SANTIAGO RUSIÑOL I PRATS
Santiago
Rusiñol (1861/1931), que fue pintor, escritor, coleccionista y dramaturgo, nació
en Barcelona en el seno de una familia de industriales del textil procedente de
Manlleu. A pesar de su condición de heredero de la empresa familiar, Rusiñol,
a la edad de veintiocho años, casado con Lluïsa Denís y padre de una hija de
pocos meses, María, decidió emprender la vida de artista para dedicarse
profesionalmente a lo que hasta entonces había sido su máxima afición: la
pintura. Se fue a estudiar a París y, de su estancia en el barrio de
Montmartre, entre 1889 y 1893, surgió lo que sería su primer libro, Desde
el Molino (1894), una colección de artículos aparecidos regularmente en
el periódico La Vanguardia que constituyen, junto con las crónicas de
excursiones y los monólogos de L’home de l’orgue (1890) y El
sarau de Llotja (1891), la primera aportación del artista al mundo de las
letras.
Durante estos años, Rusiñol expuso en los
Salones de París y mostró su obra en la Sala Parés de Barcelona con una clara
finalidad revulsiva. Acompañado del también pintor Ramón Casas, del escultor
Enric Clarasó y del crítico de arte Raimon Casellas, se propuso remover las
aguas de la estancada vida cultural de Barcelona, participó en el proyecto de
los jóvenes intelectuales modernistas reunidos alrededor de la revista L’Avenç
(1889-1893) y se convirtió, a partir de 1894, en la cabeza más visible del
Modernismo. A ello contribuyó, aparte de la personalidad carismática del
artista, su capacidad de construir sobre su propia vida la imagen del artista
moderno, sacerdote del arte y defensor del arte por el arte en una sociedad
materialista y prosaica, y de convertir esta imagen, con la ayuda de la
literatura y de su actividad pública, en un mito. Resulta inseparable de la
construcción de esta imagen la relación que mantuvo el pintor con la población
de Sitges, la Blanca Subur, Meca del Modernismo, a partir de 1891, la creación
del Cau Ferrat como Templo del Arte, y la organización de las provocadoras
fiestas modernistas y de performances como la danza serpentina o el
monumento a El Greco, entre 1892 y 1899.
La
producción pictórica y literaria de estos años comparte el tono agridulce y
el distanciamiento irónico o lírico con el cual el yo del artista se encara
con la realidad. Una realidad que, a finales del siglo XIX, en plena crisis del
positivismo, reclama nuevas vías de aproximación que superen los límites de
la razón y recuperen la emoción, la sugestión y la intuición como formas de
conocimiento. A estas presuposiciones, que sitúan a Santiago Rusiñol en la órbita
del simbolismo europeo, responden programáticamente algunos de los textos
publicados en L’Avenç, especialmente “Els caminants de la
terra” o “La suggestió del paisatge” (1893), los primeros
poemas en prosa de la literatura catalana. En 1896, con veinte textos más,
pasaron a formar parte del libro Anant pel món, la obra que perfila el modelo
de artista moderno a imagen y semejanza de un individuo hipersensible y
refinado, escéptico y separado del mundo, modernista comprometido y defensor a
ultranza de la poesía contra la prosa de la moderna sociedad burguesa. Es la
voz de este artista-sacerdote la que reza las Oracions (1897) a la Belleza en el
que se puede considerar el primer libro de poemas en prosa publicado en España,
la que se hizo eco de las Impresiones de Arte (1897) recogidas de los artículos
publicados en La Vanguardia por el artista durante sus viajes a París, a
Florencia y a Andalucía, todo un compendio de teoría estética, y del
repertorio de Fulls de la vida (1898), una colección de narraciones breves y de
poemas en prosa de factura decadentista que constituye la gran cantera de la
producción dramática posterior de Santiago Rusiñol.
Entre 1889 y 1899, Santiago Rusiñol lleva a término, en carne propia, el reto
del artista de convertir la creación artística en una vía de exploración de
los límites. A esta exploración contribuyó la adicción a la morfina que
determinó la vida y la obra del artista a partir de 1894, fecha que coincide
con la creación de dos de las pinturas más emblemáticas de Rusiñol, La
morfina y La medalla, y el descubrimiento de uno de los temas por
excelencia tanto de la pintura como de la literatura de Rusiñol: el jardín
abandonado. La cura de desmorfinización a la cual se sometió el artista a
partir de 1899 y la intervención quirúrgica que, un año después, le dejó
con un único riñón, hizo alejar al artista del abismo y le hizo entrar en una
nueva etapa creativa, marcada por la dedicación al teatro con miras cada vez más
comerciales y a la especialización en la pintura de jardines por toda la
geografía catalana y española (Mallorca, Ibiza, Valencia, Girona, Aranjuez,
Cuenca, Arbúcies), con breves pero significativas incursiones en Italia.
Con
la publicación del poema lírico en un acto con ilustraciones musicales de Joan
Gay titulado El jardí abandonat y la edición de la carpeta de los Jardins
d’Espanya, en 1903, una colección de los cuarenta mejores jardines de
Rusiñol acompañados de una muestra de la poesía de sus poetas preferidos,
Rusiñol parece despedirse del arte entendido como exploración del yo y
comienza a ensayar las maneras de llegar al gran público. En este sentido,
resulta significativo que una obra como L’alegria que passa, cuadro
poemático en un acto con ilustraciones musicales de Enric Morera, concebida en
el marco del Teatro Íntimo de Adrià Gual y estrenada en medio de una aureola
de refinamiento y vanguardismo, sea la obra que entronice Santiago Rusiñol
sobre las tablas del Teatro Romea, sólo potenciando aquellos elementos más
efectistas de la obra. A partir de este momento, y hasta 1930, los estrenos, los
éxitos y las polémicas del teatro de Rusiñol forman parte de la historia del
teatro catalán: Cigales i formigues (1901), Llibertat!
(1901), El malalt crònic y Els jocs florals de Canprosa
(1902), El pati blau, L’hèroe y El místic (1903), La lletja
y El bon policia (1905), La bona gent (1906), La mare, Els
savis de Vilatrista y La merienda fraternal (1907), La intel·lectual
(1909), El despatriat (1912), L’auca del senyor Esteve, Gente
bien (1917), entre tantas otras obras que se van sucediendo hasta Miss
Barceloneta, la última.
La opción por el gran público explica el cultivo que hace Rusiñol de la
novela, desde el experimento que supone El poble gris (1902) a la fórmula
feliz que convierte L’auca del senyor Esteve (1907) en una de las
grandes novelas sobre la Barcelona moderna, hasta las parodias del género que
representan La Niña Gorda (1914), El català de La Mancha
(1917) y En Josepet de Sant Celoni (1918), y la integración del
artista, a partir de 1905, en el mundo de la revista humorística L’Esquella
de la Torratxa y de su editor, Antonio López. Desde esta plataforma,
Santiago Rusiñol combatió el Novecentismo, verbalizando a partir de 1906 en el
“Glosari” de Xènius en La Veu de Catalunya, con la creación de Xarau y de
un “Glosario” alternativo que empezó a salir a partir de 1907 y se mantuvo,
con una periodicidad semanal, hasta 1925. De los textos de Xarau salieron
algunos libros importantes de Santiago Rusiñol: Del Born al Plata
(1911), la recopilación titulada Glossari (1912), L’illa de la
calma (1913), Coses viscudes y Màximes i mals pensaments
(1927).
Cuando Santiago Rusiñol murió, el 13 de junio de 1931, en Aranjuez, hacía
unos años que su imagen, denostada por los intelectuales novecentistas, había
sido reivindicada y convertida en uno de los referentes de la modernización y
de la normalización cultural de la Cataluña de los años treinta.
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