150 ANIVERSARIO DE GUSTAV KLIMT
FRISOS


 

 

1902 es una fecha crucial para la Secession y para Gustav Klimt. En este año, en efecto, se lleva a cabo el proyecto más ambicioso de toda la historia del movimiento: la exposición de Beethoven en el Palacio de la Secession. Consiste en la celebración de una única obra, la estatua de Max Klinger que representa al compositor alemán, símbolo del artista-poeta que sufre por la humanidad. Con este acontecimiento se realiza completamente el ideal secesionista de la obra de arte total, en la que cada elemento contribuye a crear un efecto unitario en nombre de un concepto superior de belleza.

Todos los artistas más significativos de la Secession trabajan gratuitamente con motivo de dicho evento, creando las obras que enmarcan la atormentada y grandiosa pieza maestra de Klinger, realizada con mármoles polícromos, bronce y marfil. Con ocasión de la exposición, Klimt realiza una de sus creaciones magistrales: El Friso de Beethoven (imagen superior), transposición pictórica del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. El friso se articula sobre tres paredes, representando la lucha de la humanidad contra las fuerzas del mal que desemboca en la conquista de la felicidad en el reino de la poesía y de las artes.

Sobre el lado izquierdo de la primera escena, flexibles figuras se balancean en el espacio con un rítmico movimiento: es una alegoría del anhelo a la felicidad que mueve al hombre. Las formas destacan sobre el tosco enlucido, marcando un cambio estilístico crucial en la trayectoria de Klimt. En la parte derecha de la escena el movimiento ondulante se detiene ante el caballero, que viste armadura dorada y blande una espada. Detrás de él la Ambición y la Compasión. Es él el héroe del friso, el redentor de la humanidad. El artista ha representado aquí una lucha individual, y el caballero parece la búsqueda de su propia identidad y no de la felicidad colectiva. Junto al caballero están arrodillados, suplicantes, personajes atormentados. Se trata de la humanidad doliente que dirige su plegaria y su esperanza hacia el resplandeciente héroe.

La segunda pared sobre la que se articula el friso tiene un esplendor cromático extraordinario. En esta escena, abarrotada de manera obsesiva, están representadas las fuerzas oscuras que obstaculizan el camino de la humanidad hacia la felicidad. La escena gira en torno al monstruo Tifeo, un enorme gorila que fija en el espectador sus ojos de madreperla. A su izquierda impresiona el exhibicionismo provocativo de las tres Gorgonas, criaturas diabólicas contenidas dentro de una línea ondulante que las destaca del fondo. Detrás de ellas emergen los rostros terroríficos de la Enfermedad, la Locura y la Muerte. Aquí los cuerpos han perdido volumen y la línea de contorno crea la dirección sinuosa de las formas. Klimt identifica una vez más el mal con la figura femenina; no se trata de una condena, sino del reconocimiento de la mujer como fuerza motriz del universo, en su ambigua suspensión entre erotismo y muerte.

La última escena del Friso de Beethoven, afín estilísticamente a la primera, celebra la apoteosis del héroe. El ansia de felicidad se aplaca con la poesía, y el hombre accede al reino encantado del arte, donde encuentra amor y alegría en estado puro. En el umbral del jardín del Paraíso, la Poesía disuelve toda el ansia con el dulce sonido de su laúd. Aquí la simplificación formal, característica fundamental de toda la obra, crea un efecto de evanescencia extremadamente refinado. El significado profundo del friso se encierra en un abrazo: ellos no representan tanto la redención de la humanidad como la salvación de los pocos elegidos que se dejan transportar en el mundo ideal del arte, un reino que no es de esta tierra.

Por otro lado, la obra maestra arquitectónica de Josef Hoffmann y la máxima expresión de la Stilkunst vienesa no se encuentra en la capital del imperio de los Habsburgo, sino en Bruselas: el Palacio Stoclet. El comitente, Adolphe Stoclet, un magnate que había vivido en Viena, da al arquitecto carta blanca para realizar su sueño de un edificio en el que cada ambiente, superficie o mueble está perfectamente integrado y armonizado. Nace así un extraordinario joyero bizantinante que marca la cumbre de aquella redefinición estética de la vida que es el máximo ideal de los artistas vieneses y de sus iluminados mecenas.

En el comedor del palacio, Klimt realiza un maravilloso friso, conocido por el propietario como Friso Stoclet (imagen inferior, detalle). Se trata de un mosaico que se articula sobre tres paredes, proyectado por el artista con cartones preparatorios y realizado por la Wiener Werkstätte (1905-1911). A diferencia del Friso de Beethoven, aquí las figuras no guardan ninguna relación narrativa, permaneciendo aisladas en una dimensión atemporal, caso de la mujer incorpórea que, con la actitud de una diosa egipcia, aparece casi integrada entre los elementos ornamentales.

Si sobre las dos paredes laterales del mosaico vemos un fluir de entrelazados vegetales (el llamado "Árbol de la Vida", con sus ramas espiriliformes, ocultan este eterno paraíso del arte y del amor), en el lado corto la renuncia al naturalismo es absoluta: en la figura abstracta de un caballero la vida se muda en naturaleza inorgánica, preanunciando Klimt, en esta aportación de la superación estética de la realidad, la crisis del hombre del siglo XX. Aparece también un abrazo, consiguiendo los dos amantes, a diferencia de El Beso, una total fusión arrebatada y sensual.

 

 

FUENTES: PAULI, Tatjana. Klimt. La Secesión y el Ocaso de Oro
del Imperio Austriaco
, 2000, Madrid, pp. 54-61 y 102-105.

 

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