CÁDIZ, CIUDAD CONSTITUCIONAL (1812-2012)

ORATORIO DE LA SANTA CUEVA

 

Con motivo del Bicentenario de la Proclamación de la Constitución de 1812 y el nombramiento de Cádiz como Capital Iberoamericana de la Cultura en 2012, se realiza este especial en el que haremos un repaso por el valioso patrimonio de la ciudad andaluza. Los mejores historiadores e investigadores sobre la ciudad, junto con nuestras modestas aportaciones, darán forma a un reportaje dividido en 20 entregas que podrán consultar también en la sección Atajos del portal, donde quedará definitivamente inserto una vez concluido.

 

 

El Oratorio de la Santa Cueva, con sus dos capillas, la Penitencial y la Eucarística, es un monumento extraordinario dentro de la historia del arte español y la obra cumbre del neoclasicismo gaditano. Resulta sorprendente, y pocos imaginan, que detrás de su fachada, con más aire civil que religioso, se puedan albergar dos espacios superpuestos tan diferentes entre sí. Todo lo dispuesto en ellos: la arquitectura, la escultura, la pintura, las artes decorativas y hasta la música, responde a la perfección al complejo programa religioso ideado por su fundador, y todo se mantiene tal cual desde su creación en el siglo XVIII.

La historia de la Santa Cueva, declarada por el Ministerio de Cultura monumento histórico-artístico de carácter nacional en 1981, está vinculada a la Cofradía de la Madre Antigua, que tuvo su origen en las reuniones que todos los jueves, al anochecer, tenía un grupo de varones para meditar en la Pasión del Señor. A partir de 1730, los cofrades se instalaron en la Parroquia del Rosario, en donde en 1756 se descubrió casualmente un subterráneo en el que, tras adecentarlo, continuaron con sus ejercicios de piedad, recibiendo la cofradía desde entonces el nombre de Hermandad de la Santa Cueva.

Su etapa de máxima esplendor comienza en 1771, cuando el venerable sacerdote Don José Sáenz de Santamaría se hace cargo de la dirección espiritual de la Cofradía de la Madre Antigua y emprende a sus expensas la construcción del Oratorio de la Santa Cueva. Nacido en Veracruz (México), el Padre Santamaría, segundo hijo del Marqués de Valde-Iñigo, realizó sus estudios eclesiásticos en la Compañía de Jesús. En 1781, con la ayuda del Conde de Reparaz, decidió ampliar la primitiva cueva y reformar la aneja Iglesia del Rosario, encargando los planos al arquitecto y académico Torcuato Cayón, maestro de obras de la Catedral Nueva de Cádiz. Durante el transcurso de las obras fallece Cayón, haciéndose cargo de las mismas su ahijado y discípulo Torcuato Benjumeda, inaugurándose la capilla subterránea en 1783. En 1785 fallece el Marqués de Valde-Iñigo, y al poco tiempo también fallece su hijo primogénito, con lo que el Padre Santamaría, heredado el título nobiliario y la cuantiosa fortuna familiar, decide añadir a la primitiva edificación la capilla alta, dedicada al culto del Santísimo Sacramento, que fue bendecida en 1796 por el obispo de Cádiz Don Antonio Martínez de la Plaza.

La fachada de la Santa Cueva se organiza mediante cuatro pilastras de orden toscano gigante que comprenden tres huecos en planta baja y tres ventanas cuadradas en el primer piso. Sobre el entablamento se abren tres ventanas en la segunda planta rematadas por una sencilla cornisa y el perfil de la azotea. Se accede a la Santa Cueva a través de un pequeño vestíbulo que sirve al mismo tiempo de rellano de la artística escalera de ascenso a la capilla alta, situada por encima del nivel de la calle, y de descenso a la capilla penitencial.

La capilla baja o de la Pasión es un espacio destinado a la oración en silencio, a la práctica de los ejercicios de la Pasión del Señor y de las Siete Últimas Palabras de Jesucristo en la cruz. Tiene planta basilical de tres naves separadas por pilares cruciformes y cubiertas por bóvedas baídas la central y de arista las laterales. Al fondo de la capilla se encuentra un estrado con la cátedra desde la que el director espiritual dirigía las meditaciones. El rigor del espacio, con los muros blancos y desnudos, acentúa la dramática presencia en el frontal del Calvario, tallado por Gandulfo y Vaccaro, iluminado solo por la luz cenital proveniente de la linterna, con Jesucristo en el centro, rodeado por su madre la Santísima Virgen María, San Juan Evangelista y las santas mujeres: María Magdalena, María Cleofás y María Salomé.

La capilla alta o del Santísimo Sacramento es de planta oval. Esta construida sobre la iglesia subterránea y, en contraste con el rigor ascético y penitencial de la anterior, destaca por la riqueza de sus materiales y por la excelencia de su decoración pictórica y escultórica. El altar principal de todo el conjunto se dispone en el eje mayor de la elipse, desde donde preside el espléndido sagrario, con seis columnas corintias de plata en su interior y de jaspe en el exterior. Los muros se organizan mediante ocho columnas adosadas de orden jónico, realizadas también en jaspe. Sobre su entablamento, decorado con parejas de ángeles, se levanta la cúpula que fue pintada por el artista italiano Antonio Cavallini, que logró el efecto óptico de relieves en escayola. En los intercolumnios centrales de la capilla se sitúan sendos altorrelieves en estuco, que representan las comuniones de San Luis Gonzaga y de San Estanislao de Kostka, obras de Cosme Velázquez. Bajo el arquitrabe, en los lunetos de los intercolumnios restantes, se disponen cinco lienzos, tres de ellos obra de Francisco de Goya: El Convite Real, La Multiplicación de los Panes y los Peces y La Última Cena; y de Zacarías González Velázquez y de José Camarón: Las Bodas de Caná y El Rocío del Maná, respectivamente.

Por lo que respecta a la iluminación del conjunto, como una muestra más de la estricta sujeción al programa religioso, mientras que en la lóbrega capilla de la Pasión la única luz proviene del lucernario que se abre sobre el Crucificado, iluminándose por la noche con dos lámparas de aceite portadas por sendos ángeles, la capilla del Santísimo Sacramento se ilumina durante el día mediante ocho grandes óculos que tamizan la luz en el arranque de la cúpula y por la noche gracias a una magnífica lámpara de cristal de la Granja.

En los rellanos de las escaleras se pueden admirar, además, las esculturas de la Virgen de la Soledad, Cristo caído bajo la cruz, Cristo atado a la columna y el Buen Pastor, obras de Manuel González; así mismo, podemos contemplar en el centro de la capilla alta el retrato del Padre Santamaría, y en la hornacina de la calle La Virgen del Refugio de los Pecadores, obras del pintor alemán, afincado en Cádiz, Franz Riedmayer.

Como remate a toda la obra, el Padre Santamaría quiso enriquecer su Oratorio con una pieza musical que acompañara la predicación de las Siete Palabras en la mañana del Viernes Santo. El Marqués de Méritos y el Marqués de Ureña, que eran músicos, intervinieron para que el famoso compositor austríaco Joseph Haydn escribiera su obra Las Siete Últimas Palabras de Nuestro Redentor en la Cruz, que se estrenó en Cádiz el Viernes Santo de 1783, convirtiéndose desde entonces en uno de los momentos cumbres de la Semana Santa gaditana, por su belleza y profundos sentimientos de piedad que imprime en el alma de quien, con religioso fervor, une en su interior la meditación de las divinas palabras y la expresividad de esta música incomparable.

Nos encontramos, pues, ante la obra de un sacerdote inteligente y culto, que supo combinar con sabio equilibrio la cultura, el arte y la fe, y que movido por su profunda devoción y sincera caridad, empleó la inmensa fortuna que heredó, en obras de caridad, de apostolado y de arte sagrado, mientras que él vivía con ejemplar austeridad. Sus restos mortales descansan en la Paz del Señor en el vestíbulo de entrada a la capilla alta, junto al Buen Pastor, a quien tan fielmente imitó en su vida sacerdotal. No en vano, a su muerte, en fama de santidad, el pueblo espontáneamente le otorgó el título de Venerable Padre Santamaría.

 

 

Fotografías de Dick y Jane Schmitt

 

Anterior Entrega en este

 

 

Principal

www.lahornacina.com