ASHER BROWN DURAND


 

 

En Estados Unidos, Asher Brown Durand (1796-1886) es sobradamente conocido como una figura central de su tradición pictórica. Celebrado como uno de los paisajistas norteamericanos más influyentes de su tiempo y como pionero del grabado, aprendió las tradiciones académicas europeas adaptando su iconografía a los billetes de banco, y en 1820 grabó nada menos que la Declaración de la Independencia de John Trumbull (1756-1843).

Fue mentor, junto con Thomas Cole (1801-1848), de la Hudson River School, la famosa escuela de paisajistas norteamericanos del siglo XIX. Su obra forma parte de las más importantes colecciones públicas y privadas del país y se ha exhibido con frecuencia, tanto individualmente como en las más relevantes exposiciones colectivas dedicadas en las últimas décadas -también en Europa- a la pintura norteamericana de paisaje.

Aquel primer y único viaje de Asher Brown Durand a Europa en el año 1840, que realizo con el sólo propósito de instruirse, significó para el artista el conocimiento directo de las obras de los maestros europeos y la adquisición de un cierto catálogo de preferencias: el gusto por Peter Paul Rubens y Rembrandt, por Claudio de Lorena o John Constable, el menor aprecio de Turner, por citar sólo algunos ejemplos.

 

 

Los paisajes de Asher Brown Durand, en los que destaca su devoción por los árboles -su "arborofilia", en expresión de Roberta Olson-, están más cerca de la tradición de la naturaleza como un sereno conjunto de bellezas, que de la tradición del pintoresquismo o de otras -como las de lo sublime romántico- más dramáticas: sus paisajes poseen la "juventud perpetua" que Emerson adscribía a los bosques, trasuntan una "belleza terapéutica" (Rebecca Bedell) con poder para restablecer la salud y el equilibrio perdidos por los excesos de la civilización y el modo de vida de las grandes urbes modernas; de los que la ciudad de Durand, Nueva York, se convertiría con el tiempo en la metáfora perfecta.

La larga vida de Asher Brown Durand, transcurrida entre la ciudad de Nueva York y sus frecuentes estancias en las montañas y valles de su tierra (Nueva Jersey), acompaña la casi totalidad del siglo XIX estadounidense, y constituye por ello un mirador eminente al que asomarse para conocer con perspectiva y de primera mano la cultura americana de la época.

En su sentido geográfico más literal, Durand retrata en sus paisajes las montañas Catskill, las Adirondacks, o los valles y vistas del río Hudson; lugares todos, entre otros, que frecuentó y pintó. En su sentido intelectual, sus paisajes plasman la América espiritualizada y naturalista de Thoreau, Emerson y Whitman, la de la emergente conciencia de nación con un destino y la del creciente cosmopolitismo de Nueva York en torno a 1800, la de las influencias europeas y su transformación en tradiciones culturales -y también artísticas- vernáculas.

 

 

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