LAS FIESTAS DE LA CANDELARIA Y EL DIABLO EN TIJARAFE (LA PALMA)

Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero (01/09/2008)


 

 

Como titular del hermoso templo del siglo XVI, la Virgen de la Candelaria presidía su altar mayor dentro de un tabernáculo de madera en 1567. Negrín nos informa de que “una vez asentado el nuevo retablo mayor en el primer tercio del siglo XVII, pasó a ocupar el nicho principal del mismo, donde la hallaría colocada el visitador Don Juan Pinto de Guisla en 1678 y donde ha permanecido hasta nuestros días”. El Visitador José Tovar, en 1705, observó que su estado no debió de ser entonces el apropiado, pues dispuso que la talla flamenca fuese trasladada a la capital palmera “con el fin de someterla nuevamente a las operaciones de dorado y estofado” .

El Niño porta una pera, alusiva a la Encarnación, y un pájaro, “símbolo del alma del pecador refugiándose en Cristo” (Salmo 123, 7). La Virgen presenta larga cabellera extendida en compactos mechones y adornada con pequeño tocado y cinta sobre la frente. El hábito tiene escote redondo y está ajustado por la cintura. Los ampulosos ropajes ocultan un estilizado cuerpo que se desploma sobre una pierna. Los suaves pliegues de las telas, de crestas redondeadas y el tratamiento de los paños “se advierte en otras obras de la escuela brabanzona datadas a principios del XVI”. La Virgen ladea levemente su cabeza hacia el Niño, en maternal postura, mientras que su mano izquierda sostiene la candela de plata o larga vela, símbolo de su advocación.

Además de los actos litúrgicos de su onomástica, 2 de febrero, la Fiesta de la Virgen se celebra también en el mes de septiembre. El día 8, después de la Misa solemne concelebrada y cantada por la magnífica masa coral de Tijarafe y Mazo, es trasladada procesionalmente a través de las calles del casco, profusamente adornadas, entre el estruendo de fuegos de artificio y el acompañamiento de multitud de fieles. A su entrada tiene lugar, tras el “Cuadro Plástico”, la famosa Loa en su honor.

En la madrugada de la víspera, durante una monumental verbena, el popular y temido “Diablo” danza entre la multitud embelesada y estalla en fuego y colores. Los fuegos artificiales inundan la plaza y la diabólica figura se convierte en una bola incandescente hasta que su cabeza explota. Un año más vence la Virgen sobre Satanás. El Diablo hacía entonces “la venia” o las tres genuflexiones a la Patrona ante las puertas cerradas del templo. Se está tratando de recuperar esta tradición. Antiguamente, aquél, chamuscado, acompañaba a la Virgen en su itinerario procesional del día siguiente.

 

 

En la madrugada del día 8 de septiembre, puntual con su cita con la multitud que anhela su presencia después de todo un año, el “Diablo de Tijarafe” hace su entrada sigilosa en la gran plaza de la Iglesia, cubierta a modo de cúpula de banderitas de todos los colores. Normalmente, se hace esperar y aparece entre las 3:30 y 3:40. Algunos mascarones (gigantes y cabezudos) anuncian la entrada del “machango negro” y marcan la cuenta atrás. La emoción se desborda. La hora ha llegado.

Un elemento que también aporta más tensión a esos instantes es el hecho que nadie, excepto los miembros de la organización, sabe por dónde va a hacer su aparición el Diablo. Es una sorpresa y el secreto se guarda hasta el final. De repente, entre los claros y sombras de la plaza, surge la diabólica figura negra de grandes ojos rojos llamativos. El griterío de la sorprendida y asustada concurrencia es ensordecedor mientras la música de la orquesta arrecia con sus mejores piezas. El “bicho” entra en la plaza escoltado por un grupo de voluntarios, a modo de cordón de seguridad, que trata de velar por que el acto se desarrolle según lo previsto, sin incidentes.

Una gran cantidad de voladores y fuegos de artificio van estallando desde el exterior de la carcasa que protege al valiente voluntario que lo baila. En estas últimas ediciones ha sido el tijarafero Ricardo García Castro quien ha hecho vibrar a su pueblo con su frenético baile de fuego. Según cuenta Ricardo, el Diablo pesa entre 70 u 80 kilos, después de que se le ha colocado encima unos 30 o 40 kilos de pólvora. Cuando ésta prende, la temperatura interior puede alcanzar entre 50 y 60 grados. Primero se enciende la horqueta, luego el rabo y poco a poco se van quemando las distintas partes del cuerpo. Aproximadamente en los veinte minutos que tarda la danza, más de quinientas piezas de fuego de artificio salen disparados de la carcasa para iluminar el cielo en el ya “Día de la Virgen”.

 

 

El público extasiado lo rodea e incluso lo provoca para que dance con más brío y disfruta con la gran descarga multicolor de fuego que inunda toda la plaza. El “mito” popular es correr tras el Diablo y tocarlo. Cuando se sitúa en el centro de la plaza de la Iglesia, se produce la apoteosis: la cabeza explota entre aplausos, vítores y humo. El olor a pólvora se extiende por todo el pueblo y cuando el espeso humo desaparece, también lo ha hecho ya el Diablo hasta el año que viene.

Los orígenes más remotos del Diablo, según José Luis García Francisco, datan de la primera década del siglo XX. Inicialmente estaban ligadas a un personaje llamado “Cataclismo”. Algo más tarde se creó la figura del “Diablo”. Consistía en un armazón de madera y cañas, forrado con tela de sacos, sujeto por arcos y recubierto con una lechada de cal para protegerlo del fuego. Luego llegó un pelele al que los lugareños bautizaron “Sinforiano”. Su figura era humana y se situaba sobre un barril que permanecía fijo en el suelo desde el cual un valiente voluntario movía por medio de unos hilos sus manos. En la boca, a modo de cigarro, se hallaba una bengala que iba prendiendo fuego uno a uno los voladores que se encontraban en los dedos de su mano. Concluía el espectáculo con la quema de los cohetes alojados en la cabeza. Aquella vieja carcasa pesada, más tarde de lata, fue, afortunadamente, sustituida por otra más ligera de fibra de vidrio

 

 
 
 
 

 

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