EL ARTE PICTÓRICO DEL DESCENSO DE JESÚS A LOS INFIERNOS. SU
TRATAMIENTO EN UN GRABADO FRANCÉS DE FINALES DEL SIGLO XIX

Antonio Jesús Yuste Navarro (12/02/2011)


 

 
 
Obra de Bartolomé Bermejo

 

"Has venido a la tierra para salvar a Adán, al no encontrarlo, ¡oh Señor!, has ido a buscarlo hasta el infierno"

(Maitines del Sábado Santo)

 

La iconografía del Descenso a los Infiernos se fundamenta en la doctrina dogmática cristiana del descendimiento de Cristo al infierno después de su muerte en la cruz, logrando la redención de Adán y de los justos del Antiguo Testamento que allí le esperaban para gozar de la visión de Dios. A diferencia de otras representaciones pictóricas que abordan este tema, este grabado del francés P. Grenier, titulado El Descenso de Jesús a los Infiernos (1891), nos muestra a un grupo de personajes vinculados a las Sagradas Escrituras que analizaremos posteriormente. Para analizar con mayor exactitud y detenimiento este grabado, utilizado para anunciar la XIII edición de las Jornadas de Divulgación Pasionaria organizadas por la Cofradía de Ánimas de Cieza (Murcia), nos centraremos en tres espacios que conviven ordenadamente en esta singular composición.

Como en casi todas las composiciones de estas representaciones pictóricas, Cristo, abrigado por la nebulosa, figura en el centro de la escena, siendo el foco de atención de la misma. Pisando los peldaños de la escalera de la Gloria (parte superior de la obra), la que en tiempos atrás soñó Jacob: "una escala que, apoyándose sobre la tierra, tocaba con su extremo en los cielos, y que por ella subían y bajaban los ángeles de Dios. Y vio que Yahveh estaba sobre ella" (Gen 28, 12-13), baja Dios hecho carne y resucitado, aproximándose a la muerte, bajando victorioso iluminando la morada de los muertos, un lugar donde el sol nunca envía sus rayos porque en su profundidad no puede recibir la luz del día, pues está privado del sol de justicia, que emana de Dios. En el momento en que desciende a los infiernos, la luz del cielo penetra en el gélido lugar, la gracia del cielo llega a lo más profundo de la Tierra, destruyéndose las puertas que impedían el encuentro de Jesús con sus predecesores atados por el pecado y la muerte. Así describe el evangelio apócrifo de Nicodemo la entrada de Cristo a los infiernos: "Y al momento, el Infierno se puso a temblar y las puertas de la muerte, así como las cerraduras, quedaron desmenuzadas, y los cerrojos del Infierno se rompieron y cayeron al suelo quedando todas las cosas al descubierto".

 

 
 
Obra de P. Grenier

 

En este grabado, el espectador centra su atención en la cruz bajo la simbología del estandarte de la victoria. Al igual que sucede con la imagen titular de la Cofradía de Ánimas de Cieza, Cristo es ya el Rey del Universo, y entra triunfante; la cruz, símbolo de muerte, pasa a ser signo de victoria portada por Jesús como bastón donde poder agarrarse para pasar a la vida eterna, el medio por el que ha conseguido su señorío sobre la muerte y el pecado.

Cristo camina victorioso y decidido hacia el lugar donde se encuentran los liberados (franja intermedia de la composición). En posición destacada se ubican los primeros padres del Antiguo Testamento, sagrada escritura dirigida en todo momento a la venida de Cristo. El lugar que ocupan es el llamado Purgatorio. Según el Catecismo de la Iglesia Católica "se llama purgatorio a la purificación después de la muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para gozar definitivamente de Dios". En esta posición quedan representados los antecesores bíblicos del Salvador. Al lado de los últimos peldaños de la escalera celestial, encabezando el grupo de la derecha, aparecen Adán y Eva. Adán, la oveja perdida, extiende su mano para ser cogida por la de Cristo, pues "el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido", mientras que Eva, maniatada como símbolo de tentación, suplica callada al Redentor ayuda para levantarse de su situación caída y desgraciada por el pecado y la muerte, esperando la salvación y el retorno a la vida que le fue arrebatada por la acción maquiavélica del demonio.

Junto a Adán se encuentra Moisés, el hombre encomendado por Dios para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto. Como máximo profeta y legislador, porta en su mano izquierda las tablas de la ley en las que se recogen los diez mandamientos, de obligado cumplimiento para todo hebreo. Detrás de él se sitúa el rey David ataviado como soberano, viendo a Cristo como un miembro más de su linaje. David fue el segundo de los reyes del antiguo Reino Unificado de Israel, según la Biblia, y es representado como rey justo, aunque no exento de pecados. Junto a Moisés, aparece su hermano Aarón, considerado como el consejero de Moisés durante la travesía desde Egipto a la Tierra Prometida, que en su mano izquierda porta la vara que con un milagro floreció.

En el lado izquierdo, y en primer plano, aparecen Abraham y su hijo Isaac. Abraham porta el cuchillo del sacrificio y la obediencia a Dios. Éste pidió a Abraham, como prueba de fe, que le ofreciera a su hijo en sacrificio. Cuando Abraham se disponía a acatar el mandato divino, se lo impidió un ángel y en lugar de su hijo sacrificó un cordero. Detrás de Abraham, se encuentra el tercer y último rey de todo Israel, incluyendo el reino de Judá: Salomón, segundo hijo de David. Fija su mirada en el Liberador y Salvador de los que viven y mueren. Al pie de la escalera aparece Jacob, patriarca hebreo, hijo de Isaac, reverenciando al Hijo de Dios en el lugar que en sueño profetizó.

Ambos grupos constituyen una representación del pueblo sumergido en las tinieblas, que espera la salvación por Cristo para gozar de la presencia de Dios. En un plano secundario, y tras estos personajes bíblicos, se encuentran, en ambos lados y a modo de procesión, los justos que esperan en la sombra su salvación. En la parte inferior de la obra se abre, como cueva negra y oscura, el infierno, lugar donde acuden aquellos que voluntaria y libremente rechazan a Dios y persisten en su rechazo hasta el final. Es la separación eterna de Dios hacia quienes mueren en pecado grave contra Él, contra el prójimo o contra sí mismo. Allí se representan las almas condenadas abrasándose entre fogosas llamas avivadas por el personaje de la muerte, que porta la guadaña en su mano izquierda.

 

 
 
Obra de Fra Angelico (Detalle)

 

El sentido misterioso y grande del descenso de Cristo a los infiernos se encuentra en que el Verbo encarnado es el Salvador de todo género humano, no sólo de los que están vivos sino también de aquellos que murieron antes de su venida. Cristo desciende a lo más profundo de nuestro ser y nos arranca de las tinieblas, pues según la religión cristiana fuimos sepultados con Él por el bautismo a fin de resucitar en Él de entre los muertos.

 

"Y a ti te mando: ¡Despierta, tú que duermes!, pues no te creé para que permanezcas cautivo del abismo.
¡Levántate de entre los muertos!, pues yo soy la vida de los que han muerto"
.
"Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza".
"Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona"

(Antigua homilía del Sábado Santo)

 

 
 
Obra de Friedrich Pacher

 

Nota de La Hornacina: Extracto del artículo homónimo publicado en la
revista Anástasis, Cofradía de Ánimas de Cieza (Murcia), nº 8, 2010, pp. 10-12.

 

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