TRICENTENARIO DE IGNACIO VERGARA (VI)
CRUCIFICADO

Santiago Rodríguez López


 

 

Realizada en 1749 para el monasterio franciscano de Gilet (Valencia), el también llamado Cristo del Coro constituye hasta el momento la única imagen del crucificado, de cuantas realizase Ignacio Vergara, que se ha podido identificar, obviando atribuciones con escaso parentesco formal o la constancia documental de otros ejemplares salidos de su mano cuyo paradero se desconoce.

La certeza en torno a la paternidad de la obra se desprende de una crónica manuscrita del reverendo padre Pedro Martínez, hermano de la congregación franciscana entre 1808 y 1832, que se conservaba en el archivo del propio cenobio y que fuera transcrita por Antonio Igual Úbeda en 1929. En la enumeración de los bienes del templo, al referirse al espacio del coro, describe la imagen del cristo que lo presidía:

 

"A la metad de la barandilla se levanta una Cruz de madera de diez y seis palmos de alta, y en ella pendiente la Ymagen de Jesús Crucificado de estatura poco menos q e natural. Esta Ymagen qe es preciosissima por su escultura, obra Singular del Célebre Vergara, se hizo y cobró por primera vez el año mil setecientos quareinta y nueve"

 

En la misma crónica se narran los avatares sufridos por la talla durante la guerra de independencia, cuando pasó a formar parte de los bienes incautados por los franceses. Una vez finalizada la invasión, el Marqués de Sotelo se haría con la propiedad de la imagen, reclamando la comunidad de franciscanos su inmediata devolución. Éste, consciente del mérito artístico de la pieza, intentó solventar la demanda de la comunidad con otros bienes, prebendas a los que los franciscanos no se mostraron receptivos, permitiendo únicamente al noble la obtención de una copia del Cristo antes de su devolución.

Ignacio Vergara dio forma a un cristo ya expirado, de complexión esbelta y serena figura, fijado a la cruz mediante tres clavos; muestra un cuidado estudio anatómico, plasmado aquí mediante de suaves volúmenes que consiguen poner de manifiesto toda la morbidez del maltrecho cuerpo, en el que las calidades ponen de manifiesto las tempranas dotes del escultor a la hora de representar el cuerpo humano.

En claro contraste con el aplomo de la figura del crucificado, el perizoma o paño de pureza que cubre su desnudez se concibe a través de un voluminoso plegado de formas muy quebradizas, aportando cierto dinamismo a la composición el extremo que ondea impulsado por el aire.

Poco se pude aportar al respecto de la encarnación de la escultura, ya que en los primeros años del siglo XX sufrió una intervención escasamente afortunada, actuación la que debe corresponder la policromía que presenta en la actualidad. El historiador Antonio Igual Úbeda se lamentaba en el año 1929 de tal actuación, que había hecho perder a la imagen todo carácter de antigüedad, desconociéndose si durante aquel proceso sufrió modificaciones de carácter volumétrico que dificultasen aún más el análisis formal de la obra.

 

BIBLIOGRAFÍA

BUCHÓN CUEVAS, Ana María. Ignacio Vergara y la Escultura de su Tiempo en Valencia, Servicio de Publicaciones de la Generalitat Valenciana, 2006, pp. 250-251 y 498.

IGUAL ÚBEDA, Antonio. "Un gran escultor del siglo XVIII. Ignacio Vergara Gimeno", en Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, año XXXVII, tercer trimestre, Madrid, 1929, p. 176.

 

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