Se tiene registrada de José de Mora una escultura sobre el tema que se encontraba tras la desamortización en la Colegiata del Salvador de Granada y se perdió en el incendio de 1936. Era una talla completa realizada inicialmente para el San Antonio de Padua y San Diego de Alcalá, desaparecido en el XIX y donde, según los hallazgos documentales de Gallego Burín, fueron enterrados el escultor y su esposa de acuerdo con el testamento que ambos otorgaran en febrero de 1703.

De dicha obra, una de las mejores de Mora, únicamente nos ha llegado una fotografía en la que se representa a Cristo arrodillado dentro de las pautas formales de Mora y que habría que insertar formando parte de su repertorio pasional, al que pertenecen otras imágenes como el famoso Cristo del Silencio.

Esta imagen se convertiría en un hito devocional, además de ser una de las pocas obras en las que el autor trabajó el desnudo. Quizá Mora tomó como punto de partida conceptual al Cristo de la Merced de Jaén, también desaparecido en los disturbios de 1936, pues ambos participan de una misma tipología. Las semejanzas entre ambas acaban aquí, pues Mora concibe una obra original, superando con creces al ejemplar jienense, mucho más rígido, ya que su Cristo además de buscar sus vestiduras se arrastra torpe y fatigosamente por encima de ellas, en una pose mucho más expresiva y movida, que huye de cualquier simetría.

Esta creación de José de Mora supuso la gran obra que ejerció de bisagra entre los siglos XVII y XVIII y la que sirvió de referente a todos aquellos escultores que se enfrentaron al tema con posterioridad. La imagen, de un acentuado realismo, mostraba a un Cristo que después del suplicio de la flagelación, flaqueándole las fuerzas había caído al suelo, mientras se arrastraba lentamente sobre sus vestiduras arrojadas sobre pavimento.