EL PATRIMONIO COFRADE IV: ANDAS, PASOS Y CARROS

Javier Prieto para Patrimonio y Cofradías


 

 
 
Procesión de Disciplinantes. Obra de Francisco de Goya (1812-1819)

 

Introducción

Las cofradías y hermandades han tenido como nota común su protestación pública de fe. El ejercicio y desarrollo de cultos públicos tuvo en sus orígenes elementos muy sencillos como las cruces y crucifijos alzados, o insignias y estandartes que presidían el rezo del Vía Crucis o el Santo Rosario. Sin embargo, la proliferación de romerías en la Edad Media, por lo general vinculadas a imágenes aparecidas, y más aún la espiritualidad impulsada tras el concilio ecuménico de Trento instauraron la definitiva presencia de imágenes en los cultos públicos que se celebraban en ciudades y pueblos.

La realización de cultos públicos con las imágenes en madera, e incluso en piedra, exigía la presencia de un elemento que permitiese su digno traslado por los espacios donde se celebraría el piadoso ejercicio. Todo parece indicar que es la tradición clásica de las grandes celebraciones del Imperio Romano y su adaptación a las celebraciones católicas en Roma el caldo de cultivo en el que las cofradías y hermandades debieron encontrar inspiración a la hora de plantear sus protestaciones públicas de fe.

El elemento más sencillo y clave para entender los actuales pasos, tronos y carros triunfales son las andas. Las andas en su versión más primitiva están compuestas de un tablero y cuatro pequeños brazos o mástiles que permitían trasladar las imágenes con cierta dignidad. Su referente claro serían las andas que se utilizarían para solemnizar traslados funerarios, un elemento de clara influencia de los fastos romanos. La evolución de las andas responde a múltiples factores vinculados a corrientes artísticas o necesidades funcionales, y marcados drásticamente por elementos regionalistas. A continuación vamos a intentar desmenuzar las grandes categorías actuales, su evolución histórica y la vinculación entre muchas de ellas.

La primera gran división a la hora de analizar la configuración de los pasos procesionales (como definición más categórica) es en función de quien soporta el peso, de esta manera se constituye por un lado la familia de las andas que apoyan su peso sobre el cuerpo de los fieles y por otro lado el conjunto de carros que descansan la carga de la imagen sobre ruedas. La división en función de la tracción no se debe tanto al elemento mecánico si no a las características artísticas y plásticas que se derivan de cada forma de cargar.

 

 
 
Traslado de la Virgen del Espino. Anónimo (siglo XVIII)

 

La evolución de las andas

Las andas son la formulación más tradicional de los pasos procesionales, las primeras representaciones de este tipo de elemento las encontramos en la pintura medieval, para representar escenas vinculadas al Arca de la Alianza o en los traslados de reliquias de Santos de la Iglesia. Aunque a veces se pueda dar a entender que las procesiones se instauran tras el Concilio de Trento era ya una realidad común en el ideario de la Edad Media, muy vinculada a los grandes santuarios erigidos en torno a reliquias e imágenes aparecidas. Se trataba de andas muy sencillas que apenas superaban las dimensiones de la imagen que portaban, constituidas solo por el tablero y cuatro vástagos que descansaban sobre los hombros de los porteadores, en muchas ocasiones clérigos.

Este modelo sencillo es el origen de todas las configuraciones de pasos procesionales cargados por fieles devotos. Las andas sencillas han sobrevivido en su configuración medieval sin alteraciones de gustos posteriores, siendo un elemento recurrente en los entornos rurales de Castilla y León o Galicia, conociendo también testimonios en la devoción conventual. Sin embargo, por regla general, los gustos imperantes del renacimiento y muy especialmente la espiritualidad del arte barroco provocarían la evolución de las andas medievales hacía posicionamientos marcados por el arte efímero, siguiendo en todos los casos un criterio muy claro: la dignificación de la presencia de las imágenes en la calle.

De nuevo es necesario hacer una división funcional que marcará las características plásticas de la artesanía en el trabajo de las andas procesionales: el tipo de carga. La evolución de las imágenes y la aparición de los grandes grupos escultóricos en las celebraciones de la Semana Santa de Valladolid y su entorno provocaron la redimensión de las andas que empezaron a aumentar de tamaño todo ello imbuido del creciente esplendor del arte barroco propicio una nueva ruptura entre las andas cuya carga era externa y aquellas que siguiendo la línea de los carros triunfales empezaron a trasladar la carga bajo la estructura de las andas.

Los sistemas de carga exterior tuvieron una evolución más reducida, pudiendo a hablar ya de tres grandes categorías reconocibles hoy en día. En primer lugar la propia evolución de las andas tradicionales, de proporciones reducidas pero que amplían el número de carga y sobretodo incluyen elementos barrocos como la iluminación, las flores, inclusión de penas y detalles tallados en la configuración del tablero centro. La Semana Santa en la que por antonomasia se conservan las andas es la de Cuenca, los brazos se alargan para poder acoger más número de carga pero se mantiene el diseño tradicional de tablero y cuatro mástiles.

La transformación de las andas impulsada por el auge de la Semana Santa de Valladolid y la implantación de los grandes grupos escultóricos en las celebraciones castellanas cristalizaría en la figura del tablero. Al contrario que el caso de Cuenca, en la Semana Santa de Valladolid, Medina de Rioseco e incluso Murcia se ampliaron las bases de los pasos, pero no los mástiles o palotes (como los denominan en Medina del Rioseco). De esta manera se consigue una composición sencilla en la que los cargadores se disponen en el perímetro del paso y en los pequeños arranques de los brazos que aumentan de número. Del modelo más sencillo y clásico, meritoriamente conservado en Medina de Rioseco (Valladolid), se evolucionaría hacia formas más barrocos con elementos tallados en Murcia. El tablero ha sido una de las figuras peor conservada por su sencillez frente a proposiciones barrocas y neoclásicas, así por ejemplo la Semana Santa de Salamanca ha perdido esta seña de identidad que aún se aprecia en las fotografías de principios del siglo XX.

La evolución de las andas de mayor sabor neobarroco son los tronos, cuyos máximos exponentes los tenemos en Málaga y Cartagena. Son andas de grandes dimensiones, tanto en el plano horizontal como el vertical, en las que se multiplican el número de brazos y se superponen elementos tallados, peanas y grandes candelabros, formando una estética voluminosa muy vinculada al nuevo urbanismo de finales del siglo XIX. En Cartagena nos encontramos ante una configuración muy vinculada a la estética levantina que tuvo su origen en el florecimiento económico de la ciudad a mediados del siglo XIX, configurando un modelo único el juego de luces y flores. En Málaga existe mayor influencia del arte cofradiero andaluz, y por ende de Sevilla, aplicando en los tronos elementos como los canastos barrocos o los respiradores en plata de los pasos de palio.

 

 
 
Paso de Jesús del Gran Poder (Sevilla)

 

Los pasos

La alternativa a las andas son los pasos, una evolución más drástica del modelo primitivo que traslado la carga hacía el interior del soporte. Poco se sabe del cambio de un modelo a otro, pero debió de ser en fechas tempranas del siglo XVII. Ya en el año 1611 las imágenes titulares de la sevillana Hermandad del Silencio desfilaban en pasos con faldillas y maniguetas, como atestiguan los grabados que ilustran uno de sus libros de reglas. Es posible que el estadio previo fuese la inclusión en las andas clásicas de faldillas y cortinajes que ofrecerían una estética más solemne, pues no cabe duda de que los grandes pasos barrocos heredaron su estructura de las andas, y prueba de ello es la conservación testimonial de las maniguetas, el viejo recuerdo de lo que fueron los brazos de unas andas hoy innecesarios.

Es sin duda Sevilla la cuna y máxima expresión de los pasos como elemento para la procesión de imágenes sagradas. Además, junto a los carros triunfales, es el tipo de andas en el que existe una mayor carga artística. Los pasos de carga interior respondieron en sus versiones más primitivas y humildes al modelo de mesa, una estructura (denominada parihuela) con cuatro patas sobre la que se dispone un tablero y en cuyo interior se instala un sistema de carga (banzos o trabajaderas, según la carga sea a hombros o a costal). A partir de esa estructura se desarrolla la labor artística en elementos tallados. La idiosincrasia sevillana ha configurado dos modelos de paso: pasos de misterio y pasos de palio.

Los pasos de misterio, vinculados a escenas de la Pasión y Muerte de Cristo, se caracterizan por llevar sobre la parihuela el canasto, una suerte de peana de grandes dimensiones en cuya talla el artista dispone la carga simbólica de su obra. Bajo el canasto, cubriendo la zona más alta de la parihuela, se sitúan los respiradores. La Semana Santa de Sevilla conserva tres pasos que testimonian el esplendor barroco: el del Cristo del Amor, de 1694 aunque alterado en 1916; el de la Hermandad de la Mortaja, de 1710, y sobre todos ellos el paso del Gran Poder, una obra de Ruiz Gijón de gran carga teológica en la exaltación del Gran Poder de Dios y meritoria ejecución de las tallas, cartelas y la gran corte de ángeles que circundan el paso.

En los pasos de palio el elemento clave es este enser litúrgico que, a comienzos del siglo XVII, se trasladó desde los cortejos a las andas de las imágenes, síntoma de la gran reverencia pública que causaba la presencia en las calles de las imágenes de devoción. La labor de talla, mejor dicho de orfebrería, recae en los respiraderos, aunque en ocasiones están realizados en soporte textil. Sobre la parihuela se disponen los varales que sostienen el palio, conformando con la candelería y el manto una conjunción de orfebrería y bordados de gran valor estético y con altas cotas de calidad artística.

La influencia de la Semana Santa de Sevilla durante el siglo XIX, en el marco de los comienzos del turismo y la proliferación de las guías del viajero, trasladó elementos propios de la capital hispalense a ciudades ajenas a su influencia natural. Un claro ejemplo es Zamora: la Semana Santa de Zamora que hoy es paradigma de las celebraciones más austeras de Castilla se transforma profundamente a finales del siglo XIX tamizando su herencia barroca hacía el cariz romántico que hoy en día aún conservan las cofradías históricas. En ese marco zamorano se impuso a mediados del XIX un modelo de paso, llamado mesa procesional, que se caracterizaba por la carga interior y la sucesión de gradas doradas con sencillas labores de talla.

La sustitución de las tradicionales andas por este modelo parece responder a una reinterpretación de los pasos que se realizaban en Sevilla a mediados del siglo XIX, que sin duda configuró un modelo propio que estuvo vigente hasta mediados del XX. Las mesas de gradas doradas fueron evolucionando hacía un estilo singular y propio que define claramente las mesas procesionales de Zamora. Se trata de composiciones de líneas sobrias en las que la labor de talla se reduce a los respiraderos, por lo común de perfil rectangular, en los que se integran puntualmente alguna escena o cartela pero que, por lo general, se limitan a decoraciones vegetales, quedando siempre el conjunto en las tonalidades propias de la madera.

 

 
 
Cúpula del carro de la Virgen de la Hiniesta (Zamora)

 

Los carros

Volviendo a la primera división sobre la forma de sacar en procesión a las imágenes, había quedado aplazado un segundo campo el de los carros y carrozas procesionales. Un recurso que se desarrolla paralelo a la evolución de las andas y que alcanzó grandes cotas de mérito en el contexto del barroco. Se pueden localizar tres grandes categorías: los carros de romería, los carros triunfales y alegóricos, y los pasos a ruedas.

Los pasos a ruedas es necesario mencionarlos por no obviar una categoría muy común en la geografía española. Su naturaleza, por lo general de opción alternativa ante la falta de cargadores o el peso de los pasos, hace que su estética y tratamiento suela responder a las líneas de estilo marcadas por los pasos y andas del lugar o zona.

Los carros de romerías tienen un origen claramente funcional: solventar el traslado a grandes distancias de imágenes de devoción. Ejemplos de este tipo los encontramos en las crónicas de la procesión de las imágenes en el siglo XVII en Zamora, la Virgen de Valme en Dos Hermanas (Sevilla) o la de los Remedios de San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Por lo general los carros que han sobrevivido lo han hecho muy marcados por la propia evolución de los carros de tiro animal, aunque los conservados de finales del XVIII como el de la Virgen de la Hiniesta en Zamora testimonian su naturaleza de altares portátiles. El carro de romería más conocido hoy en día son las carretas que portan los Simpecados en la Romería del Rocío, baldaquinos de plata tirados por bueyes y muy marcados en cuanto a los diseños de orfebrería por el desarrollo del paso de palio.

Por último, en el contexto de las grandes celebraciones públicas de exaltación de la Fe, se hace común el diseño de carros triunfales y alegóricos, especialmente en las celebraciones del Corpus. Se trata de grandes maquinas cargadas de imaginación en las que se potencia la carga simbólica. Su naturaleza, en muchos casos de recurso efímero, ha provocado que no se conserven demasiados ejemplos. Uno de los conjuntos más destacados son las llamadas "Rocas" del Corpus de Valencia, cuyo origen se sitúa en el año 1392. Se trata de once carros triunfales realizados entre el siglo XVI y el XXI con alegorías y santos vinculados a Valencia. En ocasiones, los carros triunfales también se diseñaban para el desfile de imágenes devocionales. Uno de los casos más destacados era el paso de la Virgen de la Soledad, patrona de la villa madrileña de Arganda: sobre las líneas de una elegante barca y escoltada por un ángel que porta la Cruz Triunfante se exaltaba el misterio de la Soledad de María.

 

Fotografía de Sevilla de Alberto García Soto para http://jesusario.blogspot.com.es

 

Nota de La Hornacina: Javier Prieto es gestor cultural.

 

 
 
San Juan de Los Californios (Cartagena)

 

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