UN MARCO PARA UNA IMAGEN: LA VINCULACIÓN DE LA
IGLESIA CATEDRAL DE MÁLAGA CON SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

Alberto J. Palomo Cruz. Fotografías de Rafael Rodríguez Puente


 

 

 

La devoción a Santa María de la Victoria ha ocupado siempre un lugar preeminente en la vida espiritual de Málaga. La imagen, que ya sus moradores en los albores del siglo XVIII consideraban: (...) patrona de esta muy noble y leal ciudad (...), (1) era destacada protagonista de cualquier evento de carácter extraordinario. De esas celebraciones surgió la estrecha relación que une a la Virgen con la catedral. Asociada desde tempranas fechas a los santos tutelares de la urbe, el templo principal de la diócesis la ha hospedado en multitud de ocasiones en el transcurso de los siglos y hoy, cuando aquellos están prácticamente olvidados de la memoria colectiva, Ella permanece como compendio de lo mejor que ha ofrecido y ofrece la piedad malacitana.

No tenemos constancia segura de la primera visita que hizo la imagen a la iglesia catedral. La noticia que recoge el historiador Medina Conde tomada de la “Crónica de la orden mínima” que escribiera fray Lucas de Montoya, acerca (...) de la procesión de gracias para la colocación de la imagen (...) en una capilla que los Reyes le habían hecho labraren el mismo sitio donde estuvo su tienda (...) (2) es lo bastante vaga como para suponer que la histórica imagen estuvo custodiada durante la construcción de su primitiva ermita, en el edificio de la Mezquita mayor, ciertamente ya consagrado para el culto católico. Lo mismo sucede con respecto a la procesión celebrada el 22 de abril de 1518, con el fin de entronizar la efigie en la iglesia del monasterio que se estaba construyendo (3). Durante todo el siglo XVI no hay, salvo error u omisión, certeza de traslado alguno de la Virgen. Ocurre más bien a la inversa. Son los cabildos eclesiástico y civil los que suben con gran aparato hasta el convento de los mínimos, o monjes vitorios, para celebrar allí las funciones de alabanza, petitorias o de gracias. Ya para el siglo siguiente se registran los primeros traslados documentados de la imagen. En abril de 1683, con motivo de la sequía: (...) se trajo en hombros a la Virgen Santísima a esta santa iglesia, viniendo detrás más de cien soldados alabarderos (...) (4). Sin que pretendamos afirmar que fuese la primera, esta venida de la Señora tuvo que reunir matices tan especiales que el secretario capitular de la catedral se apresuró a reseñar en las actas como: (...) hubo tanto concurso en esta santa iglesia cual jamás se vio. Pues el coro, altar mayor, cruceros y las capillas estuvieron llenas de gentes de forma que no se podía llegar a las puertas con una pica, y el reverendísimo don fray Alonso de Santo Tomás, obispo que vino al sermón, entró por las puertecillas de la obra por la mucha gente” (5).

A partir de esa fecha los traslados desde el monasterio de los mínimos son tan frecuentes que sería demasiado prolijo enumerarlos. Baste con saber que, en el mencionado año de 1683, se celebró una nueva venida de la Virgen para agradecerle las derrotas causadas a los turcos (6). Mayor atención merece el traslado de la imagen a la catedral en 1700. En esa ocasión no se trataba de implorar a Santa María de la Victoria alivio en calamidad pública, sino festejar la bendición de la nueva iglesia mínima, que había costeado con largueza el conde de Buenavista, José Francisco Guerrero. Los frailes junto con el dicho mecenas, devotísimo de la Señora, y los dos cabildos, organizaron una serie de fastos para la entronización: (...) de tan milagroso simulacro de Nuestra Señora, patrona de toda su religión de este reino y especialísimamente de esta ciudad (...) (7). El acto inicial fue el mencionado traslado de la efigie hasta la catedral, efectuado en la tarde del 27 de junio de ese año (...) y en este día que fue sábado bajaron los padres a Nuestra Señora de la Victoria en sus andas y carro (...) asistidos de toda la nobleza de esta ciudad con luces en las manos. Y la bajaron a esta santa iglesia. Habiendo llegado a las cadenas, salió el cabildo en procesión asistida del ilustrísimo señor don Bartolomé de Espejo y Cisneros, obispo, con los colegiales vestidos que llevaron la cruz y ciriales y la capilla de música. Y se vistió de preste el canónigo don Manuel Breira de Lugo y de diáconos los señores racioneros don José Bravo y don Julio del Moral. Y haciendo la procesión, bajó las cadenas y así entró por ellas Nuestra Señora, se puso el preste en su lugar y el señor obispo a presidir la procesión. Y allí cantó la capilla de la música un motete y, acabado, se entró en la iglesia y se puso a Nuestra Señora en medio del altar mayor y la valla. Y allí se le puso altar y a un lado se puso a San Francisco de Paula (...) (8).

Al día siguiente, domingo, el número de fieles ansiosos de visitar a la Virgen fue enorme, registrando los canónigos dos sucesos que juzgaron de naturaleza milagrosa: (...) uno a un hombre tullido con dos muletas ponerle bueno. Y otro a un soldado que llevaba mucha pólvora en los frascos y faltriquera, se le quemó sin ofenderle (...) (9). Después del rezo de vísperas se organizó una nueva procesión, esta vez de retorno para que la Virgen tomara posesión de su nueva casa, que todos sabemos es la actual basílica: (...) a las cinco de la tarde se dio principio (...) con los estandartes de las cofradíasde esta ciudad. Después muchos caballerosparticulares con luces en las manos, después las comunidades de religiosos, luego las cuatro parroquias con todo el clero y allí llevaron a san Francisco de Paula. Luego se siguió el cabildo y en medio llevaron a Nuestra Señora de la Victoria en sus andas y carro que lo movían hombres seglares que iban debajo y propterforman iban arrimados a las andas seis señores prebendados y el padre corrector (10) y otros religiosos alumbrando con luces. Y después iba el Santísimo Sacramento en la custodia de esta santa iglesia (...), y después el obispo con sus asistentes. Y la estación la calle de santa María bajó por la plaza, donde estaba encuadrada la milicia,(...) por la calle Nueva a la puerta del Mar, la calle de san Juan arriba, por la calle Santos (...) calle Compañía, Granada arriba por la plazuela de la Merced, donde había doce piezas de campaña por la calle del Conde de Puertollano, y por la calle de Vara se salió a la calle de la Victoria, las cuales calles estuvieron desempedradas para que corriese el carro, y adornadas de muchos altares, arcos y colgaduras, con ricas alhajas, que cada calle parecía un paraíso, con muchos juguetes e inventivas de diversión (11).

 

 

 

El lector habrá observado que estos textos describen los distintos medios que se usaban para portar a la imagen en sus salidas procesionales. La larga distancia entre la iglesia de la Victoria y la ciudad y el pésimo camino entre ellas en aquel tiempo, hicieron adoptar toda clase de soluciones que, paradójicamente, no ha fraguado hasta fechas modernas en las que se ha generalizado conducirla a hombros, excepción hecha del insólito traslado de 1987 en que se utilizaron bueyes.

Durante el transcurso de todo el siglo XVIII y gran parte del XIX, todas las estancias de la Virgen en la catedral estuvieron motivadas exclusivamente por rogativas por la resolución de necesidades ciudadanas o políticas. Generalmente se la situaba en uno de los flancos del presbiterio, en un altar portátil capaz para celebrar las misas. Las más de las veces la acompañaba en estas visitas las imágenes del Santo Cristo de la Salud, las de los santos mártires Ciriaco y Paula y ocasionalmente San Rafael arcángel. Hasta la exclaustración, durante todo el tiempo en que la Señora permanecía en el templo era celosamente atendida por sus frailes mínimos, corriendo la manutención de los mismos a cargo del cabildo catedralicio. En el traslado de 1804 los canónigos abonaron por este concepto la apreciable cantidad de 2.414 reales (12). Era usual que la estancia de la Virgen avivara los actos piadosos. Así es frecuente encontrar ofrecimientos de devotos que se ofrecían a costear el canto de las letanías o salves “a toda orquesta”, en su honor (13).

La segunda mitad de la centuria del XIX, destacó por el auge de la devoción a Santa María de la Victoria, lo que fraguó en la fundación de la actual hermandad, en su origen con dos secciones diferenciadas de caballeros y señoras, y la declaración por Roma del patronato oficial el 12 de diciembre de 1867. todo ello trajo la recuperación de añejas tradiciones relacionadas con la Virgen que se habían ido abandonando con los años. Así, en 1878 y a petición de los miembros de la novel cofradía, los capitulares catedralicios accedieron gustosos a : (...) continuar la antigua e interrumpida costumbre por espacio de mucho tiempo, de que a las diez de esta noche se anuncie al católico pueblo de Málaga por medio de salvas y repique de campanas, que la venerada imagen de la Santísima Virgen de la Victoria, baje del trono para ser colocada en andas (...) (14).

En esa época la procesión anual de septiembre (no precisamente el día 8, festividad de la Natividad de María, sino dentro de su octava), se celebraba dentro de límites del barrio victoriano. Sin embargo, el campanero de la catedral tenía el mandato de los prebendados de dar (...) tres repiques (...) uno a la salida de tan venerada imagen de su iglesia, otro a la llegada a la plaza de la Merced, y el último a su regreso al templo (...) (15). En la procesión de 1866 hubo un percance que lamentar: En el camino se rompió uno de los ejes del carro en que iba la Santísima Virgen, teniendo necesidad de componerse, por lo que la procesión regresó a su templo bastante tarde (16).

Tras las lucidas celebraciones de agosto de 1887, con ocasión del IV centenario de la reconquista de Málaga, en la que hubo traslado y procesión extraordinaria de la Señora, el afán historicista de la época repitió la bajada para los aniversarios de 1893 y 1895, a fin de que la presencia de la Patrona diera mayor realce a los festejos. La Virgen apenas permanecía en la catedral el tiempo justo de oficiar un Te Deum (17). Diremos de paso y como curiosidad que la iniciativa de estas conmemoraciones se debió al presbítero Cristóbal Martín Luque, quien la propuso inicialmente a la hermandad (18).

 

 

 

Las dos primeras décadas de nuestro siglo fueron testigos de las últimas venidas de la Virgen por causas de carácter exclusivamente petitorio. Concretamente en 1921, se organizó una con ocasión de la desastrosa guerra de África, que por razones geográficas, tanta repercusión tuvo en Málaga (19). Parte de los gastos que originó este traslado, 500 pesetas, fueron aportados por el Ayuntamiento, pese a la oposición de los concejales republicanos (20).

Durante los desórdenes de 1931, es bien sabido que el santuario de la Victoria no sufrió daño alguno. La proximidad del Hospital Militar, instalado en el antiguo convento de los mínimos, y la eficaz intervención de su director José Mañas Bernabeu, disuadió a las turbas que, no obstante, se cebaron con la vecina iglesia de San Lázaro. Pese a esta relativa protección castrense, las autoridades religiosas, dada la incertidumbre que siguió a estos hechos, creyeron oportuno retirar a la imagen del culto, siendo finalmente acogida en la catedral: (...) se acordó recibir en nuestra santa iglesia a la venerada imagen de Nuestra Señora de la Victoria(...) que por las luctuosas circunstancias pasadas, ha estado fuera de su iglesia, depositada en una casa particular, a fin de que en la catedral reciba culto colocándola como de costumbre en la planta baja de la capilla mayor (21). De esta forma, la Virgen estuvo hospedada por unos particulares, hasta que en el verano de 1931, serenados los ánimos, se decidió exponerla de nuevo. El hecho de que fuera en la catedral, y no en el santuario, se debió sin duda a las garantías de seguridad a las que se comprometió la autoridad con respecto al primer templo de la diócesis. La Virgen permaneció en este lugar durante todo el periodo republicano. Fue por entonces cuando, por iniciativa del erudito Juan Temboury, se le despojó de todos sus atavíos y prendas, presentándola en la realidad de su magnífica talla.

Cuando en 1936 estallaron nuevos disturbios anticlericales provocados por el levantamiento militar, la catedral contó con la providencial actuación de Vicente Andrade Fernández, miembro de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, a cuyo desvelo debemos la salvación de gran parte del patrimonio malacitano, así como la misma imagen de la Patrona, a la que personalmente arrastró y resguardó hasta el improvisado almacén que se convirtió la sacristía mayor, que fue debidamente tapiada (22).

Casi al mes de la toma de la ciudad por las tropas del general Franco, la prensa local publicaba la noticia del hallazgo de la Virgen: (...) Continúan apareciendo, a medida que avanzan los trabajos de ordenación y limpieza, obras de arte que fueron galas de nuestra catedral (...) se ha hallado también la Virgen de la Victoria, cuya noticia es de tal trascendencia en el orden religiosos y artístico de Málaga que nos parece inútil el comentarlo (23).

Como se puede ver, es esta una reseña publicada en página interior y sin ningún dato, además de tardía, ya que los canónigos recogieron en sus escritos capitulares una versión del descubrimiento mucho más esclarecedora: Se ha encontrado íntegra la venerada imagen de la Santísima Virgen de la Victoria (...) en la sacristía mayor, más la imagen del Divino Niño que tiene en sus brazos aparece mutilada por las piernas y las manos, si bien dicen los técnicos que esto no constituye gran desgracia en el orden artístico, toda vez que lo roto no pertenece a la primitiva imagen, sino agregada después como postizo. El excelentísimo cabildo acordó que constase en acta su regocijo por tan feliz hallazgo, que tanta alegría ha de producir al reverendísimo Prelado y también al pueblo cristiano por la devoción tan acendrada que siempre ha tenido a su excelsa Patrona (24).

 

 

La efigie no fue repuesta al culto de inmediato. Para presentarla a los fieles se esperó hasta el 15 de marzo. Ese fue el día señalado para la entrada del obispo Balbino Santos Olivera en la capital de la diócesis, después de ocho meses de ausencia en Marruecos por motivo de la guerra. El recibimiento que se le tributó fue todo lo apoteósico y triunfalista que la ocasión y los tiempos que corrían exigían. Los diversos actos se celebraron en el atrio catedralicio. Bajo la dirección del arquitecto Fernando Guerrero Strachan se había adornado la puerta principal: (...) y en el centro, sobre sencillo altar, en el que brillaba elegante candelería de plata, se destacaba la bendita imagen de nuestra excelsa Patrona (...) Nuestra Señora aparecía sin corona, ya que los infames profanadores, para robarla, arrancaron un trozo de la cabeza de la venerada imagen. También el Niño Jesús, que como se sabe siempre estuvo a los pies de nuestra Patrona, se ofrecía a la vista de los fieles sin los brazos, que fueron arrancados asimismo, seguramente para robar las alhajas que adornaban sus muñecas (25).

Como se puede observar en este texto se da cuenta de un nuevo y supuesto desperfecto en la imagen de la Virgen. Fuera o no cierta o exagerada la rotura, no cabe duda de la forma tendenciosa en la que el cronista la presenta. De todos modos es lamentable la poca y confusa información que tenemos de estos acontecimientos. El mismo Juan Temboury escribiría poco después que: (...) el Niño Jesús de la Virgen desapareció en el periodo marxista (...), (26) dato totalmente incierto, pero ilustrativo de la ambigüedad histórica de esos años.

Para el mes de abril, y a petición de la hermandad se reanudó la salve cantada de los sábados (27). Esta larga estancia de la Patrona en la catedral, la más larga de toda la historia, concluyó el 16 de abril de 1939 cuando, en solemne procesión, volvió a su casa. En palabras del obispo Balbino, que presidió el traslado: (...) al abandonar ahora la santísima Virgen el templo catedralicio, los muros de la basílica se han conmovido de pena (28).

Ese año la fiesta y novena de septiembre se celebraron en el santuario, pero ya en la mente de todos se gestaba una idea: (...) hemos de confesar que para ocasiones como ésa y concurrencia numerosa de fieles resulta insuficiente el templo de la Victoria, y sería aún más adecuada y capaz la iglesia madre de todas las de la diócesis, la cual daría también ocasión de celebrar anualmente una solemnísima procesión de traslado de la venerada imagen (...) (29). Estas disposiciones empezaron a cumplirse de manera continuada unos años más tarde, durante el gobierno de Ángel Herrera Oria, si bien al principio la estancia de la Señora se prorrogaba por más de seis meses, quedando posteriormente reducida a los días de su fiesta, tal y como hoy se acostumbra. Aquí es de justicia mencionar la figura del padre Francisco Carrillo Rubio, verdadero artífice del esplendor y popularidad que caracteriza a la novena de la Virgen de la Victoria.

Cuando en 1942 se intensificaban los preparativos para la coronación canónica, la primera en celebrarse en la diócesis pese a quiénes supongan erróneamente que este honor recayó primero en María Auxiliadora, todo hacía pensar que la catedral sería el lugar escogido para su celebración. Así, con motivo de la cuestación “pro catedral” el Prelado se dirigió a los malagueños: (...) además existe este año una razón especial, y es que aproximándose las solemnísimas fiestas de la coronación canónica de Nuestra Señora de la Victoria, la catedral habrá de ser forzosamente el marco y escenario adecuado donde ha de desenvolverse todos los cultos y ceremonias (...) (30). Finalmente, como todos sabemos, el acto principal no se desarrolló allí. El 8 de agosto de 1942 la Virgen fue trasladada, permaneciendo en la catedral hasta concluidas las fiestas de la coronación, el 8 de febrero de 1943. Durante esa larga espera estuvo expuesta de forma extraordinaria en la capilla del Sagrado Corazón de Jesús (31).

El pasado 23 de agosto la basílica de la Encarnación ha vuelto a acoger como todos los años a la que por antonomasia ha de ser para todos los malagueños LA VIRGEN. Allí, en la catedral, es permanentemente rememorada: desde la vidriera de la capilla de los Caídos, hasta el monumento que por iniciativa de Agustín Clavijo se le erigió en el jardín del Sagrario. Ninguna otra advocación o imagen venerada en Málaga, y pocas del resto de España, reúne tal bagaje de piedad e historia, y nunca podremos presenciar mejor simbiosis entre fe y arte que cuando la Señora de rostro trigueño se encuentra hospedada en la que con todo derecho es su segunda casa.


BIBLIOGRAFÍA

(1) Recién inaugurado el siglo XVIII el Ayuntamiento al acordar unas funciones religiosas dispuso: “(...) se hagan rogaciones al santuario de su PATRONA y Señora de la Victoria”. A.C.M. AA.CC. 11 de octubre de 1700. f. 187.

(2) MEDINA CONDE, C., Conversaciones históricas malagueñas, Málaga 1793.

(3) GARCÍA, A., Devocionario a la Virgen de la Victoria, Málaga 1929.

(4) A.C.M. AA.CC. 5 de abril de 1683, fols. 79 v. y 80.

(5) Ibidem.

(6) A.C.M. AA.CC. 9 de noviembre de 1683., fols. 122 v. y 123.

(7) A.C.M. AA.CC. 26 de abril de 1700,f. 89 v.

(8) A.C.M. AA.CC.30 de junio de 1700, fols.. 418 y v. y 419 y v.

(9) Ibidem.

(10) Voz latina que expresa simulación. En este caso, los religiosos actuaban como si en verdad recayese en ellos el peso del trono procesional.

(11) Ibidem.

(12) A.C.M. AA.CC. 4 de enero de 1804, f. 447 y v.

(13) A.C.M. AA.CC. 2 de noviembre de 1860, f. 328 v.

(14) A.C.M. AA.CC. 6 de septiembre de 1878, f. 149 v.

(15) A.C.M. AA.CC. 19 de septiembre de 1880, Fol.. 262 y v. y 263.

(16) ESTRADA SEGALERVA, J.L., Efemérides malagueñas, día 18 de septiembre de 1883.

(17) A.C.M. AA.CC. 18 de agosto de 1895.

(18) ESTRADA SEGALERVA, op. cit., día 18 de septiembre de 1883.

(19) A.M.M. AA.CC. 12 de agosto de 1921, Fol.. 172 v. y 173.

(20) Ibidem.

(21) A.C.M. AA.CC.18 de julio de 1931, f. 115 v.

(22) CANCA GUERRA; A., “Olvido imperdonable”, SUR, 4 de septiembre de 1987.

(23) SUR, 2 de marzo de 1937, p. 8.

(24) A.C.M. AA.CC.24 de febrero de 1937.

(25) Boletín del Obispado, enero- abril de 1937, p. 36.

(26) Boletín del Obispado, enero de 1943, p. 118.

(27) A.C.M. AA.CC. 20 de abril de 1937.

(28) Boletín del Obispado, mayo de 1939, p. 276.

(29) Boletín del Obispado, octubre de 1939, pp. 565 y 566.

(30) Boletín del Obispado, mayo de 1942, p. 353.

(31) Boletín del Obispado,agosto de 1942, p. 684.

 

 

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