MES DE JUNIO 2009 - VÍCTOR DE LOS RÍOS
LA SENTENCIA - ORIHUELA

Sergio Cabaco y Jesús Abades. Fotografías de Manuel Bernabé Belmonte


 

 
 

 

Estrenado en 1965, se trata de un conjunto procesional de talla completa que desfila con tercio propio dentro de las procesiones de la cofradía oriolana del Ecce Homo. Se halla compuesto por las figuras de Jesús, Poncio Pilato con la sentencia redactada en sus manos, un esclavo que, arrodillado, porta la palangana con la que el procurador ha lavado sus manos en señal de desentendimiento hacia el reo, y un soldado romano que custodia el pretorio.

La hechura cristífera presenta una estética decididamente posconciliar. Su rostro, reflejo de su soberana dignidad, está concebido con sobrio naturalismo. Todas las partes visibles del cuerpo se hallan limpias de heridas pese a la corona de espinas, que delata tanto el tormento como el escarnio sufridos instantes antes de su condena.

La pesada túnica, de plegados rectilíneos y con los cortes de la gubia visibles en la madera, ejemplifica aún más la modernidad religiosa de la época, más interesada en la esencia y el simbolismo que en el preciosismo y el acabado al detalle, propios de las corrientes tradicionalistas de la escultura sacra del momento. Pese a todo, el escultor da un pronunciado giro a los brazos atados hacia el lado derecho, en una solución muy propia de la herencia barroca, para romper el estatismo del Varón, cuyos largos cabellos son levemente ondulados y algo pegados al cráneo.

Mayor interés artístico tiene la figura de Poncio Pilato, probablemente la mejor de todo el grupo escultórico, ya que, además de poseer un excelente modelado, Víctor de los Ríos consigue aunar en ella la arrogante majestad propia de los simulacros del gobernante romano con una cierta actitud de remordimiento y lástima -con lo que humaniza, de paso, al personaje, no sabemos si intencionadamente o no-, visible especialmente en el rictus de su semblante, reflejando lo que, a todas luces, considera en el fondo una injusticia hacia el condenado.

También es digna de elogio la imponente efigie del soldado, que, lejos del mediocre acartonamiento y la inexpresividad formal habitual de este tipo de piezas, aparece acertadamente recreado por Ríos -sin duda, todo un virtuoso de las emociones- como un fornido militar en su papel de impasible cancerbero de la guardia romana.

 

 
 

 

 

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