ENRIQUE PATERNINA
En el verano del año 1860 nacían en Haro (La Rioja) los hermanos gemelos Enrique y María Dolores Paternina García-Cid. Pertenecientes a una familia terrateniente enriquecida, ambos quedaron desde la temprana muerte de su madre bajo la tutela de una mujer singular y avanzada para su tiempo, su tía Saturnina García-Cid, que se encargó de su formación y cuidado. Contando con un importante bagaje cultural y material en la familia, el gusto por el mundo artístico no fue ajeno a los muchachos; tanto que el joven Enrique, que había mostrado interés por el dibujo, decide convertirse en pintor. Como cualquier otro joven de provincias tiene que acudir a Madrid para recibir una formación académica que, gracias a la situación económica familiar, se completa en París y Roma. Tras su vuelta comienza una vida, un tanto bohemia, de vagabundeo por los diferentes centros artísticos del país, desplazándose por toda la geografía nacional en busca de nuevos estímulos e influencias pictóricas. A pesar de que Paternina nunca concibió su labor artística como un auténtico medio de sustento vital, pues hizo de su pasión su trabajo, como muchos otros pintores de la época intentó integrarse en los círculos del panorama artístico existente. Por ello concurrió a numerosos certámenes oficiales, nacionales e internacionales, como las exposiciones nacionales celebradas en Madrid. Sus participaciones se resolvieron con éxito dispar, no en vano obtuvo cierta fama nacional a raíz de su primera participación en 1892, que lentamente se fue disipando con el paso del tiempo. Su labor como pintor se conjugará con la atención a los compromisos sociales, económicos y familiares derivados de su condición de burgués acomodado, que le harán volver con frecuencia a Haro y a veranear en el País Vasco y el sur de Francia, cumpliendo así con sus obligaciones con amistades y familia. El mantenimiento de esta compleja sucesión de viajes y estancias se vio afectado por la llegada de la filoxera a La Rioja. Las complicaciones económicas surgidas a raíz de la plaga obligaron al pintor a renunciar al ideal bohemio y a permanecer de manera más estable en Haro, dónde desarrolló la última parte de su producción. A lo largo de estos últimos años fue, progresivamente, perdiendo el contacto con los principales núcleos artísticos y abandonando la visión ideal de la pintura, que se convierte en un pasatiempo personal que compartir con su familia amigos cuando las obligaciones derivadas del cuidado de sus propiedades se lo permiten. Tras su muerte en 1917, todas las posesiones del pintor, incluidas sus obras, pasaron a su única heredera, su hermana Lola, que se encargó de los asuntos familiares hasta su muerte en 1947, cuando, cumpliendo con su voluntad testamentaria, sus bienes fueron legados a una fundación-asilo en la que se conservaba y mostraba la obra conservada de Paternina, que ahora se custodia en la Fundación Hogar Madre de Dios de Haro. |
Criado en el seno de una familia perteneciente a la burguesa agraria acomodada, Enrique Paternina recibió una esmerada formación cultural que desemboca en su afición por la fotografía y, en especial, por la pintura, que se convierte en una pasión a la que dedicar su vida. Decidido a trabajar y vivir como un artista en 1884, año en que se traslada a Madrid, donde recibirá formación académica y práctica en el taller de Alejandro Ferrant. Siguiendo la órbita de su maestro y de tantos otros jóvenes que aspiraban a vivir de la pintura, comienza a viajar por Europa para completar su formación sin eludir las dos ciudades clave para perfeccionar los estudios artísticos: París y Roma. A expensas de su fortuna puede costearse los viajes y las estancias en estos lugares, donde crea lazos de camaradería y amistad con algunos de los principales creadores del momento La desahogada situación económica familiar permite a Paternina vivir sin preocupaciones, exprimiendo todas las experiencias con el ansia vital de un bon vivant para el que el ocio y el trabajo no son una cosa diferente. Así, entre 1888 y 1892 Paternina reside y trabaja en Roma junto a los pintores españoles de la Escuela de Roma, con lo que aprovecha para conocer el resto de Italia. A lo largo de su estancia, su formación académica se enriquece y sintetiza con los conocimientos que le aportan no solo los clásicos sino también las nuevas tendencias pictóricas relacionadas con la captación de lo real a través del estudio de la luz y el color. Tentado a probar suerte en el escaparate de los pintores de la época participa por primera vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892, con su obra más celebrada, La Visita de la Madre (imagen superior), que obtiene una segunda medalla con lo que se convierte en un pintor de cierta fama. Esta situación propicia su vuelta a España durante 1893, aprovechando el trayecto para pasar una temporada pintando en Venecia. Plenamente integrado en el mundo artístico del momento y reconocido por su labor, a su vuelta comienza una incansable sucesión de viajes y estancias productivas por todo el territorio nacional entre los años 1894 y 1899. Estas idas y venidas entre algunos de los principales centros artísticos del país, como Madrid, Bilbao, Sevilla o Barcelona, vienen determinadas por su participación en múltiples exposiciones dentro del ámbito nacional pero sobre todo por qué pasará largas temporadas creativas en Andalucía, buscando una luz y unos modelos pictóricos más amables que lo conectan con las creaciones de algunos artistas punteros del momento como José Moreno Carbonero y, en especial, Gonzalo Bilbao. Todas estas paradas las alternará con estancias y temporadas en Haro, donde permanece su familia directa y los negocios que permiten este tipo de vida y sus veraneos en el País Vasco y en el sur de Francia, cumpliendo así con los estándares sociales que se esperan de un hombre de su posición social y económica. Esta existencia tan ajetreada viene motivada por su intento, no siempre conseguido, de mantenerse a la moda y no perder el pequeño rédito artístico que consiguió en 1892. No será hasta ocho años más tarde cuando un viaje a París incentive un nuevo resurgir en su vida y en su producción con la llegada del nuevo siglo. |
En plena madurez Paternina realiza un viaje a París en 1900 que supone un punto de inflexión en su carrera. Con nuevas experiencias en su bagaje artístico acumulado y un vigor renovado el jarrero retoma su trabajo con gran disciplina. Sin abandonar su modo de vida viajero, alterna sus estancias estivales en el norte con sus temporadas pictóricas invernales en Sevilla, donde se encuentra especialmente activo e integrado en el círculo artístico de la ciudad. Sin dejar de participar en exposiciones dentro del país, en un ambiente de mayor libertad creativa y técnica la investigación lumínica y del color empieza a ganar importancia en su obra. Hacia el año 1904 los referentes artísticos de Paternina empiezan a cambiar lentamente, pues se estrecha la relación personal y pictórica con uno de los grandes faros de la pintura española de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, Ignacio Zuloaga Esta interacción, junto con la contracción económica provocada por la llegada de la filoxera a Haro, son los motivos que explican el abandono de las estancias artísticas en el sur y su regreso a Haro como residencia estable a finales de 1904. De esta forma podía atender los negocios familiares mantenía la proximidad con las bases creativas de Zuloaga en Segovia y Zumaya. Además del abandono de los temas folklóricos y la introducción del gusto por lo castellano en su obra y el desarrollo de su gusto por el paisaje, su relación con el pintor vasco propiciara algunos de sus más notables logros como la participación en la Exposición Internacional de Venecia del año 1905 o la Internacional de Bruselas del año 1910. Sin embargo el hecho de permanecer aislado de los grandes centros artísticos, a pesar de que continúa realizando sus viajes estivales al País Vasco y al sur de Francia, propicia el desarrollo de una pintura más personal y amable basada en la experiencia de su mundo cercano, con sus paisajes y tipos populares, con los que concurrirá a su última Exposición Nacional en 1910. A partir de 1911, con la muerte de su tía Saturnina García-Cid (pieza clave en su vida) la obligación de atender los negocios condiciona un abandono progresivo de la intensidad de su actividad pictórica que termina refugiándose, hasta su repentina y súbita muerte en el año 1917, en el paisaje de su entorno, una práctica que Paternina puede acometer junto a sus viejas amistades, como el pintor alavés Fernando de Amárica. Precisamente en este género Paternina encontrara su continua búsqueda pictórica su medio de expresión más genuino y personal, centrado en la captación atmosférica de la luz y el color. |