LA INMACULADA CONCEPCIÓN EN LA PINTURA DE ZURBARÁN

Con información de Arsenio Moreno Mendoza y Jesús Abades


 

 

 

Uno de los temas devocionales que quedará fijado en la iconografía personal del pintor extremeño Francisco de Zurbarán y Márquez (1598-1664) es el de la Inmaculada Concepción, la Toda Pura y Limpia Concepción de María cuya defensa dogmática hace vibrar a la ciudad de Sevilla desde los años primeros del siglo XVII.

En 1614 Zurbarán pasó a la capital hispalense para estudiar y trabajar en el taller de Pedro Díaz de Villanueva durante tres años. El historiador Palomino indica que anteriormente, en su tierra natal, había tenido como maestro a un discípulo de Luis de Morales, apodado "el divino".

Tras finalizar su aprendizaje, Zurbarán regresó en 1617 a su pueblo natal, Fuente de Cantos (Badajoz); el año anterior había firmado una Inmaculada Niña, su primera obra conocida, versión que repetiría con mayor acierto en 1656 (óleo sobre lienzo, 193 x 156 cm) y que actualmente se guarda en la Colección Arango (F1).

La Inmaculada Concepción (1630-1635, óleo sobre lienzo, 170 x 138 cm) conservada hoy en el Museo Diocesano de Sigüenza (Guadalajara) y popularmente conocida como "Inmaculada de Jadraque" (F2) por su localidad de procedencia, sintetiza este modelo iconográfico dentro de la trayectoria de Francisco de Zurbarán. Su túnica es blanca, como será habitual a partir de la interpretación visionaria de Santa Beatriz de Silva; su manto, componiendo una figura triangular, es azul, de rotundos pliegues recogidos por las rollizas cabezas de los querubines. La Virgen Inmaculada inclina suavemente la cabeza con devoción.

Otras versiones zurbaranescas del misterio, caso de la Inmaculada Concepción con dos colegiales (1632, óleo sobre lienzo, 252 x 170 cm) (F3) del Museu Nacional d'Art de Catalunya, muestran la figura infantil de María elevando su rostro, ajustándose de un modo más exacto al modelo grabado en 1605 por Raphaël Sedeler.

Hay que tener en cuenta, en todo caso, que Zurbarán fue un artista al servicio de las comunidades religiosas, el pintor que ofrece el testimonio documental de la vida de los monjes, en particular mercedarios, franciscanos y cartujos. El pintor de los blancos hábitos, blancos cantados admirablemente por Rafael Alberti en su libro A la Pintura. Y también el pintor de la Virgen, sobre todo niña y adolescente, sorprendida en su cotidianeidad por encima del exaltado marianismo vigente tras las soluciones trentinas.

Ejemplo de todo ello es también la Inmaculada Concepción (1661, óleo sobre lienzo, 140 x 103 cm) del Museo de Bellas Artes de Burdeos (Francia), que al igual que las piezas anteriores no sólo no aparece disminuida en su solemnidad, sino que, por el contrario, ofrece una de las creaciones más entrañables y entendibles para la comunicación del alma cristiana.

Otras célebres versiones del tema realizadas por Zurbarán -que casi siempre se mantuvo fiel al tenebrismo, aunque en su última época las sombras se suavizan-, son las de la Catedral de Sevilla (hacia 1630, óleo sobre lienzo, 323 x 190 cm), tocada con corona; la del Museo Cerralbo de Madrid (hacia 1640, óleo sobre lienzo, 201 x 145 cm); la del Museo de Bellas Artes de Budapest (1661, óleo sobre lienzo, 137 x 103 cm) (F4) o la que se conserva en el Ayuntamiento de la capital hispalense (1635, óleo sobre lienzo, 199 x 123 cm).

En casi todas se observan los rasgos comunes del maestro: humildad de gestos, gusto por la figura aislada, paz interior, silencio en el semblante y serenidad en las composiciones.

 

 

FUENTES

MORENO MENDOZA, Arsenio. Zurbarán, Madrid, 1999.

AA.VV. La pintura española del siglo XVII: Zurbarán y Velázquez, Barcelona, 1996.

 

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