JUAN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE EL MUDO


 

 
 

Decapitación de Santiago el Mayor

 

Juan Fernández de Navarrete (Logroño, hacia 1538 - Toledo, 1579) fue un pintor de extraordinaria personalidad, ya que su discapacidad sordomuda no le impidió desarrollar su magnífico talento como artista. De hecho, se convirtió en el pintor español más importante que trabajó para el monarca Felipe II en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ya que la opción estética de Navarrete era la que mejor se adscribía a los ideales contrarreformistas surgidos de los acuerdos adoptados en la sesión XXV del Concilio de Trento en 1563 acerca de la representación de los temas sagrados, y que el rey quería que se cumplieran con exactitud, tal como se refleja en la Carta de Fundación de su magna obra de 1567.

La fama de Navarrete continuó a lo largo de los siglos, como bien lo prueba el reconocimiento tan laudatorio que le otorga toda la historiografía artística. La propia naturaleza física de Navarrete le obligó a tener una formación casi autodidacta, aunque, según Sigüenza, fue fray Vicente de Santo Domingo del monasterio jerónimo de la Estrella el que le inició de niño en el arte de la pintura y quien recomendó a sus padres que le enviaran a Italia para completar su aprendizaje. Allí estuvo probablemente entre 1556 y 1558. Sigüenza apunta que Navarrete visitó Roma, Florencia, Venecia, Milán y Nápoles, y que trabajó con Tiziano. Hasta el momento no existen pruebas documentales que nos permitan rastrear su periplo por Italia, pero sí parece claro que no debió estar en el taller de Tiziano, ya que la influencia del maestro cadorino no se deja sentir en su obra hasta su incorporación al servicio de Felipe II, cuando tuvo ya oportunidad de conocer su pintura en El Escorial.

En el pequeño y exquisito Bautismo de Cristo (hacia 1566), hoy en el Prado, su primera obra para el rey, que, según Sigüenza, le sirvió como carta de presentación tras su vuelta de Italia, muestra el perfecto conocimiento de la realidad romana de los años centrales del siglo XVI, dentro del más puro estilo manierista toscano-romano, que se basa en una técnica muy dibujística y en una gama cromática de tonos fríos.

A su regreso a España hacia 1565, Navarrete se estableció en El Escorial, posiblemente gracias a los contactos del pintor con la orden jerónima cuando era muy joven, o quizás, como indica Sigüenza, a la intervención del limosnero mayor de Felipe II, Luis Manrique. El Escorial se encontraba en esos años en los inicios de su construcción y, por tanto, sus primeros encargos a lo largo de 1566 y 1567 fueron obras de carácter menor, que se centraron en diversas actuaciones de restauración de pinturas, dictaminadas directamente por el propio rey, como las del Descendimiento y del Calvario de Rogier Van der Weyden; el recorte y reparación del Noli me tangere de Tiziano, debido a su mal estado de conservación -que supuso su reducción al busto de Cristo, y que conocemos cómo debió ser a través de una copia del original de Alonso Sánchez Coello-, o el recorte de los laterales de la Última Cena de Tiziano para acoplarlo al refectorio.

También realizó Navarrete en El Escorial unas puertas laterales en blanco y negro para el Descendimiento de Van der Weyden, que según aclararía Sigüenza eran de profetas y muy poco debieron de estar montadas en la citada obra. Además, demostró su capacidad de copista en las reproducciones que le encargaron sobre el citado Calvario, como la realizada a tamaño natural entre 1566 y 1567 para sustituir al original que había estado en la capilla del palacio de Valsaín, pero que no debe ser confundida con la versión existente en el Museo de Santa Cruz de Toledo, posiblemente de otra mano y de distinta procedencia. Las réplicas individualizadas de La Virgen y San Juan que se conservan en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, que claramente lo fueron así desde un inicio, ya que no se observan recortes en sus bordes, se pueden adscribir a la producción de Navarrete de los inicios de la década de 1570, como así lo apuntan tanto su manera de resolver los perfiles de forma más suelta como la utilización de unos colores más brillantes. El devenir de estas copias está ligado a la historia del monasterio, donde flanqueaban el importantísimo Crucifijo marmóreo de Benvenuto Cellini, que se situó en el trascoro de la Basílica escurialense desde época de fundación hasta mediados del siglo XX.

 

 
 

Abraham y los tres ángeles

 

Tras la muerte inesperada de Gaspar Becerra en enero de 1568, Navarrete fue nombrado pintor del rey con un salario anual de 200 ducados, cobrando las obras entregadas separadamente conforme a tasación. En ese año inició su primer encargo importante para El Escorial, que fue la serie de cuatro lienzos para la sacristía de prestado del Convento. El conjunto fue realizado al completo en la casa de su madre en Logroño, adonde había llegado tras obtener un permiso especial para recuperarse de su mala salud. En marzo de 1571 regresó a El Escorial para hacer su entrega. El primero de la serie, San Jerónimo penitente (1569), muestra todavía algunas características del primer estilo dibujístico influenciado por la fría maniera romana: en primer término colocó el habitual león, en actitud de estar bebiendo en una fuente, del que existe un dibujo preparatorio en el Prado, lo que nos mostraría su modo de trabajar con bocetos y dibujos gracias a su estancia formativa en Italia. Completaban el conjunto la Asunción de la Virgen y un San Felipe, que a veces figura también como Martirio del santo, que desaparecieron durante el incendio del monasterio en 1671, así como La decapitación de Santiago el Mayor, firmada en 1571. Esta es su primera gran obra de plena madurez, en la que el pintor manifiesta un verdadero conocimiento de la pintura veneciana, con la utilización de una técnica suelta y una gama cromática más cálida, con lo que consigue una mayor fuerza expresiva. El amplio desarrollo en vertical del paisaje, con clara influencia de Tintoretto, le permite incluir la batalla de Clavijo, con la figura de Santiago luchando sobre su caballo blanco en defensa de las tropas cristianas, algunos de cuyos soldados llevan armaduras de época contemporánea. Esta obra ha sido la más alabada y conocida de Navarrete, sirviendo de fuente de inspiración a otros artistas españoles, como Alonso de Herrera, Francisco Ribalta y Vicente Carducho.

A partir de septiembre de 1571 se le permitió establecerse en Madrid, donde vivió durante algún tiempo en casa del pintor del rey Diego de Urbina, y allí debió realizar cuatro nuevos lienzos para la sacristía de prestado del Colegio, entregados en 1575. De los cuatro, solo se conservan tres, habiendo desaparecido el San Juan Evangelista en la isla de Patmos, junto a los otros dos de la serie anterior, durante el incendio del monasterio de 1671. La adoración de los pastores es una escena de gran ternura, que aparece escenificada con un claroscuro violento muy del gusto de los venecianos; la idea de dispersar la luz en ráfagas o la de utilizar al Niño como foco de iluminación directa a la Virgen le viene de Tiziano y de los Bassano, así como también el efecto de la vela encendida que lleva san José en la mano. En la Sagrada Familia se aúnan la grandiosidad de las figuras de tradición toscano-romana con el colorido vibrante y el interés por lo anecdótico de origen veneciano, que se muestra con la incorporación de un perro y un gato que pelean por un hueso, o de una perdiz que parece querer volar. Dichos detalles no agradaron a los comitentes, ya que cuando el Mudo se comprometió a realizar en 1576 las parejas de santos, se especificó expresamente en el contrato que "en las dichas pinturas no ponga gato ni perro ni otra figura que sea deshonesta, sino que todas sean sanctos y que provoquen a devocion", muy en la línea de las disposiciones contrarreformistas. En la Flagelación, la figura equilibrada de Cristo con su rostro tan severo es de gran influencia tizianesca, mientras que la expresión tan exagerada y caricaturesca de los sayones tiene cierto recuerdo flamenco. La factura técnica y la gama cromática son también venecianas, y también lo es la representación del joven de la derecha, que muestra un rostro de gran expresividad dramática.

El 1 de diciembre de 1575, el prior del monasterio, fray Julián de Tricio, comunicaba al rey el encargo de una importante obra a Navarrete, que se situó en el retablo mayor de la capilla del Colegio, pero que muy pronto acabaría en la portería del Convento. Se trataba del tema del Génesis, cuando Abraham recibe la visita de los tres ángeles, que le anuncian la preñez de Sara y el nacimiento de Isaac. El pintor la entregó en agosto de 1576. La conjunción de una técnica fluida y de un rico cromatismo confiere una gran emotividad a esta obra, cuyo resultado entusiasmó a toda la crítica artística, especialmente a Sigüenza. Pacheco fue el único que consideró inapropiados el atuendo y la barba de los ángeles. Existen dos dibujos de muy similares características estilísticas y técnicas para la composición de los tres ángeles, uno en el Instituto de Valencia de Don Juan de Madrid y otro que salió en el mercado del arte, que, más que bocetos preparatorios, podrían ser considerados como verdaderos "modellini" ya concluidos para su disfrute y admiración.

 

 
 

San Marcos y San Lucas

 

Navarrete ya había dado muestras de conocer a la perfección los conceptos de decoro, gravedad y claridad para la representación de las imágenes religiosas. De ahí que fuera el artista elegido para desarrollar el importante proyecto decorativo de la Basílica de El Escorial, que por expreso deseo de Felipe II pretendía acoger uno de los programas iconográficos más coherentes del arte de la Contrarreforma en España. Dicho proyecto iba a girar en torno a la exaltación de los dogmas más importantes de la religión católica, como el culto a los santos de la cristiandad, cuya existencia había sido negada por los protestantes. Las meticulosas condiciones impuestas en el contrato de 21 de agosto de 1576 nos permiten conocer la magnitud del encargo, que consistía en 32 cuadros de altar de dos formatos diferentes, a finalizar en un plazo de cuatro años, dándole opción de decidir su lugar de trabajo, ya fuera en Logroño, Madrid o El Escorial.

En la serie de santos escurialenses se quería representar su imagen icónica de la manera más sencilla y eficaz, sin perder la solemnidad y la grandeza requeridas por los dictámenes tridentinos. De esta forma, los santos aparecen emparejados, figurados de cuerpo entero, de tamaño natural y con un tono heroico, acompañados exclusivamente de sus atributos correspondientes y destacados sobre unos paisajes en los que suele aparecer alguna ruina romana para recordar donde fueron martirizados. El 28 de enero de 1579, cuando todavía no había terminado más que una cuarta parte del encargo, se le encomendó la pintura del retablo mayor de la Basílica, obra que no pudo ni empezar por su pronta muerte en marzo de ese mismo año. Solo le dio tiempo a terminar siete lienzos, dejando inconcluso un octavo, San Felipe y Santiago el Menor, que concluiría Diego de Urbina en 1580. Las primeras parejas son las fechadas en 1577: San Pedro y San Pablo, Santiago el Mayor y San Andrés, San Matías y San Bernabé, y San Bartolomé y Santo Tomás; mientras que San Juan Evangelista y San Mateo, San Marcos y San Lucas, y San Simón y San Judas Tadeo lo están en 1578.

Todas estas bellas imágenes continúan en sus lugares originarios y se pueden hoy admirar en las capillas formadas junto a la cabecera de la Basílica y dentro de los nichos profundos de los pilares torales más cercanos a ella, ya que las figuras de los apóstoles y evangelistas eran las que debían estar más cerca de la figura de Cristo, cuya presencia real se encuentra en el Santísimo Sacramento que se custodia en el altar mayor.

La celeridad con la que el pintor intentó trabajar en el conjunto queda reflejada en los esbozos figurativos que pueden verse en los reversos de algunos de los lienzos, que le sirvieron de modelo directo para la elaboración de los santos: por ejemplo, Santo Tomás y San Bartolomé se hallan dibujados en el reverso de San Matías y San Bernabé y la figura del ángel que acompaña a San Mateo lo está en el reverso de Santiago y San Andrés.

Alonso Sánchez Coello, Luis de Carvajal y Diego de Urbina fueron los encargados de continuar la serie de parejas de santos que terminaron en 1585, aplicando el mismo lenguaje correcto y devocional requerido para las pinturas religiosas. Pero Navarrete consigue las mejores parejas de la serie gracias a la completa renovación de su estilo a la manera veneciana. También son los ejemplos de su producción que mayor repercusión tuvieron en la pintura barroca posterior, ya que de ellos deriva la concepción noble y monumental de la mayoría de los apostolados y santos del siglo XVII, sin olvidar las copias del apostolado que se hicieron durante la primera mitad del siglo XVII, como la de pequeño formato del Colegio del Patriarca de Valencia (1665), la procedente de la colección real, hoy en el Prado, o la del Convento de la Encarnación de Boadilla del Monte (Madrid).

 

 
 

Flagelación

 

En el memorial de 1580 de enseres pertenecientes a Navarrete, que su hermano Diego Fernández dejó en El Escorial a la muerte del pintor en poder del veedor García de Brizuela para entregar al rey, aparecen varias obras que debió realizar en los últimos meses de vida y que se entregaron oficialmente al monasterio en 1584. Como pintura acabada, figura la Aparición de Cristo a su madre, tema extraído de la Leyenda dorada de Jacopo della Voragine, pero que había sido recuperado con la Contrarreforma, al haberlo establecido como artículo de fe. Si el cuerpo de Cristo recuerda el mundo miguelangelesco de su período romano, la pincelada suelta y el colorido cálido dejan ver la influencia del venecianismo que el pintor tuvo tan patente en estos últimos años.

Como cuadro bosquejado figura un Entierro del cuerpo de san Lorenzo, escena poco representada en la que se recoge el momento en que San Hipólito y unos compañeros hurtan el cuerpo ya difunto del santo en el atrio del emperador, para que no fuera profanado por los soldados romanos, aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche. El tema le permite al pintor utilizar los efectos lumínicos que ha aprendido de los venecianos para acrecentar el dramatismo de la escena. El cuerpo tostado del santo aparece únicamente iluminado por la luna, efecto tomado directamente del Martirio de San Lorenzo de Tiziano, que ya había llegado a El Escorial, y por la candela que está encendiendo el joven de la derecha, idea que está extraída de los Bassano y que también utiliza El Greco de forma muy parecida en su Soplón. Sigüenza nos aclara que la obra fue terminada por uno de sus discípulos, situándose en la capilla del Colegio, para pasar al poco tiempo al extraordinario elenco de pinturas reunidas en el Aula de Moral, lo que indica el interés inusitado que cobró la obra por su atrevido claroscurismo, siendo siempre muy alabada por todos los cronistas escurialenses.

Un pequeño cuadro devocional sobre tabla de nogal, hasta ahora inédito, con el Nacimiento de Cristo puede ser reconocido en una de las dos tablillas sobre el tema que aparecen en el memorial de 1580, y que, posteriormente, al menos una de ellas se entregó al monasterio con la entrega de 1584. En 1725 puede ser identificado sin autoría, siendo por primera vez atribuido por Vicente Poleró a Federico Zuccaro, lo que no resulta nada extraño, dado que Navarrete en esta ocasión, como le ocurrió en el Bautismo, se acercó en cierta forma a la tradición tardorromana a la hora de escoger los colores y hacer los perfiles más definidos. La presencia del Niño Dios tendido sobre unas pajas en el suelo, con los brazos extendidos hacia su Madre con el gesto entrañable de querer abrazarla, la inclusión de ese foco de luz tan intenso sobre el Niño o el acertado escorzo con que se resuelve la figura de san José con la vela son datos relevantes que permiten adscribir la obra al artista, pudiéndose establecer una relación directa con la ya mencionada Adoración de los pastores de gran formato. Otros detalles compositivos, como el buey y la mula, tienen también una clara conexión con el dibujo de la Adoración de los pastores de Juan Fernández de Navarrete de la antigua Colección Jovellanos, desaparecido en 1937. 

 

 
 

Entierro del cuerpo de San Lorenzo

 

Juan Fernández de Navarrete el Mudo fue el pintor más importante que trabajó para Felipe II en El Escorial, y, sin embargo, pese a la notoriedad y aprecio que disfrutó entre sus contemporáneos y la alta consideración y fama de que gozó durante siglos -que le valió ser denominado nada menos que "nuestro Apeles español" y el "Tiziano español"-, sigue siendo hoy un pintor poco conocido entre el público general, aunque estimado entre los especialistas. Mostrar y poner en valor sus obras es por tanto una necesidad y una obligación.

La precocidad del artista -que ya desde niño mostró unas extraordinarias dotes artísticas- y su formación italiana, unidas al propio conocimiento de los grandes maestros -no olvidemos que en El Escorial pudo acceder de primera mano a las obras de Tiziano-, nos presentan a un artista formado siguiendo las pautas ya marcadas por Leonardo da Vinci en su Tratado de la pintura, que recomendaba a los pintores que se formaran aprendiendo del natural y de los grandes maestros. Una personalidad, pues, excepcional en el panorama español del momento, tanto por su talento como por su formación y estilo.

Como hemos visto, Felipe II supo reconocer ese talento y le confió desde muy pronto importantes encargos. De hecho trabajó en exclusiva para el monarca y en el monasterio -donde actualmente se conserva prácticamente la totalidad de su obra- hasta su temprano fallecimiento con tan solo 41 años de edad. Su fortuna crítica tras su prematura muerte es unánimemente elogiosa.

En su producción pictórica son reconocibles las dos fuentes artísticas que marcaron su carrera: la presencia de múltiples obras de artistas del norte de Europa presentes en la Colección Real, se refleja en los paisajes y detalles naturalistas de sus obras, de influencia flamenca. Por otra parte, su decisivo viaje a Italia donde visitó Roma, Florencia, Venecia, Milán y Nápoles, así como su conocimiento de la obra de Tiziano, se refleja en la representación de las figuras y arquitecturas, de rotundidad clasicista, y en la luminosidad veneciana.

 

 
 

San Jerónimo penitente

 

Muestra Navarrete el Mudo. Nuestro Apeles español en El Escorial del 7 de abril a noviembre de 2017 en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Avenida de Don Juan de Borbón y Battenberg s/n, San Lorenzo de El Escorial, Madrid). Esta pequeña pero selecta exposición, comisariada por Carmen García-Frías, conservadora de pintura antigua, contribuye a recuperar y revalorizar una figura imprescindible para el conocimiento de El Escorial y del coleccionismo de Felipe II. Horario: martes a domingo, de 10:00 a 20:00 horas.

 

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