LA PLAZA DE LA CORREDERA

Rafael Arjona

 

Con el fin de contribuir a que Córdoba sea Capital de la Cultura en el año 2016, se realiza este especial formado por 20 entregas en el que haremos un repaso por el rico patrimonio de la ciudad andaluza. Los mejores historiadores e investigadores sobre la ciudad, junto con nuestras modestas aportaciones, darán forma a un interesante recorrido que podrán consultar a través del banner correspondiente en la página principal de contenidos. Al mismo tiempo, tendrán un enlace de cada entrega en la sección Atajos, donde quedará definitivamente inserto una vez concluido.

 

 

Saliendo de la Plaza del Potro por la Calle de Armas, enseguida se llega a la Plaza de las Cañas, que fue hasta los años sesenta del siglo XX un mercado de frutas y hortalizas, y a la Plaza de la Corredera, que se encuentra al otro lado. Desde finales del siglo XV, hasta la expansión experimentada por la ciudad a partir de 1960, este fue el centro neurálgico de Córdoba. Aquí se han celebrado juegos de cañas y corridas de toros -todavía una de sus salidas es la Calleja del Toril-; se han quemado herejes y heterodoxos condenados por la inquisición; se han ejecutado reos condenados a la pena de muerte; se ha recibido a reyes y a grandes señores. Aquí venían a parar todos los forasteros que llegaban de los pueblos a cerrar sus tratos o a arreglar sus papeles.

Desde 1893 hasta 1959 estuvo aquí el único mercado de abastos con que contaba la ciudad, un mamotreto de hierro levantado con capital francés, que cegaba las arquerías y se comía todo el espacio. Por aquí ha corrido la vida en todas sus dimensiones. ¡Qué no han visto y han oído las piedras de sus soportales!

La plaza es rectangular y como tal empezó a formarse a finales del siglo XVI. De esta época son las llamadas Casas de Doña Jacinta, la zona más antigua, una edificación situada en el muro sur con numerosas ventanas entre pilastras, de sabor renacentista. Cada ventana correspondía a una habitación que se alquilaba a un inquilino que debía abandonarla cuando se celebraban festejos, porque entonces el propietario la realquilaba a un precio extraordinariamente mayor.

Un poco más abajo de estas casas, en el mismo muro, hay un caserón de aspecto noble, que tiene en su portada, en gran tamaño, el escudo de Felipe II. Se construyó durante el reinado de este monarca para cárcel y casa del corregidor de la ciudad. En el siglo XIX lo ocupó José Sánchez Peña, un reputado industrial que lo convirtió en fábrica de sombreros y en su vivienda. Más tarde formó parte del mercado, función que, junto con la de Centro Cívico, sigue cumpliendo hoy, convenientemente restaurado.

Los tres lados y medio restantes de la plaza se construyeron bajo el mandato del corregidor Ronquillo Briceño y fueron realizados durante el último cuarto del siglo XVII por el arquitecto salmantino Antonio Ramos Valdés, quien siguió el modelo de las plazas castellanas en boga en aquellos momentos. Esta tiene la fábrica a base de ladrillo macizo; consta de una planta baja formada por soportales con arcos de medio punto sobre pilares cuadrados de gran superior, y tres plantas abalconadas, con dos huecos sobre cada arco, con el propósito de que desde ellos se pudiera continuar disfrutando de los espectáculos.

El conjunto resulta bastante austero, aunque también espectacular, sobre todo, por la latitud en la que se encuentra. Durante mucho tiempo estuvo completamente encalada; luego se quitó la cal y quedó el ladrillo visto. En fecha reciente, después de una cuidadosa restauración, tanto de sus muros como sus viviendas, ha recuperado el enlucido con los colores propios del barroco que tuvo en sus orígenes, aunque es más seguro que nunca ha tenido el aspecto sereno, reposado y noble, de gran oasis en medio del fragor ciudadano que ofrece en la actualidad.

 

 

Fotografías de José Zurita y Toni Castillo

 

FUENTES: ARJONA MOLINA, Rafael. Córdoba, Anaya, Madrid, 2005, p. 65.

 

 

 

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