SOMBRAS (II)
LA DESPEDIDA DE CRISTO DE SU MADRE

Sergio Cabaco y Jesús Abades. Con información de Victor I. Stoichita y María Ángeles Arazo


 

 

Aunque las primeras sombras en el arte datan del siglo IV a.C. -vinculadas todavía a escenografías teatrales y al sombreado de objetos en relieve-, la sombra proyectada hace su verdadera aparición en el Renacimiento.

Durante el siglo XV todavía se produce un acercamiento empírico a la sombra, mientras que, un siglo después, su uso se vincula ya estrechamente con la perspectiva. La sombra, como resultado de la interposición de un cuerpo sólido y opaco entre una fuente de la luz y una superficie de proyección, fue objeto de experimentación temprana por parte de artistas renacentistas como Gentile da Fabriano, Giovanni di Paolo, Pier Maria Pennacchi, Lorenzo Lotto o el llamado Maestro de la Leyenda de la Magdalena.

Por otra parte, la sombra en la época del Renacimiento adquirió una importante connotación simbólica, vinculada al tema de la Anunciación de la Virgen María por San Gabriel; así, en obras de artistas como Jan van Eyck, Lorenzo de Credi o Lodovico Carracci, el reflejo opaco del Ángel o de la Virgen alude a la “sombra del Todopoderoso”, bajo cuyo poder se produce el milagro de la Encarnación.

En La Despedida de Cristo de su Madre (1521), el veneciano Lorenzo Lotto (hacia 1480-1556) representa una escena pocas veces manifestada en la iconografía religiosa: la congoja de María cuando Jesús se despide de ella para marchar al desierto y pasar los 40 días de penitencia, que culminarían con el calvario y su muerte. Este óleo sobre lienzo, conservado en la Gemäldegalerie Staatliche Museen zu Berlin, mide 126 x 99 cm.

Lotto, influído por Giovanni Bellini y Giorgione, crea una escenografía hermosa, una estancia de ojivas que se abre a un jardín lleno de cipreses. En el adiós, Jesús está arrodillado y apesadumbrado por la marcha, mientras San Juan Evangelista y Santa María Magdalena sostienen a la Virgen en el inicio de un desvanecimiento, todo ello contemplado, entre otros personajes, por San Pedro Apóstol, que sujeta las llaves en su mano como símbolo de su condición de celador del paraíso, y otro apóstol, quizás Santiago.

 

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