EL BUSTO DEL SILENCIO BLANCO

05/12/2015


 

 

Un artista de la provincia de Huelva

Año 2003. Solía visitar anticuarios y sitios de compra-venta de todo aquello que existe en casas cuando se venden con todo su contenido, desde un viejo televisor a un mueble castellano, ropa usada, etcétera. Recuerdo que era una tarde de finales del mes de febrero y me disponía a pasear por los sitios donde hay entrada de mobiliario antiguo, pero ese día también decidí acercarme a una nave vieja en un polígono de Sevilla capital -tienda de infinidad de visitas diarias- para pillar la oportunidad de aquello que se busca o simplemente se encuentra, te enamoras y lo compras. Solía entrar y recorrer la tienda; primero la planta baja por su parte izquierda, hasta visualizar los cientos de objetos que allí estaban en un desorden controlado en el que los electrodomésticos, lámparas, libros o muebles parecían ofrecerse a su mejor postor tras haber sido manoseados anteriormente.

 

 

Me fui adentrando en la zona derecha de la tienda, que con su débil iluminación parecía una cueva de chismes donde el frío y la humedad, acompañada del sucio suelo, hacían que uno no diferenciara los huecos para pisar y no tropezar. Entre un rebujo de piezas de forja de lámparas, antorchas y tinajas de cobre, allí en el suelo oscuro, se distinguía entre tanto óxido, una vieja cabeza de yeso blanco que parecía manifestarse iluminando pobremente, sin llamar mucho la atención. Fue todo un presagio, el Silencio del lugar y el busto Blanco. La perspectiva desde arriba no distinguía mucho el parecido a ninguna imagen en especial, pero rápidamente advertí el modelado suave y personal que me hizo valorar el busto. Me agaché y vi como su mechón izquierdo estaba partido y depositado encima de la parte alta del cráneo. Como otra pieza más del lugar, estaba sencillamente clasificada con un papel adhesivo que ponía escrito "cabeza de Cristo 40 euros".

 

 

Normalmente, cuando ves alguna pieza que te gusta, analizas la situación de la calidad y su precio para decidir si la compras o no. En este caso, era clarísimo cuando la calidad de la obra, ayudada por la insignificante cantidad de euros, empujaba a ser comprada. He de decir que, en ese momento, sentía que el busto recordaba por sus facciones a su autor, y entre tanta imagen memorizada en mi retina no acababa de tenerlo claro y menos mirándola desde arriba con una perspectiva incómoda, pero como me disponía a llevármela pues ya la analizaría con detenimiento. Me dirigí al encargado para pagarla, y cuando me disponía a meterla en mi coche iba aumentando mi acierto a ver que lo que me llevaba era especial, sobre todo cuando la tendí en el asiento trasero y el rostro ofrecía una visibilidad mucho mejor. Mi sensación era de querer alejarme lo antes posible del lugar, como cuando sabes que tienes algo único e importante y pudiera arrepentirse el vendedor de haberla soltado, pero no tenía sentido ya que desde un principio no sabían lo que poseían para vender.

 

 

Cuando llegué a mi estudio y coloqué el busto en alto para examinarla, mi cara empezó a cambiar de color. Rápidamente me fui a los libros para comparar su parecido al Cristo del Silencio de la cofradía sevillana de la Amargura. Poco a poco iba dándome cuenta que se trataba de esta obra. Las fotografías y las numerosas visitas a su templo de San Juan de la Palma me confirmaron que no había dudas. Para más exactitud, se lo comenté en secreto a un par de compañeros artistas; sobre todo a uno que, con su gran experiencia, me cercioró de que, por la pátina del tiempo y la manera de estar trabajada, era casi con total seguridad un molde hecho al Cristo en el año 1951, durante la restauración que le realizara Juan Luis Vassallo. Desde aquel momento me puse a comparar cada centímetro cuadrado del molde, acercándome al Cristo original en sus besamanos para darme cuenta de que era exacto. Hoy la mantengo en un lugar íntimo de mi casa -en la provincia de Huelva, mi tierra- donde solo muy pocas personas las han visto en directo.

 

 

El busto original del Cristo del Silencio, labrado en 1698 en el taller sevillano del famoso escultor Pedro Roldán, poco antes de la muerte del maestro, representa, de pie y maniatado, recogido y majestuoso, el pasaje evangélico del Desprecio de Herodes, con un semblante sereno ante las burlas que le rodean y abstraído en el sacrificio a consumar que se avecina. Antiguamente llevaba las manos atadas a la espalda. A través de sus facciones, dulces y angulosas, se expresa el silencio de Cristo ante las numerosas preguntas del Tetrarca. Pese a su innegable impronta roldanesca, no presenta un trabajo de gubia en cabello y barba muy propio de Roldán, más dado a modelarlos mediante masas lisas, sin pararse demasiado a individualizar las hebras de pelo. Sebastián Santos talló en 1935 un nuevo juego de manos, y el escultor gaditano Juan Luis Vassallo (Cádiz, 1908 - Madrid, 1986) labró dieciséis años después nuevo cuerpo anatomizado, incluyendo los pies. Fue entonces cuando Vassallo debió realizar este molde en yeso al Cristo, quizás para encajar mejor el busto al nuevo cuerpo que ejecutó.

 

 

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