JUAN BAUTISTA VÁZQUEZ EL VIEJO. SUS ENVÍOS AL NUEVO MUNDO
Y POSIBLES NUEVAS OBRAS EN LA NUEVA GRANADA

Jesús Andrés Aponte Pareja


 

 

Si bien durante la primera mitad del siglo XVI enviaron obras, laboraron y sostuvieron su taller en Sevilla escultores de la talla de Torrigiano, Francelli, Florentino, León, Balduque, Giralte, Villoldo, etcétera, no es sino desde 1561, año en el que arriba a la capital hispalense el escultor abulense Juan Bautista Vásquez el Viejo, cuando se puede hablar del inicio de la escuela escultórica sevillana.

Nacido en el municipio salmantino de Pelayos, y afincado desde corta edad en Ávila, Juan Bautista Vázquez, apodado “El Viejo”, llega a la capital hispalense para terminar el retablo de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, inconcluso a causa de la muerte del Isidro Villoldo, escultor encargado de su realización. Vázquez no llegaría sólo, lo acompaña parte de su taller, y en Sevilla recibiría posteriormente discípulos, entre los que destacan su propio hijo Juan Bautista Vázquez, apodado "El Mozo", Miguel Adán, Gaspar del Águila y el más destacado de todos, el abulense Jerónimo Hernández, quien terminaría por consolidar la escuela, introduciendo el romanismo de estirpe miguelangelesca, influenciando de paso a su maestro en la etapa final de su obra.

Al llegar Vázquez y sus colaboradores a Sevilla, se encuentran con una opulenta y poderosa urbe, plena de encargos, a la vez que necesitada de aires renovadores en la ideología estética de su plástica. Prosperidad ésta alentada por la preponderante posición de la ciudad con respecto al comercio con el Nuevo Mundo. Semejantes condiciones no podían ser menos que suficientemente sugestivas para que nuestro artista y su equipo decidan radicarse en ella, impactando trascendentalmente el arte escultórico de la ciudad al romper con el influjo del nórdico manierismo introducido por Roque Balduque y Juan de Giralte, implantando un italianismo delicado y reposado, pero a la vez pleno de valentía en su interpretación de clara estirpe florentina, para casi de inmediato evolucionar a través de su discípulo Jerónimo Hernández hacia un consolidado manierismo de rasgos miguelangelescos en su tránsito hacia el realismo del jiennense Juan Martínez Montañés, quien fijaría definitivamente los matices e ideales que definirían la personalidad de la escuela sevillana de escultura.

La llegada de Vázquez a Sevilla coincide con el momento de mayor auge en las exportaciones artísticas desde esta ciudad hacia las Indias. Una época en la que, en los nuevos territorios colonizados por España en Latinoamérica, se consolidaban los centros urbanos, con la consecuente erección de catedrales, iglesias y capillas doctrineras, y demás lugares de culto, todos ellos necesarios para colmar las devociones de los colonos y esenciales en la agresiva avanzada de evangelización de los indígenas por parte del gobierno español.

Con el ánimo de adornar y surtir de imágenes devocionales los recién construidos recintos, y al no contar aún los nuevos territorios con escuelas artísticas -no obstante, algún que otro artista español emigró hacia estas tierras-, se hizo necesario importar desde la metrópoli sevillana obras de arte; en especial pinturas y esculturas que, en gran medida, sirvieron de modelos tanto a los artistas emigrados como a los criollos e indígenas iniciados en estas artes, dando origen en los centros donde estos últimos representaban un mayor porcentaje en su población -México, Puebla, Antigua Guatemala, Quito, Cuzco, Potosí, La Paz- a las escuelas mestizas de singular personalidad y que tanto renombre han dado al arte colonial hispanoamericano.

Juan Bautista Vázquez, una vez asentado en Sevilla y tal vez empujado por la constante competencia representada por sus discípulos o por los nada despreciables beneficios económicos generados por una nueva rica clientela, se inserta en el comercio artístico con el Nuevo Mundo. Junto a Roque Balduque, sería uno de los primeros escultores de renombre que, desde Sevilla, remitían imágenes y retablos a los territorios de ultramar.

Iniciado el año 1582, en compañía del pintor Pedro de Villegas, realiza Vázquez el Retablo para la Cofradía del Rosario, del Templo de Santo Domingo de Lima, estructura de gran porte que, lamentablemente, no ha llegado hasta nuestros días, salvo la titular del retablo -actualmente en un retablo decimonónico de la misma advocación; si bien dicha imagen no es de Vázquez, sino que se encuentra atribuida a Roque Balduque-, unos relieves muy retocados y un Crucificado que corona el ático. Por sus características formales, tanto el Crucificado como los relieves fueron relacionados por Jorge Bernales Ballesteros con aquellos que debieron pertenecer al retablo desaparecido. Sin embargo, el Crucificado ha sido atribuido al círculo de Juan Martínez Montañés por otros investigadores peruanos.

No sería este el único encargo remitido por Vázquez a la Ciudad de los Reyes, pues al año siguiente envía otro retablo, también desaparecido. No obstante, subsisten en Perú obras que acusan su personalidad, caso del Relieve de la Virgen con el Niño de la Universidad Católica de Lima y el San Juan de Acora, poblado situado en la ribera del lago Titicaca, atribuido al escultor por el profesor Héctor Schenone. Sin embargo, a los investigadores bolivianos José de Mesa y Teresa Gisbert les recuerda dicho San Juan más las formulas del italiano Bernardo Bitti, pintor y escultor de intensas labores en esa comarca. Igual suerte que los retablos citados debió correr el Tabernáculo que de escultura y pintura enviara en el año 1584 a Puebla de los Ángeles (México), pues aun no ha sido identificado, existiendo en el Convento de Santa Mónica de dicha ciudad mexicana un grupo de Santa Ana con la Virgen y el Niño que se le atribuye.

 

 

 

Donde sí se encuentran obras documentadas de Vázquez en Latinoamérica es en la ciudad colombiana de Tunja. Allí, en la Capilla de los Mancipe de la Catedral, podemos contemplar un pequeño Tabernáculo que cobija un maravilloso Calvario integrado por el Crucificado, la Dolorosa, San Juan y María Magdalena, además de un magnifico San Pedro Mártir de Verona exento, obras correspondientes a las convenidas entre Bautista Vázquez y el vecino de Tunja Gil Vásquez, en el año 1583.

Todas ellas ya han sido sobradamente estudiadas por investigadores españoles y latinoamericanos, quienes en su gran mayoría las consideran como las obras maestras del bajo renacimiento hispalense en tierras americanas. Con destino a la misma ciudad neogranadina concierta Vázquez con Miguel Gerónimo, en el año 1584, la realización de un Resucitado y un Crucificado, ambos de seis palmos y bulto redondo.

 

 

Al respecto, la historiadora Margarita Estella Marcos, en su libro sobre las obras de Vázquez en Castilla y América, publicación a la que debemos en gran medida nuestros conocimientos sobre tan importante escultor, plantea la posibilidad de relacionar con este envío la escultura de un Resucitado propiedad del Santuario de Monserrate de Bogotá, aclarando que sus dimensiones de 80 cm son inferiores a lo convenido.

Efectivamente, en la casa cural de dicho templo se encuentra la estupenda efigie del Resucitado en mención, acompañado de dos soldados romanos en los que resulta evidente la magistral impronta de Vázquez, advirtiendo la autora española sobre las calidades técnicas de estas esculturas y relacionándolas, al igual que aquellas documentadas de Tunja y las atribuidas en Perú y México, con la estética de Vázquez en su etapa toledana, cuando cronológicamente deberían estar más cercanas a las creaciones algo sugestionadas por la plástica de su discípulo Hernández durante su etapa sevillana.

Ante estas apreciaciones, creemos que Vázquez, muy a su pesar, se halló forzado a adaptar su estilo a las renovadoras y solicitadas formulas artísticas introducidas por Hernández en Sevilla. Es con los encargos de la menos exigente clientela latinoamericana, cuando tiene la oportunidad de expresar su verdadera personalidad.

En el mencionado santuario de Bogotá, junto con las obras reseñadas, existen dos esculturas y un pequeño retablo estilísticamente muy próximos a nuestro escultor, lo que nos lleva a pensar que estas obras, relacionadas entre sí, corresponden a un envío del escultor castellano aún no determinado, lo que no sería aventurado, pues se sabe que en el año 1586 remite Vázquez, a través de Juan Núñez de Tapia, un lote de esculturas con destino al Virreinato del Perú, territorio al que, por aquellos años, pertenecía el Reino de la Nueva Granada.

 

 

 

Por lo menos, hasta 1970, año en que Álvaro Gómez Hurtado publica su libro Imaginería Religiosa en las Iglesias de Santa Fe de Bogotá, existían en el Santuario de Monserrate, aparte de la esculturas del grupo del Resucitado, dos estupendos simulacros de San Pedro y San Pablo, desacertadamente catalogados por el político e historiador colombiano como obras santafereñas del siglo XVII, cuando evidentemente se trata de ejemplares del más puro manierismo peninsular del último tercio del XVI.

Ambas imágenes están poseídas de la elegancia, el dibujo y la gracia en la composición propias de la técnica del mejor Vázquez, guardando estrecha relación con obras que le son conocidas. La talla de San Pablo, la más lograda de las dos, es muy cercana al San Lucas del desaparecido retablo de Mondéjar (Guadalajara) y, más aun, a una figurilla algo abocetada de un Evangelista que está en el facistol de la Catedral de Sevilla, con la que es posible advertir una casi idéntica composición en la inestable y amanerada postura que obliga al cuerpo a contorsionarse en espiral, en la forma de gesticular las manos, en los plegados de los ropajes de aires clasicistas, que en ambas figuras cubren en parte la cabeza, y en los rasgos del rostro, la barba y la cabellera. En las imágenes de San Pedro y San Pablo se aprecian las excelsas calidades encontradas en el Resucitado y los berruguetescos soldados romanos, por lo que las consideramos del mismo autor. Lamentablemente, nada se sabe del paradero actual de estas importantísimas piezas, desaparecidas del santuario en la década de los 70 del siglo XX. Esperamos que se encuentren a buen reparo en alguna de las iglesias del centro de Bogotá.

En el mismo santuario, en una de las capillas del lado del Evangelio, hemos observado un curioso Retablo de pequeñas dimensiones, incompleto y en mal estado de conservación, que remite, a través de su traza y ejecución, a formulas del bajo renacimiento español, siendo de un extraordinario valor por ser único dentro del repertorio de retablos coloniales en la ciudad. A pesar de las evidentes reformas y de los estridentes repintes con que ha sido retocado, es posible relacionar este bien mueble con la personalidad de Vázquez y su órbita. Consta de un solo cuerpo, predela y tres calles, faltando lo que seguramente debió haber sido el ático. Las columnas jónicas que separan las calles son decoradas en su tercio inferior con querubines, escudos, frutas y floreros y con cintas; en su parte superior, observamos frutas y cabezas de ángeles, como sucede, por ejemplo, en el retablo del convento de Almonacid (Toledo). La predela se adorna con hercúleos y macizos ángeles que sostienen cartelas, también muy propios de Vázquez y presentes en el Tabernáculo del Calvario de Tunja. Consta esta estructura de tres hornacinas, desprovistas de las esculturas originales que debieron cobijar, y que han podido ser las anteriormente reseñadas, alojando actualmente piezas sin valor artístico: en la hornacina principal se localiza una imagen de la Virgen de Montserrat, copia moderna del icono catalán; en las de los lados encontramos dos imágenes modernas de yeso que representan a San Rafael y San Miguel. Sobre las hornacinas laterales resaltan dos magníficos relieves alusivos a la Anunciación: encima de la izquierda está el relieve de San Gabriel, de gran parecido en su cabeza con el San Miguel de El Burgo de Osma (Soria); sobre la derecha, el relieve alusivo a la Virgen, envuelta en ropajes clásicos y mostrando en su redondeado rostro la gracia y la belleza de las creaciones femeninas de Vázquez. Recorre todo el entablamento un friso decorado con grupos de cabezas de querubines entrelazados por guirnaldas, habiendo sido oscurecidas en sus carnaciones algunas de las cabecillas, seguramente en un intento nada estético de aproximarlos a la negra piel del icono de la Virgen de Montserrat.

No hemos tenido ocasión de investigar en los archivos de este santuario si existen fotografías antiguas en las que podamos apreciar si tuvo alguna relación este retablo con las imágenes descritas y la composición que pudieron haber conformado. Seguro que, al proceder estas obras del XVI, hayan llegado por trasiego desde otra iglesia del centro de la vieja Santa Fe hasta este santuario, fundado en el XVII sobre la cima de una montaña a 200 m por encima del centro de la ciudad, sufriendo muchos avatares y destrucciones en su historia que han obligado a reconstruirlo en varias ocasiones, llegando hasta hoy una estructura moderna de la primera mitad del XX.

Este pequeño retablo, a pesar de su lamentable estado de conservación, como ya dijimos, es de capital importancia a la hora de conocer la evolución de este tipo de estructura lígnea en el país, constituyéndose en una estupenda muestra de lo que debieron haber sido los primitivos retablos que adornaron los templos santafereños en los primeros años de colonización. Colombia posee un gran número de retablos de la primera mitad del siglo XVII, tan escasos en el resto del continente, pero en cuanto a retablos del XVI es bastante pobre. Hasta ahora, de esa época solo hemos podido observar el Tabernáculo del Calvario de Vázquez en la Catedral de Tunja, el que acabamos de describir en Monserrate, y uno pequeño y desconocido en la Iglesia de Santa Clara de Tunja, que no nos ha sido posible fotografiar, de un solo cuerpo y ático, en cuya parte central se enmarca un gran lienzo del martirio de San Sebastián, posiblemente pintado por el manierista italiano Angelino Medoro, alojando en las calles de los extremos dos magníficos Relieves de figuras masculinas, que por sus características formales y estupenda técnica hemos querido ver como obras de filiación de Vázquez el viejo.

 

 

 

Otras obras exentas del siglo XVI que forman parte del patrimonio artístico de Colombia y son relacionables con la órbita del insigne escultor castellano, son dos Relieves de Vírgenes Mártires pertenecientes al Museo de Arte Colonial de Bogotá que proceden del citado cenobio de las Clarisas de Tunja, ya relacionados con Vázquez por otros autores al igual que la Virgen del Rosario de la Iglesia de Santo Domingo de Popayán.

 

 

 

Guarda el Seminario Mayor de Bogotá una magnífica talla de Santa Lucía, de unos 90 cm de altura, en aceptable estado de conservación, considerada allí y en el catalogo del Ministerio de Cultura como obra anónima del XVI, la cual encontramos muy cercana a las figuras femeninas del retablo mayor de Mondéjar.

También consideramos influenciado por la órbita de Vázquez el anónimo Relieve de Dios Padre que custodia el Museo de la Catedral de Tunja. En las hornacinas del retablo mayor del mismo recinto religioso, existe un Apostolado de bulto redondo, realizado en yeso con excepción de la talla que representa a San Pedro, que es de madera y se diferencia de las otras tallas no sólo en el material, sino también en su dimensión inferior y en las características estilísticas que la acercan más al manierismo introducido por Vázquez y su taller en Sevilla en el último tercio del XVI, que a la estética del primer tercio del XVII, época de la elaboración del maravilloso retablo y de las toscas imágenes de yeso con las que también guarda una enorme distancia en las evidentes calidades técnicas de su hechura.

Conserva dicha imagen de San Pedro una inscripción en la que se encarga a Agustín Chinchilla Cañizares su confección en el año 1636; sin embargo, nos inclinamos a creer, a la luz de la diferencias entre esta obra y las conocidas de este escultor, que su intervención en ella debió limitarse a un simple aderezo.

 

 

En la Iglesia del Convento de Nuestra Señora del Topo de esta última ciudad, hemos observado a gran altura, en el retablo de su capilla lateral, la escultura de un Resucitado que, según los encargados de la iglesia, es de madera y muy antiguo. De rostro aguzado, nariz recta, pómulos pronunciados, barba bífida y cabello suavemente rizado, recuerda en su morfología corpórea y en los levemente ampulosos pliegues del manto que lo cubre a un Vázquez algo influenciado por Hernández, concordando de paso en su dimensión con aquellos seis palmos que debería medir el resucitado enviado por “El Viejo” a Tunja en 1584. No obstante, guardaremos prudencia a la hora de realizar alguna relación, pues habría que analizar con más detenimiento esta escultura.

En la Iglesia del Rosario de Turmequé, un antiguo poblado encomendero del altiplano central, encontramos a su bella Virgen del Rosario titular; en la Iglesia de San Francisco de Bogotá, concretamente en uno de sus altares laterales, tenemos una figura mediana de la Virgen con el Niño, y en la Iglesia de San Diego de la misma ciudad se conserva un Crucificado Expirante. Todas estas obras acusan el arte de Juan Bautista Vázquez, pero de igual manera el de Jerónimo Hernández, por lo que las describiremos junto a otras imágenes en un futuro artículo sobre el influjo de este último escultor en Colombia.

 

 

El profesor Santiago Sebastián, quien da a conocer a Estella Marcos el Resucitado de Monserrate, sostiene haber visto en el mismo recinto un Crucificado de estupenda calidad, estilísticamente próximo a Vázquez, comentario que seguramente alentó en la investigadora la posible relación de estas obras con el envío de 1584.

No hemos podido ver la escultura señalada por el profesor Santiago, a lo mejor ha desaparecido al igual que los Apóstoles. No obstante, donde sí existe un soberbio Crucificado de tamaño natural con múltiples matices vazquenses es en la iglesia bogotana de la Veracruz, obra considerada anónima sevillana del XVII que, en composición y grafismos de la cabeza, cabellera y rostro, se acerca al Crucificado de la Buena Muerte de Lebrija (Sevilla), y, en los caracteres anatómicos del tronco y las extremidades, al Cristo de Reconciliación y Paz de la Iglesia de San Juan de Dios de Medina Sidonia (Cádiz).

Dichos Crucificados de Lebrija y Medina Sidonia se atribuyen a Vázquez, si bien el dibujo y la composición de los pliegues del sudario los acercan con el desaparecido Crucificado de la Catedral de Toledo realizado por Nicolás de Vergara, gran colaborador de Vázquez “El Viejo”.

La lista de obras próximas a Vázquez bien podría ser aún más larga. Existen otras ciudades y poblados alejados, a los cuales no hemos podido acceder, que poseen esculturas del XVI que muy probablemente, por haber llegado desde Sevilla en la segunda mitad de dicha centuria, estarán relacionadas con Vázquez y su entorno.

A tenor de lo expuesto, no podemos concluir sin comentarles que gran parte del acervo escultórico de Colombia ha sido y continúa siendo expoliado. En toda Latinoamérica es uno de los países más privilegiados en cuanto a conservar un gran y selecto grupo de aquellas imágenes surgidas de los primeros años de la escuela sevillana de escultura, excelentes ejemplos del talento e influjo de quien fuera su fundador y del momento cúspide del tráfico artístico entre Sevilla y las Indias, por lo que debería existir una responsabilidad para con este patrimonio, en gran medida desconocido, arruinado o en grave peligro, el estudiarlo, restaurarlo, protegerlo y divulgarlo.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

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http://islapasionforos.mforos.com/1167537/7599970-juan-bautista-vazquez-el-viejo/

BERNALES Ballesteros, Jorge: La Escultura en Lima, Siglos XVI-XVIII, Lima, 1991.

 

 

 

Nota del Autor: A la memoria de José de Mesa Figueroa, arquitecto, historiador y humanista
boliviano, recientemente fallecido, a quien junto a su esposa, la arquitecta e historiadora
Teresa Gisbert, debemos gran parte el estudio y la difusión del patrimonio artístico en América del Sur.

 

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