LA OBRA DE ANTONIO LEÓN ORTEGA (XVIII)
SAN CRISTÓBAL (HUELVA)

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

Para el pintor José María Franco, discípulo de Pedro Gómez, compañero de taller de Antonio León Ortega, el escultor ayamontino recupera el sentido de las antiguas proporciones con su San Cristóbal (1956) de la parroquia onubense de Nuestra Señora de los Dolores.

Por su parte, el hijo del pintor, Alberto Germán Franco Romero, también escultor y estudioso de la obra de León Ortega, considera que esta figura, realizada en su etapa de plenitud, posee una línea ascendente que nos retrotrae a los profetas de Alonso Berruguete o al mismo San Cristóbal del Retablo de San Benito de Valladolid del mismo autor, aunque su interpretación es más calmada, pues si en algún momento se rompe el equilibrio clásico con los ritmos compositivos sinuosos, que ascienden hasta el clímax de la composición que es el Niño, nunca se pierde la meditación en las miradas y la levedad de los gestos.

En todo caso se trata de una celebrada obra del artista que sigue fielmente la tradición cristiana del medievo, según la cual un príncipe cananeo de gran estatura y corpulencia -llamado Relicto o Réprobo, según las diversas opiniones- se convirtió al cristianismo por obra y gracia de un ermitaño, y para servir a Dios se dedicó a ayudar a los caminantes a vadear un peligroso río. Un día, valiéndose a duras penas de su cayado, corrió gran peligro al cruzar por el abrumador peso de un Niño que llevó sobre sus hombros, el cual, al llegar a la orilla, se reveló como Cristo y le cambió el nombre a Cristophorus (Cristóbal), que significa portador de Cristo.

En la efigie de León Ortega, el santo lleva en su hombro derecho al pequeño Jesús, que bendice con la diestra, y aunque no aparece doblegado por su peso, sí advertimos la mirada de asombro que le dirige. No debemos olvidar tampoco la versión realizada por Martínez Montañés, muy extendida en la imaginería andaluza de siglos posteriores, aunque, como bien apunta Franco Romero respecto a Berruguete, el ayamontino suaviza las formas y prescinde de claroscuros y plegados para ofrecer un simulacro más cerrado y lineal conforme a su estilo.

 

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