FRANCISCO DURRIO
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Máscara de Hombre Bronce |
Aunque poco conocido por el gran público, Francisco Durrio (Valladolid, 1868 - París, 1940) es un personaje clave dentro del arte de la primera mitad del siglo XX, tanto por la originalidad de su obra (escultura, orfebrería y cerámica) como por el papel difusor de las novedades artísticas del París fin de siglo que ejerció entre la abundante colonia que formaban, principalmente, los pintores vascos (Ignacio Zuloaga, Francisco Iturrino, Juan de Echevarría...) y catalanes (Ramón Casas, Hermen Anglada-Camarasa, Manolo Hugué...). Durrio vivió entre 1901 y 1904 en el célebre Bateau-Lavoir de Montmartre, edificio en el que se reunieron y trabajaron los más importantes artistas europeos del momento. Pero su estancia en París se prolongó más de medio siglo y en ese tiempo conoció a muchos de los protagonistas de la, por entonces, vanguardia artística. Trabajó la cerámica junto a Pablo Picasso, mantuvo una estrecha amistad con Paul Gauguin y sirvió como enlace transmisor de los logros estéticos entre éste y otros artistas, entre ellos, el propio Picasso. A pesar de estar ya en París en 1889, conservó siempre un fuerte vínculo con Bilbao, su ciudad de adopción y en donde mostró su obra en numerosas exposiciones. Desarrolló, además, una prolongada labor como marchante de arte -especialmente, para su mecenas Horacio Echevarrieta- para contribuir a sus escasos recursos económicos y reunió una importante colección personal de obras de Gauguin y otros autores que, a lo largo de los años, se vio obligado a ir vendiendo para poder sobrevivir. Durrio vivió en París hasta su muerte. Su obra catalogada (un centenar de piezas) comprende óleos, esculturas, cerámicas, acuarelas, grabados y orfebrería. Los inicios de la trayectoria artística de Durrio se hallan representados por bustos y tondos de escayola, mármol, cerámica y bronce que remiten a la tradición retratística del siglo XIX de corte academicista, aunque muestran cierta influencia del realismo. El mencionado mecenazgo de Cosme Echevarrieta y de su hijo Horacio fue fundamental en su carrera, no solo por los importantes encargos de obras -como dichos bustos o el panteón familiar- y por la adquisición de piezas de Durrio, sino también por su papel como asesor de la familia en la compra de obras de arte (al menos dos gauguins y un van gogh), que fue para Durrio una prolongada fuente de ingresos. Destaca el conjunto de retratos de la familia Echevarrieta. Antes de que Durrio se estableciera en París, los únicos artistas vascos que tenían contactos internacionales eran Adolfo Guiard y Darío de Regoyos. Los catalanes Santiago Rusiñol y Ramón Casas pronto acudieron a la capital francesa y frecuentaron el barrio bohemio de Montmartre. Después llegarían Zuloaga, Iturrino, Hugué y Picasso, entre otros muchos, y, por supuesto Durrio, quien fue capaz de establecer estrechos vínculos artísticos y profesionales con muchos de ellos. En ese sentido, es bien sabido que Durrio aprendió a hornear arcilla en el estudio del afamado ceramista Ernest Chaplet, en donde inició en 1893 una amistad con Gauguin que cambiaría el rumbo de su creación artística. Además acogió a Picasso en su primer viaje a París y le enseñó a cocer esculturas en barro en su propio horno. También enseñó a Manolo Hugué el arte de la ofebrería. |
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Cleopatra Broche en plata cincelada |
Se sabe que Durrio tuvo más de un centenar de obras de Gauguin y, entre ellas, prácticamente toda la obra gráfica. En su colección estuvieron las series completas Volpini y Noa-Noa. Se desconoce el paradero actual de su serie Volpini. La cerámica fue también cultivada por Gauguin, quien a partir de las enseñanzas de Chaplet fue capaz de dar un uso novedoso a la arcilla cocida, tanto en sus formas como en su iconografía. Durrio prestó a la Diputación Foral de Bizkaia varios gauguins de su propiedad, un courbet y dos van goghs, además de un óleo de Monticelli que el Museo de Bellas Artes de Bilbao adquirió años más tarde al propio Durrio; quien contribuyó, junto con Zuloaga, a la adquisición de una de las obras maestras de su colección, San Sebastián Curado por las Santas Mujeres, de Ribera, y a la del Retrato de Felipe IV, del círculo de Velázquez. Respecto a sus piezas de orfebrería, principalmente en plata y algunas con piedras semipreciosas, encarnan en seres enigmáticos la faceta más personal y creativa de Durrio. Es precisamente en su trabajo como orfebre en donde, con un lenguaje puramente modernista, explora con mirada de escultor el mundo de ensueños y mitos que más tarde desarrollaría en sus cerámicas y esculturas. Durrio fue de los primeros artistas en los inicios del siglo XX con una concepción escultórica de la orfebrería, que plasmó en un conjunto de joyas de las que hoy conocemos no más de 25 modelos diferentes, con una edición limitada de cada una de nueve ejemplares. Hablamos de broches, hebillas, colgantes, sortijas, alfileres y argollas, de líneas ondulantes y formas cerradas, y con fuerte carga simbolista e inspiración oriental. Entre los años 1903 y 1905 Durrio centró su interés en la cerámica. Había conocido al ceramista Daniel Zuloaga a través de su amistad con su sobrino, el pintor Ignacio Zuloaga, y ya en París estudió la técnica de la cerámica vidriada y el esmaltado en el taller de Ernest Chaplet, al que también asistió Gauguin con el mismo propósito. Recién llegado a París, Picasso realizaría sus primeras esculturas cerámicas en el estudio de Durrio en Montmartre. Como ceramista Durrio elaboró jarrones, vasijas y otras piezas modelando formas redondeadas de carácter modernista que la ductilidad del barro le permitía conseguir. Su afán experimental le llevó a diseñar un horno para piezas de gran tamaño, que nunca llegó a concluir. Pensó, incluso, en la posibilidad de realizar su más importante escultura, el Monumento a Juan Crisóstomo de Arriaga, incluyendo piezas cerámicas, propósito del que finalmente desistió. Destacan entre sus piezas como ceramista los cuatro grandes jarrones que realizó para el banquero José María Abaroa, quien primero los tuvo en la sede parisina de su empresa y después en el jardín de su finca en Lekeitio (Bizkaia), su localidad natal, donde se las regaló a la emperatriz Zita, antes de pertenecer, finalmente, a una colección privada. Están entre las mejores piezas de su producción, en donde el influjo de Gauguin se percibe claramente. Los grandes poetas simbolistas y críticos de arte Mallarmé y Morice elogiaron en sus escritos las cerámicas de Durrio. La faceta más utópica de la carrera de Durrio, por su complejidad técnica y ambición creativa, la constituyen el Panteón Echevarrieta, el Monumento a Arriaga y el Templete de la Victoire. Dos de estas obras se vieron materializadas tras muchos avatares: el panteón y el monumento; aunque el primero solo parcialmente, y el monumento con múltiples cambios e intervención de su discípulo Valentín Dueñas. El templete se quedó en el papel, pues a pesar del entusiasmo que despertó no sobrevivieron ni siquiera sus maquetas. Del inconcluso panteón de la familia Echevarrieta, en el cementerio de Getxo (Bizkaia), han llegado hasta nosotros la figura expresionista de San Cosme (1905) y la verja simbolista (hacia 1930-1931) de acceso al panteón. El proyecto para el Templete de la Victoire (1919-1920) fue presentado en el Salón de Otoño del año 1920 y por él Durrio fue nombrado caballero de la Legión de Honor de Francia, aunque nunca llegó a realizarlo. Fue concebido como homenaje a Francia y los países aliados en la Primera Guerra Mundial. El Monumento a Juan Crisóstomo de Arriaga (1906-1932), situado actualmente en el exterior del Museo de Bellas Artes de Bilbao, tuvo aún una historia más azarosa desde que en 1906 el Ayuntamiento de Bilbao convocara un concurso, ganado por Durrio, para homenajear al músico bilbaíno en el centenario de su nacimiento. En 1911 se presentaron el pedestal y la figura de la musa, pero la obra quedó inconclusa y en 1932 se decidió que Durrio acabara el proyecto y su discípulo Valentín Dueñas ejecutara la obra. En agosto de 1933 fue inaugurado en la pérgola del Parque de Bilbao pero en 1950, tras una campaña contra la figura desnuda llevada a cabo por el diario La Gaceta del Norte, la musa fue sustituida por otra vestida, realizada en piedra por Enrique Barros. La musa original quedó almacenada en el museo hasta 1975, año en el que el monumento se instaló en su lugar actual (la versión de Barros puede verse en la fuente del Paseo de Uribitarte en Bilbao). La figura principal representa a Euterpe, musa de la música, que lamenta la muerte temprana del compositor. Sobre el pecho apoya una lira cuyas cuerdas se forman por el agua al caer. Los frisos de la base simbolizan, mediante pájaros en el pentagrama, el canto, y los mascarones representan dos sirenas (mujeres-ave), que en la tradición oriental representan el alma separada del cuerpo. Consiguió aquí una de las mejores obras de toda su producción. |
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San Cosme Yeso (boceto para el Panteón Echevarría) |
Exposición Francisco Durrio (1868-1940) sobre las Huellas de Gauguin hasta el 15 de septiembre de 2013
en el Museo de Bellas Artes de Bilbao (Museo Plaza, nº 2) Horarios: martes a domingo, de 10:00 a 20:00 horas.
www.lahornacina.com