EDWARD HOPPER


 

 
 

Habitación en Nueva York

1932
Óleo sobre lienzo
74,4 x 93 cm
Sheldon Museum of Art

 

A pesar de ser un pintor muy popular y aparentemente accesible, las obras de Edward Hopper son uno de los fenómenos más complejos del arte del siglo XX. El pintor estadounidense (Nyack, 1882 - Nueva York, 1967) fue uno de los principales representantes del realismo del siglo pasado aunque vivió muchos años trabajando como ilustrador, ignorado por el público y la crítica. En el año 1913 vendió su primer cuadro, titulado Velero (1911); diez años después, el segundo -La Mansarda, al Brooklyn Museum of Art, y tuvo que esperar hasta 1924, cuando tenía ya 43 años de edad, para ver el éxito de su primera exposición en la Rehn Gallery de Nueva York y poder dedicarse por completo a la creación artística.

La Gran Depresión no fue un impedimento para que, a partir de entonces, los grandes museos y coleccionistas estadounidenses empezaran a adquirir sus obras. En 1930, Casa junto al Ferrocarril (1925) fue la primera pieza en integrar la futura colección pictórica del recién inaugurado MoMA de Nueva York, donada por el conocido coleccionista Stephen Clark, uno de los mayores defensores de su arte. En 1933, de las paredes de este museo colgaban más de 70 obras en la que fue su primera gran retrospectiva, con préstamos llegados de todo el país. De esta manera, en menos de una década, Hopper pasó prácticamente del anonimato a convertirse en uno de los artistas vivos más valorados en Estados Unidos.

Americanismo y realismo son atributos clave de su pintura. Sus cuadros son un fiel retrato del país. Revelan su cara más moderna, pero sin idealizarla, mostrando la realidad de manera simplificada. Aunque existen algunos paisajes y escenas al aire libre, la mayoría de sus obras se desarrollan en lugares públicos, como bares, hoteles, estaciones, trenes… entornos prácticamente vacíos y con fuertes contrastes entre luces y sombras que acentúan la soledad y el dramatismo del hombre moderno.

 

 
 

Blackwell's Island

1928
Óleo sobre lienzo
88,9 x 152,4 cm
Colección de Soledad y Robert Hurst

 

En el estudio de Robert Henri, Edward Hopper se empapa de un realismo moderno que se separa del academicismo dominante. Sus primeras obras ponen de manifiesto la relación de su pintura con la tradición americana continuada por el propio Henri y por Winslow Homer, que retrataban la sociedad estadounidense de estos inicios del siglo XX.

En el año 1906, Hopper se traslada a París, donde se quedará casi un año y volverá en otra ocasión, en un viaje que se había convertido casi en una necesidad para los artistas norteamericanos desde mediados del siglo XIX. El contacto que tuvo con el arte impresionista allana el camino para que se forje su particular tratamiento de la luz y de la sensualidad, tan llamativos a lo largo de su trayectoria. En sus obras de esta época, Hopper representa el lugar en el que vive, en la parisina rue de Lille, así como su entorno más inmediato; unas obras que se mostrarán ahora junto con la de los artistas europeos que le influyeron entonces, como Albert Marquet, Walter Sickert, y Félix Valloton.

A su vuelta a Estados Unidos, se ve obligado a trabajar como ilustrador en revistas profesionales y en publicidad, un oficio que considera degradante pero que intenta compatibilizar con su vocación artística. Descubre entonces la dimensión narrativa de la imagen y mejora su técnica, cualidades que aparecerán en su pintura poco después. Muchos de los temas que utiliza más tarde como el ocio, el espectáculo o la burocracia tienen sus antecedentes directos en los dibujos que realiza para estas publicaciones, aunque el resultado sea radicalmente opuesto: mientras que las ilustraciones muestran imágenes positivas que apelan al consumismo y la diversión, los lienzos inciden en la apatía, el drama y la soledad de sus personajes.

El primer episodio importante para la evolución de la pintura de Hopper es el descubrimiento del grabado. Pese al reducido número de piezas que firma, su formato y técnica, que las sitúa a medio camino entre la imagen multiplicada de la ilustración comercial y la unicidad del lienzo, hacen que ocupen un lugar esencial en su obra. El artista opta aquí por acentuar los contrastes entre luces y sombras, empleando el papel más blanco con las tintas negras más densas. Figuras solitarias, como en Viento de Tarde (1921), arquitecturas imponentes, como en La Casa Solitaria (1922), o espectaculares encuadres, como el picado de Sombras Nocturnas (1921) avanzan motivos que aparecerán en obras posteriores.

En 1923, Hopper realiza sus primeras acuarelas en la ciudad costera de Gloucester (Massachusetts), utilizando como tema principal las casas victorianas. Este motivo, que se puede observar en ejemplos como La Casa de los Abbot (1926) o La Casa de Marty Welch (1928), tiene un gran potencial dramático para el artista, debido a los juegos de luces y sombras que se producen en sus fachadas. Su encuentro con esta técnica marca el segundo momento destacado que determinará el desarrollo posterior de su obra.

 

 
 

Habitación de Hotel

1931
Óleo sobre lienzo
152,4 x 165,7 cm
Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid

 

A partir del año 1925, la obra de Hopper cobra definitivamente su fuerza formal y poética. Casa junto al ferrocarril anuncia ya su estilo inconfundible. El crítico Lloyd Goodrich escribió sobre ella que "sin pretender ser otra cosa que un retrato simple y directo de una casa fea, consigue ser una de las más conmovedoras y desoladoras manifestaciones de realismo que hayamos visto jamás".

La cronología de las pinturas de Hopper en su madurez artística revela los momentos de consolidación de sus grandes temas: vida en la ciudad (Desde el Puente Williamsburg, 1928); la intimidad, el aislamiento y la melancolía (Habitación de Hotel, de 1931, o Habitación en Nueva York, de 1932); el presagio de malos tiempos (Ground Swell, 1939); la complejidad de las relaciones interpersonales (Verano en la Ciudad, 1949), etcétera.

La mayoría de sus lienzos son escenas de la vida cotidiana en Estados Unidos. Son temas norteamericanos que interesan a sus conciudadanos y muestran la vida moderna. A primera vista, sus composiciones pueden parecer extraordinariamente sencillas, pero enseguida se descubre una cuidada y estudiada elaboración, que casi siempre lleva una narratividad implícita. En estos escenarios, Hopper sitúa a personas en soledad, o incluso parejas o grupos cuyos integrantes se muestran ajenos a los demás, como incomunicados entre sí. En la obra Habitación en Nueva York (1932), por ejemplo, hay dos figuras presentes pero mientras el hombre lee el periódico, la mujer, al otro lado de la mesa, mira distraída un piano. Cada uno está aislado en su mundo.

Además de las personas, otro de los temas preferidos de Hopper es la arquitectura. En ocasiones centra su atención en un edificio aislado, como en la ya mencionada Casa junto al Ferrocarril, pero otras veces el edificio forma parte de un entorno urbano, como en La Ciudad (1927) o en Manhattan Bridge Loop (1928), y el artista busca la manera para hacerlo destacar del resto.

El empleo de la luz es uno de los principales elementos diferenciadores de su pintura, "quizá el más poderoso y personal de los medios expresivos de Hopper", en palabras de Alfred H. Barr -director del MoMA de Nueva York entre 1929 y 1943-, y seguramente el más constante de sus temas. La luz del sol, cuando es de día, o la luz eléctrica, cuando es de noche, entra por las ventanas e ilumina la escena moldeando cada detalle del lienzo. A ella se dedican más de la mitad de sus últimas obras, como en Mañana en la Ciudad (1944), en la que una mujer se expone desnuda al sol matinal, en Conferencia por la Noche (1949), bañada por los neones del exterior, o en Sol Matinal (1952), donde la figura femenina parece buscar algo en la luz que recibe sentada en la cama.

 

 
 

Casa junto a Ferrocarril

1931
Óleo sobre lienzo
61 x 73,7 cm
The Museum of Modern Art de Nueva York

 

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Un Bureau de Coton à La Nouvelle-Orléans

1931
Óleo sobre lienzo
73 x 92 cm
Musée des Beaux-Arts de Pau

 

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