JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS. OBRAS DESCONOCIDAS EN COLOMBIA

Jesús Andrés Aponte Pareja


 

 

INTRODUCCIÓN

Sevilla fue, durante la colonización española en América, el principal puerto de intercambio comercial, ciudad desde donde partían o llegaban las flotas de galeones que participaban en la carrera de Indias. Esta posición le permitió acumular grandes riquezas y atraer un gran número de inmigrantes deseosos de participar en este comercio. Parte de estos nuevos vecinos eran artistas y artesanos, los cuales crearon un medio propicio para el florecimiento de las escuelas artísticas. Desde allí fueron exportadas hacia las tierras recientemente colonizadas un gran número de obras, especialmente pinturas y esculturas. De estas exportaciones, notable interés reviste la demanda de esculturas pertenecientes a la escuela sevillana, bien por las facilidades de embarque o porque, de todas las escuelas de la península, fué la que más hondamente caló en la mentalidad religiosa de los habitantes del nuevo mundo.

Precisamente, en este artículo trataré, sobre dos esculturas de bulto redondo y clara filiación sevillana, las cuales han pasado desapercibidas para la mayoría de historiadores de arte en Colombia, esculturas realizadas por el gran imaginero andaluz, Juan Martínez Montañés. Se trata de San Miguel Arcángel y Nuestra Señora de la Encarnación, esculturas en madera policromada propiedad del convento dominicano de Tunja.

 

 

JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS Y SUS DISCÍPULOS Y PRECURSORES EN COLOMBIA 

Cuenta del envío de estas esculturas, por parte de Martínez Montañés, nos la da el profesor Jorge Bernales Ballesteros en su publicación Escultura Montañesina en América, donde escribe “En este año de 1598 el maestro dedicó buena parte de sus tareas a tierras colombianas; en efecto, a principios de año le fueron encargadas por Sebastián Hernández, las esculturas de Nuestra Señora de la Encarnación y San Miguel con destino al convento de Santo Domingo de Tunja” y añade, “es posible que por lo menos una de esas tallas, la del arcángel, aun subsista muy transformada en el expresado convento dominico".

Presumo que Bernales Ballesteros encontró en Sevilla un documento contractual suscrito entre Martínez Montañés y Sebastián Hernández o que esta información la obtuvo de José Hernández Díaz, gran conocerdor de la obra de Martínez Montañés, y que su suposición sobre la posible existencia del arcángel en el convento tunjano, se deba a Francisco Gil Tovar, quien en su artículo "Un arte para la propagación de la fe", en Historia del arte colombiano, se refiere a un arcángel anónimo del siglo XVI, localizado en el expresado convento.

En el año 2006 realicé una visita al museo que la congregación dominica acababa de organizar en parte de su convento tunjano. Allí, pude constatar que no sólo la talla del arcángel existe, sino también, aunque bastante deteriorada, aquella de Nuestra Señora de la Encarnación. Ambas imágenes, a pesar del mal estado de conservación en que se encuentran, delatan las gubias del maestro alcalaíno o de su círculo más inmediato.

Martínez Montañés es considerado por muchos críticos e historiadores de arte como la gran figura de la escuela sevillana de escultura durante los últimos años del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Sus esculturas son de gran equilibrio, perfección de modelado y gran espiritualidad. Podemos ubicar el estilo de su arte entre el último manierismo y el barroco. Al inicio de su carrera, realiza figuras de idealizada belleza, con formas ampulosas y ropajes angulosos, para luego evolucionar -tal vez influenciado por su más aventajado discípulo: Juan de Mesa- hacia una fase más barroca, adoptando un estilo de mayor realismo, sin contrastes violentos y blando modelado, aunque no alejándose del todo de las fórmulas renacentistas. Tal fue su fama, que en vida era apodado “El Dios de la madera”, influenciando poderosamente la plástica de su tiempo en Andalucía, como también allende el Atlántico, bien sea por las obras que de su propia mano o de sus colaboradores y discípulos llegaron a las Indias, al igual que por vía de aquellos escultores, que, salidos de los talleres andaluces, hicieron el viaje a estas tierras, sembrando los pilares de lo que serían las escuelas escultóricas en Iberoamérica.

La actual Colombia, junto con Perú, son los dos territorios donde se registran el mayor número de envíos de esculturas desde Sevilla. Baste recordar, en el caso de Colombia, las bien conocidas esculturas que Francisco de Ocampo, frecuente colaborador de Montañés, envió a la ciudad colombiana de Pamplona. Allí, en el convento de Santa Clara, se pueden apreciar una Virgen con el Niño en brazos y la Santa Clara titular del cenobio, que está claro son de su mano, y un San Francisco que le es atribuido, además de un Niño Jesús bendiciente, hecho en plomo, de gran belleza y raigambre montañesina. En la catedral de la misma ciudad se encuentra una de las cuatro esculturas identificadas en América de quien fuera el más aventajado de los discípulos de Montañés: se trata del San Pedro Apóstol del escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco. Talla concertada en Sevilla por Mesa y Bartolomé de Cáceres el 9 de diciembre del año 1619. Además, en la misma catedral, se encuentra una escultura de San José, que durante años, por culpa de los repintes a que fue sometida, se creyó de yeso y hoy, totalmente recuperada su policromía original, es atribuida al taller de Francisco de Ocampo. En Popayán se venera con mucho fervor el Cristo de la Vera Cruz, que muchos críticos relacionan con el Crucificado que realizara Andrés de Ocampo, tío de Francisco de Ocampo, para la catedral de Comayagua en Honduras.

También son conocidos por todos, los envíos de varias series de sagrarios o tabernáculos que el propio Juan Martínez Montañés hiciera al antiguo territorio de la Nueva Granada. El mismo año en que concertó las imágenes del arcángel y la Virgen para Tunja, realizó diez para los dominicos y doce para los agustinos, y, ya a principios del siglo XVII, en 1604, trece para los franciscanos. Por desgracia, no se sabe que fin tuvieron estas obras. Al respecto, he observado en la recoleta Iglesia de San Diego de Bogotá, un Sagrario de sencillo manierismo, muy al estilo del maestro, y en la Parroquia de Santa Bárbara de Tunja, un Tabernáculo de líneas tardo-renacentistas muy elaborado, adornado con un relieve representando las Negaciones de San Pedro Apóstol, que no desmerece de la mano de nuestro escultor. También en Bogotá, la Iglesia-Museo de Santa Clara posee una imagen de San Pedro, en terracota, que en ese museo aseguran provenir del siglo XVII, y que es una copia de la talla que, del mismo tema, hizo Martínez Montañés para el retablo de la capilla mayor del Convento de Santa Clara de Sevilla. Se sabe que el escultor realizaba modelos en barro con frecuencia, los cuales pasaba a sus colaboradores, quienes comenzaban las tallas en madera, para que el maestro, ya casi finalizadas, les diera el acabado final. En las catedrales de Cartagena y Santa Marta hay una Santa Catalina y una Inmaculada Concepción, respectivamente, que sin duda provienen de Sevilla, ambas muy cercanas a la escuela de nuestro artista. También se encuentran en Colombia otras esculturas relacionadas de cerca con la plástica sevillana, muchas de ellas localizadas en la ciudad de Tunja, de las cuales daré cuenta en otra publicación que adelanto sobre el manierismo en este país.

Tunja, que durante el primer siglo de colonización española era asiento de ricos encomenderos, fue, de las ciudades del nuevo Reino de Granada, la gran receptora de obras maestras de estatuaria importadas desde Sevilla. Recordemos el documentado Calvario de la capilla de los Mancipes de la catedral, realizado por quien es considerado el fundador de la escuela escultórica sevillana: Juan Bautista Vázquez, “El Viejo”. El grupo consta de un Crucificado, la Dolorosa, San Juan y la Magdalena, tallas de excelente modelado y composición, imbuidas del más puro romanismo y de lo mejor que de aquel período llegara a las Indias. Por aquel entonces, Tunja era la urbe más importante de la Nueva Granada y una de las de mayor refinamiento artistico del nuevo continente. Basta ver lo que queda, a pesar de todo el atropello sufrido en su patrimonio artístico. Da pena saber que, hasta hace solo 50 años, su centro histórico, hoy desvirtuado, se conservó perfectamente como ejemplo de arquitectura civil y religiosa del siglo XVI, único en toda Sudamérica. Conocer sobre la riqueza de Tunja durante el referido período es fundamental para entender el por qué del arribo a dicha ciudad de obras costosas y exclusivas. 

 

 

SAN MIGUEL ARCÁNGEL Y VIRGEN DE LA ENCARNACIÓN DE TUNJA

Regresemos nuevamente a las tallas de San Miguel y la Virgen de la Encarnación, verdadero objeto de este análisis. San Miguel arcángel, escultura de 128 cm, está representado en su iconografía, erguido sobre el demonio vencido a sus pies, con el brazo derecho alzado en actitud de sostener una lanza, en postura similar a la del San Juan Bautista del Museo Metropolitano de Nueva York, escultura realizada por Montañés en un periodo mas avanzado de su producción. Su rostro, de blando modelado, muestra los rasgos de un adolescente. La cabellera, a base de bucles, recuerda la del Niño Jesús que porta en hombros el magnífico San Cristóbal tallado por Montañés en 1597, por encargo del gremio de los guanteros y que hoy reposa en la Iglesia del Salvador de Sevilla. El ropaje estofado es de gran revoloteo y líneas angulosas. El demonio a sus pies, es antropomorfo, recreado desnudo, de anatomía un tanto andrógina, resuelto con gran técnica y buen dibujo. Este es, de lejos, un claro predecesor manierista de los ya barrocos demonios existentes en el retablo de San Miguel, de Jerez de la Frontera, que Montañés finalizó en 1641. Pero a diferencia de éstos, que son de media talla, el grupo escultórico de San Miguel de Tunja presenta un excelente estudio en todas sus dimensiones, lo que me hace pensar en una talla de tipo procesional.

La escultura de la Virgen, mucho más deteriorada que la del arcángel -al igual que otra obra de Montañés en América, la Inmaculada Concepción de Oruro, la cual tuve oportunidad de fotografiar en esa ciudad boliviana-, ha sido bárbaramente mutilada, seguramente, debido a la nada noble costumbre común en el siglo XVIII de adaptarles vestidos de tela a las esculturas. Cuesta imaginar la belleza original de esta imagen, de cuyo ropaje sólo se conserva en buen estado la parte inferior de la túnica y el manto. Éstos caen pesadamente, cubriéndole los pies en estupendo plegado y hermosa policromía. Su cabeza, finamente modelada, presenta algunos faltantes y raspaduras en la cabellera, pero su rostro apacible conserva aun la belleza impresa por el maestro. La Virgen se encuentra en pie, con la pierna derecha flexionada y los brazos separados. Lastimosamente, las mutilaciones de la parte superior del vestuario dificultan la lectura de la imagen. Sus manos, o mejor dicho lo que queda de ellas, están bellamente esculpidas. Descansa sobre peana de líneas sencillas y corte renacentista, muy similar a la del arcángel. Ésta y otras características estilísticas y de modelado, permiten ver en las dos obras la misma mano ejecutora, que no es otra que la del gran imaginero de Alcalá la Real (Jaén), mejor conocido como “El Dios de la Madera”.

 

 

CONCLUSIONES

Este artículo no es más que el fruto de mi pasión por el arte colonial en América, en especial por el relacionado con el periodo manierista. Pasión que, en gran medida, debo a la lectura de los libros que sobre el tema han escrito los grandes arquitectos, historiadores y críticos de arte bolivianos Teresa Gisbert y José de Mesa, a quienes dedico este escrito. Leer las publicaciones de estos grandes escritores, significó para mi, que sólo soy arquitecto, entender el por qué de los estilos y tendencias que se dieron en las distintas escuelas artísticas de todo el continente. Gracias al entusiasmo que despertaron en mí los descubrimientos de obras montañesinas que ellos realizaron en los territorios que conformaban el antiguo virreinato del Perú, pude toparme con el libro del profesor Bernales Ballesteros, Escultura montañesina en América, y enterarme de la presencia en Colombia de dos obras realizadas por tan insigne escultor en su etapa juvenil. Obras que, hasta la fecha, tanto en el Archivo de la Biblioteca del Ministerio de Cultura en Bogotá, como en el Museo Dominicano de Tunja, figuran como anónimas.

Me pregunto hasta qué punto una concienzuda y científica restauración, permitiría una reintegración del volumen perdido a estas tallas. Intervención necesaria, para rescatar la dignidad de tan valiosas esculturas que enriquecen el patrimonio artístico colombiano.


BIBLIOGRAFÍA

MESA DE, José y GISBERT, Teresa: Escultura virreinal en Bolivia, La Paz, 1972.

BERNALES BALLESTEROS, Jorge: Escultura montañesina en América, Sevilla, 1981.

HERNANDEZ DIAZ, José: Juan Martínez Montañés, Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla, 1949.

GIL TOVAR, Francisco: "Un arte para la propagación de la Fe", en Historia del arte colombiano, tomo III, Barcelona, 1975.

SEBASTIAN LOPEZ, Santiago: “Arte iberoamericano desde la colonización a la independencia”, en Summa Artis, volúmenes XXVIII y XXIX, Madrid, 1988.

ACOSTA MOHALEM, José de Jesús: Pamplona, mi ciudad y sus templos.

MATEUS CORTES, Gustavo: Tunja-El arte de los siglos XVI, XVII y XVIII, Bogotá, 1989.

 

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