LAS GLORIAS DE MURILLO (I)
LA ESCALERA DE JACOB

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

Con este especial compuesto por 20 entregas, La Hornacina se suma a la conmemoración del IV Centenario del nacimiento del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), uno de los mejores artistas del barroco español que llegó a alcanzar gran fama internacional. Aunque su prolífica obra es conocida como pocas por responder al deseo religioso de contemplar escenas humanas, sentimentales y tiernas relacionadas con la divinidad, Murillo nos ha dejado una buena muestra de temas profanos, especialmente infantiles, que son hasta mejores testimonios de su capacidad creadora, ya que no existen antecedentes de los mismos en la historia del arte, creando así un precedente de realismo hispano que se anticipó a la sensibilidad de épocas posteriores.

 

 

En 1660 se crea una Academia de Pintura en Sevilla, empeño de Murillo sostenido por algunos nobles sevillanos y por otros artistas de la ciudad, movidos sin duda también por la activa e imperativa presencia de Francisco Herrera el Mozo. Los estudios se inauguraron el 1 de enero de ese mismo año. Como mecenas figuraron el Conde de Aranda y el Marqués de Villamanrique, ostentando la presidencia conjunta de la institución Murillo y Herrera, si bien Murillo -aunque no sabemos con exactitud la fecha- dejó pronto dicho cargo por no tropezar con la altivez y el violento carácter de Herrera.

Por aquellos tiempos de plenitud, Murillo habitaba en la collación sevillana de San Bartolomé, muy cerca precisamente de la vivienda de uno de los protectores de la Academia, el Marqués de Villamanrique, para el que pintó una serie de lienzos alusivos a la vida de Jacob. Para Pérez Sánchez el interés mayor de los mismos radica en el desarrollo del paisaje, que no había tenido hasta ahora presencia tan importante en sus composiciones. Murillo se inspiró en series análogas pintadas décadas antes por Pedro de Orrente, aunque la vivacidad de los personajes y la perfecta integración en los paisajes de hermosas lejanías son enteramente suyos.

Según una tradición local, era deseo del Marqués que los fondos paisajísticos de la serie los pintara el vasco Ignacio de Iriarte, un artista que en la Sevilla del momento era considerado el mayor especialista en paisajes. Murillo, sin embargo, rechazó enfadado que Iriarte interviniese en sus composiciones, abordando él solo, con gran éxito, la totalidad del encargo.

La serie de Jacob se halla compuesta por cinco grandes lienzos pintados al óleo por Murillo que se centran en las controvertidas relaciones del patriarca con su familia, narradas en el Libro del Génesis. Actualmente dichos lienzos se encuentran dispersos en diversos museos y colecciones: el Encuentro de Jacob y Raquel se halla en la National Gallery de Dublín, Labán buscando sus ídolos domésticos en la tienda de Raquel está ahora en el Cleveland Museum of Art, Jacob extendiendo las varas ante los rebaños de Labán se conserva en el Meadows Museum de Dallas, y tanto Isaac bendiciendo a Jacob como La escalera de Jacob, también conocido como El sueño de Jacob, se pueden ver en el Hermitage de San Petersburgo.

Uno de ellos, La escalera de Jacob, hace referencia al sueño del personaje bíblico en el que vio una escalera por la que bajaban y subían los ángeles. Tan singular iconografía, interpretada como una puerta entre lo divino y lo terreno, pone de manifiesto el extraño mensaje sobre la humildad que Dios quiere hacer llegar a Jacob, por aquel entonces huido por temor a las amenazas de muerte proferidas por su hermano Esaú, a quien Jacob había robado injustamente la primogenitura. Se cree que el lugar del sueño fue el Monte Moria, donde se construyó el Templo de Salomón, siendo su piedra angular aquella sobre la que Jacob reposó su cabeza para dormir.

 

FUENTES

PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio. Murillo, Madrid, 2000, pp. 24-26.

ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. Murillo, 1982, p. 28.

 

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