EUGÈNE DELACROIX


 

 
 

Autorretrato con Chaleco Verde

1837
Óleo sobre lienzo
65 x 54,5 cm
Museo del Louvre

 

La prematura muerte de Théodore Géricault impresionó vivamente a Eugène Delacroix (Charenton-Saint-Maurice, 1798 - París, 1863), que escribiría en su Diario: "En ella (su pintura) vuelvo a ver todo lo que siempre le ha faltado a David: la potencia en el modo de pintar, la gallardía, la audacia...". Estas cualidades que admiraba en el amigo fallecido iban a ser algunas de las que distinguirían su propia obra.

Continuador de la pintura de Géricault, heredero a su vez de la técnica y del color de Gros, estos tres creadores ejemplifican muy adecuadamente el desarrollo orgánico de una concepción artística en la cual el elemento pictórico, en su más restringido sentido, va adquiriendo un progresivo relieve hasta convertirse en el hilo conductor que desemboque finalmente en las formulaciones plásticas de la pintura de principios del siglo XX. Pero el contenido romántico de acción incesante de la obra de Delacroix ha oscurecido el protagonismo que otorgó al color como elemento expresivo, al margen de la anécdota narrativa de la que quiso liberarlo. Ya Baudelaire -cuya admiración por este pintor solo es comparable a la de Ruskin por Turner- diría al respecto en el año 1855: "Parece como si (en Delacroix) el color pensara por sí mismo, independientemente de los objetos que reviste". El propio pintor, dos años más tarde, recogió una breve anotación en su Diario que no es solo sorprendente por su modernidad, sino que es, así mismo, reveladora de su manera de entender la creación pictórica: "No siempre la pintura necesita un tema".

Este postulado, sin embargo, ya lo había descubierto Turner, una generación mayor que él, a quien Delacroix conoció en un viaje que realizó a Londres en el año 1825. Y si bien aquél fue más lejos que el artista francés en el uso del color como valor pictórico en sí mismo, a ambos los unió su pasión e investigación respecto a sus posibilidades. Por otra parte, Delacroix y Turner también tuvieron en común el hecho de ser los máximos representantes de la corriente romántica en sus respectivos países (Francia e Inglaterra), a pesar de la enorme diferencia por lo que respecta a los temas de sus cuadros.

Hijo de una familia de la alta burguesía, todo parece confirmar, sin embargo, que el verdadero padre de Delacroix fue el diplomático francés Talleyrand, con quien el pintor guardaba un sorprendente parecido y que le brindó su protección en los primeros años de su carrera. En 1815, después de haber recibido una esmeradísima decoración, Delacroix ingresó en el estudio del pintor Pierre-Narcisse Guérin, seguidor y gran admirador de David, a cuyo taller también asistía Géricault. Como éste, admiró a los grandes maestros, a quienes estudió y copió en el Louvre, más en particular a Rafael y a los venecianos, pero por encima de todos a Rubens.

Su primera gran obra fue La Barca de Dante, pintada en el año 1822. Refleja el momento en que Dante y Virgilio, conducidos por Flegias, cruzan la laguna infernal hacia la orilla salvadora. A su alrededor se agitan en el agua, tratando de agarrarse inútilmente a la embarcación, los condenados, en una horrorosa estampa de salvaje desesperación. A pesar de las severas opiniones que suscitó la obra, el joven y brillante crítico Thiers alabó el color de la composición, la imaginación poética del artista y muy acertadamente reconoció en la figuras el estilo de Miguel Ángel, conjugado con la fecundidad de Rubens.

La creación más famosa de Delacroix, La Libertad Guiando al Pueblo (1830), es una de las pocas en las que el pintor abandona los temas literarios para recurrir al acontecimiento contemporáneo: en 1830, la Revolución de Julio puso fin al gobierno de los Borbones en Francia y abrió paso a una monarquía constitucional bajo Luis Felipe de Orleans. A pesar de ser adquirida por el Estado, fue considerada por éste "panfletaria" en exceso, y durante años únicamente fue esporádicamente expuesta; solo a partir de 1861 se contempla regularmente.

 

 
 

Mujeres de Alger en su Aposento

1834
Óleo sobre lienzo
180 x 229 cm
Museo del Louvre

 

En la época de Delacroix, el desnudo constituía la piedra angular del aprendizaje artístico. El ciclo de María de Médicis de Rubens, en el Museo del Louvre, proporcionó al joven pintor un modelo a seguir.

Debemos poner en relieve la originalidad de Delacroix al anteponer la fascinación por la luz y el color de la carne femenina a la precisión anatómica. Las tres versiones del Retrato de Aspasia suponen una extraordinaria investigación sobre el color. El reto es reproducir la luz y la textura de terciopelo de la piel de la mulata. Para conseguirlo, Delacroix marca con un marrón más oscuro ciertas partes del cuerpo, como las axilas o el dorso de la mano, desatendidas en el desnudo académico. Además, se recrea en el contraste entre el marrón de la piel y el rojo intenso de los labios. Si comparamos los tres retratos, podremos comprobar que el rostro y el cuerpo interactúan con el fondo coloreado, que pasa de rojo en la versión más antigua, a verde en la más moderna.

La literatura representó para Delacroix una poderosa fuente de inspiración. Una de sus principales obras como litógrafo fueron diecisiete planchas para el Fausto de Goethe (1828), que proponen una lectura muy personal de esta obra. Delacroix se aleja del texto original, deja de lado los amores entre Fausto y Margarita, y se centra en la relación entre Fausto y Mefistófeles, su doble maléfico. A lo largo de la serie, la imagen de Fausto se identifica cada vez más con su diabólico mentor, hasta el punto de llegar a confundirse con él en la escena de la seducción de Margarita. Goethe vio las litografías de Delacroix y valoró su novedosa interpretación: "Delacroix es un artista de un talento raro que ha encontrado en Fausto el alimento preciso que necesita. [...] Y, si debo confesar que, en estas escenas, Delacroix ha superado mi propia visión, con más razón los lectores lo encontrarán más vívido y mejor de lo que se figuraban", declaró a su amigo Eckermann en las célebres Conversations.

Entre los años 1820 y 1830, la obra de Delacroix denota una fuerte influencia de la pintura inglesa, sobre todo a partir del viaje que realizó a Londres en 1825 y después de haber conocido al pintor Sir Thomas Lawrence. Delacroix interpreta el retrato británico de acuerdo con su propia personalidad pictórica.

La obra más relevante de dicho periodo es el Retrato del Barón Schwiter (1826). Como en muchos retratos ingleses de la época, la pintura aspira a captar el carácter del barón, que aparece de pie, en un parque. Pero en vez de reproducir una actitud falsamente distendida, Delacroix privilegia los aspectos formales y, mediante la indumentaria, realza su sentido aristocrático. El gusto romántico por el disfraz se manifiesta especialmente en obras como Retrato del Barítono Barroilhet Vestido de Turco o Autorretrato como Edgar Ravenswood, el protagonista de una novela de Walter Scott titulada La Novia de Lammermoor (1819). Sabemos, por testimonios de la época, que Delacroix asistía a los bailes de disfraces ataviado como Dante.

 

 
 

Boceto de la Muerte de Sardanápalo

1826-1827
Óleo sobre lienzo
81 x 100 cm
Museo del Louvre

 

La imaginación de Delacroix necesitó estímulos. "Lo que hace falta para encontrar un tema, sería abrir un libro capaz de inspirar y dejarse llevar por la disposición del momento", escribió en su Diario. Entre 1820 y 1830, estos estímulos le llegan a través de la literatura. Pero no basta con ilustrar una narración: el artista transcribe las emociones que le provoca la lectura. Más adelante, la sola visión de los colores de la paleta será suficiente.

Delacroix irrumpe en los Salones con audacias estilísticas que revolucionan la pintura de historia. Al mismo tiempo que exalta la materia de la pintura, renueva sus temas a partir de lecturas de literatura antigua y moderna: junto con Dante, Cervantes o Milton, las novelas de moda de Chateaubriand o de Walter Scott. Lord Byron se convierte en una figura tutelar para el artista, que le sugiere temas exóticos, como Sardanápalo o El Combate de Giaur y Hassán, y le proporciona una visión de la historia contemporánea. Siguiendo a Lord Byron, toma partido a favor de la independencia de Grecia en su lucha contra el imperio otomano.

Dos de sus obras maestras -La Masacre de Quíos (1824) y Grecia Expirando sobre las Ruinas de Missolonghi (1826)- son alegorías inspiradas por la actualidad bélica. La primera evoca la matanza de 20.000 griegos y el sufrimiento de las mujeres y niños supervivientes; respecto a la segunda, estaba destinada a una gran exposición en beneficio de los revolucionarios griegos, y representa la heroica resistencia de los habitantes de Missolonghi. Es también un homenaje a Lord Byron, que murió en esa ciudad en 1824. El dolor de Grecia está representado por la figura de una mujer desesperada que acepta su sacrificio y recuerda las Pietà del Renacimiento, mientras que la mano que sale de entre los escombros hace pensar en La Balsa de la Medusa de Géricault.

 

 
 

El Naufragio de Don Juan

1840
Óleo sobre lienzo
135 x 196 cm
Museo del Louvre

 

En 1832 Delacroix participó en una misión diplomática francesa en el norte de África, acompañando al conde de Mornay en su visita a Abderramán, sultán de Marruecos. En el transcurso de ese viaje realizó varias escalas en ciudades españolas: Cádiz, Sevilla y Algeciras. En su cuaderno de viaje, Delacroix tomó una gran cantidad de notas del natural, lo que le permitió perfeccionar la técnica de la acuarela. Este periplo norteafricano proporcionó al artista un inagotable repertorio de temas y motivos, en los que trabajó hasta el final de su vida. Algunas obras de pequeño formato, como Una calle en Mequinés, respiran frescor e inmediatez.

A partir del año 1832, la inspiración de la obra de Delacroix se renueva por la elección de los temas y el tratamiento del color, que se convierte en el protagonista principal de su pintura. Entre los años 1834 y 1841 expuso en los Salones cuatro obras muy importantes: Mujeres de Argel en sus Habitaciones, El Caíd, Jefe Marroquí, Los Derviches de Tánger y Boda Judía en Marruecos.

A mediados de la década de 1830, su actividad se multiplica con la realización de grandes decoraciones para edificios públicos, por encargo del Estado: el Salón de Rey, la Biblioteca del Palacio Bourbon (actual sede de la Asamblea Nacional francesa) y la Biblioteca de la Cámara de los Pares. En el año 1849 realizó el Techo Principal de la Galería de Apolo en el Louvre, completando así el trabajo empezado casi dos siglos antes por Charles LeBrun, pintor de Luis XIV. Es el apogeo de su carrera como pintor decorador.

A finales de la década de 1830, vuelve al clasicismo y pinta grandes óleos de tema mitológico y religioso. Realiza varias versiones de Medea, donde la esposa de Jasón aparece con gesto salvaje, puñal en mano, poco antes de asesinar a sus hijos, y de San Sebastián, donde el santo aparece exánime, mientras Santa Irene le retira las flechas del martirio. Ambas obras revelan la influencia de Andrea del Sarto, Rubens y Van Dyck.

Desde principios de la década de 1840, aborda todos los temas: historia antigua, actualidad contemporánea, retrato, pintura decorativa, pintura sacra... También renueva constantemente sus fuentes de inspiración.

 

 
 

El Rapto de Rebeca

1858
Óleo sobre lienzo
105 x 81,5 cm
Museo del Louvre

 

El sentimiento religioso no es muy relevante en la obra de Delacroix, y la crítica de su tiempo se lo reprochaba. Sin embargo, la figura de Cristo ocupa un lugar muy destacado en su producción. Delacroix veía en la imagen de Jesús crucificado al individuo enfrentado al destino y la muerte.

Sus Crucifixiones se centran en la soledad de Cristo. El pintor interpreta la Pasión como un drama humano lleno de dudas, sufrimiento y resignación. En las distintas versiones del Atado a la Columna, elimina los elementos narrativos y expresionistas, e invita al espectador a meditar sobre el dolor del hombre. En las Pietà, el pintor pone en escena el sufrimiento de la madre que, con el gesto de abrir los brazos, repite el suplicio del Hijo.

En el año 1847 Delacroix retoma su diario, interrumpido en el año 1824. Mientras trabaja en varios proyectos de pintura decorativa, reflexiona sobre su obra y recupera temas literarios que había tratado veinte años atrás. Ahora se muestra crítico con Byron, aunque este le inspira El Naufragio de Don Juan o La Novia de Abidos.

Delacroix realizó una serie sobre El Rapto de Rebeca inspirada en el Ivanhoe de Walter Scott, así como diversas variaciones en dibujo, pintura y grabado a partir de un tema shakesperiano: Hamlet y Horacio en el Cementerio. El tema del rapto aparece también en Los Piratas, mientras que la heroína furiosa y violenta da pie a las dos versiones de La Novia de Abidos y a Desdémona Maldita por su Padre. Temas y motivos encuentran eco de una obra a otra, lo que proporciona unidad a la prolífica producción de este periodo.

 

 
 

Los Natchez

1823-1835
Óleo sobre lienzo
90,2 x 117 cm
Metropolitan Museum of Art de Nueva York

 

La Exposición Universal de París del año 1855 encumbró a Delacroix, que presentó en sus salas una retrospectiva de treinta y cinco obras. Sobresalía especialmente un cuadro de enormes proporciones, La Caza de los Leones, en el que retomaba sus investigaciones sobre la pintura de animales. El lienzo se inspira en Rubens: Delacroix quería presentarse a los ojos del mundo como el sucesor del pintor flamenco.

A los cincuenta y siete años de edad, Delacroix se interesa por lo inacabado y su capacidad de conservar en el lienzo el frescor del boceto. En la mencionada obra maestra La Caza de los Leones, las líneas arremolinadas y el poderoso color transmiten la violencia del combate entre el hombre y la bestia. Anticipándose a la modernidad pictórica, Delacroix antepone la fuerza de la expresión a la perfección formal.

La tentación de la pintura pura está siempre presente en la obra de Delacroix. ¿Cómo un arte tan material puede llegar al alma del espectador y transmitirle tan profundas emociones? En sus escritos, el artista francés habla del "acuerdo mágico" que permite a la pintura apoderarse de quien la contempla.

A partir de 1850, paisajes y estudios atmosféricos cobran una importancia creciente, como si el pintor sintiera la necesidad de comprender y explicar este fenómeno. Delacroix pasa temporadas en Dieppe, Normandía. El contacto con el paisaje marítimo le permite experimentar nuevas sensaciones y plasmarlas en el lienzo a través de sombras coloreadas y reflejos que anticipan la búsqueda luminosa de los impresionistas.

En sus composiciones de tema histórico, los personajes se funden de manera natural con el paisaje, como, por ejemplo, en el cuadro Ovidio entre los Escitas, que se expuso en el Salón del año 1859. El poeta exiliado se refugia en un lugar apartado, entre hombres salvajes. La grandiosidad del paisaje y la lejanía de las figuras nos sitúan entre dos mundos; como el propio Delacroix, que se acerca al final de su vida. "Es lo acabado en lo infinito. ¡Es un sueño!", escribió Baudelaire, lleno de entusiasmo ante este lienzo.

 

 
 

Vista de una Ciudad

1832
Acuarela
23,5 x 30 cm
Museo de Grenoble

 

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