, de autoría anónima, realizado en el año 1942 en madera policromada, representa la imagen de Cristo, todavía vivo, momentos antes de expirar.

La talla no muestra en su anatomía los signos propios de la crucifixión; el torso, apenas inflamado, junto a la carencia de heridas y una casi inexistente sanguinolencia, nos presenta un Crucificado atípico, alejado de los gustos de la imaginería de inspiración barroca. Solo las rodillas se muestran ajadas por las caídas sufridas, imprimiendo un toque de realismo a la sagrada efigie.

El sudario que lo rodea se encuentra envuelto en una corriente de aire, dotándolo de un cierto dinamismo y aspecto más natural. Tres clavos metálicos sujetan el cuerpo a la cruz, uniendo el último ambos pies, quedando el izquierdo apoyado completamente sobre el derecho.

La mirada de Cristo, expresión viva de amargura y resignación, se encuentra perdida en el infinito horizonte, mostrando cercano ya el final del drama vivido. La amarillenta policromía del rostro, enfatiza el sufrimiento y un aspecto casi cadavérico. A los pies del Señor encontramos una calavera como signo de la muerte que se presagia y que supone una catequesis a cuantos la contemplan acerca del fin de la existencia. Esta alegoría a la muerte simboliza el nombre del lugar donde fue crucificado Jesús; además, su colocación junto a la cruz recuerda la escena del Gólgota, Monte de la Calavera.

La errónea atribución durante décadas a Ramiro Gutiérrez de la Vega, ha llevado a iniciar investigaciones para averiguar el origen cierto de esta obra, la cual guarda gran similitud con el Cristo de la Caridad de Ciudad Real, del catalán Claudio Rius Garrich. En 2002 fue restaurado por el Taller El Retablo en la ciudad de Albacete.

 

 

CRISTO DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE

El grupo escultórico del Cristo de la Preciosísima Sangre, obra de José Zamorano Martínez, supuso un paso más a la hora de concebir la iconografía del crucificado en presencia de un ángel.

De clara inspiración en el Varón de Dolores murciano, José Zamorano no concibe la presencia de un querube menor, sino la de un ángel de mayor altura, con mayor dinamismo, que se coloca junto a Cristo y, recoge en un cáliz la sangre derramada por su costado.

Realizado en el año 1954, la imagen de este crucificado de concepción clásica, y buen modelado, carece de una policromía acorde a la calidad de la talla, no permitiendo contemplar las perfecciones que el autor realiza en ella. El cuerpo pende una cruz de sección cilíndrica, unido a ella por tres clavos. El escueto perizoma, de originales trazos, se recoge por detrás. El bello rostro de Cristo, ya muerto, transmite paz, propia de quien ha dejado de sufrir y ya no siente dolor alguno. La cabeza de la imagen, coronada por un grueso trenzado de espinas tallado directamente en la testa, muestra el cabello ondulado y partido al centro, al igual que la barba, dejándose caer hacia la izquierda. El pecho hinchado, producido por la asfixia, así como los tensos hombros, por el peso del cuerpo que cuelga de los brazos, destacan en una imagen con una anatomía mucho más estilizada de lo que es habitual en el escultor hellinero.

La contemplación frontal del grupo permite visionar en un perfil puro la imagen del ángel, de clara inspiración grecorromana al más puro estilo del artista. El ángel porta un cáliz y está revestido por un manto en forma helicoidal. La iconografía responde a la devoción hacia la Preciosísima Sangre de Cristo, el costado abierto de Jesús en la cruz, es el signo por antonomasia que la Iglesia ofrece a los hombres para la salvación.

 

 

SAGRADO DESCENDIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

La Procesión Antológica por el Año de la Fe será la primera oportunidad para ver en la calle el eje central del misterio del Descendimiento; obra del escultor Fernando Aguado Hernández, en proceso de ejecución.

Preside la escena la imagen de Cristo, en el momento de ser descendido del leño, mientras que San Juan Evangelista recoge hacia él las piernas del Maestro y Nicodemo tensa enérgicamente la sábana en actitud de descender el mórbido cuerpo. Más adelante, completarán el grupo las figuras de San José de Arimatea, Santa María Magdalena y la Santísima Virgen María; todos ellos de talla completa, en línea con los grupos escultóricos que procesionan en la Semana Santa de Hellín.

Nos encontramos ante un Cristo cadavérico, tallado en madera de cedro policromada, de 170 cm de altura. La rigidez del cuerpo del Señor evidencia el llamado "rigor mortis". Su cabeza descansa sobre el hombro izquierdo, mostrando la boca entreabierta. Los labios amoratados, sin vida, los ojos hundidos, con las circulares cuencas oculares hinchadas, no hacen sino enfatizar la violencia de la muerte en el madero. El ondulado cabello, ligeramente alborotado, se encuentra partido al medio al igual que la barba. El cuerpo parece realmente estar suspendido en el lienzo que envuelve su torso y rodea sus brazos: la sábana presiona la axila izquierda, con el consiguiente efecto en la musculatura de la zona; el brazo izquierdo y el trabajado paño de pureza penden hacia la izquierda, paralelamente, así como la cintura, en contrapunto, pliega la piel en su lado izquierdo, como consecuencia del movimiento que imprime San Juan a las piernas de la imagen de Cristo.

La policromía aplicada a la imagen de Cristo es pálida. La proliferación de sanguinolentas heridas por todo el cuerpo (especialmente en la magullada espalda) así como el semblante del Señor, acercan la imagen a la escuela castellana, mostrando Fernando Aguado un gran conocimiento de la imaginería procesional realizada por los grandes maestros del Barroco de toda España.

El resto de imágenes del paso, de bulto redondo, ha supuesto todo un reto para el escultor sevillano, acostumbrado a la hechura de imágenes de vestir, como es habitual en los pasos de misterio andaluces. Así, de las imágenes de San Juan Evangelista y Nicodemo lo más interesante es el tratamiento de los ropajes -estudiados del natural en palabras de su propio autor-, texturizados como lanas y tejidos de hilos, huyendo de la lija fina en mayor de un naturalismo. Así mismo, la policromía de las ropas, aplicada a base de veladuras, busca que la talla luzca y jugar con las distintas tonalidades de los colores, para que no queden planos.

Enlace relacionado: www.lahornacina.com/noticiasaguado36I.htm

 

 

CRISTO DE LA PAZ

Se trata de una obra realizada en madera de cedro real policromada por el escultor ubetense Antonio Espadas Carrasco, para formar parte del Misterio del Traslado de Cristo al Sepulcro con la Dolorosa titulada Nuestra Señora de la Esperanza. Con este grupo, nos encontramos ante la primera obra que este reconocido imaginero realiza para la Semana Santa de Hellín.

Con clara inspiración en el misterio del Traslado al Sepulcro de la cofradía sevillana de Santa Marta, la imagen de este Cristo Yacente evidencia el padecimiento vivido por Cristo durante su Pasión, así como el sentimiento de una muerte ya acontecida pero todavía cercana, mostrando una imagen despojada de la corona de espinas y aún sanguinolenta en las heridas del costado, las manos y los pies.

La policromía, ligeramente tostada, es muestra también de la muerte cercana. El cuerpo presenta un gran dinamismo, flexionado en la cintura y las rodillas, para ser portado por José de Arimatea y Nicodemo. La cabeza se encuentra girada hacia la derecha, mientras que el brazo derecho se encuentra levantado, para poder ser cogido por la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, a la vez que el izquierdo cae de manera natural.

Cabe destacar el tratamiento de pliegues que el artista jiennense imprime al paño de pureza, los numerosos plegados de la piel en el torso del Señor, y la naturalidad que da a la escena el sudario en el que portan a Cristo los Santos Varones. Conviene señalar que se trata de un grupo escultórico todavía en proceso de ejecución y que tiene prevista su salida en la noche de Viernes Santo, en la procesión del Santo Entierro de Cristo.

Enlace relacionado: www.lahornacina.com/noticiasespadas1I.htm

 

 

CRISTO YACENTE

No descubriremos nada en este trabajo al hablar del Cristo Yacente como una de las grandes joyas del patrimonio devocional de la Semana Santa de Hellín. Realizado en madera policromada por Mariano Benlliure en 1942, el realismo y la sobriedad envuelven de misticismo esta magnífica pieza.

El genial escultor valenciano representa a Cristo muerto sobre el sudario. En la imagen no encontraremos más rasgos de la Pasión de Cristo que los estrictamente necesarios, la llaga en el costado, así como los orificios en manos y pies de los clavos, se encuentran insinuados de manera muy tenue, mientras que los clavos y la corona de espinas reposan en el lecho junto al cadáver del Redentor.

Benlliure huye de cualquier símbolo de edulcoramiento, pero también de todo lo que evidencie crueldad o violencia; el Yacente es la viva imagen de la dureza de la muerte per se. Cuentan las misivas enviadas por los cofrades hellineros de la época, que al principio Benlliure se mostró reacio a llevar a cabo la imagen -la cual, por otra parte, vendría a ser su primer simulacro de Cristo Yacente sobre el sudario-, si bien, una vez enfrascado en el proyecto, le absorbió de tal forma que su dedicación al mismo era total, hasta el punto de visitar prácticamente a diario durante semanas un hospital de tuberculosos para tomar apuntes sobre la morbidez de los cuerpos y así ejecutar el modelado de la imagen.

El estudio anatómico llevado a cabo por el insigne valenciano es admirable; el "rigor mortis" se hace evidente en la policromía pálida y tenue, con carnaciones descoloridas. Y es que el Yacente de Hellín es la viva imagen de un cadáver. La rigidez cadavérica se hace presente en el cuerpo, de extrema delgadez: los brazos aparecen semiflexionados, mientras que las extremidades inferiores se disponen en extensión, con la pierna izquierda apoyada sobre la derecha, rompiendo así la simetría de los simulacros de Onteniente y Crevillente.

La contemplación en planta permite deleitarse con el exquisito tratamiento del sudario, que envuelve magistralmente el cuerpo del señor por el costado izquierdo, dejando al descubierto la cadera por el lado derecho. La cabeza, ladeada hacia la derecha, y con la barbilla muy pronunciada hacia arriba, muestra de nuevo el rigor de la muerte. Los párpados, cerrados, dejan entrever los mortecinos ojos, mientras que la boca entreabierta muestra la tensión de las apretadas mandíbulas. El cabello cae libremente sobre el sudario. El semblante del Señor no transmite dolor alguno, solo paz y muerte.

El Cristo Yacente de Hellín fue restaurado en el año 2000 por el Taller El Retablo, de Albacete. A pesar de tratarse una imagen estremecedora por su realismo, el carácter devocional de la pieza es inequívoco; buena muestra de ello son los cientos de penitentes que le siguen en el silencio de la noche del Viernes Santo. Procesiona en unas sencillas andas que no tienen otro cometido que el de acercar la imagen a los fieles.

 

 

CRISTO RESUCITADO

El misterio de la Resurrección (1949) completa la terna de grupos escultóricos que Federico Coullaut Valera realizó para la Semana Santa de Hellín. Nos encontramos, una vez más, ante un paso de composición brillante. Jesús se alza glorioso del Santo Sepulcro, ante el estupor de los dos romanos que caen atónitos al suelo. Completaría en 1951 el grupo un ángel, de rasgos hermafroditas, que anuncia la Resurrección del Señor.

La imagen de Cristo, en el centro de la escena, destaca por la deidad y hieratismo de su semblante. Con esta efigie no busca Coullaut Valera la conexión con los fieles, sino imponer respeto al espectador con una imagen que, tras la Resurrección, se trata del mismo Dios. Jesús alza su mirada al cielo, buscando una vez más el diálogo con el Padre, y parece casi levitar por encima del resto de imágenes del grupo. Esto solo es posible debido a la maestría compositiva del escultor madrileño, puesto que el cuerpo, colocado a gran altura, no entra en contacto directo con el suelo, desplazando el centro de gravedad de la imagen, sino que se une al mismo mediante el sudario que le envuelve en una suerte de espiral celestial. El resultado es tan espectacular visto en la calle, que más parece elaborado por un estudio de ingeniería que por un taller artístico.

El estudio anatómico en la imagen de Cristo refleja la búsqueda de la perfección formal por parte del autor. Con la mano izquierda parece pedir calma al mundo terrenal, mientras que con la derecha muestra con orgullo la Cruz, en la que murió para salvar a la humanidad.

Con los romanos, aterrorizados, Coullaut Valera busca transmitir lo sobrenatural del momento. Uno de ellos se echa el brazo a la cara mientras cae de espaldas con violencia, mientras que el otro parece dispuesto a salir corriendo, despavorido ante el estupor del momento, mientras mira con gran sorpresa hacia atrás. La anatomía de ambos se corresponde con la de hombros fornidos en tensión por encontrarse estupefactos.

El grupo escultórico del Resucitado fue restaurado por Pablo Nieto en el año 2009, mientras que en el presente año 2013 ha estrenado un nuevo trono obra del tallista local Alejandro Barra.

 

 

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

La figura de María no podía faltar en este acto de fe. Hellín, emblemáticamente ciudad mariana, ha querido poner la imagen de Nuestra Señora del Rosario en el centro de este conjunto devocional, queriendo expresar, de la mano de su Patrona, la muestra de fe que constituye esta manifestación de religiosidad popular.

La imagen actual de Nuestra Señora del Rosario, tallada en 1939, viene a sustituir a la desaparecida en 1937 durante los disturbios de la Guerra Civil. La influencia y amistad del hellinero Antonio Millán Pallarés con Fernández Andes, hacen que la nueva imagen sea obra de dicho imaginero hispalense.

Tanto la Virgen como el Niño son tallas de bulto redondo, realizadas en madera policromada y con una altura aproximada de 120 cm. Las técnicas empleadas en la realización de la imagen, la estofa y los paños mojados, imprimen color y dinamismo al manto y la túnica, dotando a la obra de una singular belleza cuando no se encuentra ataviada con manto en el interior de su camarín.

Muestra la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda, mirada baja y ojos castaños que no reposan sobre centro alguno. La nariz es pequeña y recta, y la boca entreabierta, con unos labios finos, dejando entrever los rasgos de una joven madre. La mano derecha, extendida y con la palma hacia arriba, sujeta el rosario, mientras que la izquierda, cubierta por el vestido, sostiene la efigie del Niño, la cual procede del grupo primigenio, pudiéndose salvar al quedar oculta la cabeza durante todo la contienda. Su posterior aparición hizo que el escultor pusiese de nuevo en brazos de la nueva imagen, la original del Niño. El pequeño Jesús únicamente se encuentra ataviado con el paño de pureza, llevando su mano derecha al pecho materno, símbolo de la maternidad y el afecto que pretende transmitir el conjunto.

Acompañan a la sagrada imagen el rosario y la media luna, símbolos del texto del Apocalipsis de San Juan Evangelista; junto con el bastón de mando, en virtud del título que ostenta como Alcaldesa-Honoraria de la ciudad. El 31 de mayo del año 1955 la Virgen del Rosario fue coronada canónicamente por el Arzobispo de Valencia, fruto en buena medida de la conservación del Niño y de la entrega popular que, desde el primer momento, la población tributó a la nueva talla de su Patrona.

A lo largo del año se halla ataviada por un conjunto de mantos que, de acuerdo a las festividades y al tiempo litúrgico, ofrecen la oportunidad de poder verla con piezas de un merecido valor artístico, sumado al de la propia talla, conformando un conjunto exquisito para quien la contempla en la intimidad de su santuario.

 

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