LA VIRGEN DE LA SERVILLETA

Valme Muñoz


 

Esta popular representación de la Virgen con el Niño pertenece a la serie de pinturas que realizó Murillo para la Iglesia de los Capuchinos, de Sevilla, donde se situaba en la puerta del tabernáculo. Pintadas para el retablo mayor y los altares de las capillas laterales entre 1665-1668, años de su plenitud artística, se encuentran entre las mejores de su producción.

Las pinturas fueron salvadas de la Invasión Francesa y restauradas por el pintor Joaquín Bejarano, a quien los frailes regalaron la escena que presidía el retablo mayor, El Jubileo de la Porciúncula, actualmente en el Museo Wallraff-Richard, de Colonia.

El cuadro que nos ocupa es conocido como La Virgen de la Servilleta gracias a una tradición originada a comienzos del siglo XIX que recogía dos versiones sobre los años en que Murillo trabajó para Los Capuchinos. Ambas ponen de manifiesto algo documentado en la época, que cuando un artista contrataba con una orden religiosa un trabajo importante, se trasladaba con su taller al lugar de la ejecución y allí convivía con los miembros de la Orden.

Según la primera versión, concluido el trabajo, Murillo asistía con frecuencia al convento para oír misa y allí desayunaba. Un día el hermano lego encargado del refectorio advirtió la desaparición de la servilleta, que le fue devuelta por Murillo con la Virgen y el Niño pintados en ella. La otra versión es que el hermano lego puesto al servicio de Murillo le pidió un recuerdo y al solicitarle el pintor un lienzo, no disponiendo de otro, le ofreció la servilleta donde pintó la popular imagen.

La fortuna de esta deliciosa composición de la Virgen con el Niño se debe a la habilidad con que Murillo consigue mover a la piedad por lo cotidiano; por ese afecto que vincula a la Madre con su Hijo que, lleno de curiosidad infantil, parece querer salirse del cuadro; por unos modelos vivos que nos muestran cómo santificar la vida diaria. La mirada de la Virgen y el Niño conectan con nuestras miradas y sentimientos, transmitiéndonos una ternura e intimismo que fueron claves del éxito de la pintura religiosa de Murillo.

Actualmente, la obra se conserva en el Museo de Bellas Artes de la capital hispalense.

 

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