150 ANIVERSARIO DE GUSTAV KLIMT
JUDITH II (SALOMÉ)

Ester Alba Pagán. Con información de Jesús Abades


 

 

Además de ser el primer presidente de la Secession, Gustav Klimt fue el pintor más significativo del grupo. Sus composiciones decorativas y simbólicas aparecen cargadas de un erotismo que provocó más de un escándalo en la ciudad de Viena. En los mosaicos labrados para el Palacio Stoclet, por ejemplo, Klimt llevó a cabo unos frisos en los que se aprecia la madurez de su estilo.

Klimt combinó un tratamiento naturalista en las carnaciones de las figuras, siempre muy estilizadas, con un fondo plano en el que desarrolló un juego decorativo de formas abstractas, a veces con sugestión de collage y con la presencia del oro. En esta Viena se iniciaron, junto a Gustav Klimt, los pintores Egon Schiele y Oskar Kokoschka, que fueron figuras destacadas del Expresionismo.

El tema de Salomé, ya no como objeto pasivo de la venganza de Herodes ni instrumento de la venganza de su madre, sino como agente activo de destrucción, como una agresiva y peligrosa criatura, se repetirá en todas las tendencias artísticas de finales del siglo XIX, incluso en el Art Nouveau. Sus precedentes se hallan en la obra del simbolista Gustav Moureau, que obsesionado por los símbolos de perversidades y amores sobrehumanos nos presenta unas mujeres (incluida Salomé) destructoras activas, personajes poderosos y siniestros en su belleza; y en la ilustración para la Salomé de Oscar Wilde realizada por Aubrey Beardsley, quien transforma a la princesa judía en un ser demoníaco, maligno, que se complace en la destrucción del hombre, siendo la cabeza del Bautista en este caso un símbolo del temor masculino a la castración.

Klimt representó en dos ocasiones a Judith. La de fecha más temprana representa a Judith como una mujer de anhelante deseo, reflejo de la conciencia de la mujer de finales del XIX de su propia sexualidad.

Su Judith II más tardía (1909), conservada en la Galería de Arte Moderno de Venecia, es la que nos interesa. Esta Judith aparece como la prefiguración de Salomé, ser destructor y dañino que sangrientamente se venga cuando sus proposiciones eróticas son despreciadas. Empleando el óleo sobre lienzo, Klimt crea una inquietante figura en dos dimensiones de tamaño natural (178 x 46 cm) que aparece en primer plano, de pie, con el pecho descubierto, en escorzo y con la cabeza del santo en la mano, captando toda la esencia erótica y feroz del mito.

 

FUENTES: ALBA PAGÁN, Ester. "De amor y de muerte: el arte en torno al SIDA",
publicado en Ars Longa, nº 7-8, 1997, Universidad de Valencia, p. 316.

 

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