UN RETABLO DE SANTO DOMINGO EN LEPE (HUELVA) ATRIBUIDO A PEDRO RELLINS

Emilia Mendoza Beltrán. Con información de María del Carmen Sánchez Ruda (14/03/2022)


 

 

El retablo se atribuye al escultor y retablista neerlandés Pedro Rellins. La escasez de documentación relativa a esta obra nos impide conocer el contrato y las clausulas notariales que determinaron su ejecución, así como su coste, plazo de ejecución, tipo de madera, imaginerías, etcétera. Todo ello a consecuencia de la desaparición del Archivo de Protocolos Notariales de Sanlúcar y de la totalidad del Archivo Conventual de la Piedad de Lepe, de ahí que su autoría no pueda ser determinada categóricamente y deba fundamentarse en análisis estilísticos y en comparativas con otras obra ejecutadas por ese mismo artífice.

Pedro Rellins (hacia 1676-1728) fue un escultor y retablista nacido en la actual Holanda, concretamente en la ciudad del Bello, obispado de Rusmunda en Flandes, antiguo ducado de Güeldres, bajo dominio español hasta el Tratado de Utrecht. Desarrolló buena parte de su actividad en el área de influencia de la casa ducal de Medina Sidonia y muy particularmente en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), ciudad a la que se trasladó siendo un niño. Su aprendizaje artístico debió desarrollarse en Sevilla y completarse en Sanlúcar y su entorno, como parecen testimoniar sus propias obras, todas inmersas en la estética de la escuela sevillana del momento.

Su producción sigue unos modelos que recuerdan los manejados por uno de los principales representantes de la retablística sevillana de la época, Cristóbal de Guadix. Así, Pedro Rellins emplea, como el anterior, la columna de fuste salomónico de tercio inferior cilíndrico o la organización de las calles laterales en dos registros escultóricos superpuestos. Otros detalles, como el remate de las hornacinas laterales del retablo de las descalzas sanluqueñas -salida de sus manos- con combinación de frontones curvos rotos y rectos, están próximos a la obra documentada de Juan González de Herrera, artista afincado en Cádiz de procedencia hispalense que realizó varios de estas estructuras para Sanlúcar. En este sentido, la formación artística de Rellins sigue siendo una incógnita sin resolver, aunque con seguridad, además de los autores mencionados, también tuvo contacto con las obras del sevillano Juan de Santa María Navarro, hacia 1687.

Dentro de su nómina de realizaciones y atribuciones estarían: el Cristo y la antigua imagen mariana de la cofradía de la Coronación, de Jerez de la Frontera; la talla de Jesús del Consuelo de la parroquia del Carmen, el de la Humildad y Paciencia de la hermandad de las Ánimas, en la parroquia de la O; y un Santo Domingo de Guzmán y un San Francisco, del retablo mayor del convento de Madre de Dios, todos en Sanlúcar. Dentro de su obra mural es importante destacar tres obras; la primera y más importante, el retablo mayor de la iglesia del convento de Santa Teresa de las Carmelitas Descalzas (1701-1708), uno de los retablos salomónicos más sobresalientes y en el que se aprecia un tratamiento particular de la calle central -sagrario, hornacina y manifestador practicable-; el segundo, el mayor de la iglesia de San Jorge, en la actualidad cedido a la Hermandad del Rocío, y, por último, éste de la parroquia de Santo Domingo de Lepe (antes en la iglesia conventual de Nuestra Señora de la Piedad). Los tres murales lignarios ofrecen bastantes puntos de semejanza, especialmente los dos últimos, dado que mantienen un gran paralelismo conceptual y estético.

En contraposición, se desconocen las autorías de las esculturas de Santo Domingo de Guzmán, San Juan Evangelista y de San Cayetano, aunque las tres imágenes son de buena factura. Debemos aclarar que la talla de Santo Domingo la tenía la parroquia bastante antes de 1609, momento en que se contrata un retablo mayor con Andrés de Ocampo y con el pintor Diego Campos, siendo este último el encargado de "renovar y estofar" de nuevo esa imagen. El motivo no era otro que colocarlo en "el dicho retablo por la devozión que se tiene". Como podemos comprobar, el objeto de las autoridades eclesiásticas leperas era conservarlo y que formara parte de esta nueva adquisición por el arraigo y la devoción que el pueblo le profesaba.

 

 

Es un retablo de madera dorada y policromada, aplicable tanto a la estructura arquitectónica como a los relieves y esculturas que contiene. Se ha identificado que el soporte del retablo es de madera de pino. La policromía de las imágenes, relieves y querubines se resuelve con pinturas al óleo, mientras las zonas doradas van al agua sobre bol rojo. El retablo tiene una separación en la parte del ático de 15 cm respecto al muro al que está arriostrado, sin embargo, la zona baja no presenta ningún distanciamiento, sino que está pegado al paramento.

Sus medidas totales son de 8 metros y 65 centímetros de alto por 5 metros y 88 centímetros de largo. La estructura arquitectónica está anclada al muro por unos tirantes o rollizos de madera distribuidas en distintos niveles dentro de mechinales, quedando a la vista muy pocos, aunque algunos pueden verse desde la altura de la cornisa. El ensamblaje fue realizado a junta viva, con espigas, clavos de forja y colas de milano. Los elementos decorativos van clavados, encolados y con espigas internas.

El retablo mayor de Santo Domingo de Guzmán se distribuye en sotabanco y banco -en los que se abren unas puertas (ahora ciegas) situadas a cada uno de los laterales de la mesa del altar-, cuerpo principal, distribuido en tres calles, y ático. La mesa del altar es de mampostería, no sabemos si realizada en el momento en que esta máquina se trae a la parroquia o fue una adaptación de la que se había construido entre 1926-1927 (lo más probable) y a la que con motivo de la restauración del templo se le insertan algunos elementos, siendo el más sobresaliente el escudo realizado en azulejería de estampación plana que luce en su frontalera y en el que se incluyen todas las figuras y objetos característicos de la emblemática dominicana: perro con antorcha, azucenas, estrella de cinco puntas, orbe, el santo rosario y la leyenda "Veritas" (1).

Por encima de esta mesa, en el centro del banco, se sitúa el Sagrario, una caja rectangular dorada en su interior y decorada en sus laterales por dos pares de columnas. La portezuela se exorna con tres querubes y la figura del Cordero Místico sobre el Libro de los Siete Sellos, simbología relacionada con Jesucristo como Salvador del Mundo. Una cornisa de poca envergadura separa esta parte del retablo del cuerpo principal, aunque no de la calle central, más ancha, y que ya desde la mesa del altar se configura en tres registros: Sagrario, hornacina para la imagen de la Virgen de la Piedad y manifestador móvil.

En 1951, esta calle se reestructuró totalmente, eliminándose el manifestador y subiendo y acortando la altura de la hornacina; para ello, le acoplaron una basa y un frontal decorado con añadidos de otros retablos (2). En este nicho se colocaría la antigua talla de Santo Domingo de Guzmán, titular del templo parroquial. Cuatro columnas de fondo beige grisáceo, dispuestas de dos en dos, con basas dóricas y capiteles compuestos, separan la calle central de las laterales. Tienen como particularidad ser tripartitas, es decir, son salomónicas en su parte central, y cilíndricas y lisas en sus tercios superior e inferior, además de llevar una decoración retallada. Así, el cuerpo central se adorna con uvas y vides, el tercio superior con lazos y mazos de frutas y, en el tercio inferior, con una decoración floral e imitación a espejuelos de fondo oscuro en su zona central.

Las calles laterales se organizan mediante cajas; las de la parte inferior, más altas y de medio punto, se apoyan sobre peanas curvas; la del evangelio acoge en la actualidad a San Juan Evangelista, la opuesta, a San Cayetano. Sin embargo, durante los siglos que permaneció en el convento de dominicas, estas repisas debieron de estar reservadas a santas vinculadas con esa orden, aunque no tenemos la seguridad de cuales podían ser exactamente. Por encima, otras peanas, en este caso enmarcadas por molduras escalonadas de mayor a menor, amparan los bustos de otras dos santas dominicas, Catalina de Siena, a la derecha, y Catalina Ricci, a la izquierda. Ambas se representan con idénticos atributos iconográficos: corona de espinas, Crucifijo y anillo de los desposorios místicos con Jesús.

El cuerpo central se remata con un imponente entablamento en cuyo centro aparece un tondo de fondo negro en el que luce una pintura en color rojo que parece representar una cruz dominica, aunque no podemos determinar del todo su temática. Los extremos de la cornisa se adornan con basas escalonadas que acogen dos jarras con frutas (símbolo de la abundancia), la parte central se decora con dos frontones partidos sobre los que se disponen dos ángeles que parecen sostener el ático.

Corona esta máquina un ático curvo, enmarcado entre pilastras, en el que se representa en alto relieve (imagen superior) la visión que tuvo Santo Domingo de Guzmán en Roma cuando esperaba la aprobación de las reglas por parte del papa Inocencio III. En esa visión el santo vio a Jesús, situado en el centro y lo más alto de la escena, encolerizado y amenazando con arrojar sobre el mundo tres lanzas: símbolo del vicio, la avaricia y la lujuria, pecados que se habían apoderado de los hombres. Pero la Virgen, colocada a la derecha y ligeramente más abajo, aplaca su ira presentándole a Santo Domingo y a San Francisco, que aparecen arrodillados a sus pies y dispuestos con sus predicaciones tocar los corazones de los hombres para ayudarles a vencer todas sus faltas y vicios. Al día siguiente de esta visión, Santo Domingo se encuentra con San Francisco, lo abraza y le dice: "tú eres mi compañero, conmigo recorrerás el mundo". Se funda así la Orden de los Hermanos Predicadores y con ello la propagación de los dominicos y sus enseñanzas por toda Europa y en Nuevo Mundo. Custodian y parecen sostener la escena dos querubines de bulto redondo, los ya indicados; por debajo, en el centro del entablamento y sobresaliente de él, se dispone la cabeza de otro querubín (60 x 74 cm). Todo ello para potenciar el plano celestial representado en la visión del Santo y la importancia de estas órdenes en cuanto que con sus predicaciones, entendidas como misión evangelizadora, salvarían a la humanidad de sus pecados.

Respecto a la iconografía del resto de las imágenes, comentar que Santo Domingo, bastante hierático, se presenta en posición frontal y vestido con el hábito blanco y negro característico de su congregación, sostiene en su mano derecha un báculo de plata del que cuelga un guion con el emblema de la Orden de Predicadores. Su cabeza se corona con un nimbo repujado a mano en latón, aunque conserva un baño de plata electrolítico muy desgastado, y que parece de las primeras décadas del siglo XX. La imagen titular de Santo Domingo es de autor anónimo de la segunda mitad del siglo XVI. Además de los importantes retoques efectuados en la policromía en 1609 por Diego De Campos, en 1975 fue retocada por el imaginero ayamontino Antonio León Ortega, siendo el coste asumido por la Hermandad de Nuestra Señora de la Bella. Este autor realizó un nuevo estofado en la túnica y en el manto utilizando oro metal, además de aplicar una nueva policromía a las encarnaduras y colorear de nuevo la peana. De ese modo perdió buena parte de su aspecto original.

San Juan Evangelista (imagen inferior, siglo XVI) se representa con el libro del Evangelio en la mano izquierda. Es posible que en la base de la peana luciese un águila, así lo hace presagiar el espacio vacío y liso que queda a su derecha, en contraposición a la pequeña zona de monte que hay en el resto de esa basa. Viste túnica estofada en oro fino, cincelada con ornamentación floral en azul turquesa y manto de corladura de plata y veladura rojiza. La trasera, aunque con todos sus volúmenes y pliegues, está sin policromar, lo que viene a demostrar que se concibió para formar parte de un retablo. Puede ser obra de Jerónimo Hernández o de Diego López Bueno, aunque nos inclinamos más por el primero de esos autores. Su cabeza se corona con limbo de plata muy antiguo y de gran valor por el precioso trabajo de orfebrería realizado, aunque conservado en estado muy deficiente.

San Cayetano (finales del siglo XVII) se representa joven y de frente. La parte trasera no está policromada al realizarse para ocupar un espacio en un retablo (en la restauración de 1999 lo repintaron con oro líquido). Se halla vestido con la sotana de sacerdote recibiendo al Niño Jesús en sus brazos, tal como se lo ofreciera la misma Virgen el día de la Natividad, fruto de la gran devoción que profesaba al misterio de la Encarnación de Cristo. Se corona con un nimbo de plata repujado de estilo barroco y coetáneo con la escultura.

Debemos resaltar que las imágenes de bulto redondo no son las originales del retablo, sino aportadas por la parroquia -en el convento recibían culto santas dominicas-, excepto Santo Domingo, que aunque no formaba parte de este mural sí presidió los dos retablos anteriores, el de Astorga y el anterior de Ocampo. 

 

 

Originariamente se erigió para cubrir el testero de la única nave de la iglesia conventual de Nuestra Señora de la Piedad de Lepe, perteneciente a la Orden de Monjas Dominicas. Allí permaneció hasta que fue trasladado a la parroquia en 1951. La singularidad e importancia de esta obra radica, precisamente, en ser de los pocos bienes que se conservan de este convento (fundado por Doña Teresa de Zúñiga hacia 1530-1535). En los años 70, encontrándose parte de su techumbre en estado semi-ruinosa, la diócesis no mostró el más mínimo interés por su recuperación, sino que, en 1980, optó por vender esa iglesia y otras zonas que poseía de ese convento a una empresa constructora local al objeto de levantar viviendas.

Es importante señalar que esta estructura mural sustituyó a una anterior contratada en julio de 1591, con Antonio de Alfián y Gerónimo Hernández. Al primero le competía "pintar, dorar y estofar" el retablo, mientras la hechura corría a cargo de "Gerónimo de Guzmán, escultor" (3). Por su valor artístico, antigüedad y el uso continuado que ha tenido en el tiempo, es un bien que forma parte del patrimonio del templo y digno de conservarse en las mejores condiciones posibles. Además de por tratarse del retablo salido de las manos de un autor importante con escasa obra conservada -ninguna en la provincia de Huelva, que sepamos-.

En 1951, una vez concluida la reconstrucción de la fábrica de Santo Domingo tras el desplome de sus pilares y naves, en febrero de 1946, el retablo fue trasladado desde la iglesia del convento de Nuestra Señora de la Piedad hasta la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, al objeto de presidir el testero del presbiterio y sustituir el de Juan de Astorga, que se consideraba de menos mérito que éste.

Retrotrayéndonos en el tiempo, en 1884, Bartolomé Domínguez y Tomás Cordero Abreu, sacerdotes titulares de la parroquia, al anotar en el Inventario la relación de los bienes muebles e inmuebles que estaban en ese momento en la iglesia conventual describieron esta estructura con las siguientes palabras: "El altar mayor, que es antiguo de madera dorado, tiene por titular a una ymagen de Nuestra Señora sentada con el Señor difunto, con el título de la Piedad". Por encima de esta imagen estaba colocado "un manifestador", y en la parte "baja su correspondiente tabernáculo". Por desgracia no refieren las esculturas de las hornacinas laterales, pues solo especificaban que había "varias efigies de talla" (4).

Conviene resaltar que tanto su estofado como su dorado se llevaron a cabo años después de su ejecución. A tenor de la leyenda de la pilastra -"Esta obra se doró siendo priora sor María De Santa Gertrudis, año de 1754"- esa policromía se realizó en 1754, según el informe emitido por Joaquín Arquillo a raíz de la restauración a que se sometió el retablo en 1999 a instancia del entonces párroco Feliciano Fernández Sousa, siendo dorado por Salvador Rosillo (5), aunque no especifica de dónde sale el testimonio que vincula esos trabajos con ese autor.

Como ya queda dicho, sufrió algunas transformaciones al pasar a presidir la capilla mayor de la parroquia, entre las que debemos destacar, primeramente, la reducción total de su altura. Efectivamente, en su ubicación original, y al tener la bóveda del presbiterio conventual una mayor elevación, el escudo dominico que ahora remata el ático tenía sobre sí algún tipo de coronamiento, posiblemente un Crucifijo, debió de ser suprimido por falta de espacio. En segundo lugar se eliminó el manifestador curvo de su calle central, al que se podría acceder desde la parte trasera y que servía para la adoración pública al Santísimo Sacramento y, por último, se eleva la hornacina, situada originariamente sobre el Sagrario, y se trueca la singular talla de la Piedad (lo presidía como titular del convento) por la de Santo Domingo, patrón de la parroquia. Esta intervención estuvo a cargo de carpinteros locales y de Joaquín Gómez del Castillo, pintor y escultor sevillano afincado en Huelva que debió de aplicar algunos retoques de pintura roja en las zonas deslucidas, pues en esta intervención se han encontrado espacios con color más oscuros y otros más claros.

En 1999, a través de una campaña de verano en la que participaron 19 alumnos del último curso de Historia del Arte y de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, bajo la dirección del profesor Joaquín Arquillo Torres, se llevaron a cabo unas operaciones de limpieza de polvo, fijación de estratos, reposición de volúmenes, aplicación de oro líquido, algunas reintegraciones y barnizado general.

 

 

La última restauración del retablo mayor de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, de Lepe (Huelva), se inició el 1 de febrero de 2021, concluyéndose cinco meses después, concretamente el 30 de junio de 2021. La ejecución fue desarrollada por María del Carmen Sánchez Ruda, en calidad de conservadora y restauradora (Licenciada en Bellas Artes) y por Manuel Rodríguez González, en su condición de dorador.

El seguimiento regular de los trabajos estuvo a cargo de la Comisión de Patrimonio Artístico de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, integrada por cuatro Licenciadas en Historia -dos en Historia del Arte, una en Historia General y, la cuarta, con la especialidad de Arqueología-, además de un Arquitecto Técnico.

El asesoramiento histórico ha estado a cargo de Águeda María Gómez Rodríguez, Licenciada en Historia con especialidad de Arqueología, como integrante del equipo técnico, y de Emilia Mendoza Beltrán, por parte de la Comisión de Patrimonio de la Parroquia y encargada de aportar y elaborar toda la información histórica que contiene esta memoria (6). La presentación documental y seguimiento económico de la intervención ha estado a cargo de José Manuel Rodríguez Lagos, Arquitecto Técnico.

El criterio de actuación aplicado en la restauración de esta obra se ha basado en el mantenimiento y recuperación de todos los elementos originales y en la reconstrucción o reintegración de las piezas perdidas, pero identificables, respetando siempre el original, utilizando materiales inocuos, reversibles y estables.

La restauración se ha realizado en el propio templo. Para el desarrollo de los trabajos "in situ" se contrató el montaje de unos andamios homologados con la empresa Alquileres Andaluces, S.A. (Alquiansa). Esta plataforma se materializó en una estructura de cuatro pisos y una base con escalera de cuatro peldaños, con una altura total de 8,60 m. La parte frontal se recubrió con una lona rígida perforada e impresionada con la propia imagen del retablo y los patronos de la ciudad, Nuestra Señora de la Bella y San Roque.

El equipo ha trabajado con zapatos adecuados, batas de trabajo, y adaptando las medidas de seguridad e higiene estipuladas según la altura y los materiales a aplicar. Hay que destacar que las imágenes de bulto redondo que forman parte del retablo: Santo Domingo de Guzmán, San Cayetano, San Juan Evangelista y un Manifestador móvil fueron trasladados por necesidades de los trabajos a desarrollar a los talleres de restauración y dorado de Sánchez Ruda y de Rodríguez González, ambos ubicados en Ayamonte (Huelva).

Los trabajos de restauración del retablo han consistido, muy resumidamente, en la eliminación de todos los estratos de suciedad superficial, tratamiento de desinsectación de la madera, consolidación estructural, confección de molduras y reposición de los elementos faltantes, extracción de elementos ajenos a la obra -clavos oxidados, sobre todo-, reintegración cromática y aplicación de una capa protectora.

Respecto a las imágenes exentas, la de Santo Domingo de Guzmán no ha necesitado limpieza, se ha intervenido en la peana, en las manos, coronilla y grieta del rostro; todo se ha fijado con cola, estucando con sulfato de cal y cola y reintegrando los daños con pigmentos al restauro, siempre igualando en tonalidad con el original.

En la imagen de San Cayetano el tratamiento ha sido de limpieza de repintes en encarnaduras, túnica y en el Niño. A la vez que se ha procedido a la fijación de la película pictórica, estucando y reintegrando las zonas dañadas con pigmentos al restauro, igualando con el original en tonalidad. El dorado se ha realizado a la manera tradicional, al agua, se le ha aplicado una pátina, aunque es fácilmente discernible a simple vista. El reverso, aunque se ha dorado no se ha reintegrado, por estar creado para un retablo y no ser la zona visible.

En la imagen de San Juan Evangelista la limpieza ha sido más profunda. Se han realizado catas de limpieza de repintes en túnica y manto para probar cuál era el disolvente más idóneo. En esta operación se ha descubierto un estofado antiguo de calidad en la túnica, de color oro y azul turquesa, pero deteriorado; en el manto se ha descubierto plata también deteriorada y con muy pocos restos de corladura en color rojizo. Las lagunas habidas en la túnica se han dorado al agua y se han reintegrado con pigmentos en tonos azules sobre el oro nuevo. Las áreas del manto que presentaban faltas se han plateado y se han patinado con color rojo apagado. Las encarnaciones se han limpiado, estucado y reintegrado con pigmentos al restauro.  

 


 

 

NOTAS

(1) Alude al mensaje evangélico "si vos manseritis in sermone meo, vere discipulis mei eritis, et cognoscetis veritatem et veritas liberabit vos" (Jn 8, 31-32).

(2) Francisco Arquillo Torres apunta que esos añadidos son parte de un retablo del siglo XVIII.

(3) LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino (1929). Notas para la historia del Arte: desde Jerónimo Hernández hasta Martínez Montañés, Tipografía Rodríguez Giménez y compañía, Sevilla, pp. 170-171.

(4) A.G.A.S. IV, 14.560. Inventarios. Lepe, 1884. Folio 5r.

(5) Diego Rosillo fue un dorador vecino de Sanlúcar de Barrameda y residente en Jerez de la Frontera. De su mano son las pinturas y el dorado del retablo camarín de la Virgen del Rosario de los Montañeses en 1752 de esa última ciudad.

(6) De hecho, este artículo está basado en la Memoria Final "Retablo de Santo Domingo de Guzmán, Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, Lepe (huelva)" relativa al proyecto de restauración, redactado por Mendoza Beltrán y Sánchez Ruda, y contiene fragmentos del libro "El templo parroquial de Santo Domingo de Lepe. Un recorrido histórico, artístico y devocional" (en prensa), de Antonio Mira Toscano y Emilia Mendoza Beltrán.

 

 

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