JOSEFA DE ÓBIDOS


 

 
 

Niño Jesús Salvador del Mundo (detalle)

1680
Óleo sobre lienzo
110 x 73 cm
V.O.T. da Penitência de São Francisco (Coimbra)

 

Josefa de Ayala y Cabrera nace en Sevilla, en 1630. Su padre era el pintor portugués Baltazar Gomes Figueira (1604-1674), oriundo de una familia de comerciantes, religiosos y militares de Óbidos, que en 1625 se unió a un contingente militar portugués para combatir en la Guerra Anglo-Española (1625-1630) defendiendo la Bahía de Cádiz. Su madre, de ascendencia noble, era Catalina de Ayala, hija de un militar amante de la pintura.

El bautismo de Josefa, el 20 de febrero de 1630 en la iglesia sevillana de San Vicente, fue apadrinado por el pintor hispalense Francisco Herrera el Viejo, uno de los más importantes de la ciudad, tal vez maestro de Baltazar, que solo en esa ciudad, y ya tardíamente, se inició en la pintura.

Josefa se inició en la pintura y el grabado precozmente, realizando obras de forma continuada desde los 16 años de edad. Comenzó con el pequeño formato sobre cobre, pero llegó hasta a pintar retablos por toda Extremadura; piezas de profundo y culto un misticismo que evocan sus vínculos con las órdenes del Císter y del Carmelo Reformado. Alcanzó fama y fortuna con sus bodegones y con sus peculiares cuadros devocionales.

Josefa llega a Portugal en 1634, tras unos procesos judiciales que no indicaban una buena situación financiera. Su padre regresa a su Óbidos natal con toda la familia, iniciando una carrera de pintor que le valió cierta fama local. Entre los méritos artísticos de Baltazar destaca el buen uso del paisaje y, sobre todo, la introducción en Portugal de las naturalezas muertas como género autónomo -siguiendo la tradición del bodegón español que asimiló durante su estancia en Sevilla-, un tema que su hija también cultivó y con gran éxito.

Después de unos años en Coimbra, durante su adolescencia -llegando a profesar durante algunos años en el Convento de Santa Ana de dicha ciudad-, Josefa vivirá para siempre en el pequeño pueblo de Óbidos, situado al norte de Lisboa, de ahí el nombre por el que será conocida.

Emancipada en torno a los 30 años de edad, lo que le permitió una existencia autónoma, Josefa vivió soltera, acompañada solo por sus criados y dos sobrinas, entre las casas de Óbidos y Quinta da Capeleira, en los alrededores de la villa, disfrutando de un desahogo financiero, pintando y gestionando sus negocios. Sus más antiguos biógrafos le reconocen una inclinación por la espiritualidad, y muchas de sus obras, especialmente las dedicadas a la Sagrada Familia, están influidas por los escritos de Santa Teresa de Ávila.

 

 
 

Naturaleza Muerta con Melón y Peras (detalle)

Hacia 1670
Óleo sobre lienzo
63,5 x 103,5 cm
Museu Nacional de Arte Antiga (Lisboa)

 

En el siglo XVII, un periodo duro para la historia de Portugal y un tiempo que pertenecía a los hombres, Josefa logra afirmarse como pintora: la única pintora profesional de su época, con taller propio y encargos relevantes. Confinada en la localidad periférica de Óbidos, consigue, caso raro en Portugal, alcanzar una estela que la sobrevive, permitiendo que un vasto y bien conservado conjunto de obras haya llegado a nuestros días.

Además de las naturalezas muertas, tema generalmente asociado con la pintora, se distingue en su trayectoria la creación de imágenes piadosas con las que sabía responder a las aspiraciones de un Barroco que Portugal modeló de forma propia; de hecho, las pinturas de Josefa, junto con las obras de los barristas de Alcobaça y las esculturas de Fray Cipriano da Cruz, están consideradas las impulsoras del Barroco luso.

Un Barroco el de Portugal concebido como un espacio festivo, sensorial y plástico, de iglesias doradas con dramáticos efectos de luz, y teatrales imágenes provistas de ropajes coloridos y ojos que miran al cielo; un universo místico y cándido, que aparta el arte portugués del realismo humanizado de España o Italia. En las artes aplicadas, el Barroco portugués se dejó finalmente contaminar por los elementos orientales.

En sus inicios de rara precocidad, las obras de Josefa atienden a un tenebrismo de origen más nórdico que italiano. Sin embargo, en sus últimas décadas, se rinde a una abierta luminosidad y a un franco colorido. En ambos contraste se advierte una influencia del extremeño Francisco de Zurbarán.

Tanto las creaciones de Josefa como las de Baltazar no funcionaban a partir de una representación del natural, sino que ambos recurrían a un conjunto de imágenes pintadas en pequeños paneles que luego plasmaban en mayores composiciones. En las obras de padre e hija se observan también diferentes formas de pintar, lo que revela la colaboración de otros artistas en el taller de Óbidos, después de la vuelta de Baltazar. Consta que había otros miembros de su círculo familiar dedicados a la pintura.

Por último, mencionar el tema del Niño Jesús o Agnus Dei en sus pinturas, tomado también de Zurbarán, que fue gran elemento de culto en las sociedades de Portugal y España durante el siglo XVII. El Niño, como Divino Esposo o como Peregrino, aparece, por ejemplo, en los textos de Santa Teresa de Ávila; las flores, dispuestas en festivas guirnaldas y asociadas a la figura central, eran otro tópico de la literatura mística de la época, que Josefa leyó fervorosamente en sus últimos años, prácticamente hasta su fallecimiento el 22 de julio de 1684.

 

 
 

Santa Teresa Esposa Mística (detalle)

1672
Óleo sobre lienzo
158,5 x 113 cm
Paróquia de Cascais

 

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