MAYO MARIANO 2013 - ESCULTURA CATALANA
INMACULADA CONCEPCIÓN

Con información de Jesús Abades


 

 

A finales del siglo XIX, el arte occidental experimentó unos cambios sin precedentes en su historia reciente. En el campo de la escultura, las dos figuras capitales, convertidas en el faro a seguir, fueron Constantin Meunier (1831-1905) y Auguste Rodin (1840-1917). Ambos coincidieron en su voluntad de romper con el academicismo imperante en la época, a través de una obra personal y llena de fuerza, de gran proyección internacional.

Si Meunier lo hizo a través de sus plasmaciones vigorosas y cargadas de humanidad, que representaban obreros y mineros, Rodin lo consiguió en una obra de raíz sentimental, pre-expresionista, que supo sintetizar los intereses del Simbolismo y del Impresionismo. La huella de Rodin se sintió por todas partes, también en Cataluña, tanto en los escultores modernistas como en artistas posteriores. Muestra de su apreciación fue la adquisición de sus piezas en la Exposición Internacional de Barcelona del año 1907.

El otro gran referente para la escultura figurativa del siglo XX fue Aristides Maillol (1861-1944), que representó el regreso a la tradición clásica bajo el prisma de la simplificación y la volumetría, empapado de serenidad y de mediterranismo. Su influencia se sintió especialmente en los escultores catalanes vinculados con la órbita noucentista, con algunos de los cuales mantuvo relaciones profesionales y de amistad.

Formado en la Escuela de la Llotja, el artista barcelonés Rafael Atché i Farré (1854-1923) trabajó como colaborador de los hermanos Agapit y Venanci Vallmitjana. Consiguió medallas a las Exposiciones Nacionales de Bellas artes de Madrid y de Barcelona. Empezó trabajando en obra de temática religiosa y anecdotista para después dedicarse a la escultura monumental, funeraria y decorativa.

Barcelona cuenta con varias obras de este autor, como por ejemplo su participación en la Cascada del Parque de la Ciutadella, en la Catedral de Barcelona, el Palacio de Justicia o el Hospital Clínico, destacando la estatua de Cristóbal Colón en el monumento dedicado al descubridor. Trabajó también en Madrid y Latinoamérica.

Las estilizadas líneas de esta pequeña efigie marmórea (79 cm) que representa la Inmaculada Concepción, conservada en la Colección Àgueda Romañà de Barcelona, concuerdan con el cariz reposado y tranquilo que Rafael Atché solía plasmar en los temas funerarios; así como en parte de los religiosos, caso también de la tristemente desaparecida Virgen de la Soledad, cuyo rostro era igual de bello y transido.

Decimos "en parte de los religiosos", porque la potencia creadora de Atché era más propicia al vigoroso temperamento y la convulsa emotividad que podemos observar en simulacros (todos ellos lamentablemente perdidos) como el Ecce Homo, el Entierro de Judas o el Mal Ladrón, este último destruido a martillazos por el propio artista tras presentarlo en el Salón Parés (donde obtuvo gran éxito y cosechó numerosos elogios) y en la Exposición de Bellas Artes de Madrid (donde, aunque discutido, no alcanzó premio alguno) por considerarla imperfecta pese a la magistral composición que ofrecía Gestas retorciéndose y blasfemando en el madero.

 

FUENTES: A.A.V.V. (dirección de José Manuel Infiesta)
Un Segle de Escultura Catalana, Barcelona, 2013, pp. 33 y 38.

 

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