EL HALLAZGO DE LAS PINTURAS MURALES DE LA IGLESIA
CONVENTUAL DEL CARMEN EN COX (ALICANTE)

Santiago Rodríguez López


 

 

En el presente año 2011 se cumple el IV Centenario de la fundación del Convento de Nuestra Señora del Carmen en Cox (Alicante), al ocupar los frailes carmelitas el palacio que, junto a la Ermita de Nuestra Señora de las Virtudes, les cediera Don Juan Ruiz Dávalos, Señor de Cox.

Junto a las pertinentes reformas llevadas a cabo para adaptar la residencia palaciega a los requerimientos de la vida monacal, tuvieron lugar una serie de reformas en el primitivo templo que culminarían con la construcción de la actual iglesia conventual, cuya fábrica, pese a la carencia de documentación al respecto, podría encuadrarse a principios del siglo XVIII, atendiendo a los aspectos formales que el edificio presenta, culminándose en cualquier caso con la construcción del Camarín del altar mayor en 1780.

Los avatares históricos han complicado la pervivencia de los valores iniciales del complejo carmelita; la demolición del edificio conventual en 1972 y la utilización de los escombros del mismo colmatando criptas y sirviendo de sustento a la antiestética solería colocada en aquellos años, provocó una elevada concentración de humedad que ascendía por los muros, a lo que debemos de sumar el lamentable estado de las cubiertas y bóvedas del inmueble, propiciando una situación alarmante.

Por ello, la aprobación de las obras de restauración y rehabilitación del edificio, asumidas por el Ayuntamiento de Cox, supuso un paso decisivo en la conservación de este espacio tan vinculado a la historia del pueblo, lugar de culto de la patrona de la localidad, la Virgen del Carmen.

Al inicio de las mismas, y debido al conocimiento de las intervenciones sufridas por el templo, nada hacía presagiar los importantes hallazgos que se sucederían desde el primer día, pudiendo prácticamente ver como debajo de los muros que hasta hace unos meses eran visibles aparecía una realidad de la que no se tenía conocimiento y que sin duda constituye uno de los descubrimientos más importantes en el ámbito histórico-artístico de la localidad, muy castigada en este aspecto y con escasos testimonios de su esplendoroso pasado.

 

 

 

Los paramentos de las capillas presentaban cámaras anti-humedad, levantadas desde la década de los 50 a la de los 70 del pasado siglo con el fin de paliar el problema de las filtraciones; aunque esta solución solo tuviese una finalidad estética: al ser eliminadas, el estado de los muros tras éstas era lamentable.

Fue precisamente durante este proceso, y en parte gracias a la humedad, que tras los múltiples revocos que cubrían los muros originales (en algunos casos hasta tres) subyacía, se pudo observar como al desprenderse parte de estos, aparecían trazos y manchas de color, que al ir eliminando las capas de yeso que los ocultaban fueron tomando formas concretas y perfectamente reconocibles; las cámaras y los revocos habían ocultado durante años grandes superficies decoradas con murales que representaban pabellones textiles y que sirvieron de marco a los retablos de madera dorada que según las descripciones conservadas se encontraban en las capillas.

Dichos pabellones se encuentran en las capillas de Santa Rita (anteriormente de Santa Teresa), San Cristóbal (en origen de San José) Nuestro Padre Jesús Nazareno (originalmente del Santísimo Cristo del Desamparo) y la Capilla del Cristo de la Caída y la Santa Mujer Verónica (de San Alberto con anterioridad), así como en los muros situados debajo del coro, en los altares que en su día cobijaron a San Antonio y San Francisco de Siena.

Todos responden al mismo esquema: cúpula gallonada rematada por un copete, sustentada por una estructura escamada de la que pende una gotera decorada con borlas y dos cortinajes que se recogen en los laterales a la altura de ésta y que darían cobijo a los retablos; las variaciones son leves, atendiendo en los dos casos en los que más superficie se halla al descubierto (capillas de Santa Rita y de San Cristóbal) a la sujeción de los cortinajes, mediante argollas en la primera y con angelitos en la segunda.

Así mismo, la capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno difiere del resto en la composición del mural, ya que éste enmarca completamente la hornacina, guarnecida por dos molduras fingidas, una a base de hojas de laurel y otra decorada con volutas. La embocadura del nicho que ocupara con anterioridad el Santísimo Cristo del Desamparo (un Crucifijo) ostenta los atributos de la Pasión de Cristo y decoración vegetal, siendo visible la escalera del Descendimiento y algunos fragmentos por el momento.

 

 

Por otro lado, y como es habitual en diversos templos de la época, la arquitectura se silueteaba y decoraba con motivos mixtilíneos y vegetales en color azul, matizados en los extremos por un tono más oscuro. Dicha decoración sólo se conserva en cuatro de las ocho capillas del templo (las de Santa Rita, San Cristóbal, Nuestro Padre Jesús Nazareno, y Cristo de la Caída y la Santa Mujer Verónica), pudiendo apreciarse con mayor claridad y mayor cantidad de superficie descubierta en la capilla de Santa Rita.

Es evidente el mal estado de conservación del conjunto mural, derivado de los problemas del inmueble señalados con anterioridad, así como de la propia técnica de ejecución tradicional de estas pinturas, que pasa por el empleo del medio acuoso como aglutinante para los pigmentos, siendo habitualmente temples constituidos por colas orgánicas que interaccionan rápidamente con la humedad y cuya resistencia a los distintos agentes de deterioro que afectan a los muros es muy baja. A ello debemos de suma la pérdida irreparable de gran parte de la superficie debido a un enlucido en cemento realizado directamente sobre la mampostería en una de las obras que tuvieron lugar en el pasado siglo.

Estas patologías han de ser subsanadas de cara a conservar la integridad material de las pinturas, recuperando los valores estéticos que les son propios en función de los criterios que se adopten en una no muy lejana intervención de conservación y restauración, garantizando así la pervivencia de un importante legado con dos valores fundamentales: el estético y el histórico, puesto que los fragmentos aparecidos constituyen un importante documento a través del cual podemos conocer una parte importante de la historia del edificio.

En ese sentido, es nuestra obligación señalar la importancia de la restauración de las pinturas murales y de su estudio, en una actuación conjunta sobre edificio que no ha de tener otra función que la de servir de medio para la transmisión de un patrimonio heredado y por fin descubierto, al que en ningún momento debemos renunciar y mucho menos someter a decisiones externas a la preservación y puesta en valor del mismo.

 

 

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