AGUSTÍN SÁNCHEZ-CID AGÜERO


 

 

Agustín Sánchez-Cid Agüero fue uno de los escultores-imagineros más prestigiosos del segundo tercio del siglo XX en Sevilla. Nacido y fallecido en la capital hispalense (1886-1955), siguió, al igual que sus contemporáneos Vicente Rodríguez-Caso (1902-1977) y Enrique Pérez Comendador (1900-1981), la huella del maestro Joaquín Bilbao Martínez, llegando a alcanzar, en ocasiones, los logros escultóricos de tan insigne artista.

Médico y Catedrático de Anatomía Artística en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla -de ahí el notable conocimiento anatómico que demostró en buena parte de sus creaciones-, de la que fue nombrado académico el 15 de noviembre del año 1933, realizó numerosas obras de carácter profano, como las figuraciones Llegando a la Meta (por la que obtuvo la Tercera Medalla Nacional del año 1941) y Presentación (merecedora de la Primera Medalla Nacional del año 1943), aunque su creación de carácter civil más popular es la monumental efigie en bronce del insigne escultor giennense, afincado en Sevilla, Juan Martínez Montañés, situada en la sevillana Plaza del Salvador.

De su obra religiosa, caracterizada por el gran sentido escultórico y la importante fuerza expresiva, merecen destacarse el Santo Crucifijo de San Agustín (1940) de la sevillana Parroquia de San Roque, hecho siguiendo las trazas del Crucificado gótico destruido en la Guerra Civil; el Cautivo de la Capillita de San José, de Sevilla, a imitación del Medinaceli madrileño; el Jesús Nazareno del municipio onubense de Escacena del Campo (en la fotografía) y la Virgen del Carmen, de la Iglesia sevillana del Corpus Christi, realizada, al igual que su otra Virgen del Carmen para la parroquia onubense de la Purísima Concepción (1944), siguiendo el modelo de La Porta Coeli gaditana, obra atribuida al escultor dieciochesco Anton Maria Maragliano, oriundo de Génova (Italia).

Sánchez-Cid fue un artista muy conocido por participar activamente en la restitución del patrimonio artístico que se perdió en los disturbios del año 1936, así como por las restauraciones que llevó a cabo en varias imágenes procesionales, especialmente las del Crucificado de la Fundación (Los Negritos) y Crucificado del Calvario, ambos en Sevilla -posteriormente, muy discutidas desde el punto de vista de la intervención científica-, debido al hallazgo en su interior de los documentos que acreditaban su autoría a Andrés y Francisco de Ocampo, respectivamente.

 

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