UN POSIBLE LIENZO DEL OBRADOR DE MURILLO EN PEGALAJAR (JAÉN)

Pablo Jesús Lorite Cruz (21/04/2015)


 

 

Se trata de una obra pictórica que llega al municipio jiennense de Pegalajar gracias a una donación privada, manteniéndose en un domicilio particular desde no se sabe el tiempo y desde aquí al Santuario de la Virgen de las Nieves, en donde nunca o "casi nunca" se ha habado de ella -Soledad Lázaro Damas le dedicó unas líneas con instrumentos de hace casi 30 años en los que la sitúa en el siglo XVIII-. Con mucha posibilidad porque el patrimonio del santuario es de muy poco valor artístico ha pasado desapercibida.

En todos los aspectos -no falla ni una característica- responde a una serie de lienzos del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), datados entre los años 1660 y 1670 por el profesor Enrique Valdivieso, que rara vez hizo en cuerpo entero y que todos se conocen por compras privadas.

De dicha serie de lienzos se conoce una pareja -la única, además, que existe sobre el tema de cuerpo entero- de Ecce Homo y Soledad -el primero en una colección privada de Madrid y el segundo en el Museo de Bellas Artes de Sevilla (imagen inferior derecha)- y otro Ecce Homo en Villanueva del Río Segura -siendo el único Murillo que se conserva en la Región de Murcia- al que le falta la Soledad. No vamos a decir que la Virgen hallada en Pegalajar sea la pareja de este último, sólo que responde a ese grupo, ¿pero cómo responde?

La iconografía de la obra de Pegalajar es exactamente igual a la que presenta la Soledad del Museo de Bellas Artes de Sevilla: encontramos en ambas obras la misma paleta -azul, ocre y, esencialmente, el palo de rosa tan especial en toda la obra de Murillo-. Añadimos también paisaje, forma de vestir, proporciones, etcétera.

 

 

 

La única diferencia que existe entre la obra de Pegalajar y la de Sevilla aparece en las manos: la de Sevilla las tiene en posición implorante y la de Pegalajar unidas sobre el pecho. Ambas en cualquier caso son similares a muchas manos de Murillo y, en especial, prácticamente iguales en todos los detalles -hasta en el número de hoyuelos de las manos, mismos dedos que se pierden en el claroscuro, mismas pinceladas en los que quiere resaltar, etcétera) que los de la Inmaculada de Gaspar de Molina del Museo del Prado.

¿A qué conclusiones finales nos lleva esto? Partiendo de que al estudio interdisciplinar de pigmentos y telas no hemos podido llegar -aunque no deja de ser costoso, llamamos a que se pueda realizar-, tanto parecido denota que, si bien la obra puede ser de un obrador o de un copista del siglo XIX -los había muy buenos en esa época-, de no ser del siglo XVII tuvo a la fuerza, por los comentados parecidos, que ser pintada delante de un Murillo que no se conoce porque seguramente no ha llegado a nuestros días.

¿Por qué digo esto? Porque por más que he buscado, no solamente entre los mejores expertos -Valdivieso, Jonathan Brown, Navarrete Prieto, Diego Angulo, etcétera- sino en todos los museos que conservan lienzos y dibujos pintados por Murillo; si bien responde a todas las características del autor, no existe ese rostro dulce que nos presenta en otro igual, ni en pintura ni en dibujo alguno del afamado pintor del siglo XVII.

Lo anterior nos lleva a pensar que podamos estar ante la copia, vuelvo a repetir, de un Murillo que no ha llegado a nuestros días, pero que podemos conocer por esta obra. O bien, aventurando aún más, ante una creación del obrador pintada delante del maestro. El estudio fue presentado el pasado 18 de abril, en las XXXIII Jornadas de Estudios sobre Sierra Mágina -comarca a la que pertenece Pegalajar- celebradas en la vecina Mancha Real.

 

 

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