LA OBRA DE ANTONIO LEÓN ORTEGA (XX)
SAN ESTEBAN (LA FUENTE DE SAN ESTEBAN - SALAMANCA)

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

Es opinión unánime de la crítica que, a partir de los años 60, especialmente desde la reforma litúrgica impuesta con motivo de la celebración del Concilio Vaticano II (1968), la obra sacra de Antonio León Ortega va despojándose de la profusión formal impuesta por la estética neobarroca del entorno, presentando composiciones de una mayor sobriedad, caracterizadas por un especial esquematismo de líneas y volúmenes.

Ello debe puntualizarse, ya que, como hemos visto en las anteriores entregas, el imaginero ayamontino nunca cultivó demasiado las fórmulas del neobarroco sevillano, y en todo caso siempre acabó trasladándolas a la sencillez de su identidad escultórica. Por otro lado, así como en los años 40 y 50 encontramos composiciones de notable austeridad, en décadas posteriores también reaparecen creaciones sujetas con mayor intensidad a los puntillosos cánones de la escuela sevillana, más de una vez por exigencia explícita del cliente.

La talla de San Esteban (1961) es un destacado ejemplo de la depuración anatómica y ornamental ejercida por el autor en su última etapa, mostrando afinidad con obras coetáneas como el San José con el Niño de Ciudad Rodrigo (Salamanca, 1962) o la Virgen del Carmen de La Antilla (Huelva, 1969).

Con la escultura del Protomártir, flanqueada en el retablo mayor de su parroquia por dos efigies que representan el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María (1963), labradas también por León Ortega, el escultor apuesta por el misticismo del gesto, la verticalidad de la hechura y la abstracción estilizada en las formas. La presea, un severo aro metálico que rodea la cabeza del santo, contribuye a la sencillez del simulacro.

San Esteban, Patrón del municipio salmantino de La Fuente de San Esteban, porta en su mano derecha la palma, símbolo de su martirio, las piedras con las que fue apedreado y el libro como instrumento de predicación, ya que fue uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles para dicho ministerio, así como para el cuidado de las cosas materiales y de las obras de caridad. El elegante estofado de la dalmática, con la escena de la lapidación pintada sobre el pecho, constituye la discreta decoración de la figura. 

 

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