MARTÍNEZ MONTAÑÉS Y LA ESCUELA SEVILLANA DE ESCULTURA
SAN JERÓNIMO PENITENTE

16/06/2019


 

 

La primera noticia de la relación artística entre Juan Martínez Montañés y el pintor Juan de Uceda Castroverde se documenta en 1604 al encargar Uceda a Montañés la hechura de un San Jerónimo Penitente para el convento de Santa Clara, regentado por monjas franciscanas clarisas, en la localidad extremeña de Llerena (Badajoz). Los precedentes de este encargo lo encontramos en el contrato fechado en 1597 relativo un retablo de escultura a cargo de Montañés y su buen amigo Juan de Oviedo y de la Bandera para dicho cenobio, cuyas obras parece ser que estuvieron paralizadas durante un tiempo por una serie de incidentes ajenos a ambos artistas.

El San Jerónimo Penitente es por tanto el único resto del retablo mayor de Santa Clara. Se venera hoy en el presbiterio del templo conventual sobre el alto pedestal adosado al muro de la Epístola. En otros tiempos estuvo en el coro, en la sacristía y en la clausura. Los niños o ángeles candeleros incluidos en el contrato de 1597 adornan el manifestador del actual retablo mayor y descubren pormenores de esmerada labor artística.

Partiendo de los datos aportados por José Gestoso y Pérez en sus "Notas artísticas llerenenses", tan célebre escultura de San Jerónimo Penitente fue identificada por Celestino López Martínez, que le dedicó una pequeña monografía, siendo analizados sus valores iconográficos y formales por expertos como José Hernández Díaz, María Elena Gómez Moreno, Juan José Martín González o Domingo Sánchez Mesa. La categoría de la obra la ha llevado a ser exhibida en importantes exposiciones, como las de "Sevilla en el siglo XVII" y "Patrimonio histórico de Extremadura: el Barroco", en cuyos catálogos se analiza en fichas específicas.

 

 

 

El cuerpo del San Jerónimo es robusto, aparece en plena madurez vital, como de unos 45 años, nada que revele un anciano exhausto -como lo representaron algunos maestros pintores- si bien reducido por la penitencia a una compresión muscular. Las formas acusan perfecta anatomía, pero espiritualizada en su carne estricta por el ascetismo y los músculos tensos, de prietos y enjutos miembros, de caderas estrechas y vientre reducido.

Aparece hincado de rodillas, desnudo de la cabeza a la cintura y en la más devota actitud: contemplando el crucifijo que sostiene en la mano izquierda mientras desvía el brazo derecho en ademán de golpear su cuerpo con la gruesa piedra que lleva en la mano. El león echado a los pies del santo revela un criterio de ejecución simbólico o esquemático y resulta desproporcionado, por lo pequeño, en relación con el tamaño del santo.

Digno de estudio es el hábito o sudario que ostenta la imagen por su disposición y por su modelado: sujeto a la cintura por dos lazos apenas iniciados sobre un cordoncillo oculto, y cae con gracia por delante de la imagen hasta descansar en la peana, pero deja al descubierto las piernas y el pie izquierdo, mientras que el pie derecho es el único desnudo que se advierte si contemplamos la obra por su dorso.

En esta magnífica imagen resalta la ingeniosa interpretación de un desnudo en movimiento, sin violencia y sin acentuar la línea de la figura. El rostro fija honda vibración espiritual, sus ojos miran a la cruz con un amor arrebatado y dolorido pero con infinita ternura. Una efigie cuya policromía corresponde a Francisco Pacheco, en la que el fervor se une a la dignidad artística y al realismo; en definitiva, a la más depurada belleza.

 

 

Una obra de tamaño natural (135 cm de altura recordando que se encuentra arrodillado), precursora de las maravillas posteriores a que había de llegar Montañés con el Nazareno de Pasión del Salvador de Sevilla, analizado en la anterior entrega de nuestro especial, y el Cristo de la Clemencia crucificado de la sacristía de los cálices en la catedral hispalense. López Martínez establece como precedentes el San Jerónimo de Torrigiano para el convento de San Jerónimo de Buenavista, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, y el de Jerónimo Hernández para el retablo de la Visitación de la catedral hispalense.

Varios años después del San Jerónimo de Llerena, Montañés plasmó una de las más felices interpretaciones del santo de la Dalmacia para el magnífico conjunto escultórico de San Isidoro del Campo, una obra que hizo para procesionar e íntegramente de su propia mano, sin la intervención de discípulos. En otra localidad extremeña, Cuacos de Yuste (Cáceres), existe un San Jerónimo que se le atribuye con dudoso fundamento.

Antonio Rodríguez-Moñino calificó Llerena como "la pequeña Atenas de Extremadura". Era una hipérbole no sin fundamento. Durante las centurias XV y XVI reunió una concentración singularísima de poder civil, religioso y económico, junto con un conjunto de juristas, escritores, militares, médicos, conquistadores y personajes de extraordinaria influencia. También en épocas anteriores y siguientes contaría Llerena, elevada a ciudad en 1640 por Felipe IV, con momentos de esplendor. De ahí su gran riqueza monumental, lo que motivó -junto a su muy bien conservado trazado urbanístico- que su centro fuese declarado conjunto histórico-artístico en 1966.

 

 

 

FUENTES

LEPE DE LA CÁMARA, José María. "Comunicación sobre la escultura de Juan Martínez Montañés "SAN JERÓNIMO PENITENTE", existente en el Convento de Clarisas de Llerena", en Revista de estudios extremeños, vol. 26, nº 2, Badajoz, Centro de Estudios Extremeños, 1970, pp. 293-296.

LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino. "San Jerónimo, penitente. Magnífica escultura de Juan Martínez Montañés", en Archivo Español de Arte, vol. 22, nº 87, Madrid, CSIC, 1949, p. 267.

HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Salvador. "El patrimonio monumental de Llerena a través de la historiografía artística: aproximación bibliográfica", en Actas de la II Jornada de historia de Llerena, 20 de octubre de 2001, Llerena, Imprenta Grandizo, 2001, pp. 210-211 y 217.

HALCÓN, Fátima. "El pintor Juan de Uceda: sus relaciones artísticas con Sevilla y Lima", en Laboratorio de Arte. Revista del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, nº 15, Sevilla, 2002, p. 375.

 

Fotografías de Pedro Castellanos

 

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