JOSÉ PIQUER Y DUART. 150 ANIVERSARIO
ISABEL II

25/07/2021


 

 

José Piquer fue el primer escultor romántico en España, tanto por su obra como por su personalidad. Tras iniciar sus estudios en la academia valenciana de San Carlos, en 1830 se traslada a Madrid, donde traba amistad con el pintor Vicente López, quien le disuade de su vocación de actor orientándole hacia la Academia de San Fernando, de la que es nombrado académico de mérito en 1832.

Su buen quehacer de escultor, tras la precaria situación en la que quedó tras trasladarse en 1836 a México, donde tras ser despojado de toda su fortuna intentó suicidarse ingiriendo opio, le permite rehacer su situación realizado numerosos encargos. Viaja a Estados Unidos y, en 1840, regresa a Europa instalándose en París, donde entra en contacto con los maestros de la escultura romántica. Regresa a España, siendo nombrado en 1844 director honorario de la Academia de la que, más tarde, sería académico de número y profesor. Como ya sabemos, Piquer fue el último en ostentar el cargo de Primer Escultor de Cámara.

El 4 de noviembre de 1848, la reina Isabel II encargó a Piquer y a Francisco Pérez, respectivamente, la ejecución de los retratos de la soberana y de su esposo don Francisco de Asís. Ambos habrían de ser ejecutados en mármol, de cuerpo entero y luciendo el traje de corte con el manto y las insignias de la Orden de Carlos III.

Una vez concluida por Piquer la estatua de Isabel II (imagen superior), fue destinada al Real Museo. De este simulacro de la reina hizo el artista, además del molde en escayola, dos versiones más: una en bronce, costeada por el comisario general de cruzada Manuel López Santaella -destruida en 1931, siendo reemplazada en 1944 por una copia de nueva fundición, que es la que podemos ver actualmente en la plaza Isabel II- y otra en mármol de Carrara, realizada por encargo del Congreso de los Diputados.

De esta última, considerada como una de las obras más representativas de la escultura española del siglo XIX dentro del periodo de transición del neoclasicismo al romanticismo, atrae especialmente la suave sonrisa, apenas insinuada, de la reina. Los ropajes han sido tratados con gran realismo y minuciosidad.

La obra perteneciente al Congreso de los Diputados, teniendo en cuenta su mérito artístico, fue indultada tras la Revolución de 1868 y la proclamación de la Segunda República en 1931, pasando ese mismo año en depósito al Museo Nacional de Arte Moderno, hoy sede de la Biblioteca Nacional de España (BNE). Hasta 1983, a instancias del presidente Gregorio Peces-Barba, no fue devuelta al Congreso.

Respecto a la estatua encargada en 1848 a Piquer por Isabel II, estuvo también en la sede de la BNE hasta que en la década de 1940 fue entregada a Patrimonio Nacional y llevada a los jardines del Campo de Moro a los pies del Palacio Real, donde el embate de los elementos y la violencia de la incultura humana dejaron multitud de huellas sobre su mármol, no concebido para habitar a la intemperie. Su rostro nos ofrece la imagen de una reina más joven que la posterior versión del Congreso, de rostro redondeado y fino talle.

Ambas figuras irradian un singular encanto que emana de la naturalidad que se manifiesta tanto en la expresión de sus rostros como en ese movimiento que se inicia en el pie derecho, adelantado como si el autor hubiera podido presagiar el futuro destino errante de las obras.

La firma de Piquer aparece esculpida en la parte superior derecha de la base de la estatua que estuvo en los jardines del Campo del Moro, finalmente trasladada al vestíbulo de la BNE, donde actualmente se encuentra (imagen inferior) por depósito del Museo del Prado, mientras que la estatua del Congreso no está firmada.

 

 

FUENTES

HERRERO DE PADURA, Mercedes. "El retorno de la estatua de Isabel II al Congreso de los Diputados. Historia de tres estatuas de una reina", en Revista de las Cortes Generales, nº 15, Madrid, Congreso de los Diputados, 1988, pp. 341, 344-345, 347, 351 y 355-356.

 

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